diciembre 09, 2015

El Carretillero de Andrés

EL CARRETILLERO DE ANDRÉS
Por Manuel Pereira
Entre los amuletos que me acompañan en la travesía del desierto, atesoro una caricatura inédita de Andrés. Fechada en 1960, representa a un carretillero pregonando sus frutas y profetiza el canto del cisne de los vendedores ambulantes abolidos durante la “Ofensiva revolucionaria” de 1968.
Aparte de ser una reliquia del humorismo gráfico cubano, también parece preconizar el lento itinerario hacia la “economía del chinchal” ensayada por el raulismo.
Probablemente es un boceto de Andrés para alguna de sus fascinantes portadas en la revista Carteles que dejó de circular en el lejano 1960.
Durante 25 años he dialogado con los sensuales trazos de esta imagen, como en un conjuro fantasmal para invocar la economía de mercado, porque lo que mueve el pincel de Andrés es la mano invisible de Adam Smith. Mientras más contemplo su intenso colorido, más deviene una alabanza a la libre competencia, una apología de la propiedad privada y un agasajo a los emprendedores. Este alegre homenaje a la ley de la oferta y la demanda exaspera tanto a los ingenieros sociales, los utopistas, los demagogos y los comunistas que sería impublicable en la prensa cubana actual.
El magnífico Andrés García Benítez fue amigo de mi familia. De mi madre heredé esta joya arqueológica. Creo que fue en 1957 cuando ella me llevó al Taller del escultor Tony López, en Galiano, donde conocí a Andrés. De allí salió mi mamá con una copia del busto de Nefertiti que por entonces adornaba las vidrieras de “Fin de Siglo”, donde ella trabajaba como modista.
En 1966 Andrés inició un periplo por España y Puerto Rico. Regresó a los 65 años, ya ninguneado, para morir en su Holguín natal. Lo primero que muere cuando triunfa la utopía es el sentido común. Lo segundo, es el sentido del humor. Más que cualquier otra forma artística o intelectual, la caricatura es la que más se resiente bajo los regímenes fanatizados, porque su naturaleza consiste en satirizar y deformar rasgos. Nada es más corrosivo que la ironía y eso no lo soporta ningún Totalitarismo.
En la Alemania nazi ejecutaban a los llamados “graciosos” sólo por hacer chistes contra Hitler. En la Rusia estalinista no se publicaban caricaturas del Zar Rojo. En 1945, por llamar “bigotudo” a Stalin, Solzhenitsin fue encarcelado. En la España franquista también estaban prohibidas las caricaturas del Caudillo y algunos dibujantes, como Escobar, fueron encarcelados. En la Italia de Mussolini, la lupa de la censura y la marcialidad fascista se impusieron pese a ser un pueblo tan jovial.
Fidel Castro no tiene sentido del humor. Muy pronto se las ingenió para que no le llamaran “El Caballo”, aun tratándose de un apodo encomiástico. En 2014 Juventud Rebelde publicó once caricaturas suyas en un intento por demostrar que no había censura al respecto. Dos son anteriores a 1959 (sin barba), otras corresponden a los primeros años de su gobierno, todas muy complacientes con el retratado. En cualquier caso, once caricaturas para un período de 55 años es demasiado ruido para tan poquísimas nueces.
Jorge Mañach definió el choteo como “un peculio psíquico tropical”. Esa idiosincrasia criolla -descendiente del pitorreo andaluz- ha sido reprimida en la isla desde que llegó el comunismo, que no es más que un intempestivo remedo de la inquisitorial sociedad medieval.
José Martí tenía tanto sentido del humor que nos dejó un autorretrato caricaturesco. Batista tuvo que tolerar que lo ridiculizaran en los periódicos con los dibujos del “Reyecito”.
Hoy, a falta de caricaturas mordaces en los miedosos medios, el pueblo cubano se desahoga inventando casi a diario chistes susurrados contra el régimen. Parte de nuestro humor está asociado al pregón que ha producido tanta fortuna musical desde el siglo XIX. Una ciudad sin pregones de ambulantes no vibra, es un cadáver insepulto, pues le faltan esos latidos que sólo pueden emanar de un tejido comercial vivo y dinámico, como el que se aprecia en México.
Ojalá pronto la caricatura de Andrés se transfigure en una realidad palpitante, sin multas exorbitantes ni impuestos leoninos, sin inspectores voraces ni confiscaciones de mercancías, sin policías acosando a los carretilleros para que no permanezcan parados en el mismo lugar. Cuando esa pesadilla desaparezca, entonces, y solo entonces, el carretillero de Andrés prolongará su pregón hasta alcanzar su máximo esplendor.



noviembre 22, 2015

El Beso Esquimal o el Regreso a la Memoria

EL BESO ESQUIMAL O EL REGRESO A LA MEMORIA
Por Angélica López


(*) Publicado en Siglo Nuevo de Torreón. Año 08. Número 246. 12 Noviembre 2015.

noviembre 12, 2015

La Travesía del Desierto

LA TRAVESÍA DEL DESIERTO
Por Manuel Pereira

Desde la segunda mitad del siglo XX los cubanos somos los judíos del Caribe y el malecón es nuestro Muro de las Lamenta­ciones. Entre otros temas, el asunto migratorio figura en el encuentro entre Raúl Castro y Peña Nieto en Mérida, Yucatán. Dos países unidos por lazos históricos: aquí vivió y murió el poeta José María Heredia, aquí se casó José Martí, por aquí pasaron los políticos Mella, Fidel Castro, Che Guevara. En 1951 Pérez Prado lanzó aquí el “Ruidoso Rico Mambo”, luego vinieron Benny Moré, Celia Cruz, “La Sonora Matancera”, las “Mulatas de Fuego” y, en los años sesenta, triunfó en radio y televisión “La Tremenda Corte” con Trespatines, Nanina y el gallego Rudesindo.
Todos estos ciclones jocosos, musicales y voluptuosos ligaron para siempre a México con Cuba.
Pero el éxodo cubano es una tragedia de dimensiones bíblicas. Si la travesía del desierto de los israelitas se prolongó durante 40 años, la del pueblo cubano dura ya medio siglo, contando desde la primera salida masiva por el puerto de Camarioca (1965), seguida por la estampida del puerto de Mariel (1980) que se reiteró durante la “Crisis de los balseros” (1994).
En 1995 cuando los guardacostas norteamericanos empezaron a devolver a los balseros cubanos interceptados en el Estrecho de Florida, los cimarrones insulares buscaron otras rutas hacia el sur. Empezaron a salir desde Camagüey, por Santa Cruz del Sur, rumbo a las Islas Caimán y Honduras. Incluso entre 2002 y 2004 muchos cubanos viajaron como turistas a Rusia, algunos pedían asilo político en la escala de Barajas y los que llegaban a Moscú la pasaban peor. Unos conseguían documentos para viajar a México a precios astronómicos, otros fueron a parar tan lejos que salieron con libre visado hacia Sao Tomé y Príncipe, en África Occidental.
México como puente hacia Estados Unidos se convirtió en la meta más codiciada. El rastro de “sangre, sudor y lágrimas” más persistente discurre hasta Guatemala dibujando una geografía del dolor que es la prueba palmaria del fracaso de la utopía cubana, pues, como decía Voltaire: “Se ha pretendido en varios países que no le estaba permitido a un ciudadano salir de la nación en que el azar le había hecho nacer; visiblemente el sentido de esa ley es: este país es tan malo y está tan mal gobernado que prohibimos a cada individuo que salga, por miedo a que se vayan todos”.
Esos fugitivos huyendo de la escasez crónica, de la represión, de la falta de derechos humanos individuales y de un futuro desolador, pronto se aglomeraron en Ecuador gracias a las estrechas relaciones ideológicas entre ese país y la isla. El gobierno cubano, como en otras ocasiones, necesitaba una espita para liberar vapor de la caldera y, también, una futura fuente de ingresos en dólares vía remesas familiares. Quito devino el lugar ideal para llegar a México en la larga peregrinación cubana. De allí salen en grupos hacia Colombia, luego Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y MéxicoEl flujo de cubanos que llegan desde Ecuador a Tapachula, estación migratoria en Chiapas, oscila entre 40 y 50 por día. Buscan un salvoconducto para atravesar México como puente hacia la Tierra Prometida.
La diáspora cubana es la más vasta de la historia universal después de la judía en tiempos del cautiverio en Babilonia. Esta dispersión de cubanos errantes ha aumentado y se ha acelerado después del “deshielo” entre Cuba y EEUU incrementándose más aun con el rumor de la inminente derogación de la Ley de Ajuste Cubano. De más está decir que estos peregrinos tropicales se enfrentan a huracanes, tiburones, insolación, naufragios, selvas inextricables, ríos tumultuosos, tráfico de personas, policías y guerrilleros extorsionistas o ladrones…
Este éxodo cubano evoca las más arriesgadas ficciones viajeras: La Odisea, de Homero, el mito de Jasón y los argonautas, La Eneida, de Virgilio; Jonás y la Ballena, Los Lusiadas, de Camôes, Simbad el MarinoRobinson Crusoe, de Defoe, Los Viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, Las aventuras de Arthur Gordon Pym, de Poe;Moby- Dick, de Melville, La esfinge de los hielos, de Julio Verne, la Isla del Tesoro, de Stevenson, El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad y otras obras que no caben aquí.
La realidad cubana supera cualquiera de estas narraciones por muy fantasiosos y exagerados que hayan sido sus autores. En la película Memorias del Subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, el protagonista parafrasea al Che Guevara cuando dice: “Esta gran humanidad ha dicho basta y ha echado a andar… y no se detendrá hasta llegar a Miami”.

(*) Publicado en 14 y medio, el 8 noviembre 2015.

septiembre 07, 2015

Entrevista: Un Ensayista que escribe Novelas

UN ENSAYISTA QUE ESCRIBE NOVELAS
Por Reinaldo Escobar / 14ymedio

Manuel Pereira no nació en Cuba, sino en La Habana Vieja. En su juventud hizo todos los viajes imaginarios que su febril fantasía le proporcionaba. Se hizo periodista y descubrió en el ejercicio de la palabra una vocación obsesionante. Ahora, después de haber conocido medio mundo, se ha establecido en México, donde hace las dos cosas que más le gusta: escribir y enseñar a escribir a los demás.
Recibe en su habitación de trabajo en el DF, rodeado de libros, cuadros y papeles.
Pregunta. ¿Cómo fue su transición de periodista a escritor?
Respuesta. Me inicié en el periodismo en 1969 y de alguna manera lo soy todavía. Mi primer intento serio con la literatura fue la novela El comandante veneno. La escribí entre 1972 y 1974 aprovechando unas guardias absurdas que teníamos que hacer en la recepción de la revista Cuba Internacional. Envié el manuscrito a un concurso literario que convocaba el Ministerio de las Fuerzas Armadas, llamado Concurso 26 de Julio. Lo mandé allí porque el premio a los ganadores era un viaje a la Unión Soviética con un acompañante y yo tenía entonces la ilusión de llevar a mi padre a Moscú a que conociera la momia de Lenin.
Mi padre había sido miembro del partido comunista y entregó el carné en 1948 porque le había nacido un hijo, que era yo, y quería entregarle toda la energía que le dedicaba al partido.
La novela permaneció secuestrada durante tres años en una gaveta de un teniente que casualmente se llamaba Raúl Castro
Un oficial de apellido Reyes Trejo, no recuerdo si capitán o mayor, que era el presidente del jurado, rechazó mi novela porque según él tenía notables influencias extranjerizantes, especialmente de García Márquez, que en esa época no era amigo de Fidel Castro y aparecía en una especie de lista negra donde estaban todos los intelectuales que habían firmado una protesta por el trato que había recibido en Cuba el poeta Heberto Padilla. Además, el oficial encontró "pasajes pornográficos" en una escena donde un alfabetizador, subido a un horcón se asombra mirando el cuerpo desnudo de una campesina adolescente.
Declararon desierto el premio. Y la novela permaneció secuestrada durante tres años en una gaveta de un teniente que casualmente se llamaba Raúl Castro. Sentí que alguna gente ya no me quería saludar. Comencé a ser visto como un escritor conflictivo y se me empezó a caer el pelo. Finalmente se publicó en 1977, se llevó a una versión de radionovela y más tarde tuvo una segunda edición.
P. No fue a la Unión Soviética, pero publicó El ruso, que es su segunda novela, donde el personaje vuelve a ser un adolescente.
R, Hacia 1962 o 63 estaba de moda ser ruso y el protagonista andaba en pleno verano con un abrigo de astracán. Esta novela tuvo menos promoción. La presentación se hizo en La Habana Vieja. Recuerdo que Eusebio Leal, que entonces no era tan conocido ni tan aceptado en los círculos oficiales, llevó un pequeño cañón que él mismo disparó con una salva. Para algunos jerarcas del Instituto del Libro la novela les pareció un poquito irrespetuosa con la URSS y no quisieron hacerle demasiada publicidad.
P. Entonces viene Toilette, que es la primera novela que usted hace fuera de Cuba y después desaparece por una década.
R. Toilette la empecé en La Habana sufriendo la ausencia de un baño propio en el solar de Mercaderes 2, donde entonces vivía. Ya aquí no se notan tanto las influencias de otros escritores, empiezo a madurar, a tener una voz propia. Me había curado de la fiebre garciamarquiana y de la influencia de Carpentier al que leía mucho y al que pretendía imitar, sobre todo en El ruso, que se desarrolla en La Habana Vieja.
En esos diez años lo más que hice fueron traducciones del francés y del inglés y un poco de periodismo en Barcelona. También impartí talleres literarios en Cadaqués y en una cárcel de Mallorca. Tenía que comer, pero además eso de la traducción es un trabajo que cuando uno se implica en él se universaliza.
'Insolación' está inspirada en una ocasión en que le regalé a Fidel Castro un dibujo que hice de él en una servilleta
P. Estamos en el 2006, y en Insolación, publicado en México, ya usted se muestra directamente como un contestatario que critica sin subterfugios a los gobernantes cubanos. A partir de esa novela Manuel Pereira se convierte en lo que las editoriales llaman un escritor productivo.
R. Sí, lo que pasa es que ahora esa novela me parece demasiado larga, aunque la historia transcurre en media hora. La gente no compra libros tan voluminosos, pero la insolencia del protagonista, que se atreve a decirle que no a Fidel Castro, me sigue pareciendo una buena trama, que está inspirada en una ocasión en que le regalé a Fidel Castro un dibujo que hice de él en una servilleta y que reproduzco de memoria en una de sus páginas.
En México encontré más tiempo para escribir y trabajos que se adecuaban mejor a mis intereses. Me siento mejor que en Europa, que se me hizo cruel. México es amable, "me apapacha" como se dice por aquí. Me puse como meta recuperar ese tiempo y en 2006 aparece una colección de cuentos bajo el título Mataperros ,en 2010 viene Un viejo viaje y la última, El beso esquimal en 2015.
P. ¿Se puede afirmar que toda su narrativa es de alguna manera autobiográfica, que nada más habla de sí mismo?
R. Casi todo lo que cuento lo he vivido, pero también narro la vida de mi generación. Ya la primera se la dedico "a todos los que cambiaron tenis por botas". Como sabe, le decimos tenis a las zapatillas deportivas y casi todos nosotros tuvimos que marchar en aquellas brigadas juveniles y luego en la alfabetización y en la recogida de café y el servicio militar... Muchas botas que hemos roto.
Esa es nuestra generación, la que creyó en tantas cosas y de tantas cosas se desilusionó
Esa es nuestra generación, la que creyó en tantas cosas y de tantas cosas se desilusionó. Pero también somos aquellos que sufrimos todas esas acusaciones de ser extranjerizantes, autosuficientes o padecer de alguna desviación ideológica. Hoy les agradezco a todos los inquisidores que padecí, aquellas descalificaciones que me excluyeron de estar en las aburridas reuniones de sus organizaciones políticas y que me dieron tiempo para leer a Marcel Proust, entre otros grandes.
P. ¿Y los ensayos?
R. Es en La quinta nave de los locos que empiezo a depender menos de las grandes voces que me habían obsesionado. Ese es el último libro que publico en Cuba, ahí descubro que más que contar historias o anécdotas lo que más me interesa es reflexionar. El libro obtuvo el premio nacional de la crítica del año 1988.
La prisa sobre el papel que es más bien una antología de artículos, Biografía de un desayuno, que incluye los textos de La quinta nave de los locos más cinco nuevos y finalmente, El Ornitorrinco y otros ensayos.
En realidad escribo novelas para que el público me conozca y se anime a leer mis ensayos, quisiera ser recordado, o al menos clasificado, como un ensayista que escribía novelas y no al revés.
P. Se maneja mucho un concepto que para hacer ensayos necesariamente hay que ser académico y lo que es peor, que es obligatorio cumplir con los estrictos requisitos de la academia. ¿Esa es su aspiración?
R. De ningún modo. Ese es el ensayo académico que es el que no leo y hasta combato. Son tesis doctorales que pueden tener alguna utilidad práctica, pero cuyo triste destino suele ser envejecer en los oscuros almacenes de las bibliotecas universitarias. En el mejor de los casos consiguen ser citados en otro ensayo académico, para ser parte de un curioso ciclo de reconocimiento recíproco. Prefiero ser un seguidor de otra tradición, la de Montaigne, Cioran, Tanizaki, Chesterton... que rompen con la camisa de fuerza de la academia.
P. Se dice que de joven incursionó en la poesía.
R. Sí, es cierto, pero el problema es que en ese tiempo conocí a Lezama y me di cuenta de que yo solo era un poetastro.
Hay algunos editores que se creen dioses y tienen la idea de que le hacen un favor a un escritor cuando les publican algo. Sin escritores no hay editores
P. ¿Cómo le va con los editores?
R. ¿Me está provocando? Hay algunos que se creen dioses y tienen la idea de que le hacen un favor a un escritor cuando les publican algo. Sin escritores no hay editores. Nosotros somos anteriores. Algunos ni te contestan; a veces me sacan de quicio y me da mucho placer poder decirlo antes de morir. Claro que hay excepciones como un joven cubano residente en Holanda que se llama Waldo Pérez Cino y dirige la editorial europea Bokeh, que publica en español y distribuye en toda Europa y New York. En México me ha publicado Textofilia, con los que me va bien.
P. Cómo maneja ese dilema que a veces tienen los escritores entre el deseo casi vanidoso de decir lo que se quiere decir y ese otro que llaman "la responsabilidad social del intelectual" que lo lleva a trabajar en lo que debe hacer o con lo que tiene un compromiso.
R. No tengo ese dilema. Lo que yo quiero decir coincide con lo que entiendo que tengo que decir. Soy testigo de una época. He vivido y he visto muchas cosas y quiero dejar un testimonio. No al estilo de Truman Capote, sino un testimonio novelado, donde tenga libertad de apelar a la ficción y de manejar el idioma de forma creativa.
P. Ahí suele aparecer otro dilema entre querer hacer todos los malabarismos con las palabras y con las construcciones idiomáticas, o escribir para ser fácilmente leído.
R. Ahí sí hay un dilema. Trato de hacer ambas cosas, pero si uno se pone a exagerar complicando la prosa, entonces nadie te entiende. El propósito ha de ser una prosa amena, que al mismo tiempo sea seductora, intrigante y también erudita. En Insolacióncreo haberlo logrado.
P. Proyectos actuales. ¿Alguna novela? ¿Cómo se llama?
R. Precisamente ayer encontré el final de mi próxima novela, que lo tengo aquí en estos papeles donde parece que hay mapas y diagramas. Pero hasta que no apareciera el final no podía seguir escribiéndola, que es como empezar a terminarla. Se desarrolla en Cuba, poco antes del Período Especial, pero no quiero hablar del tema porque si lo cuento se descubre el título y eso no se lo digo a nadie bajo ningún concepto. Lo importante es que ya tengo el final, así que este año pudiera estar publicada.
P. ¿Tiene el plan, la fantasía, de algún día regresar a vivir en Cuba?
R. No, en tanto no haya en Cuba un cambio profundo y se convierta en una sociedad democrática, donde se respeten los derechos, al menos los mínimos. El día que eso ocurra, si es que ocurre, podré volver.


agosto 28, 2015

Cuatro días y tres noches en la Isla

CUATRO DÍAS Y TRES NOCHES EN LA ISLA
Por Isaac Magaña Gcantón (*)

No pocas veces a lo largo de la historia de la literatura –y muy especialmente la latinoamericana– han surgido autores que, ya sea por una cínica voluntad de posicionamiento o mera ingenuidad, folclorizan la realidad hasta el absurdo, volviéndola una caricatura de ella misma. Pulverizan la búsqueda en favor de la consagración. Escritores que parecen mucho más interesados en escribir un relato entretenido para ser leído con facilidad que por trabajar, aunque sea mínimamente, con el lenguaje. Lo que es peor: estos autores, aclamados por el gran público, proliferan y salen hasta de las alcantarillas. Los otros autores, los que –digamos– permanecen fieles a sus intereses y obsesiones, han sido expulsados, a veces de a poco y a veces con velocidades inusitadas, de un cada vez más limitado mercado editorial. De ahí el interés por poner el ojo siempre sobre lo diferente. De ahí el interés que despierta El beso esquimal. Tanto en el discurso como en la práctica, el autor de este libro se aleja de los temas de moda y cuestiona, desde su trinchera, las literaturas de entretenimiento, a los artistas funcionarios y a los escritores influyentes –por hacer algunas menciones–. Su postura es la de quien busca la renovación del lenguaje, no la fama.
Ahora, a manera de cartografía general, podríamos decir que El beso esquimal es la historia de un intelectual cubano que, exiliado como muchos otros, decide volver a la isla para visitar a su madre, a quien no ha visto desde hace doce años y quien se encuentra al borde de la muerte. La visita es fugaz: cuatro días. En ese tiempo el personaje de Manuel Pereira (La Habana, 1948) tiene que lidiar con una turba de familiares interesados por los dólares que trae encima –que, sin ser demasiados, dentro de un régimen castrista terriblemente empobrecido parecen casi una fortuna–, las pésimas condiciones en las que vive su familia nuclear, los fantasmas del pasado, el Alzheimer de su madre y, por supuesto, los espejismos que envuelven la atmósfera de un país al que hace ya muchos años le pasó la aplanadora del tiempo. Todo esto atravesado por una duda insistente que mantiene la tensión a lo largo de todo el relato: ¿lo dejarán salir de nuevo de la isla? ¿O acaso el permiso que le han otorgado para ingresar es una trampa para atraparlo eternamente? ¿O tal vez es que la trampa es tan perfecta que uno cree entrar cuando ni siquiera ha podido salir? El autor conserva el misterio y para nuestra fortuna no lo resuelve de manera absurda (como ocurre la mayoría de las ocasiones en que una sola pregunta recorre un relato entero).
En esta dirección no es raro que El beso esquimal, además de una trama bien construida, sea una feroz crítica al régimen que no teme pasarle un rasero de hierro a una de las utopías más veneradas por los intelectuales a lo largo de la historia: el comunismo. Y no es que el autor trate de condenarlo en pro de una exaltación del capitalismo –de hecho, al interior del libro hay duras palabras hacia los dos bandos–, al contrario, de algún modo Pereira nos demuestra que de ambos lados las utopías existen, pero que lamentablemente siempre terminan por convertirse en fantasmas que recorren la realidad y la devoran. La hacen, siempre, al final, monstruosa. A esta crítica se le suma una minuciosa descripción de la isla que va más allá de la mirada del turista, haciendo que lo ridículamente pintoresco no lo sea más: en El beso esquimal Cuba recobra su carácter de ciudad, es decir, sus tensiones, sus paranoias y sus contradicciones.
Por otro lado, a pesar de que en términos generales podríamos decir que en El beso esquimal las palabras han sido trabajadas con rigor y que el lenguaje está bien logrado, de momentos da la impresión de que el autor se decanta por el facilismo al introducir su protesta al interior de los diálogos. Y es que sin tratarse de conversaciones completamente plásticas, algo hay de irreal en lo muy bien dirigidas que están. Se extraña la digresión y el titubeo. Todos los personajes parecen arrojar sus frases con seguridad, muy conscientes de cuáles son las siguientes y qué es lo que buscan. De repente, especialmente en la sección titulada “Cuarto día”, resulta complicado establecer el pacto de ficción con el relato, pues los diálogos con mínimas digresiones rayan en el discurso doctrinario. Entretanto, la hermana del protagonista que al comienzo de la novela se nos presenta como demasiado ingenua y crédula del régimen, en las últimas páginas –como transformada por un arrebatamiento gnóstico– parece excesivamente complaciente con la opinión de su hermano y solo hace muy pequeñas intervenciones para interrumpir sus despliegues de sabiduría que son pronunciados con una ecuanimidad sospechosa.
El beso del esquimal es una novela potente, a la que sin embargo la traiciona la castidad del lenguaje de los personajes y la perfección de los diálogos. Lo que no impide que podamos recibirla con alegría y la recorramos con la emoción de quien recorre un museo de la memoria que se presenta, para quienes nacimos y crecimos en el centro del capitalismo, como un suceso extranjero y lejano. Manuel Pereira escribe un libro inteligente que se aparta de lo que estamos acostumbrados a entender por “literatura cubana”. No es que él la renueve personalmente, pero nos muestra la otra cara, la que se aparta del alambicamiento y también del oficialismo que acostumbra disparar balas de salva. En El beso esquimal no es así: las balas son reales y la escritura combativa. ~
(*) Publicado en Letras Libres, México, Agosto 2015.

julio 19, 2015

Insolación en Europa

INSOLACIÓN. EDITORIAL BOKEH. LEIDEN, HOLANDA, 2015.

Insolación, la novela de Manuel Pereira (Diana, 2006) ha sido reeditada y publicada por la editorial Bokeh, en Leiden, Holanda, para toda Europa.

ELISEO ALBERTO"La trilogía donde Pereira cuenta la historia de ese niño, adolescente, joven, adulto soñador de La Habana que fue y sigue siendo Joaquín Iznaga alcanza en estas 558 páginas de insolación, de exposición, de confesión, una altura ética que sólo es posible cuando se escribe en y desde la libertad".  (La Crónica, Ciudad de México, 28 marzo 2006, sobre la novela Insolación).
ANDRÉS REYNALDO: "Insolación es la crónica de un colosal fraude histórico visto con los inocentes y por tanto implacables ojos de un joven que perdió su piel en la utopía. Dicho así, todo parece menos doloroso, menos inmoral. Pero en estas páginas se huele la sangre detrás de la entusiasta escenografía y se pierden las esperanzas (la misma esperanza de vivir) en medio de una carcajada. Con mano maestra, Pereira ha definido esos contrastes. ¿Qué más puede pedirse a un novelista?" (El Nuevo Herald, 11 febrero 2007).

julio 14, 2015

Otros dos cuadros de Manuel Pereira

OTROS DOS CUADROS DE MANUEL PEREIRA

La Gala del Aduanero Rousseau sueña con los tigres de Dalí.


Los cuervos vuelan desde el árbol de Caspar David Friedrich hasta el trigal de Van Gogh donde huyen espantados por un disparo.


julio 06, 2015

Manuel Pereira retoma la pintura

MANUEL PEREIRA RETOMA LA PINTURA


En los últimos meses, Manuel Pereira ha reemprendido con fuerza su vocación de pintor. De joven, recordemos, estudió Artes Plásticas en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro, en La Habana. Más tarde fue amigo y discípulo del genial pintor cubano Wifredo Lam ("el hijo mulato" de Picasso). 
A comienzos del 2015, estas reminiscencias de la juventud del habanero emergieron de nuevo y desde entonces, ha retomado con ímpetu los pinceles. 
A continuación publicamos algunas de sus obras más recientes de la serie titulada: "Correspondencias", donde a través del pincel y la mirada ensayística de Manuel Pereira se tejen vasos comunicantes entre dos obras pictóricas. 
En poco tiempo les tendremos noticias de una próxima exposición. 

El Beso de Klimt atrapa y eleva a los novios de Chagall.



La gitana dormida sueña con los felinos de Rousseau y de Picasso.

junio 10, 2015

Cadáveres Exquisitos

CADÁVERES EXQUISITOS
Por Manuel Pereira

Según Edgar Allan Poe: “La muerte de una mujer hermosa es el tema más poético del mundo”. Más tarde, Wallace Stevens le daría la razón: “La muerte es la madre de la belleza”. La necrofilia es una tristeza erótica que empezó en el Nilo con la diosa Isis copulando con el cadáver de su hermano Osiris, es también una antigua aflicción griega: Aquiles enamorándose de la occisa Pentesilea después de haberla matado en combate.
A eso se suman las bellas suicidadas por amor. Píramo y Tisbe -de donde salió la Julieta shakespeariana-, y el idilio de Tristán e Isolda, seguramente rondaron la mente de Poe cuando concibió su escalofriante aforismo. El beso del príncipe que despierta a la bella durmiente es un eco de Sigfrido sacando de su letargo a Brunilda, condenada por Odín a dormir dentro de un círculo de llamas.
Francia es la patria de las más inquietantes perversiones poéticas: pienso en Baudelaire y en Bataille, quien tanto rumió la noción de Eros y Tanatos regodeándose en ciertos pasajes necrofílicos de su Historia del ojo. Los franceses llaman “pequeña muerte” al orgasmo. La legislación gala es la única en Occidente que permite matrimonios post mortem. Hace poco una joven quiso casarse con Lautréamont: poeta maldito fallecido hace más de un siglo. Jean Renoir prolonga esa tradición en La golfa (1932) y en La Bestia Humana (1938). Truffaut la corona en La habitación verde (1978).
¿Qué es lo que vemos en un bodegón? Flores, frutas y animales inertes resistiendo el helado soplo de la muerte. El bodegón se opone al barroquismo de las Vanidades, donde el triunfo del esqueleto es total. El bodegón es más optimista que el memento mori que nos recuerda la acechanza de la muerte y la fugacidad de la vida. En esos géneros pictóricos yace el germen de la paradójica sentencia de Poe. Ese tenebroso linaje discurre por la estatua yacente de Santa Cecilia y a través de los retratos de El Fayum, donde las egipcias momificadas nos contemplan desde el Más Allá con sus inmensos ojos negros.
Mucho le hubiera gustado a Poe la secretaria Marion apuñalada en la ducha de Psicosis (Hitchcock, 1960), pero más le habría fascinado la foto de Evelyn McHale, quien saltó en 1947 desde el piso 86 del Empire State para caer, con su elegancia intacta, sobre el techo de una limusina de la ONU.
La primera mujer asesinada entre adornos navideños se la debemos a Erich von Stroheim (Avaricia, 1924) cuando McTeague mata a Trina. En Mouchette (Bresson,1967) una linda adolescente se suicida fuera de campo, pues sólo oímos el ruido de su cuerpo al caer al agua. La relación entre el agua y las bellezas muertas es muy curiosa. La virgen violada y asesinada en La fuente de la doncella (Bergman, 1960) recibe la líquida caricia de un manantial. En Amanecer (Murnau, 1927), la esposa del granjero flota boca arriba en el lago, igual que la shakesperiana Ofelia de Millais. La mujer del granjero aboyada está rodeada de juncos mientras que la novia de Hamlet flota entre flores. La Ofelia prerrafaelista fue pintada tres años después de la muerte de Poe y 89 años antes del suicidio fluvial de Virginia Woolf.  
Acuden a mi mente otras hermosas suicidas de ficción: Madame Bovary, Anna Karenina y Thérèse Raquin, todas llevadas al cine. Thelma y Louise (Ridley Scott, 1991) saltan en automóvil al abismo. En la escala mitológica figuran Fedra, Dido y Yocasta. En La novia de Frankenstein (James Whale, 1935) tenemos a una difunta resucitada con relámpagos, y en Deadgirl (Sarmiento y Harel, 2008), vemos un atroz híbrido de zombi con mujer fatal. En Vértigo (Hitchcock,1958) una mujer regresa de entre los muertos. La Christina Ricci de After Life (Agnieszka Wojtowicz-Vosloo, 2009), ¿está viva o muerta?
Esta taxonomía de naturalezas muertas formando un collage, o un cadáver exquisito, podría prolongarse al infinito: La Dalia negra (Brian de Palma, 2006) con su acuchillada sonrisa macabra; Hari, la esposa muerta del psiquiatra de Solaris (Tarkovski, 1972), como el gato de Schrödinger, pues está viva y muerta a la vez. La francotiradora vietnamita moribunda (Full Metal Jacket, Kubrick, 1987) que pide el tiro de gracia. El cadáver de la novia (Tim Burton, 2005). Sharon Tate, asesinada en la vida real tras la siniestra profecía de El Baile de los Vampiros (Polanski, 1967). El esqueleto de la señora Morales (Rogelio A. González, 1959), heredera de las danzas macabras de las postrimerías medievales y de la “Catrina” de José Guadalupe Posada.
El tema se ha vuelto tan mexicano que hay en Chihuahua una tienda para novias con un bello maniquí que, según la leyenda, en realidad es una joven embalsamada llamada “la Pascualita” que se mueve y nos sigue con la mirada desde su vidriera. ¿Será la realidad superando a la ficción? ¿O es la vida imitando al arte mucho más de lo que el arte imita a la vida, como afirmaba Oscar Wilde?

(*) Publicado en Letras Libres, número de Junio de 2015, página 87.

Presentan Novela de Manuel Pereira en México

EL BESO ESQUIMAL
PRESENTAN NUEVA NOVELA DE MANUEL PEREIRA EN MÉXICO
Por Gabriel Martínez Bucio

El 28 de mayo por la noche el escritor cubano Manuel Pereira presentó su nueva novela El Beso Esquimal (editorial Textofilia) en la Capilla Gótica del Instituto Cultural Helénico, en la Ciudad de México. El diluvio que desencadenó Tláloc atrapó a muchos lectores en diversos puntos de la ciudad, sin embargo, la Capilla se llenó. 

En la mesa estaban el autor de la novela, Ricardo Sánchez, director de la editorial Textofilia y Tania Favela, ensayista y poeta mexicana.

Este es el cuarto libro de Pereira publicado por Textofilia, y es su sexta novela. Un escritor que trabaja frenéticamente, reconstruyendo el tiempo perdido, tal y como él mismo reconoció al mencionar a Proust como uno de sus autores favoritos.

Bajo las piedras de la Capilla, del siglo XIII, el público hizo preguntas al autor sobre el estilo y el argumento de la novela: un cubano, tras doce años de destierro, regresa a su patria con un permiso humanitario de “cuatro días” para visitar a su anciana madre al borde de la muerte.

Hablando ya de temas más generales, Manuel Pereira dijo: “"El trabajo de la crítica es descubrir al escritor oculto dentro del escritor".

En otro momento de su intervención, el escritor sentenció: “"La literatura es una sucesión de herencias fantasmales". Se refería a la herencia literaria que él recibió de Lezama Lima y que imparte a sus alumnos mexicanos, a los cuales definió como “nietos” del autor de Paradiso

Fue una noche espléndida con un diluvio como telón de fondo, una verdadera fiesta de la literatura y la cultura.






marzo 16, 2015

El Último Hechizado: la herencia de Lezama Lima

EL ÚLTIMO HECHIZADO

Entrevista a Manuel Pereira

Manuel Pereira, uno de los últimos discípulos de Lezama Lima. Fotografía de Iván Cañas.

Ensayista y narrador habanero nacido en 1948, radicado en México desde 2004, Manuel Pereira Quinteiro es uno de los últimos discípulos de José Lezama Lima; Variopinto se acercó a él para desglosar un tema que ya trató en su ensayo “El Curso Délfico”, incluido en su libro Biografía de un desayuno (Miguel Ángel Porrúa, México, 2008). Pero los habituados al misterio de la poesía de Lezama nunca tienen bastante. 

La primera pregunta, para ubicar desde dónde hablará Pereira, es ¿quién es el tal José Lezama Lima? ¿Ese que medio en broma se proclamó uno de los dos “únicos” José de Cuba, junto con Martí? ¿Ese que circunnavegó el mundo en barcos de papel y se proclamó El Peregrino Inmóvil? ¿El poeta que defendía su misterio o aquel que fue acosado en una casita que, para la policía secreta, tenía muros de cristal?

 “José Lezama Lima es un caracol nocturno en un rectángulo de agua —responde Pereira—, como él definía la poesía”. 

Y sí, en su ensayo autobiográfico, Pereira cuenta que se presentó en la casa de Lezama (Trocadero 162) con su primer libro de poemas. Pero en la entrevista relata que llegó a ese descaro sólo después que un amigo le informara que a la vuelta de casa de su madre en La Habana, vivía tal celebridad, ese poeta que era famoso entre pocos. Pereira quiso comprobar si sus poemas eran auténticos con el representante de la poesía en la tierra.

Lo dice entre risas, perdonando al adolescente de aquella época, que probablemente despertó al maestro al preguntar por él con su vozarrón. Así que cuando el ama de llaves Baldomera —la Baldovina de manos curativas de Paradiso— abrió la puerta y trató de poner algún pero, el oráculo se hizo escuchar: “Si es un joven poeta, déjelo pasar”. 

El encuentro

“Yo era muy arrojado en esa época —dice el entrevistado, con gratitud hacia el joven que fue—. Ahora soy más miedoso, veo a personajes así y ya no me les acerco. 

“Alguien me habló de Paradiso y me lo prestó. Yo empecé a leer el primer capítulo y no entendía nada. Me desconcertó. Había leído ya a Virgilio Piñera, por ejemplo, que tú entiendes lo que está diciendo, pero con Lezama está más difícil. Y en vez de rechazarlo me provocó curiosidad. 

“Empecé a preguntar sobre Lezama a mis amigos poetastros de la época. Yo andaba con un grupo de hippies que escribían siguiendo a Allen Ginsberg. Un día alguien me dijo: ‘Pero si Lezama es vecino tuyo, vive a la vuelta de tu casa’ (era la casa de mi mamá). Después pasé por Trocadero 162 y lo vi varias veces por la ventana que daba a la calle. En ese lugar ahora está el museo. La ventana solía estar abierta y él a veces se asomaba o se le veía sentado en el sillón, durmiendo, leyendo o fumando un puro en la salita. 

“Y un día fui con mi libro de poemas, que era malísimo. Se llamaba El museo no está cerrado. El resto lo cuento en mi ensayo ‘El Curso Délfico’. Mi idea era sólo que leyera mi libro y me dijera si era bueno o malo. Pero aquello se convirtió en otra cosa, el libro pasó a no tener ninguna importancia”. 

En su ensayo, que los hechizados por la escritura de Lezama disfrutarán como invitados furtivos a las conversaciones privadas del poeta, Pereira aclara que el maestro no enseñaba a escribir; no corregía comas ni sugería imágenes, sino abría las puertas ocultas de cada libro de manera que se comunicaba con el resto de la literatura y del arte. 

“Fue su gran enseñanza, que todavía es de un gran valor. Yo no tengo influencias de él; si tú me lees, no tengo nada de lezamesco…Tuve un momento de mímesis porque él era un gigante y yo era una hormiguita, y tú sabes cómo el sol atrae a los planetas. Me di cuenta de eso y por eso dejé de hacer poesía. Dije: no voy a hacer más poesía porque me está saliendo como la de Lezama y yo tengo que buscar mi voz”.

El paraíso en el lenguaje

“Ah, oscuridad, mi luz”, repetía Lezama Lima ante las objeciones de los literatos por su hermetismo. Y en su “Introducción a la Esferaimagen” confirma: “Yo leo en la poesía y después procuro descifrar”. Frente a la fuente de ese juego barroco de claroscuros, Pereira lo comprendió: 

“Ante todo, Lezama es una sorpresa, es una dicha. Hay gente que no logra entrar en él. Era fascinante, soberbio a veces. Hay quien dice que era pedante pero yo no lo creo. Conmigo fue muy afectuoso, nunca me sentí maltratado. Otros sí, quizá porque eran pedantes ellos, no sé”.

Otro dogma de la estética lezamiana expresado en esa “Introducción” es que “el Sistema poético… no hace novelas, no hace poesía. Es, está, respira”. Confirma Pereira: “Lezama es poeta y ensayista. Gran ensayista. La expresión americana, por ejemplo, es un libro poderosísimo. Y empieza de pronto a hacer una cosa que él dice que es una novela, Paradiso. 

“En realidad es un poema novelado. Mucha gente le exige a Lezama que escriba una novela en el sentido convencional del término; eso es imposible porque él era un espíritu complejo y muy barroco, con un dominio del lenguaje, con una destreza para hacerlo plástico como un oleaje proteico”. 

Un océano narrativo, es el concepto que tiene Lezama de la novela: “La poesía y la novela tenían para mí la misma raíz. El mundo se relacionaba y resistía como un inmenso poema”. 

En efecto, dice Pereira, “Lezama es un poeta y luego hace prosa ensayística de una calidad suprema. Pero ya la novela… no era un novelista de raza, que tiene una estructura, unos personajes, una buena secuencia dramática de la obra, un buen desenlace. Él es un caos, va metiendo lo que le da la gana. De pronto un cocinero o un mayordomo cita a Homero, por ejemplo. Un novelista de raza no hace eso, cuida sus personajes. Lezama no cuidaba nada porque él era un pulpo lanzando tinta. 

“Por eso digo que Paradiso es un poema novelado, que a ratos adquiere la densidad o la textura de una novela, pero de pronto se desbarata y vuelve a ser un poema o un ensayo, porque también hay trozos ensayísticos. En cualquier caso Paradiso es una curiosidad, un juguete literario”. 

Alegría secreta

En una fotografía que les tomó el suizo Luc Chessex en la sala de su casa, Lezama escribió: “Manuel Pereira es un escritor cuya alegría secreta es capaz de fabricar una mañana y sostener la luna con el hilo de la imagen”. El aludido resalta la diferencia abismal entre maestro y alumno:

“Tenía 20 años —precisa al recordar esa gracia—, a esa edad eres aprendiz de todo, a menos que seas Rimbaud o Mozart. Lezama era un genio de la lengua. Hereda la lengua. Él hablaba y yo tengo la impresión de que se detenían los ríos, los mares, todo. Es una hipérbole, claro, para dar una idea de la potencia de su verbo hablado y escrito. Dominaba ambos. Hablaba como escribía y escribía como hablaba. Era una maravilla oírlo, aunque yo no entendía muchas cosas. Pero no me importó”. 

Al preguntarle sobre el aspecto político de Lezama, comenta al respecto: 

“Un día me dijo: ‘¿Usted ha leído a Marx?’ Y yo le dije: sí, El capital y algunas otras cosas, porque en Cuba tras la revolución era obligatorio en la escuela. Me dijo: ‘Es que yo no lo puedo leer, ese estilo es muy seco’. Es decir, él estaba buscando poesía. Él no leía esas cosas, a Lenin menos, a Engels tampoco. En ese sentido era ingenuo, porque no tenía formación política sólida. Él había estudiado derecho y luego poesía; ese era su mundo. En su tiempo la política no era en Cuba tan intensa, era politiquería”.

Por eso Pereira está convencido de que el ostracismo contra Lezama no tenía base ideológica:

“No era un disidente sino un hombre asustado. Durante cinco años decía que el teléfono hacía ruidos extraños, que había gente de inteligencia escuchándolo. Estaba asustado, pero ¿disidente? Disidente es Yoani Sánchez; yo soy un disidente en el exilio. En Cuba Reynaldo Escobar es un disidente. Lezama nunca tuvo esa actitud militante contra la revolución. Primero, no estaba en condiciones físicas para salir a la calle o para hacer un discurso. Y en algunas cartas a su hermana Eloísa le dice algunas cosas contra el exilio; que mucha gente se fue pero mucha gente se quedó”. 

Final e inicio

“Cuando conocí a Lezama él ya tenía una biblioteca de unos nueve mil ejemplares. Estaban amontonados. Él recibía libros del extranjero. Cortázar, Fuentes y Octavio Paz le mandaron libros. Recibía muchos por paquetería internacional, pero ya él tenía su biblioteca desde que era estudiante de derecho. Él, siendo todavía estudiante del primer año de Leyes, tiene una discusión interesante con Juan Ramón Jiménez sobre la identidad, el famoso ‘Coloquio con Juan Ramón Jiménez’. (Lezama tenía 27 años y el ensayo se publicó en la Revista Cubana en 1938.) Está debatiendo con un gran poeta de la lengua, entonces ya en esa época Lezama debía tener unos dos mil o tres mil ejemplares en su casa”. 

Manuel Pereira termina su ensayo con una evocación del 9 de agosto de 1976: “La noticia de su muerte repentina, leída en un periódico, me alcanzó volando entre dos provincias cubanas durante uno de mis viajes periodísticos. Recordé entonces su miedo a los viajes, aquello de que sólo una lámina de aluminio lo separaría de la eternidad”. 

En la entrevista, comenta que “fue la época más viajera de mi etapa periodística en el interior del país. Por ese motivo lo veía menos. Me enteré de su muerte volando hacia la provincia de Oriente; leí en el periódico Granma que repartían en el avión una breve nota, muy poco destacada”.

No considera necesario escribir más sobre el taumaturgo, pero “en aquellos siete tomos de Proust que él me regaló, había notas de Lezama y empecé a tomar nota de las notas. Va a salir un ensayito de unas 20 páginas, donde sí voy a hacer más crítica literaria viendo qué hay en Lezama de Proust. Se ha hablado mucho de esto pero sin pruebas documentales, y yo tengo el tesoro documental. A los críticos yo los leo y me río, porque van como dando tumbos, a oscuras, adivinando. A veces aciertan, pero yo tengo el tesoro de Tutankamón”.   


La editorial Textofilia publicará pronto la novela de Manuel Pereira El beso esquimal