diciembre 30, 2011

2012: BREVE ENTREVISTA A MANUEL PEREIRA


¿Cómo auguras que será el año 2012 para Cuba?
“No tengo ni la menor idea. Tampoco quiero aventurarme en vaticinios a tan corto plazo. Eso se lo dejo a NostraCastrus, quien lo hace a la perfección profetizando inminentes guerras nucleares”.

¿Cuáles son tus deseos para la Cuba de 2012?
“Hace muchos años aprendí que era mejor no vivir de ilusiones, para no morir de desengaños. Mi último sueño data de 1988, cuando pensé que en Cuba ocurriría algo parecido a la Perestroika y la Glasnot de Gorbachov. Desde entonces nunca he vuelto a soñar. Me limito a observar y a meditar, cada vez con mayor distancia crítica, geográfica y sentimental. No me hago ninguna ilusión con supuestos ‘cambios que no son más que otra tomadura de pelo. Una vez —según Pascal— la suerte del mundo dependió del tamaño de la nariz de una reina egipcia. Ahora parece que el destino de la Isla depende de dos enfermos. Sus males son secretos de Estado. Ya sean dolencias pélvicas, prostáticas o anales, lo cierto es que los anales de la historia han perdido en elegancia y ganado en fetidez”. 

(*) Publicado por Cubaencuentro.

diciembre 15, 2011

EL PAÍS DE MIS SUEÑOS

EL PAÍS DE MIS SUEÑOS
Por Manuel Pereira
El fotógrafo suizo Luc Chessex.


Recientemente el fotógrafo suizo Luc Chessex expuso su libro Le Visage de la révolution (El rostro de la revolución) en PARIS PHOTO, una feria del arte dedicada a la fotografía que se celebra, cada dos años, en el Grand Palais.

Su libro es un retrato de la Cuba que él conoció en los años sesenta. Luc es casi un cubano, tal vez nació en Suiza por equivocación. Trabajé con él durante casi seis años en la revista “CUBA internacional”. Es un viejo amigo, y quiero aprovechar ese homenaje que le hicieron en París para entrevistarlo.

Sin embargo, antes de entrar en materia, no quisiera dejar de subrayar el hecho de que los fotógrafos que últimamente han recibido merecidas distinciones (Iván Cañas, Ernesto Fernández) trabajaron, o se formaron, en la revista “CUBA internacional”.

Es como si en aquella mansión art nouveau de la calle Reina esquina Lealtad, hubiera surgido -por arte de magia- el ojo diversificado capaz de registrar, con la mayor calidad estética, el paso de la historia por la isla. Cada uno de estos artistas, desde la peculiaridad de su lente, ha contribuido con su obra a configurar un collage de testimonios gráficos sobre eso que todavía algunos llaman “revolución”.

-Cuéntame, Luc, tus primeras impresiones al llegar a Cuba.
-Corría el año 1961. El 14 de junio, al amanecer, vi salir de la bruma una Habana iluminada. Frente a mí se alzaba el Vedado, barrio moderno construido al estilo americano con sus altos edificios y sus hoteles de veinticinco pisos. Me sorprendió el modernismo de esa escenografía, pues yo tenía otra imagen de ese país que databa de mi infancia. Mi padre era fumador de habanos y él me regalaba las cajas de tabacos cuando estaban vacías. Las litografías que las decoraban dibujaban un país misterioso y fascinante. Además de las inevitables palmeras y los abundantes indígenas, se veían leones amenazadores, casitas con techo de paja, fábricas desbordantes de ruedas dentadas y hasta Romeos en busca de Julietas.

          El barco italiano “Enrico Dandolo” ya había atracado en el muelle y su capitán me exhortaba a pensarlo mejor antes de poner pie en tierra: “los comunistas son implacables, algún día lo lamentarás”. Esta frase yo la había oído en Suiza los meses previos a mi partida y siempre me había exasperado; ahora, me divertía. Para mí, la situación era otra, yo había llegado al lugar donde quería estar. En mi niñez, nada o casi nada, me había sido negado: el reloj de pulsera de mis diez años, el tren eléctrico de mis doce años o el kayak de mis quince años no me habían costado ningún esfuerzo; estaban pensados para mí, eran regalos casi inevitables. El viaje a Cuba era algo totalmente diferente, era mi proyecto, mi primer proyecto personal. Y ahora que había alcanzado mi meta, tenía la impresión de haber burlado a mi destino, de haber escapado de él.

-Aparte de esa primera visión, ¿qué más te impactó en La Habana?
-Nada más desembarcar, sentí una fervorosa fraternidad. La Habana en 1961 era siempre como un sueño y, a veces, era el delirio. Yo me preguntaba: ¿por qué ese pequeño país -última colonia española en obtener su independencia- había devenido el ejemplo a seguir para un Tercer Mundo cada día más tercero y cada vez menos mundo? ¿Por qué era también un punto de referencia para la izquierda europea decepcionada por el socialismo de las democracias populares?

-¿Tú llegaste a Cuba invitado por el gobierno o con una recomendación de Sartre?
-Llegué por mi propia iniciativa después de leer un reportaje, Huracán sobre el azúcar, que Sartre publicó en el periódico France-Soir a su regreso de Cuba.

-Yo te conocí en 1969, en la revista “Cuba internacional”, más tarde pasaste a Prensa Latina como “fotógrafo viajero”. ¿En qué otros medios o instituciones de la isla trabajaste?
-En septiembre del 61 Alejo Carpentier, vice-ministro de Cultura, me contrató como fotógrafo de la revista "Pueblo y Cultura" que luego se llamó "Revolución y Cultura". Trabajé allí hasta finales del año 68.

-¿Cuáles son tus fotógrafos favoritos? Me refiero a tus maestros o inspiradores...
-Robert Frank y Richard Avedon.

-Tus afinidades con Robert Frank son evidentes. Al igual que tú, es un suizo fugitivo,  algo así como el Gauguin de la fotografía que necesita dilatar sus horizontes. Pero... ¿Richard Avedon? Me parece que se aparta bastante de tu línea, lo veo muy ligado al mundo de la moda...
-Entiendo tu perplejidad. He sido profundamente influenciado por Robert Frank. Quizás sin él no hubiera perseverado en el oficio. Para mí, hay en la fotografía un antes y un después de RF. Con un libro, Los americanos, él influyó de manera decisiva en la fotografía de lo real, a veces llamada “de reportaje”.

El caso de Avedon es más complejo en cuanto se hizo famoso a lo largo de su carrera como fotógrafo de moda y retratista. Pero él tiene también una obra de autor, menos conocida, en la que colabora con escritores como Truman Capote y James Baldwin. Utiliza su misma estética formal, pero no para llenar las páginas de revistas de moda o retratar a la gran burguesía y a la gente del pueblo, sino para tratar temas muy políticos como el racismo, el tratamiento que se reserva a los locos, la guerra del Vietnam.

Lo fuerte en él es que utilizando la misma estética "papier glacé" y muchas veces los mismos protagonistas, logra un discurso tan subversivo sobre su sociedad como Frank con su estética "trash". Es extraño cómo dos maneras tan opuestas logran al final el mismo resultado.

-Luc, cuéntame esa anécdota en la que confundiste la palabra "paredón" con "perdón".
-Cuando llegué a La Habana, la ciudad estaba cubierta con inmensos carteles que decían: “Paredón para los traidores”. Colgaban en las fachadas de los edificios ahora vacíos de la compañía General Electric, la Coca Cola y la Ford Motor Company.... Un día después de mi llegada, fui al Instituto Cubano del Cine con una carta de presentación que el embajador de Cuba en Suiza me había dado. Mi español era imperfecto, lo había aprendido apresuradamente durante la travesía que duró tres semanas. Tras algunas horas de espera, fui recibido por un grupo de jóvenes cineastas que miraban con interés el dossier fotográfico que yo les había llevado. En la discusión que siguió, ellos me pidieron que precisara los motivos que me habían llevado a Cuba. En resumen, querían que definiera mi profesión de fe revolucionaria, algo que se me hacía muy difícil a causa de mi español aproximativo. Traté de explicarles la convicción que yo tenía de haber encontrado el país de mis sueños. “¡Qué maravillosa revolución, y que mejor prueba de su generosidad, que estando hostigada por sus enemigos lleva a cabo esa campaña propagandística pidiendo perdón para los traidores!”. Mis interlocutores no parecieron comprender bien, salvo uno de ellos que hablaba perfectamente francés y estaba muerto de risa. Después de que él intercambió algunas palabras con sus compañeros, todos empezaron a soltar carcajadas. Me hubiera encantado reír también, o al menos, conocer el motivo de tanta alegría, pero tuve que esperar a que me prestaran un diccionario para entender que la traducción correcta de “paredón” significaba ejecución y no “perdón”. Sin querer, yo había entrado en el mundo cultural cubano: de buenas a primeras estaba inmerso como fotógrafo de plató en una película, cómica, por supuesto. Esa “filmación” duró apenas unos meses, pero los nueve años que viví en Cuba se parecían a una buena película. El guión era simple y permitía todas las peripecias.

-¿Cómo fue tu aventura tras las huellas del Che en Bolivia.
-Salí de Cuba con el periodista uruguayo Ernesto González Bermejo, cada uno tenía un pasaporte que le permitía viajar a Bolivia. El propósito era recoger testimonios acerca de la aventura funesta que vivieron el Che y sus compañeros en la selva boliviana. Viajamos durante poco más de dos meses siguiendo el recorrido de los guerrilleros hasta La Higuera, el pueblo donde Che cayó herido antes de ser ajusticiado.

-¿Cómo y cuándo te expulsaron de Cuba? ¿Por qué?
-Fue en el año 75, en pleno quinquenio gris. Prensa Latina me dejó cesante. En aquel momento, la influencia de la URSS llegó a ser muy fuerte en Cuba y como yo no era miembro de ningún partido comunista -ni del suizo ni del cubano- supongo que se rompió el lazo de confianza. Esta es mi interpretación de lo sucedido, porque de más está decir que nunca nadie me ha dado una explicación oficial.

-Tu libro El rostro de la revolución pareciera un análisis sobre el culto a la personalidad. ¿Podemos suponer que tu obra muestra un culto a la personalidad callejero, popular y espontáneo, o piensas que se trata de una variante tropical de esa adoración casi religiosa por un caudillo carismático?
-El culto a la personalidad como se conoce (Stalin,Walter Ulbricht, Mao) siempre se apoya en unas cuantas imágenes emblemáticas de los líderes. Son los mismos arquetipos que se repiten: el líder conversando con obreros, compartiendo con niños, visitando fábricas. En la Cuba de los años 60, las imágenes de Fidel, al contrario, eran muy diversas y antagónicas. Algunas eran difundidas por el Partido, muchas otras eran el fruto de la iniciativa privada o popular. Para un observador europeo, daba la impresión de una especie de “surrealismo tropical”, tal vez lo "real maravilloso" de que hablaba Carpentier, muy ajeno a los cánones del culto a la personalidad que se vivía en la URSS o en China.

-¿Tenía razón, al cabo de medio siglo, aquel capitán del barco italiano que te llevó a la isla?
-En junio del 61 todavía el marxismo-leninismo no se había consolidado en la isla, así que el capitán tenía cierta visión de futuro. Finalmente el comunismo desapareció por completo de la faz de la tierra, fue una peripecia en la historia de la humanidad, ni más ni menos.

-Luc, tú has sido un testigo privilegiado de lo ocurrido en Cuba, primero porque tienes la visión del extranjero, y segundo, por haber estado allí con tu cámara desde los primeros momentos... ¿Cuál es -cincuenta años después- el rostro de la revolución? Y conste que no me refiero al rostro físico de un individuo...
-Es difícil sacar conclusiones. Obviamente no se cumplieron todas las promesas del proyecto revolucionario. Las revoluciones sociales siempre son utopías que tarde o temprano chocan con la realidad de los hechos, y la realidad de los hechos  es siempre más fuerte que las utopías revolucionarias. No sé quién decía que la economía es siempre reaccionaria. La revolución industrial o la revolución informática han sido mucho más radicales que cualquier revolución social. Quiero decir que el hombre es mucho, pero mucho más complejo, que cualquier tecnología y por eso las grandes teorías siempre fracasan cuando plantean cambiar demasiado rápidamente el curso de la historia.



(*) Publicado en Cubaencuentro el 15 de diciembre de 2011.
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diciembre 08, 2011

LA CAPILLA GÓTICA

LA CAPILLA GÓTICA

Por Manuel Pereira
México no deja de asombrarme. Entre los muchos prodigios que aguardan al viajero está una joya de la arquitectura medieval casi escondida en su capital. Se trata de una Capilla Gótica y un claustro románico —aquélla del siglo XIV y éste del XII—, por tanto, estas piedras fueron labradas cuando Hernán Cortés aún no había nacido.

Pero… ¿y entonces cómo llegaron estas canterías europeas a la Ciudad de México? Es una historia de película, literalmente.

Al final de El Ciudadano Kane, de Orson Welles, aparece un vasto almacén de antigüedades, algunas todavía en sus cajas, otras ya desembaladas.

Charles Foster Kane no es más que el retrato que Orson Welles hizo de William Randolph Hearst (1863-1951), el magnate de la prensa estadounidense. Tanto en la ficción fílmica como en la vida real, el multimillonario norteamericano compraba y trasladaba a su castillo californiano cuanta estatua y objeto museable se le antojara durante sus viajes por el mundo. Maniático del coleccionismo, a Hearst le sobraba el dinero, así que podía adquirir estatuas, muebles, gobelinos, cuadros, góndolas… incluso edificios enteros.

Entre 1925 y 1926 Hearst vio esta Capilla Gótica y el claustro románico en Ávila, España. Quedó fascinado y lo compró todo. A golpe de chequera, sus agentes desmontaron ambas estructuras, piedra por piedra, las empacaron en cajas numeradas y las trasladaron en barco hasta un almacén portuario de Nueva York. Allí los guacales quedaron sin abrir ya que, por entonces, había en España una epidemia de fiebre aftosa, lo cual asustó a las autoridades sanitarias, temerosas de que la paja que envolvía aquellas piedras pudiera estar contaminada con algún virus. Pusieron el cargamento en cuarentena. Una cuarentena que se prolongó treinta meses hasta que sobrevino el crack bancario del año 29. De resultas, Hearst enfrentó graves dificultades financieras y aquellas cajas con su tesoro de cantería siguieron arrumbadas en la sombra de un almacén.

El magnate de la prensa norteamericana murió sin que se abrieran los embalajes. Los herederos de Hearst pusieron a la venta aquel conjunto de piedras labradas en España seis siglos atrás.

A la sazón, un coleccionista mexicano de visita en Estados Unidos se enteró de la venta, acudió a los almacenes para ver con sus propios ojos aquella maravilla. Cuando el Licenciado Nicolás González Jáuregui contempló el contenido de las cajas y estudió los planos, su rostro se iluminó como el de Howard Carter cuando descubrió el tesoro de Tutankamón. Enseguida lo compró todo y lo trajo —piedra por piedra— hasta México.

En 1954, con la ayuda de un arquitecto, el conjunto quedó ensamblado aquí, en lo que entonces era el jardín de la residencia de Jáuregui, y donde hoy radica el Instituto Cultural Helénico, una institución que desde 1973 ofrece una excelente oferta educativa y un amplio abanico de actividades artísticas.
Este monumento histórico es un caleidoscopio. La chimenea, por ejemplo, es del Medioevo francés y poco o nada tiene que ver estilísticamente con la Capilla. El impresionante artesonado español pertenece al siglo XVI. Las lámparas de aceite colgantes son del tipo incensario, o botafumeiro, y en la ornamentación del cobre se advierten reminiscencias mudéjares.

Se ve que el gran Jáuregui fue armando su rompecabezas con piezas ajenas, sacadas de su colección, para rellenar los vacíos. Probablemente en el cargamento faltaban algunos fragmentos de la construcción, sea porque se perdieron, sea porque cuando Hearst adquirió esta edificación ya estaba medio en ruinas.

Ese puzle alcanza su máximo esplendor en la fachada, donde el coleccionista mexicano incrustó una portada plateresca, procedente de Guanajuato, logrando así un hermoso mestizaje arquitectónico, una curiosa hibridación que permite que en ese frontispicio convivan dos indígenas empenachadas con una virgen gótica en su nicho trilobulado.

El conjunto funciona como una máquina del tiempo. Entramos por una galería de columnas románicas y ya estamos en el siglo XII, pasamos por debajo de un arco flamígero y desembocamos en las postrimerías del XIV, subimos una escalera de caracol y retrocedemos al siglo XII, transitamos entre los sitiales plegables del coro con sus “misericordias”, y de nuevo somos catapultados en el tiempo, miramos hacia arriba y el artesonado nos traslada a la España del XVI… y, para rematar, salimos al patio por una portada de Guanajuato ricamente ornamentada. ¡Alucinante! Y todo eso en medio de esta ciudad pantagruélica, envuelta en el estrepitoso ruido del tráfico.

Tanto eclecticismo estilístico, saltándose siglos y conjugándolos, lejos de resultar chocante, produce una impresión agradable, y ello se debe al buen gusto y al mejor tino de Jáuregui. Gracias a su arqueológica erudición esa amalgama tan heterogénea, que mezcla formas y orígenes, se prolonga en los cuadros y tapices que engalanan el interior de la Capilla. Por doquier nos sorprenden los gobelinos franceses, españoles y flamencos, unos ilustrados con temas marianos, otros con historias persas o mitologías paganas. Aquí y allá, magníficos vitrales franceses, en particular uno que parece salido de los talleres de Chartres, pues tiene una virgencita azul bastante similar a “la Notre Dame de la belle Verriere”. Por allá vemos una monumental virgen de Murillo, por acá un cuadro atribuido al veneciano Giovanni Bellini y, más allá, otro de Bernardino Luini, perteneciente al círculo de Leonardo en Milán.

En el patio se despliega la galería románica con su arquería y los capiteles desde donde nos contempla el típico bestiario infernal del siglo XII: serpientes, vampiros o demonios… Por la parte trasera de la construcción se ven los contrafuertes y algunas gárgolas, pero lo más impresionante es el torreón.

Como en un cuento de hadas, siempre imagino en lo alto de esa atalaya a una doncella secuestrada dando gritos, de su tocado puntiagudo cuelga el velo que flota libremente. Enroscado al pie de la torre cilíndrica, el dragón que mantiene prisionera a la princesa lanza fuego por la boca. A lo lejos, se oye el galope del caballo en el que se acerca el príncipe azul que blandiendo su espada matará a la bestia y rescatará a la bella.

Esa parte de la Capilla, con sus muros almenados y sus aspilleras, corresponde a la arquitectura románica que combinaba las estructuras religiosas con las militares. Los sacerdotes tenían que defender la casa de Dios de las hordas que la amenazaban con sus habituales asaltos y pillajes. Lanzaban aceite hirviente a los atacantes, repelían sus agresiones arrojando flechas por las saeteras.

Soplaban por la Península vientos de Reconquista, a lo que hay que añadir frecuentes guerras civiles o enfrentamientos señoriales, las invasiones de los vikingos y la amenaza permanente de vulgares ladrones y bandidos. De resultas, la iglesia se encastilló y así surgió este estilo denominado “monasterio-fortaleza”.

Manuel Pereira impartiendo una conferencia sobre Surrealismo en la Capilla Gótica.
Llevo cinco años dando clases en un aula situada a pocos metros de ese monumento y he podido comprobar que muchos capitalinos —incluso nacidos en este barrio— ignoran la existencia de esta reliquia de sillería. Como está medio oculta entre árboles y altos edificios, la mayoría no se percata de esta joya, otros quizá piensen que es una copia o una vieja iglesia en funciones.

Estas piedras no solo nos conectan con la mejor película de la historia del cine, sino también con una leyenda del periodismo norteamericano, pero, además, al venir de Ávila, estas canterías transpiran poesía a lo divino, misticismo y sabiduría abulenses.

No hay que olvidar que de Ávila son Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. En aquella tierra nacieron también San Pedro Bautista, protomártir de Japón, y San Pedro de Alcántara, amigo y consejero de Teresa de Jesús, así como Alonso de Madrigal, “el Tostado”. Allí vio la luz la reina Isabel la Católica. Allí fue a morir el poeta Fray Luis de León.

Toda esa tradición espiritual impregna estas canterías. La presencia de esta estructura románico-gótica en un país repleto de pirámides prehispánicas hace pensar en un Aleph borgiano, en una metempsicosis de piedras que reaparecen o transmigran superponiéndose en un palimpsesto arquitectural.

La insólita presencia de esta edificación en el corazón de este país confirma —por si hiciera falta— la persistencia y vigencia del surrealismo mexicano del que tantas veces he hablado aquí y en otras partes.


(*) Publicado en Cubaencuentro el 8 de Diciembre del 2011.
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