junio 14, 2012

MATAPERROS

MATAPERROS

 

UN LIBRO ESCRITO DESDE LA MEMORIA
EL UNIVERSAL
Alida Piñon
Ciudad de México / 27 Junio 2012 
 
Un día de 1957, el padre de Manuel Pereira tomó una foto de la “pandilla” de su hijo, unos chicos a los que se les conocía como “mataperros”, por su bajo nivel económico, eran los pobres de La Habana. Manuel Pereira describe en este libro la infancia que vio nacer la revolución.

Manuel Pereira con el libro Mataperros (Textofilia, 2012).
En la punta del malecón habanero, frente al Castillo del Morro, hay una zona en la que se podía cruzar al otro lado y jugar entre las rocas. El lugar era hostil, las piedras afiladas eran conocidas como “dientes de perros” porque cortaban como navajas. Ahí era el centro de reunión de muchos niños y jóvenes, quienes se escapaban de la escuela para poder ir a divertirse y a desafiar a la agresiva dentadura.

Un día de 1957, el padre de Manuel Pereira tomó una foto de la “pandilla” de su hijo, unos chicos a los que se les conocía como “mataperros”, por su bajo nivel económico, eran los pobres de La Habana.

Han pasado más de 50 años de aquellos días y Manuel sólo recuerda a algunos de ellos e ignora qué fue de aquellos “mataperros” que estaban por vivir el triunfo de la Revolución Cubana, “el huracán que dispersó a mucha gente, mandándolos desde Miami al fin del mundo”.

Pereira, novelista y ensayista, discípulo de José Lezama Lima y Alejo Carpentier, después de publicar Un viejo viaje, en el que narra la vida de un joven que logra salir de Cuba representando a su país y choca con las realidades que están fuera de la isla, ahora entrega Mataperros (Textofilia, 2012), una novela escrita desde la memoria que da cuenta de cómo se difuminó una de las muchas bandas de “niños callejeros” de la capital isleña.

La memoria como fuente

La memoria, dice Pereira, es la fuente principal de su materia prima literataria.

“En Mataperros están los que pasábamos hambre a finales de los años 50 y principios de los 60. Fue doloroso escribir sobre esos recuerdos, porque es como trabajar con fósiles, todo está muerto, y, en ese sentido, también soy un novelista arqueológico, un rastreador de viejos cadáveres. Mis libros son de la memoria fosilizada, un libro como éste se escribe con el corazón herido”, dice.

Pereira explica que en su niñez se usaban expresiones como “mataperros”, “bitongos” (los niños de una clase más favorecida) y “góticos” (los ricos del barrio), que definían a las clases sociales que existían en una misma calle, hoy ignora si se siguen usando, pero al rescatarlas, la novela se vuelve una bisagra entre el pasado y el presente.

“En mi novela están los últimos años de Batista y los primeros de Fidel Castro, la bisagra de la historia de Cuba, un momento muy importante para entender todas las cosas que vinieron después”.

Actualmente, añade, podría haber hasta cuatro clases sociales. “De alguna manera volvieron los mecanismos capitalistas que fueron abolidos en 1961, de formas muy tímidas, pero si hay gente que ya tiene su pequeño paladar (fonda), pues podemos pensar que ellos viven mejor que el albañi, es inevitable, es una ley física”.

Pereira, quien radica en México desde 2004 y es catedrático de la Universidad Iberoamericana, se distanció de Cuba cuando el gobierno de Fidel Castro mandó fusilar a cuatro militares, uno de ellos héroe de la República: Arnaldo Ochoa; cuenta también que en el libro hay un drama familiar, la historia de sus padres.

“En el 59 todos amaban a Fidel, menos Batista, pero en el 61 mi mamá empezó a rechazar a Fidel porque su hermano más querido se fue de Cuba. Ahí empezaron los líos, porque mi papá sí lo seguía; yo crecí en medio de esa batalla campal que me ayudó a mi formación intelectual posterior”.

––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– 


LO QUE SE ROBARON LOS REYES MAGOS
ANIMAL POLITICO
Moisés Castillo
Ciudad de México / 9 Junio 2012

El pequeño Manuel Pereira se encontraba inexplicablemente en la librería “La Moderna Poesía”, la más importante de La Habana y donde solía verse a Ernest Hemingway en un bar cercano “El Floridita”. Era raro porque visitaba con sus amigos, los “mataperros”, lugares donde había comida, juguetes o lápices “Mirado”. Poco a poco se fue adentrando a un laberinto de libros y se sintió solo. Nunca había percibido tanto silencio en su corta vida. De repente, sus ojos casi negros miraron un libro muy bonito de pasta verde. En la portada se asomaba un niño saltando de un edificio en llamas y leyó: “Aventuras de un niño irlandés”, de Julio Verne.
Le llamó tanto la atención que, sin pensarlo demasiado, cogió el libro y rápidamente lo guardó debajo de su camisa de colegial. Salió como si nada del lugar. Su compañerito estaba en la tienda de enfrente, “La Rusquella”, intentando robarse un par de zapatos cafés. De la nada se escucharon unos gritos ensordecedores: “¡Atájalo, atájalo!”.
El librero había visto a Manolito cómo se metía ese ejemplar a la altura del estómago. Al oír ese vozarrón, el mozalbete de 10 años corrió con todas sus fuerzas sobre la calle Obispo, esquivó y saltó como loco varios autos. Su corazón casi explota por el gran esfuerzo de sus piernas flacas. Un tipo se le atravesó por el camino y mordió el suelo. Lo atraparon. Fue llevado a empujones a la estación de la policía. La gente indignada miraba a ese mocoso y movía la cabeza en señal de desaprobación.
Al ingresar al centro policíaco, un uniformado reconoció al pequeño y sabía que su padre trabajaba como mesero en el bar “Palacio”. Fue de inmediato a buscar a don Coliseo. Mientras tanto, el dueño de la librería miraba con tanto odio al menor de edad que se le enrojeció el rostro. Por fin llegó don Coliseo con su clásico delantal. “¡Ay, Dios!”, dijo en silencio Manolito rodeado de varios policías imponentes y con fama de dar golpizas, matar y torturar. Era la policía del dictador Fulgencio Batista. Nada más, nada menos.
El mesero de lentes de pasta tomó una silla y se subió. Como era sindicalista y le gustaba dar discursos aprovechó el momento: “Como dijo José Martí, robar un libro no es robar, porque hay que ser culto para ser libres”. Y todos los agentes aplaudieron con entusiasmo ante el desconcierto del librero. Al final soltaron al chico “mataperro” y don Coliseo pagó el libro del tal Julio Verne. Así comenzó la pasión por la literatura del escritor cubano Manuel Pereira.
Ese tipo de historias divertidas y sorprendentes se pueden leer en su libro reeditado de cuentos Mataperros (Textofilia 2012), que fue galardonado en 2006 con el Premio Iberoamericano de relatos Cortes de Cádiz, España.

Los 27 cuentos “autobiográficos” de la infancia de Manuel en la Habana Vieja son una especie de “memoria ficcionada”, recuerdos de los últimos años del régimen de Batista y los tres primeros años del triunfo de la Revolución Cubana que encabezó Fidel Castro, el “Che” Guevara y Camilo Cienfuegos.
Las aventuras de Joaquín Iznaga y su pandilla juvenil “Mataperros” demuestran que la realidad de la ficción suele ser más perdurable: agua vuelve el espejo. La pluma precisa del experimentado escritor rejuvenece y nos traslada a la Loma del Ángel, el barrio que se alza frente a la bahía, donde el hampa y la prostitución florecieron.
El vecindario se dividía en tres clases sociales: en la cuadra de abajo vivían los
“mataperros” hacinados en cuartuchos. En la del medio se encontraban los “bitongos”, mientras que en la parte superior de la loma habitaban los niños ricos: los “góticos”. La Loma del Ángel era una pequeña muestra del tejido social de Cuba hasta que llegaron los “Barbudos” o los “Reyes Magos” en enero de 1959. Todo cambió: Melchor, Gaspar y Baltazar se robaron la diversión. Desapareció toda la alegría de los niños, la infancia se militarizó. En ese ambiente violento creció Manuel Pereira.
En el cuento “Una bronca por un peso” –quizás el más divertido- don Coliseo busca por todos lo medios que su hijo no se convierta en un “niño gótico” y trata de alejarlo de las influencias de su esposa gallega Numancia, que era “gótica” por naturaleza.

Don Coliseo sabía que la única forma de que Joaquín sobreviviera a las bandas peligrosas que controlaban las calles era enseñarlo a pelear. Así que un día cualquiera le propuso: “¿Ves a aquel negrito que está parado en la esquina? Te doy un peso si te fajas con él”. ¡Su padre nunca le había dado un peso! Un peso equivalía a veinte Coca-Colas… Como no aceptó, don Coliseo se acercó con el negrito “El Churri” y le hizo la misma oferta. Sin pensarlo, agarró la moneda y se lanzó contra Joaquín, que irremediablemente tuvo que contestar a los “trompones”.
“Mi papá lo hizo porque quería que aprendiera a pelear. Sabía que en ese barrio había que tener capacidad de defensa. Era un barrio portuario que implicaba marinería, prostitución, bares y delincuencia. Esa es la condición de los puertos y genera una atmósfera de violencia que impregna a la juventud. La estás respirando desde que naces”.
-El escritor Guillermo Espinosa Estrada dice que idealizamos nuestra infancia para sobrellevar el presente infernal, ¿cómo fue el proceso de escribir estos “cuentos autobiográficos”?
Es un libro de cuentos sobre una pandilla de muchachos. Todos queríamos ser boxeadores, Tarzán, Superman, estábamos locos y vivíamos un ambiente de violencia tremenda: cadenas, palos con clavos, armamento medieval, púas, nos tirábamos piedras, rompíamos vidrios, robábamos todo lo que podíamos como chocolates, lápices y sacapuntas. Eso éramos, niños traviesos y alegres y muy locos. Siempre estábamos en el Malecón nadando. El Malecón es una zona rocosa, y nadábamos en unas pocetas. Era un lugar fabuloso para pasar el día. Casi no íbamos al colegio, nos fugábamos. Era más atractivo estar ahí o ir al barrio de las prostitutas, no podíamos hacer nada porque éramos niños, pero por lo menos las veíamos. Esa era la infancia y todo eso desaparece cuando triunfa la revolución en 1959. Llegan los “Barbudos” o los “Reyes magos”. Todo cambia en ese momento para bien y para mal. En el libro tenía un interés de destacar eso, de matizar. Todo lo que hizo la revolución no está mal, hay cosas que están bien.
-Sin embargo, el sabor que queda al terminar “Mataperros” es  que la Revolución Cubana se robó la diversión…
Hay una especie de frustración, pero por otro lado desaparecen las bandas rivales, porque había pandillas muy peligrosas en los barrios. Había calles que no podía cruzar porque me lanzarían unas bofetadas y me iban a dejar muy mal parado, eso desapareció. Son las cosas buenas. Pero se esfuma toda la alegría de la infancia. Lo que hace la revolución es militarizar a los jóvenes y a los niños. ¿Cómo? A través de programas sociales y campañas de justicia social como las alfabetizaciones. También hay que cosechar el café y la caña de azúcar. Los americanos nos quieren invadir, pues cursos de artillería. Todo eso produce una atmósfera de militarización y esos jóvenes desaparecen, yo también. Esas fotos se desintegran. Es un momento de la vida congelado en el tiempo. Yo quiero que sea un libro bisagra entre los últimos años de Batista y los primeros de Castro.
-¿Cómo fue la desaparición abrupta de clases? Porque ya no hay “góticos”, “bitongos” o “mataperros”…
Todo se uniformiza a la baja. Casi todos somos “mataperros”, todos somos pobres. Ese es el problema del igualitarismo comunista, nunca te aclara que tipo de igualdad va establecer. Por eso hay que ser muy exigentes con los políticos cuando empiezan a hacer sus promesas. Si la igualdad va a ser la pobreza, no me interesa. Es un mal negocio. Es cambiar “la vaca por la chiva” como decimos en Cuba. En el capitalismo, por lo menos los pobres, tienen la posibilidad o ilusión de tener un ascenso social, ya sea a través de la lotería o robando, tienen una ilusión. Pero en el comunismo planificado esa ilusión desaparece y sabes que vas a ser eternamente pobre, eso es horrible. Quitarle al ser humano la ilusión, el capricho. En Cuba no hay hambre, en Cuba lo que no hay son caprichos. La crisis es de caprichos. Todo mundo come una cantidad de proteínas al día que permite que esté viva, no hay cadáveres en las calles como en Nueva Delhi. Hay una crisis de caprichos: si tú quieres comer un filete de cerdo en lunes, pues no puede ser porque resulta que el racionamiento que te toca es un huevo. Tú no tienes derecho de ejercer el capricho. Eso lo puede hacer un pobre aquí en México. Eso desaparece en el comunismo y es gravísimo. Porque al desaparecer el derecho al capricho está desapareciendo la diversidad y eso tiene un reflejo en otros aspectos políticos, culturales, intelectuales. Es espantoso.

-¿Su infancia fue feliz o infeliz?
Es muy difícil saberlo. Es difícil tener una opinión total hacia una dirección: feliz o infeliz. No sé, tuve días infelices y otros felices. Fue una infancia dichosa porque tenía el amor de mis padres. Eso me hacía distinto de esos muchachos porque ellos no sabían ni siquiera quiénes eran sus padres. Eso es terrible, no saber quién es tu papá y tu mamá. Eso es espantoso mi amigo, el punto de vista síquico es tremendo. Yo sí sabía quiénes eran. La fotografía de la portada del libro la tomó mi papá, por ejemplo. Estaba con los “Mataperros”, pero siempre sentía la presencia de tres adultos que eran mi papá, mi mamá y mi abuela. Y eso me daba fortaleza.
-El cuento “Macao” es una grata sorpresa: pasó de ser jefe de la pandilla del Barrio de Colón a estudiante de pintura en la Academia de Bellas Artes…
Eso fue bueno. Trato de ser justo porque hay muchos cubanos llenos de dolor y amargura. Yo los entiendo, sobre todo los que están en Miami que son viejos como yo. Porque les fusilaron a algún familiar, estuvo preso el hijo por 20 años, les quitaron un negocio. A mí no me quitaron nada y por eso no tengo esa amargura, pero entiendo que otros la tengan. Por eso soy capaz de darme cuenta de que pasaron cosas buenas también. Hubo cosas positivas: un negrito delincuente quiere ser de pronto artista y tiene acceso a una escuela de arte, esa es una bondad de la revolución. Trato de ser equilibrado. Yo soy un exiliado, estoy en contra de Fidel Castro, que quede claro, pero dentro de eso hay que reconocer algunas verdades históricas. Porque si no volvemos a caer a la eterna trampa: negar la historia y entonces siempre estamos comprometiendo el futuro. Creo que eso es el papel del escritor, no sólo es un señor que escribe historias divertidas para leer en el tren o en el avión, también es un señor que tiene que tener una conciencia social y conciencia histórica. Yo creo en eso.
-¿Qué le pasará a Cuba cuando muera Fidel Castro?
No soy adivino, pero supongo que Cuba volverá a ser lo que nunca debió dejar de ser: un pequeño país tropical lleno de música, color y carcajadas, exportador de azúcar, café, tabaco, flores y frutas, con entradas masivas de turistas -sobre todo procedentes de EUA-, con una economía de servicios y sin desmesuradas ambiciones napoleónicas que sólo traen distribución igualitaria de la miseria y mucho dolor. Cuba será entonces como cualquier otra isla caribeña, como Puerto Rico, Guadalupe, Trinidad y Tobago, Martinica… Un pueblo unido, sin un desgarrador exilio de casi dos millones de personas, sin divisiones clasistas, ni odios, sin pena de muerte y sin ese anti-imperialismo tan falso como exagerado que no es más que envidia. Lo que le hace falta a Cuba es una cura de humildad, que se le bajen los humos, que deje de sentirse el ombligo del universo, que ocupe de una vez su verdadero lugar en el concierto de las naciones. Volverán la economía de mercado y la libre empresa, con sus ventajas y sus desventajas. Por sus dimensiones y posición geográfica, Cuba podrá permitirse un gobierno lo más pequeño y barato posible, no necesitará fuerzas armadas, ni tampoco un aparato de seguridad del Estado, que son tan costosos, ni tantos ministerios, ni un cuerpo diplomático tan numeroso. Con todo ese dinero que se ahorrará, la isla podrá conservar, e incluso mejorar, algunas conquistas de justicia social para los más desfavorecidos: sanidad y educación gratuitas, por ejemplo. Eso bastará para garantizar la paz social.
José Martí y México
Manuel Pereira no deja de contar historias, está ocupado escribiendo alguna reseña literaria o crítica de cine. Actualmente es Director de Difusión Cultural del Instituto Cultural Helénico y siempre está preparando alguna clase literaria o diseñando futuros programas para cursos universitarios. Sus vacaciones son para escribir, no hay descanso ni siquiera sábados y domingos. No ve televisión y no le interesan los deportes.
Al encender otro cigarrillo, recuerda que cuando era niño leía cómics como “El pájaro loco” o “Dick Tracy”, pero su madre leía la Biblia y cosas de Benito Pérez Galdós. Su padre, en cambio, sindicalista y un poco comunista tenía libros de Lenin. Cuando su mamá se enteró de que había robado el libro “Aventuras de un niño irlandés”, avergonzada, hizo ahorros inimaginables y le compró toda la colección de Verne. El pequeño enloqueció tanto que se hacía pasar por el escritor francés y se autografiaba sus libros: “Para Manolín Pereira, de su amigo por siempre Jules Verne”.
A sus 63 años, el discípulo del escritor José Lezama Lima dice que aún se carcajea por aquella frase de José Martí que su padre usó para sacarlo de la estación policíaca.
“Unos diez años después del incidente por el libro de Verne, ya me había leído las obras completas de José Martí, que son unos 20 tomos. Estaba buscando la cita y no la encontré. Hablé con especialistas de la obra de Martí y no sabían nada. Le dije a mi padre donde había sacado esa cita: ‘me la inventé chico, me la inventé’, jejeje. Es bellísimo porque pudo haberlo dicho Martí. Mi padre dio un chispazo de ignorancia. Era un hombre con una formación tan precaria que no había hecho el sexto grado. La otra parte sí es real: ser culto para ser libre. Empalmó una cita real con una apócrifa. Lo cual le da más valor a la apócrifa”.
-¿Cuál fue la motivación real de su exilio y por qué escoger a México para vivir?
Cuando empezó la Perestroika y la Glasnost en la Unión Soviética me entusiasmé mucho, pensando, ingenuamente, que el gobierno cubano haría algo parecido, o sea, que llevaría a cabo profundas reformas económicas y brindaría mayor transparencia informativa (o lo que es igual, que habría menos censura en los medios). Pero no fue así, sino todo lo contrario. En 1988 renuncié a mi cargo de agregado cultural en la UNESCO y regresé a Cuba porque mi padre estaba ya muy enfermo y yo quería asistir a sus últimos días. Mientras tanto, Fidel Castro se atrincheró en una especie de pureza ideológica, quiso ser más papista que el Papa, o sea, más comunista que la mismísima madre Rusia. Por si fuera poco, en julio de 1989 fusilaron al general Ochoa y a otros tres militares de alta jerarquía. Viendo tan lúgubre el panorama, decidí hacer las maletas e irme para siempre. Mi primer destino fue Alemania (recién derrumbado el Muro de Berlín), luego fui a Francia, después me instalé largamente en España y hace siete años llegué a México. ¿Por qué México? Me cansé de Europa y de la falta de trabajo en España, me cansé de la soledad y la frialdad europeas, por eso vine a México, buscando una cercanía geográfica y emocional con Cuba, buscando una idiosincrasia más parecida a la cubana, además, aquí tenía amigos y una sobrina. Ya Europa no tenía nada que enseñarme.
En “Mataperros” Manuel Pereira tuvo que recurrir a su memoria y pareciera que ésta no lo traicionó, pues sus cuentos están llenos de vida y de buena nostalgia. Describe detalladamente los barrios y las tiendas; recuerda rostros y diálogos con sus amigos que pensó se habían quedado en el malecón, pero que reviven gracias a su memoria fotográfica. Sin embargo, dicen que el recuerdo de las cosas pasadas no es necesariamente el recuerdo de las cosas tal y como sucedieron.
––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– 

LLEVA MANUEL PEREIRA AL LECTOR A LOS AÑOS
DE SU INFANCIA EN LA HABANA
EL INFORMADOR
Ciudad de México / 25 Mayo 2012

El novelista, periodista y ensayista cubano Manuel Pereira, discípulo de Lezama Lima, escribió un libro sobre una banda de niños pobres, él entre ellos. El escenario, una comunidad portuaria de La Habana Vieja de 1957 a 1961, donde eran los "Mataperros". 

"Yo era muy mal estudiante y tenía muchos problemas en la escuela. Me escapaba y me iba al malecón a nadar y al parque a tirar piedras, jugar béisbol y a subirme a los árboles. De niño yo no tenía ni la menor idea de que con el tiempo me convertiría en un escritor, en un intelectual", mencionó sonriente.

Luego se dijo feliz "por la realización artística a través de este libro, que me costó mucho trabajo y tiempo. No son cuentos escritos en días o semanas, los he trabajado durante seis años. Hay un trabajo artesanal, casi de orfebre", dijo el escritor nacido en La Habana Vieja, en 1948, donde pasó años radiantes.

 El mote con el que se conoció al grupo de infantes es el que da nombre a la publicación, y con ese motivo el autor dijo que "hacíamos travesuras, rompíamos vidrios, y a veces robábamos", y comentó que escribió "con la memoria", porque él estuvo ahí. "Es como una nostalgia, pues la memoria es la arqueología de todos nosotros".

 Mencionó que se trata de una serie de textos cortos, todos confeccionados de una manera entrañable, los cuales han sido escritos desde el alma y la memoria, por eso, advirtió, "el lector ideal es quien tiene una mediana cultura general. Mi público es el joven de preparatoria y todos los universitarios".

El libro es memoria y al mismo tiempo ficción. "Como las películas que se anuncian basadas en hechos reales, hay una reelaboración de la memoria, no es la memoria pura, porque entonces sería un libro de memorias o una autobiografía o un libro de testimonios; son relatos y cuentos con ficción", dijo. 

Explicó que en el texto no sólo hay historias de él, también las hay de amigos, que él no presenció pero de las que oyó hablar y que, por su valor histórico y su perfil de semblanza de personajes entrañables de esos años previos a la Revolución Cubana y los primeros tras su triunfo, los ha metido en este libro.

 Ganador del Premio Iberoamericano de Relatos Cortes de Cádiz, España, Mataperros es un libro muy intelectual, no comercial ni en la línea editorial de las sagas que han llegado de algunas naciones europeas o de Estados Unidos, advirtió el entrevistado.

"Es otro tipo de literatura, porque yo no me muevo en la literatura del best seller, más bien estoy en la línea del” long seller", aclaró Pereira.

 Detalló que "el best seller es el libro que se vende muy bien durante cinco años y luego se olvida, el “long seller” es el libro que se lee durante 100 ó mil años pero se vende muy mal cuando hace su aparición. Es decir, el “long seller” tiene más tiempo de vigencia; así, yo trabajo convencido para el “long seller".

 De buen talante y afable en su hablar, el escritor subrayó que tales son sus intensiones de escritor, pero "si lo consigo o no, eso ya es otra cosa, que lo digan los críticos especializados y el tiempo, que es el juez supremo, pero mi intensión no es hacer best sellers porque no va de acuerdo con mi formación".

 Reconoció que la sociedad actual, en todas las latitudes del planeta, "está estructurada de tal manera que lo más probable es que el chofer del taxi, la mesera o el lavador de autos no me lean nunca, ¡Me encantaría!, pero creo que mis libros están inscritos en una línea editorial que no es muy comercial".

 Pereira, quien en 1991 salió definitivamente de la isla cubana y se convirtió en un viajero infatigable, ha recorrido grandes ciudades del mundo como Berlín, París, Madrid, Barcelona, Nápoles, Nueva Delhi, el Cairo, Túnez, Marruecos y la Ciudad de México, donde ahora se encuentra para realizar la promoción de su más reciente obra.

––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– 
EL ESCRITOR CUBANO MANUEL PEREIRA 
PRESENTARÁ EN MÉXICO SU LIBRO 
MATAPERROS
El libro de cuentos que en 2006 le hizo merecedor del Premio Internacional Cortes de Cádiz, aparece ahora publicado por la editorial mexicana Textofilia
CUBAENCUENTRO
Madrid / 28 Mayo 2012

El novelista, periodista y ensayista cubano Manuel Pereira, presentará el próximo 1 de junio en México una nueva edición de Mataperros, un libro sobre una banda de niños pobres cuyo escenario no es otro que una comunidad portuaria de La Habana Vieja de 1957 a 1961.

El libro de cuentos que en 2006 le hizo merecedor del Premio Internacional Cortes de Cádiz, aparece ahora publicado por la editorial mexicana Textofilia.

Sobre Mataperros —una colección de narraciones en las que Pereira evoca un tiempo desaparecido en el barrio habanero de la Loma del Ángel— conversó brevemente el escritor cubano con la agencia Notimex.

“No son cuentos escritos en días o semanas, los he trabajado durante seis años. Hay un trabajo artesanal, casi de orfebre”, dijo el escritor nacido en La Habana Vieja, en 1948, donde pasó años radiantes.

“Yo era muy mal estudiante y tenía muchos problemas en la escuela. Me escapaba y me iba al malecón a nadar y al parque a tirar piedra, jugar béisbol…”, recuerda Pereira.

El mote “mataperros” con el que se conocía al grupo de niños que lo acompañaban en esas andanzas, es el que da nombre a la publicación: “hacíamos travesuras, rompíamos vidrios, y a veces robábamos”, asegura su autor, que añade que escribió los relatos “con la memoria”, porque él estuvo ahí.

“Es como una nostalgia, pues la memoria es la arqueología de todos nosotros”.

El escritor señala que se trata de una serie de textos cortos, todos confeccionados de una manera entrañable y escritos “desde el alma”.

El libro es memoria y al mismo tiempo ficción. “Como las películas que se anuncian basadas en hechos reales, hay una reelaboración de la memoria, no es la memoria pura, porque entonces sería un libro de memorias o una autobiografía o un libro de testimonios; son relatos y cuentos con ficción”, dijo.

En la entrevista Pereira explica que en el texto no solo hay historias de él, también las hay de amigos, algunas que no presenció pero de las que oyó hablar y que, por su valor histórico y su perfil de semblanza de personajes entrañables de esos años previos a la Revolución Cubana y los primeros tras su triunfo, los ha metido en este libro.

Pereira, quien en 1991 salió definitivamente de la Isla y se convirtió en un viajero infatigable, ha recorrido grandes ciudades del mundo como Berlín, París, Madrid, Barcelona, Nápoles, Nueva Delhi y la Ciudad de México, donde ahora se encuentra para realizar la promoción de esta obra.
Entre sus obras publicadas se encuentran El Comandante Veneno (La Habana, 1977), El Ruso (Letras Cubanas, La Habana, 1980), Toilette (Anagrama, Barcelona, 1993), Mataperros (Cuentos. Premio Internacional de relatos Cortes de Cádiz, Algaida, Sevilla, 2006), Insolación (Diana, Ciudad de México, 2006), y Un viejo viaje (Textofilia, Ciudad de México, 2010).

La presentación de esta nueva edición de Mataperros tendrá lugar el viernes 1 de junio a las 19:00 horas en el Centro Cultural Bella Época del Fondo de Cultura Económica, en México DF.
–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––  

junio 01, 2012

"MATAPERROS", UNA CONVERSACIÓN CON MANUEL PEREIRA


MATAPERROS
UNA CONVERSACIÓN CON 
MANUEL PEREIRA
Carlos Olivares Baró entrevistando a Manuel Pereira.

Manuel Leonel Pereira Quinteiro (La Habana, 1948) es un viajero literario incansable. Peregrinación que asume en los riesgos de una escritura que se abalanza sobre las rendijas de la reminiscencia para entregarnos un cosmos desbordado de insólitas trasnominaciones iconográficas. El Comandante Veneno (1977), exploración por la aventura de la campaña de alfabetización en la Sierra Maestra de Cuba, 1961 (“Esta es la novela que me hubiera gustado escribir sobre Cuba”, dijo sobre ella Gabriel García Márquez); El Ruso (1980), ronda, revisión política, que se convierte en una suerte de indagación de los entusiasmos juveniles que despertó la revolución de Fidel Castro; Toilette (1993), periplo, marcha alucinada y extravagante en busca de un retrete que se vislumbra en El Jardín de las delicias de El Bosco; Insolación (2006), itinerario de la tragedia cotidiana —desvalorización humana y moral de la Cuba castrista— que desemboca en el periodo especial desde la mirada del joven Joaquín Iznaga que se niega a aceptar una beca del Comandante. Cuatro novelas de pujas autobiográficas que son viaticu, camino, andanzas: testimonio de las mutaciones y acosos padecidos por varias generaciones de cubanos.
Pereira es un novelista de casta. Desde los años 70 se empeñó en un proyecto narrativo de absoluto rigor. Nunca olvido sus premuras y afanes, su disciplina. “La literatura es un destino, una encrucijada, un derrotero. Aquí te entrego El Ruso, pero esto no termina. Ya tengo la que sigue, El 231, en la que trataré el tema del servicio militar y así completar una tetralogía que cuenta hasta cierto punto, mi formación, un poco de mi vida, mis avatares…”, me dijo en conversación que mantuvimos mientras caminábamos por San Juan de Dios, La Habana Vieja, hace muchos años.
Un viejo viaje (Textofilia Ediciones, México, 2010) —muy bien acogida por los lectores y la crítica en México (“Esta novela recoloca a Pereira en donde siempre debió estar: en la vanguardia de la literatura latinoamericana contemporánea”, Eliseo Alberto)—, aborda las encrucijadas del alucinado protagonista de Toilette, el pintor Lucio Gaitán, quien reaparece “extraviado entre la selva y el zoológico”, en el vestíbulo del aeropuerto de Barajas: “bolsa salchicha en bandolera y dos maletas abultadas como cadáveres inflados de fuegos fatuos”. Después de transitar por comarcas demoníacas y placenteras —y en fuga fantasmagórica: entradas y salidas del tríptico de El Bosco—, Lucio Gaitán se enfrenta a la disyuntiva de “si debía o no subir el avión de regreso a La Habana”.
“Pertenezco a una generación muy acusada. Me interesa el carácter, la sicología de esa generación… la fase utopista, sueño e idealismo, Unión Soviética y periodo especial: el proceso cubano es mi tema; siempre estoy escribiendo sobre eso”, ha dicho muchas veces el autor de Biografía de un desayuno (2008).
Acaba de aparecer en México la segunda edición de su libro Mataperros (Textofilia, 2012), cuentario galardonado en 2006 con el Premio Iberoamericano de relatos Cortes de Cádiz, España. Lo busqué en las rutas del Instituto Cultural Helénico de la capital mexicana —donde se desempeña como Director de Difusión Cultural y Relaciones Públicas— y la Universidad Iberoamericana, lugar en el que imparte clases de historia del arte y literatura. Siempre posponíamos la entrevista por sus tareas de funcionario o por faenas docentes impostergables. Una tarde lo encontré en la librería Bella Época del Fondo de Cultura Económica del D.F., hablando de mitología y cine, dos pasiones que también cultiva con desvelo: François Truffaut, Alain Resnais, Godard, Chabrol, Glauber Rocha, el neorrealismo italiano, Bergman, Fellini y Buñuel se empalmaban con pasajes de Proserpina, las Moiras, Narciso, Sísifo, las Gorgonas y Hades. Pongo a disposición de los lectores de CUBAENCUENTRO la conversación que, al fin, pude sostener con él.
Veo en Mataperros visos enmascarados de novela en la modulación del narrador en tercera persona (estilo indirecto flaubertiano), en la confluencia de los personajes, en los escenarios concurrentes, en la intermitencia temática… El lector cierra la última página con las huellas que impregna una novela, no un libro de cuentos. Coméntame esa duplicidad genérica presente en este libro.
Manuel Pereira (MP): Ya desde La Celestina los géneros se están mezclando. La técnica inventada por el gran Flaubert me permite una gran libertad, casi jazzística, para ir combinando, improvisando y creando lo que llamas “duplicidad genérica”. Por otra parte, estos cuentos se desprendieron de una larga novela titulada Insolación. A medida que yo la trabajaba, iba quitando lo que consideraba accesorio. Más tarde, revisé ese material sobrante, y ya lo iba a desechar cuando, de pronto, descubrí que aquí y allá fulguraban en bruto algunas perlas narrativas. Las retoqué y con ellas engarcé los abalorios de Mataperros. Estos cuentos son como diminutos planetas que giran alrededor de ese inmenso sol que es Insolación. Por eso tu olfato literario te dice que en este libro hay una “novela enmascarada”.
El voceo relator recurre a la gradación de la crónica y a las especulaciones del ensayo. Estamos en presencia de un texto que rompe contantemente con los cánones: suerte de collage, presentación de un cosmos que es índice iconográfico de La Habana pre castrista y, asimismo, de los primeros años de la Revolución del 59. Explícame esa concepción del manejo del tempo, develada en el ánimo del relator. (No tienen las mismas inflexiones el habla elocutiva de las narraciones de antes del 59 que las historias que ocurren en los primeros años de la Revolución.)
MP: Ese cambio de tono se debe a la drástica transformación experimentada por el país después de 1959. La mirada del narrador-cronista se vuelve más crítica a partir de esa fecha, mientras que antes del 59, la dicha y el candor infantil todavía impregnaban su voz. Mataperros es un díptico que funciona como una doble bisagra, ya que la acción transcurre en dos momentos de transición. Por un lado, asistimos al tránsito de la niñez a la adolescencia y, por otro, presenciamos el final de la dictadura de Batista y el inicio de la castrista.
Folios marcados por la nostalgia. Narrador omnisciente: testigo que pondera los gestos y desconciertos de Joaquín Iznaga frente a su padre, Coliseo, fotógrafo-camarero. Fábula que subraya algunos elementos de la novela de formación sentimental desde apuntes de las antagonías ideológicas que se producirán en el seno de la familia cubana en los 60, retratadas en las peleas de Coliseo y Numancia (madre de Joaquín). Podría abundar un poco sobre esa problemática presente en la familia cubana.
MP: Desgraciadamente ese agón en la familia cubana no ha terminado. Lo peor que nos ha sucedido en los últimos cincuenta años ha sido la división o la separación familiar. Todo lo demás se podrá arreglar más tarde o más temprano, pero la tragedia familiar, ya no tiene remedio. Todas esas tumbas alejadas en las dos orillas del estrecho de la Florida, el cementerio marino que se extiende entre Cayo Hueso y Cuba… es algo irreparable. Todos esos muertos separados, que quisieran reposar juntos en la misma tierra que los vio nacer, tienen la metempsicosis trastornada. A veces imagino un futuro tráfago de huesos en barcos y aviones hacia Cuba. Con todas las lágrimas derramadas por los cubanos durante medio siglo podría fabricarse un océano tan abrumador que si hubiera un tsunami no quedaría nada vivo en la faz de la Tierra.
Recreación del habla habanera: “perforo cortante”, “guapería”, “fajazones”, “bayúes”, “estrallón”, “chivichana”, “cabillazo”, “jabao”, “garnatones”, “bayoya”, “postilla”, “sopapos”, “matahambres”, “bemba” “guillados”, “tropelaje”, “voysinfreno”, “guagüita”, “bulla”, “pingúo”, “mandangas”, “guayabito”, “vitrola”, “tizón”, “macao”, “galleguismo”, “azuquita”, “entalcados”…: erizado inventario de términos, idiolecto muy exclusivo. ¿El habla como consonancia y urdimbre (maniobra) para hacer literatura?
MP: A pesar de haber vivido tanto tiempo en Francia, en España y ahora en México, mi lenguaje sigue siendo ciento por ciento habanero. La lengua es nuestro pneuma, un arcano que se adquiere o se desarrolla en la niñez. Dado que los protagonistas de este libro son niños, lógicamente ese tesoro lexical que enumeras recorre como un soplo de susurros estas páginas.
¿Mataperros o el preludio, la proporción futura de El comandante veneno (1977), El Ruso (1980), Toilette (1993), Insolación (2006)…?
MP: A medida que mi obra evoluciona percibo, cada vez con mayor claridad, que estoy levantando —ladrillo tras ladrillo— un único edificio narrativo, una catedral de la memoria habitada por tres personajes recurrentes: Joaquín, Lucio y Leonel.
Creo que si hacemos una ordenación de tu obra, Mataperros sería tu primer libro, a pesar de haberse publicado en 2006 a raíz del Premio en Cádiz ese año. ¿Mataperros estaba en tu cabeza antes de El Comandante Veneno o fue forjado después de tus novelas?
MP: En mi cabeza lo primero que surgió en 1972 fue El comandante Veneno, una narración que salió casi entera de mi “Diario de Campaña de Alfabetizador”, un cuaderno que siempre me acompaña y que consta de 98 páginas escritas a lápiz por mí a los doce años. Ese Diario contiene en potencia todo mi quehacer literario, no solo lo hasta ahora publicado, sino también lo que me falta por escribir. A partir de esos garabatos infantiles mi obra se ha ido expandiendo en una especie de Big Bang… 
Hay una viñeta, “Azogados” —me parece uno de los momentos más hermosos del libro— de corte totalmente borgesiano y ciertos guiños con Felisberto Hernández. Un pequeño poema en prosa: suerte de pausa íntima del personaje central de estos capítulos (cuentos) de una novela triste y alborozada. ¿Contrapunto en las aristas estructurales de una pieza de jazz en tiempo de bebop?
MP: Me alegra mucho que hayas captado la secreta estructura musical de este libro. Por si fuera poco, también descubriste el cuento clave de esta colección de relatos. “Azogados” es el punto matemático cero, es esa singularidad que desencadena el Big Bang. Paradójicamente ese cuento fue escrito mucho después de mis primeras ficciones publicadas, lo cual no tiene mayor importancia, porque en esta poética cuántica el orden de los factores no altera el producto y la flecha del tiempo puede volar al revés, o quedarse detenida en el aire, como en una aporía eleática.
Narrador de voz múltiple que hace las crónicas de las “Espaldas entalcadas”, “Perforo cortante”, “Crónica roja” o “Despaisajado”… ¿Recreación estilística del Manuel Pereira de Cró-nicas (1981)?
MP: No había reparado en esa correspondencia con Cró-Nicas. Me dejas pensando. Aquel fue un libro escrito de prisa, en tono de crónica o reportaje. Lo que pasa es que con tanta censura en la prensa, algunos hacíamos un periodismo poético. En efecto, puede que los cuentos de Mataperros transmitan algo de esa urgencia casi telegráfica, aunque destilados en un registro más literario, alejados de la efímera inmediatez que impone el oficio informativo.
Guillermo Cabrera Infante hizo la crónica de La Habana: bolero, pachanga, luces, cabaret, salas de cine, las guaguas, padre, lentejuelas, soliloquio, el parque central, santería, solares, el mundo de los músicos populares, perorata de la gente común… Tú, sin embargo, has realizado el itinerario, el memorándum, de un microcosmos impar en el que un grupo de muchachos actúa y testifica fajazones, burlas, improntas revolucionarias, aparición de barbudos, toques de tambores, formación de milicianos, jolgorio y carnaval. Veo ciertas trasnominaciones en los ecos de Mataperros con Tres triste tigres y La Habana para un infante difunto. ¿Qué piensas de mi lectura, estás de acuerdo?
MP: La novela de Cabrera Infante que más me impactó fue La Habana para un infante difunto, principalmente por sus recreaciones de los solares de un barrio colindante con el mío. Entre él y yo había una diferencia generacional de veinte años, por eso no conocí mucho el mundo nocturno descrito en TTT, si acaso asistí a sus últimos coletazos. Sin embargo, es posible que existan esos ecos que tú barruntas. Los caminos de la genética literaria son inescrutables.
Niños bitongos, niños góticos y mataperros… Blanquitos y negritos. Pandilleros y matarifes. Tierno/práctico (Coliseo); gallega/gótica/sorda/costurera/tierna (Numancia); guapetón/protector (El Chama); pícaros/vividores… ¿Disección metafórica del entramado social de la Cuba Republicana?
MP: Por supuesto, todo ese desfile de personajes constituye una biopsia del tejido social y económico de La Habana de aquel tiempo. Creo que ese mismo tejido ya está reapareciendo en estos momentos y se impondrá en los próximos cinco años con la fuerza impetuosa de un atavismo.
¿No te parece que el último relato, “No todo lo que brilla es oro”, sobra?
MP: Tienes razón. Ese relato no figuraba en la versión original (edición española) de este libro, pero a mi editor mexicano le gustó mucho y me pidió incluirlo, a guisa de coda, en un contexto epocal algo posterior. Decidí complacerlo.
Ironía, añoranza, procacidad, venturas y ensueños infantiles en una novela embozada como cuentario, que mucho le debe a la picaresca española (El Buscón, Lazarillo, Guzman de Alfarache…). ¿En la narrativa cubana contemporánea están ausentes esos tonos? ¿Qué piensas al respecto?
MP: No conozco suficientemente a fondo la narrativa cubana actual como para expresar una opinión seria. Pero me parece que siendo Cuba tan hija de España (para bien y para mal), la picaresca es una herencia inevitable. Durante las etapas del Realismo Socialista (o literatura “comprometida”) que padecimos en las décadas 70-80, la picaresca casi desapareció en las letras cubanas. Se pusieron de moda las novelas con temas fabriles de corte más o menos soviético, libros dedicados a la Zafra de los Diez Millones, novelas policíacas o de espías… En El comandante Veneno yo intenté revivir la picaresca a través del tratamiento desenfadado e irreverente del asunto y de los personajes, razón por la cual me busqué más de un problema con altos oficiales del ejército y con funcionarios del Instituto Cubano del Libro. Muchos ignoran que a esa novela le arrebataron un premio, fue acusada públicamente de “pornográfica” y estuvo tres años y medio engavetada en una oficina del MINFAR.
La escritura como obsesión, destino, acabamiento, azar recurrente. ¿Qué proyecto tiene en la cabeza el incansable Manuel Pereira?
MP: Hace una semana terminé un libro de ensayos que espero publicar este año. El ensayo es un género que cada día me interesa más, porque moviliza ideas obligando al lector a pensar, a ser más inteligente, que es lo que hace falta en esta época de tanta indigencia intelectual. Por lo demás, hace tres días retomé una novela en barbecho —llevaba dos años estancada— y ahora avanza viento en popa.
Comenzamos a las 6 de la tarde y terminamos a las 10 de la noche. Una luna redonda, inmensa —ojo de azogue en el cielo—, se entrometió en la charla: salimos a mirarla. Pereira seguía hablando: desbocado, temperamental, labia febril arrolladora… Me dedicó Mataperros y me dijo: “Si te vas a referir a la foto de portada, te informo que la tiró mi padre en 1957 en el litoral rocoso del malecón habanero. Aparezco yo —tercero al frente, sacando pecho y enseñando costillas— con mis amigos mataperros bañándome en una poceta”.


(*) Publicado en el diario digital Cubaencuentro el 1 de junio del 2012. 
Publicada también en la revista SIEMPRE del 17 de junio del 2012