octubre 13, 2012

CORRESPONDENCIA CON MARGUERITE YOURCENAR

CORRESPONDENCIA CON 
MARGUERITE YOURCENAR


Click en las imágenes para leer la carta publicada en Caimán Barbudo en Octubre de 1988.

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octubre 03, 2012

CORRESPONDENCIA ENTRE MANUEL PEREIRA Y JOSÉ YANES



CARTA DE RESPUESTA A JOSÉ YANES
"Sobre Poesía Engavetada"
Ciudad de México, 1 de Septiembre 2012

Yo también leí tu poesía engavetada, soterrada, arrinconada, ninguneada. Tu libro me remonta a aquel terrible año 1971 cuando muchos fueron ninguneados. Wichy el Rojo fue a parar a una granja, creo que de cerdos, al Chino Heras León lo mandaron a una fábrica, Norberto Fuentes missing, tú también desaparecido, Lezama censurado en los medios y sin poder publicar ni un verso. Todo el mundo estaba asustado. Por suerte para mí yo todavía no era “escritor”, pues no había publicado ningún libro y -por tanto-no era miembro de la UNEAC. Era un simple reportero de una revista, y aun así, me castigaron seis meses en un cuarto oscuro revelando fotos y sin poder publicar reportajes, crónicas, etc… Comparado contigo y con otros, salí bastante bien parado de todo aquel terremoto de terrorismo de Estado.
El caso Padilla marcó un antes y un después en la relaciones entre los artistas e intelectuales y el gobierno totalitario. Tu libro está impregnado de la atmósfera de ese tiempo, salvo algunos poemas que se alejan (o parecen alejarse) del tema central, como el bellísimo NEGRA SUFRIENDO.
Tu libro es muy desgarrador, muy sincero, es la autobiografía poética del ninguneado, del injustamente olvidado.
Ahora resurges, y qué alegría ver que renaces como el Fénix de sus cenizas, y qué bueno que nunca dejaste de escribir tus versos. Cualquiera, en tu circunstancia, se hubiera rendido. De hecho, te rendiste, rompiste tus poemas, pero luego reanudaste el trabajo para el que estás destinado. Nadie puede escapar a su destino.
Tu libro me hizo meditar mucho, recordar mucho. Es un crimen que un sistema social haga sufrir a un alma sensible de poeta, eso exige una reparación. Tu libro publicado en Miami es ya el inicio de esa rehabilitación. Es un acto de justicia poética, que debemos a tu maravillosa hija.
Creo que nadie en el ámbito literario sufrió tanto como tú. Eso me recuerda a Martí cuando decía: “tengo miedo de morir sin haber sufrido bastante”.
Por otra parte, todo lo que dices sobre mis cuentos es en verdad impresionante. Leí tu carta más de una vez, despacio, captando el significado de cada palabra o frase. Debo decirte que eres el primer lector profundo de MATAPERROS. Mucha gente lo ha leído y me dicen cosas como “es muy divertido, es entretenido, es muy fuerte, me hizo llorar, o me hizo reír”… pero nadie ha penetrado esas páginas como tú, y nadie podría hacerlo, por razones obvias, generacionales (aunque me llevas cuatro años), nacionales y por otras afinidades que nos unen haciendo que con solo una mirada podamos decirnos muchas cosas insondables del alma.
Los lectores de MATAPERROS, hasta ahora, son extranjeros: españoles, mexicanos, están muy lejos del contexto, y lógicamente no pueden captar la esencia, como lo haces tú.
En efecto, lo más recóndito que yo quise expresar fue la brusca desaparición del espíritu de un barrio, y de una época a él asociado, pero también quise describir el abrupto final de una infancia, o de una niñez al estilo “mataperrero” que pasó a otra forma de “niñez-adulta”: alfabetización, patrulleros juveniles, cadetes cívicos nacionales, Cinco Picos, recogedores de café, AJR, milicias,
artilleros…
La locura que se apoderó del país modeló nuestras almas en su etapa de formación.
A veces pienso que debemos ver el lado positivo de toda esta experiencia traumática que seguimos llamando “revolución” por una comodidad del lenguaje. Hemos vivido un tiempo convulso y delirante. Podemos convertir eso en poesía, en obra de arte, en testimonio. Tenemos mucho que contar.
Finalmente, los escritores somos los testigos de la historia. Y nosotros hemos vivido la historia en vivo, en directo y a todo color. Tenemos mucho que contar, y eso es-en cierta forma- un lujo, pues muchos escritores no tienen nada que contar, y se ven obligados a recurrir a historia baratas de policías y asesinatos, que traducidas a guiones llenan luego las carteleras de los cines o las teleseries. Pura banalidad. Nosotros tenemos mucho que contar, y muy profundo, sin un ápice de trivialidad y sin hacer concesiones al mercantilismo. Eso me parece que es una ventaja. Algo bueno tenía que salir de tanto desastre. No hay mal que por bien no venga.
Lo que dices sobre el triángulo mágico entre Conte, tú y yo, es sobrecogedor. En efecto, algo inescrutable ocurrió cuando murió el Niño (exactamente un año después del fallecimiento de Lichi) y de pronto apareciste tú en la sección de opiniones de un diario digital. Yo me quedé boquiabierto cuando leí tu comentario. ¿De dónde salías al cabo de tantísimo tiempo? Fue increíble, y como la señal de algo muy superior. Un amigo muere y al instante reaparece otro. Es un acto poético. Estamos rodeados de misterios, y ésta es una prueba.
El Niño Conte nació en el Barrio de Colón y muchas veces lo acompañé a la casa de su linda, dulce y frágil mamá, quien vivía muy cerca de Lezama. Ahí se establecía para mí otro triángulo mágico, pues mi mamá vivía al doblar de la casa del gordo cósmico, en Consulado y Trocadero. O sea, mi madre, Lezama y el Niño Conte se encadenaban en una enigmática secuencia. Y ahora veo que también tú vivías en esa zona, oculto, como la imagen latente de otra amistad que se revelaría plenamente muchos años más tarde.
Entre los muchos crímenes de la “revolución” que dejó de ser revolución, el mayor creo que ha sido la división de la familia, tema que exploras con mucho dolor en CARTA ABIERTA A MI MADRE EN USA. Carta que prefigura tu exilio y el de tantos otros.

Desde ese destierro triste y fecundo, te mando un largo abrazo, 
Manuel


CARTA DE JOSÉ YANES A
MANUEL PEREIRA
Hawaii, 1 de Septiembre 2012
Con placer y nostalgia, mi estimado Pereira, he leído Mataperros. Placer porque es un libro ameno, bien escrito, con ese humor que sale de la más profunda tragedia, que casi siempre es el mejor. Y nostalgia porque en ese texto hablas acerca de un mundo perdido, que yo sabía cercano a mí, pero que no sabía cuánto lo era, hasta que lo leí.
Existieron profundas similitudes en nuestras infancias en dos polos opuestos de La Habana. Pero no estoy hablando de similitudes sólo en el orden anecdótico. Hablo de similitudes en el sentido de como los dos asumíamos aquel mundo cruel y agresivo. En realidad nunca lo asumimos. Estuvimos en él por lo que Lezama llamaba el azar concurrente. No lo escogimos, ni teníamos posibilidad de evadirlo. Yo, al igual que tú, viví esa violencia como una alternativa de incorporarme de alguna manera a la realidad que se imponía y nos circundaba, o inundaba, aunque siempre en nuestro fuero interno la rechazamos y nunca la entendimos.
En mi primer libro de poemas, Permiso para hablar, la sección inicial está dedicada a Los Pocitos, el barrio de Marianao en el que viví mi infancia, igual en todo a lo que narras sobre la Loma del Angel. Allí hay poemas en los que abordo ese mismo rechazo e incapacidad de comprender y asimilar mi entorno, como tú en Mataperros, e igualmente reafirmo mi participación en él, como digo en un verso: "para no quedarme solo". Hablando de los enfrentamientos de pandillas entre la de Los Pocitos y la de Cocosolo (barrio vecino al de Los Pocitos, sólo separados por la Calzada Real de Marianao) digo que "volaban los tu madre, las pedradas; volaba el miedo, de eso estoy seguro". El miedo sobrevuela Mataperros como una presencia concreta. Yo también lo conocí en Los Pocitos Y por supuesto, en ese barrio fui testigo y parte de todo cuanto narras tan admirablemente en tu libro, léxico incluido. Es por ello que me ha conmovido tanto, porque no es sólo lo que conmueve a un lector en un libro, sino que ambos vivimos en nuestras infancias la misma realidad, además con la misma asimilación de ella. Para mayor coincidencia, uno de nuestros progenitores no pertenecía espiritualmente a la esencia del barrio. En mi caso se trataba de mi padre. Mi abuelo había sido, era en aquel tiempo, dueño de una finca tabacalera en Caimito del Guayabal, y mi padre, aunque separado en lo material de la familia, siempre conservaba en su filosofía, hábitos y comportamientos de la clase social de la que provenía, lo que lo llevaba a constantes diatribas en contra de mi madre, del barrio, de todo. Mi padre tampoco fue una presencia cotidiana o un soporte de ningún tipo, pero pienso que el peso de su origen influía en el que yo no me sintiera totalmente parte de Los Pocitos, en el mismo sentido que tú no te sentías totalmente parte de la Loma del Angel, debido a la gallega.
Pero hay algo más en tu libro que me parece excelente. Se trata de la abrupta perdida de identidad de la Loma del Angel (y por ende de toda la ciudad), a partir del triunfo de la Revolución. Esa es la esencia más dramática y terrible de tu libro y quizás su mayor logro en mi opinión. Yo tengo esa experiencia porque viví en carne propia la pérdida de identidad de mi barrio. No voy a balbucear palabras describiendo cómo era la Plaza de Marianao, o la Esquina del Café Raúl, desaparecieron en su esencia y algunas veces, las más, fisicamente, porque tú lo has hecho ya en tu libro y sabes muy bien de qué hablo.
Pero no sólo tenemos memorias similares por la Loma del Angel o Los Pocitos, es que a los 13 años mis padres se mudaron para Industria y Trocadero (una de las puntas que demarcaban el barrio de Colón, como bien conoces). De allí sólo te haré una anécdota: por supuesto, como Joaquín, yo vivía esperando al borde de la locura el momento en que las putas me permitieran "ocuparme", como se decía. Me paraba en la puerta de los bayús y las putas me pedían que me acercara. Yo, todo temblor, pensando que ya iba a realizarme, me acercaba. Entonces una de ellas estiraba la mano y me cogía por el bulto. Luego de palparlo me lapidaba en vida diciéndome: todavía estás muy pequeñito para ocuparte. Esa cuenta entre las frustraciones más grandes que recuerdo en mi vida.
Por cierto, como dato curioso o mejor mágico, te diré algo. Hablando con Conte una vez de ese anecdotario de las putas y del barrio de Colón, me dijo que en esa época el vivía en la esquina de Industrias y Colón, si mal no recuerdo. Pero nunca lo conocí allí en el barrio, quizás por dos motivos: yo vivía con la nostalgia de Los Pocitos y los amigos que había perdido allá. Y todos los días agarraba la ruta 43 en Neptuno e Industrias y me iba para Los Pocitos. Yo fui siempre como tú: un niño dado a su suerte, que sus padres nunca velaron en dónde me metía u ocupaba mi tiempo. El resto de la vida que me sobraba de Los Pocitos la dedicaba a bayusear. Cuanto peso me caía en la mano iba a gastarlo con las putas a mi regreso de Los Pocitos. Yo viví la gloria y decadencia del barrio de Colón. Viví allí hasta 1962 y vi como fueron apareciendo los letreritos en las casas que se mencionan en tu novela: "No moleste. Aqui viven personas decentes".
Es decir, que en un momento dado, y casi con las mismas edades: coincidimos Conte, tú y yo en un mismo entorno sociosicológico. Y otra vez habría que recordar el azar concurrente, no sólo por recordarlo sino porque Lezama, como para validar la verdad de ese adagio, precisamente, como tú bien conoces, vivía en esa época, y después de ella también, en Trocadero, entre Industrias y Consulado, es decir, a solo unas puertas de Conte y yo, y muy cercano a la Loma del Angel. Apenas cinco o seis años después, confluiríamos todos.
Bueno, mi estimado Pereira, ya termino este quizás demasiado largo email. No sin antes agradecerte una vez más haberme devuelto aquel mundo que la Revolución nos quitó de un plumazo. Y ese es uno de los grandes crimenes de la Revolución: haber matado la identidad de las calles y los barrios de nuestro
 pais.

Abrazos,
José Yanes