EL
PRIMERO QUE ME DIJO QUE YO ERA UN ESCRITOR
Por Manuel Pereira
Acabo
de enterarme en la red. Ha muerto en Miami mi mejor amigo de la juventud, “el
Beny”, o sea, el escritor cubano Bernardo Marqués-Ravelo. Nunca olvidaré que
cuando teníamos 17 años coincidimos en una barraca militar junto con otros
veinte reclutas. Eso fue en mayo de 1965, en Río Verde, donde existía una
unidad militar medio escondida entre el hospital psiquiátrico Mazorra y el
aeropuerto de Rancho Boyeros. Allí transcurría nuestro primer año de vida
militar, entre locos y locas que se escapaban entrando por nuestras alambradas
y aviones que rugían en el cielo fomentando en secreto nuestras ansias de salir
volando algún día de la isla.
Una
tarde entré en la barraca y descubrí al Beny sentado en mi litera leyendo mi
diario personal, donde yo solía anotar nimiedades cuartelarias y también mis
cuitas con mi novia prometida de entonces. Sólo lo conocía de vista, si acaso
habíamos cruzado un par de saludos. Así que le arrebaté el diario y tuvimos una
discusión feroz. Era una falta de respeto estar leyendo mi diario sin mi
autorización. Mi taquilla tenía candado -como todas-, pero por alguna prisa militar:
correr a un simulacro de combate, cavar urgente una trinchera, no llegar tarde
a la guardia… había olvidado cerrarlo. Forcejeo, malas palabras, venas
brotadas… nos separaron otros soldados.
Al
día siguiente se acercó en la cola del desayuno y me dijo en voz baja: “¿Sabes
que tú eres un escritor?”. ¿De qué rayos me estaba hablando aquel enano? Por
entonces mi sueño era llegar a ser médico, más precisamente neurocirujano. “Por
eso me quedé leyendo tu diario, no por tu novia, sino por tu estilo, tu forma
de escribir”, prosiguió mientras yo lo miraba desconfiado. Siempre he detestado
-y seguiré detestando- a la gente chismosa, que anda preguntando o indagando a
espaldas de uno. Así que no le hice caso.
Sin
embargo, sus dos frases se quedaron dando vueltas en mi cabeza. Releí mi diario
medio amoroso, medio militar… ya con otros ojos, tratando de averiguar cuánto
había de cierto en lo que aquel recluta me había dicho. Comprendí que tenía
algo de razón. Y de pronto empezó a circular en la división el rumor de que yo
sabía escribir “bonito”. La mayoría de los reclutas (no el Beny, pues él sabía
escribir) procedían de provincias, o incluso eran habaneros, y tenían escasa
instrucción. De resultas, algunos empezaron a buscarme para pedirme que les
escribiera cartas para sus novias. En unos casos querían cortejarlas, en otros
recuperarlas. Fue mi primer oficio literario: escritor anónimo de cartas
amorosas. El recluta me contaba más o menos cómo era su candidata a novia,
tanto físicamente como emocionalmente. A veces hasta me enseñaban fotos de las
muchachas. Mi “cliente” me contaba sus problemas con ellas, o bien me detallaba
sus películas y canciones favoritas… De
hecho yo estaba haciéndoles entrevistas sin tener ni idea de lo que era el
periodismo… Yo les extraía información preciosa. . Con toda esa información en
quince minutos yo redactaba la carta.
Aquellos
muchachos, al igual que yo, estaban desesperados de amor, aislados en un
cuartel remoto con permisos de salida muy cortos, una vez al mes, o dos veces
al mes, según los castigos que recibieran de sus superiores, que eran
implacables. Así empecé a hacer poesía en prosa sin saber ni lo que estaba
haciendo.
Los
falsos remitentes firmaban siempre la cartas y las escribían siguiendo mi
dictado para que la caligrafía fuera la de ellos. En realidad yo estaba
haciendo el trabajo de un ghostwriter,
o “escritor fantasma”, o “negro”, una profesión que tampoco conocía por
entonces. Estos cortejadores enternecidos uniformados de verde olivo capaces de
correr cargando un cañón chino de 75 milímetros sin retroceso, solían pagarme
con cigarros, que estaban muy escasos en toda la isla. Los muy fumadores me
regalaban algo de lo que tocaba comer (el postre, o un puñado de arroz) en el
pésimo comedor del cuartel. Todo esto, que era un lujo allí, gracias al Beny.
Enseguida
quedó olvidada nuestra bronca inicial, y
por supuesto, nos hicimos amigos inseparables salvo cuando yo fui trasladado a
otra unidad militar donde pasé un curso de sanitario mayor. A partir de ahí
seguimos siendo amigos ya en la vida civil, ambos como periodistas, escritores
en ciernes, críticos literarios, pintores, escultores… coincidíamos en todo.
Fue una etapa bellísima de mi juventud, tanto en el ejército como cuando nos
desmovilizaron.
Lo
malo de todo el asunto de las cartas amorosas es que al cabo de un par de
semanas algunas de esas “novias” o “candidatas a novias” empezaron a buscarme a
mí en la unidad militar, los domingos de visitas. De alguna manera descubrieron
o intuyeron que el supuesto autor de la carta no era misma la persona que ellas
conocían. “Él no habla así como aquí está escrito, así que no puede ser él”,
dijo alguna según me contó un recluta acongojado.
Querían
conocerme, alguna hasta llegó a decir que estaba enamorada de mí, o sea, de “mis
cartas”. Fue la primera vez en mi vida que experimenté en carne y hueso la desconcertante
sensación de ser dos personas a la vez. Yo tenía que esconderme esos domingos
de visitas, pues no quería agraviar a ningún compañero de armas. Finalmente el
Beny se encargó de resolver esos problemas asumiendo a veces él la autoría de
algunas cartas.
En
fin, querido Beny, ¡yo te debo tanto¡ Una vez, allá por el 2005, yo estaba en
situación muy difícil en España y te escribí un email a Miami. Enseguida
contestaste ofreciéndome un sofá y espaguetis en tu departamento de Miami. No
hizo falta tomarte la palabra, pues simultáneamente otro amigo entrañable, el
poeta cubano Antonio Conte, me abría el camino hacia México donde resido desde
entonces.
Donde
quiera que estés en este momento, amigo, ¿qué te voy a contar que tú no sepas?
Cuando existe una gran amistad, no importan la fama, ni la cantidad de
ejemplares vendidos, ni los premios, ni las entrevistas televisivas ni las
otras, ni todo ese rebumbio de oropeles. Ninguna vanidad es superior a la
amistad. Cualquier diferencia en cualquier orden de la vida es superada por la
amistad con la velocidad de un rayo. Claro que eso suele ocurrir cuando se
trata de una amistad que viene de muy lejos, de los años más difíciles de
nuestra generación, una amistad forjada en el fuego, las lágrimas y la
frustración. ¿Recuerdas las trincheras en “El Bosque? ¿Recuerdas la caña
quemada en Camagüey y los alacranes subiéndonos por las piernas? ¿Te acuerdas
de aquel capitán obsesionado conmigo que me puso a cortar caña con un brazo
enyesado incluso de noche iluminando mi surco con el buscachivos de un jeep? ¿Recuerdas el tiroteo nocturno que
armamos en otro cañaveral, donde luego dijeron que sin querer matamos a una
vaca? ¿Te acuerdas cuando cogimos preso en una guagua a un héroe, amigo de
Fidel Castro, sin saber ni quién era? Ahora me estoy riendo. De la vaca y del
héroe. Pero eso lo contaré mejor en otra parte… si es que Dios me da tiempo y
energías.
Son
tantos los recuerdos que tendría que escribir una novela para contarlos como
merecen, ¡y resulta que no tengo ganas de escribir más novelas! Y menos ahora
con esta noticia que me golpea en la alta noche de un desierto mexicano.
¡Descansa
en paz, inolvidable Beny!
México,
10 de mayo de 2018.
![]() |
Con el Beny, Iván Cañas y Antonio Conte, en Miami, un día de noviembre de 2006. |
Gracias por compartir su muy hermosa historia de vocación y talento. Nos permite conocer de usted, la amistad entrañable y el contexto de la vida en su país, con una narración que cautiva. Gracias! Martha Leticia Farias.
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