febrero 22, 2012

La mano de Orula

LA MANO DE ORULA
Por Manuel Pereira
Orula, el orisha de la adivinación

Desde que llegué a este país me llamó la atención ver a tantos mexicanos con esa manilla de cuentas verdes y amarillas que se llama “mano de Orula”.
Obligados a latigazos a practicar la religión de sus amos, los esclavos que empezaron a llegar a Cuba a partir del siglo XVI identificaron a sus dioses ancestrales con las imágenes de los santos que veían en las iglesias. Así, concibieron diversas asociaciones entre las deidades africanas y las católicas hasta tejer toda una red de vínculos mitológicos, creando ese sincretismo que se denomina “santería”.
Así las cosas, Ochún quedó asociada con la Caridad del Cobre, Changó con Santa Bárbara, Babalú Ayé con San Lázaro, Elegguá con el Niño de Atocha, etcétera.
También en México tuvo lugar un proceso similar cuando al indio Juan Diego se le apareció la virgen en el cerro del Tepeyac, que -según Octavio Paz en El laberinto de la soledad - “es una colina que fue antes santuario dedicado a Tonantzin, ‘nuestra madre’, diosa de la fertilidad entre los aztecas”.
José Revueltas escribió: “los indígenas se apropiaron del catolicismo de los conquistadores como un recurso para continuar la práctica impune de sus antiguos ritos”.
De manera que el  mito guadalupano entraña un paralelismo entre la Virgen María y la Tonantzin. Dicho de otro modo, la diosa azteca devino un avatar de la madre de Jesús. Evidentemente, tanto en Cuba como en México, hubo un transvase clandestino de dioses reprimidos.
Así que al ver aquí multiplicadas las “Manos de Orula”, empecé a preguntarme cuántos santeros y babalaos cubanos vivirían en México. En las dos últimas décadas, tanto la emigración cubana a este país como el flujo de turistas mexicanos hacia la isla, se han incrementado.
Si la presencia cubana en México se deja sentir con fuerza en la gastronomía, en la música, en las artes plásticas, en el ámbito académico y en la televisión... ¿por qué la esfera religiosa iba a ser la excepción?
Después de todo, esos dioses africanos siempre han estado emigrando camuflados. Primero fueron arrancados de Nigeria hace cuatro siglos y viajaron desterrados a las Antillas y a otros lugares del Nuevo Mundo a bordo de los barcos negreros. Llegaron en la mente, en la tradición oral, en los cantos y danzas de los esclavos.
A partir del triunfo de la revolución cubana, en la década del sesenta del siglo pasado, esos dioses se exiliaron en Estados Unidos y, últimamente, parecen haber echado raíces en México.
Si hace cincuenta años esos dioses africanos solamente eran conocidos en Cuba o en Brasil, ahora habitan lo mismo entre los rascacielos de Nueva York que en las playas de Miami, y, finalmente, también en México.
Para encontrar el centro de gravedad de la santería cubana en el DF basta ir al Mercado de Sonora. En medio de un laberinto de olores indescifrables -mezcla de las vaharadas de los puestos de comida con los sahumerios del incienso y del sándalo-, pronto descubrí las “botánicas”, donde venden los artículos y productos empleados en los ritos afrocubanos, desde hierbas mágicas hasta frascos de perfumes embrujados.
En uno de esos baratillos me esperaba una estatua de San Lázaro de tamaño natural, rodeada de frutas y ofrendas. Cerca había otra escultura de Changó empuñando su hacha de doble filo.
En las “botánicas” se amontonan yerbas, cortezas de árboles, palos de monte, raíces, semillas, lociones y esencias, talismanes,  amuletos, murciélagos disecados, cuarzos mágicos, libros esotéricos, velas perfumadas, litografías de santos e imágenes de yeso en un batiburrillo donde conviven deidades africanas con santos católicos, calaveras y hasta demonios con cuernos y rabos.
Entre tanta heterogeneidad, en ese reino del kitsch y del eclecticismo religioso, lo mismo podemos encontrar una imagen de Juan Diego con la Guadalupe que un Cristo Negro o litografías de Changó, Elegguá y Ochún...
En una de esas botánicas conocí a un santero cubano, quien me pidió que no le tomara fotos, ni a él, ni a sus orishas. Su santo se lo prohíbe, según me dijo.  Primero vivió en Miami, y luego se instaló definitivamente en México. En el segundo piso de su tienda, tiene el consultorio espiritual. Señoreando el altar hay un gran Elegguá -dios de los caminos- rodeado de cocos, tabacos apagados, juguetes, monedas, caramelos...
“Eche tres monedas dentro de esto -oí que le decía a una mexicana con un bebé en brazos mientras le entregaba un envoltorio-, y tírelas frente a la iglesia. Su niño se curará, que Dios lo bendiga”.
Aparte del consultorio y la herboristería, allí se realizan lecturas del Tarot, proporcionan energía para recién nacidos, se realizan limpias personales, de casas, de autos, de negocios, de oficinas... y se hacen trabajos de panteón, de Palo Mayombe...
En otras “botánicas” de este mercado alucinante se ofrecen cursos y conferencias sobre ángeles y arcángeles, se diserta acerca de recetas secretas, coronaciones y rapamientos, iniciaciones en la regla de Ochá. Algunos de estos santeros tienen programas de radio y páginas en Internet.
Es fácil medir el auge de la santería cubana en México: hace treinta años había un solo santero cubano en el Mercado de Sonora, hace veinte años ya eran cinco, y ahora hay más de cuarenta, y creo que me quedo corto.
Ese atractivo irresistible quizá se deba a que es una religión parecida a la de los antiguos griegos, una religión politeísta en la que los dioses son antropomórficos, experimentan pasiones humanas y son muy voluptuosos. No conocen el pecado original típico de la cultura judeocristiana. Esos dioses no sólo tienen relaciones amorosas entre sí, sino también con los seres humanos, pues no dudan en bajar a la tierra para codearse con los mortales. Lejos de ser deidades abstractas y remotas, están más humanizadas, son más terrenales. A todo eso hay que añadir el colorido de los collares, los altares, los atuendos, pues al pueblo mexicano le encanta la viveza cromática.
También hay que sumar las comilonas que tienen lugar durante las fiestas de la santería. El pueblo mexicano es insaciable: aquí los desayunos son interminables, la gente come a cualquier hora del día y de la noche, ya sea de pie en las aceras, o sentados debajo de un toldo casi en medio de la calle, incluso comen en los cementerios el Día de Muertos...
Gusta también nuestra santería porque es una religión popular. Es decir, se trata de una religión pobre, que carece de tradición escrita y tampoco tiene arquitectura. Al ser una religión hasta cierto punto derrotada en el proceso de conquista y colonización, seguramente los mexicanos experimentan una especie de solidaridad recordando a sus antiguos dioses.
Pero volvamos al Mercado de Sonora, donde también he visto algunas botánicas mexicanas. En esas herboristerías venden las hierbas usadas en el chamanismo, a veces mezcladas con componentes más bien propios de la santería cubana, por ejemplo, el coco, la mejorana, el mastuerzo, la cascarilla.
En otro baratillo de nuevo detecto cierto grado de mestizaje mitológico entre el chamanismo precortesiano y el sistema metafísico yoruba-cubano, porque allí cuelga un letrero que dice: “ofrecemos lectura de Okuele (modo de adivinación afrocubana-mexicana).”
La mescolanza es total: veo por aquí un letrero presentando al “brujo oaxaqueño más famoso del Mercado de Sonora”, y un poco más allá, otro rótulo que anuncia “amarres, desamarres, entierros, desentierros, rapamiento en palo mayombe”. Entonces descubrí otro cartel ofreciendo remedios “contra las brujerías”, y pensé que era una alusión directa a la santería cubana.
Entonces mis sospechas se materializaron, pues comprendí que, aparte de hibridación, también había una batalla secreta entre ambas formas de pensamiento mágico. Para confirmarlo, entré en una tienda en cuya fachada se leía: “Tonatiuh, la Casa de los Rituales”. Allí estaba Tonatiuh, que en náhuatl significa “sol”. De las paredes colgaban imágenes de divinidades aztecas, una reproducción de la Piedra del Sol, plumas, máscaras... Tonatiuh me enseñó sus lociones envasadas, elaboradas con yerbas.
“Aquí todo es natural -afirma-, también las veladoras, que vibran con la energía de los vegetales. Aquí nada es sintético, nada es de plástico. Aquí no hay nada de animales muertos, ni sangre, ni tierras de panteón. No usamos nada de eso”, subraya refiriéndose sarcásticamente a la santería. “Tampoco trabajamos de noche, la noche no es de Dios, lo que es de Dios se hace a la luz del sol, las veladoras se encienden solo de día. No bebemos yerbas en infusiones, las quemamos en veladoras mágicas. Yo hago un sincretismo entre la religión católica y la magia mexicana prehispánica, no soy exactamente un chamán, pero por aquí pasan muchos auténticos chamanes, que vienen de las Sierras, de Oaxaca, de Chiapas.”
Tras provocarlo con mis preguntas, por fin me dice: “En la santería hay muchos impostores, incluso hay santeros mexicanos que se hacen pasar por cubanos. Yo soy la plañidera de los desencantados de la santería. ¿Cómo pueden confundir al Niño de Atocha con Elegguá? -sonríe irónicamente-. ‘Quiero zafarme de esto’, me dicen los que han estado metidos en santería. Tienen miedo, y yo los aconsejo, los ayudo. La santería es ciento por ciento comercial -añade-, los turistas van a Cuba y pagan ya desde aquí para hacerse el santo allá, pagan los rituales de la iniciación, y todo eso va incluido en un paquete turístico”.
Obviamente, la santería en México tiene adeptos, pero no faltan sus detractores. Sin embargo, cuál no sería mi sorpresa al conocer ni más ni menos que a un santero mexicano que adora a Cuba, todo lo cubano suscita en él una felicidad inenarrable. “Soy hijo de Ochún y desde que me hice santero todo me va de maravilla. Soy transportista y en todos mis camiones tengo la imagen de la Caridad del Cobre”, agrega y se levanta la túnica blanca para mostrarme dos cicatrices en el pecho que demuestran que fue sometido al duro ritual de iniciación allá en La Habana. “Gracias a Ochún he conocido el amor, porque antes no tenía novia. Desde entonces, tengo amigos, tengo dinero en el trabajo, ahora tengo doce camiones, y antes de hacerme santero tenía sólo uno y yo era el chofer”.
La última vez que lo vi, estaba orgulloso de su trabajo espiritual: “Los católicos nos critican, porque sacrificamos unas palomas. Pero... ¿por qué lo hacemos? Paloma significa Espíritu Santo. En los laboratorios de las escuelas, los niños de doce años, abren las palomas, y luego las tiran. Pero eso nadie lo critica.  Sin embargo, nosotros lo hacemos para purificar el alma con la sangre de la paloma. Lo hacemos para limpiar, para ayudar a la gente, para quitar un poquito de las malas vibraciones que nos rodean. No somos una secta satánica”.
Hace diez años entrevisté al babalao cubano más famoso en México. Nelson Álvarez Freires también se llama Ogunda Bede, nombre que recibió cuando se consagró como sacerdote de Ifá. Me explicó que cuando triunfó la revolución, “el ateísmo y lo de afuera pudo más que lo de la familia y las costumbres, y me mantuve muchos años alejado de la religión. Mi mamá a veces me lo reprochaba, pero la vida política, profesional y social, me sacaba de la familia y de las costumbres. Y estaba más entregado a la revolución”.
Nelson estudió en la Unión Soviética, donde se graduó de técnico medio, luego estudió ingeniería en Cuba. Habla ruso, yoruba, francés y también portugués, pues participó en la Guerra de Angola. Luego estudió la carrera de periodismo, y llegó a ser subdirector de un periódico habanero así como dirigente sindical en el sector agrario y, además, militante del Partido Comunista.
“Todo eso fue entre el año 60 y el 90, y durante esos treinta años estuve alejado de los santos. Pero en el año 1995 me enamoré de una mexicana, me casé y vine para acá. Mi reencuentro con los santos se produjo llegando aquí, porque la lejanía y las dificultades que enfrenta un emigrante, me hicieron regresar a mis raíces.”
Nelson me invitó a entrar en su cuarto de consulta, cuyo altar está dedicado a Orula (San Francisco), que es el dios de la adivinación. “Hay muchísimos mexicanos que son babalaos, paleros, santeras y santeros... No tengo estadísticas, pero puedo decir que conozco como mínimo a cien santeros mexicanos de ambos sexos, y a treinta o cuarenta babalaos mexicanos. ¿Que por qué nuestra religión ha tenido tanta aceptación aquí? Porque el mexicano es muy creyente, y porque en la religión yoruba la gente se consagra y adquiere poderes; no es lo mismo ser chamán en un pueblo que ser padrino de cien personas, no es lo mismo ser ahijado que ser cliente.”
En cuanto a los detractores, me dijo: “Algunos nos dan mala imagen. Son gente que practica la santería solamente por razones económicas y no tienen suficiente preparación. Yo cobro lo que dice Orula, previa consulta, para que la gente sepa apreciar el servicio que se les presta, pero no vivo de esto, soy mercadólogo”.
A diez metros del altar de Nelson vi una computadora portátil con la pantalla llena de estadísticas de mercadotecnia, aunque también el disco duro contenía oráculos e información sobre la religión yoruba.
En Boca del Río (Veracruz) podemos ver ofrendas a Yemayá. En un río de Morelos hombres y mujeres vestidos de blanco reciben baños de Ochún con miel, coco, canela y ron. La santería cubana ha llegado tan lejos que incluso por televisión han anunciado una “Loción Orula”. Pero la computadora de Nelson fue para mí la mejor prueba de la internacionalización de la santería. Comprendí que los orishas se habían informatizado, que ya flotan en el ciberespacio, en un nuevo exilio trenzado de redes planetarias que los hace ser cada vez más ecuménicos.


(*) Publicado en Cubaencuentro el 22 de febrero de 2012.
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febrero 04, 2012

LA BLOGUERA DE LA LIBERTAD

 
Con motivo de que a Yoani Sánchez le acaban de negar en La Habana el permiso de salida por 19ª ocasión quiero reproducir aquí la entrevista que le hice el 19 de septiembre de 2010 y que publiqué en la revista DIA SIETE, del periódico EL UNIVERSAL, de México.

LA BLOGUERA DE LA LIBERTAD
Por Manuel Pereira
La bloguera cubana Yoani Sánchez fue nombrada recientemente "Héroe de la libertad de prensa en el mundo" por el Instituto Internacional de la Prensa (IPI) y, poco después, ganó el Premio Príncipe Claus.

Esta joven filóloga, residente en La Habana, ya había recibido, entre otros, el Premio de Periodismo Digital Ortega y Gasset. En el 2008 fue elegida por la revista TIME una de “las cien personalidades más influyentes del mundo”, y su blog “Generación Y” fue distinguido, por esa misma revista, como uno de los 25 mejores del mundo. En noviembre de 2009, el Presidente norteamericano Barack Obama respondió a un cuestionario que ella le dirigió a través de Internet: siete preguntas y respuestas que le dieron la vuelta al mundo.

En un país como Cuba, donde los medios de comunicación son propiedad del gobierno, ella es la otra cara de la “verdad” oficial. Día tras día, Yoani cuenta en su blog lo que la propaganda disfrazada de periodismo calla, tergiversa o edulcora. Ella nos revela, en sus más mínimos detalles, el lado oculto de la realidad.

Gracias a las más avanzadas tecnologías Yoani ha logrado romper los muros de la censura vigente en ese museo -o mausoleo- de la Guerra Fría que es Cuba. Por eso la odian tanto en los círculos oficiales, por eso incluso ha sido víctima de atropellos físicos, insultos y arrestos arbitrarios.

Valiente y frágil muchacha que informa más y mejor que cualquier agencia de prensa internacional radicada en La Habana. Sin perder la calidad de su escritura, sus textos describen las penurias cotidianas de la población, son una denuncia a favor de la libertad de expresión y proclaman el derecho de cualquier ciudadano a disentir del pensamiento oficial.

-Ante todo, Yoani, quiero felicitarte doblemente: por los 35 abriles que acabas de cumplir y por tan merecidos premios. Ahora cuéntame cómo empieza un día cualquiera de tu vida -le pregunto en una llamada de larga distancia desde México.

-Todos mis días son diferentes, tal vez porque la realidad cubana no permite una rutina. Esto es un delirio, es como en tu libro La quinta nave de los locos. Desde pequeña estoy acostumbrada a levantarme a las 6 de la mañana. Además, tengo que hacerlo porque tenemos que despertar a mi hijo para que llegue a tiempo a la escuela. Me pongo frente al televisor y me disparo el noticiero nacional, donde uno no se entera de nada, pero por profesionalismo periodístico lo veo de todas maneras. Ese es el momento mágico del día, cuando mi esposo (el también periodista digital Reinaldo Escobar), mi hijo Teo y yo nos sentamos a desayunar. Estamos los tres frente al sol, pues este edificio prefabricado yugoslavo está orientado en esa posición, así que el sol entra por el balcón y nos descubre en nuestra mesa desayunando. Después de eso, bajo a la calle, puedo estar dos horas en una cola para comprar malanga, o bien doy clases de español desde las 9 hasta las doce del día. De eso vivo hace años, al principio empezó Reinaldo con las clases a turistas alemanes, y luego los dos empezamos a dar repasos de español a estudiantes cubanos, aunque debo decirte que después de que empezó a salir mi blog, algunos han cogido miedo y no han venido más...

- Ustedes viven en un edificio bastante alto, en el último piso, que es el catorce...  ¿Cómo se las arreglan cuando hay interrupciones de suministro de agua?

-Eso es angustioso, para que tengas una idea: hace un año hicimos una remodelación en la cocina que estaba desastrosa, y tuvimos que fundir una meseta nueva. Para hacer la mezcla con cemento, poner las cabillas y todo eso, tuvimos que usar agua de la pecera... le pedimos prestada un poco de agua a los peces... Cuando no hay agua, tenemos que cargar cubos escaleras arriba, catorce pisos, y en ocasiones... simplemente ahorramos, somos faquires, y no nos bañamos durante algunos días (risas).

-¿Qué ocurre cuando se rompe el elevador?

-Este edificio se inauguró en el año 1985, los ascensores originales eran soviéticos, y eran una calamidad. No hace mucho los cambiaron por otros rusos. Hay una diferencia importante entre la tecnología “soviética” y la “rusa”. Estos rusos son un poco más estables, se rompen con menos frecuencia, aunque eso es también gracias a que Reinaldo los repara y les da mantenimiento.

- ¿Qué haces cuando hay cortes de luz?

-En los últimos dos años han disminuido los apagones, de todas maneras aquí no puedes contar siempre con electricidad... Parece que las autoridades se han dado cuenta de que hay una relación entre los cortes eléctricos y la insatisfacción popular, así que han tratado de que los apagones no se repitan tanto como antes.

- Algo tan sencillo para cualquier ciudadano del mundo civilizado como es encender la computadora en su casa y conectarse a Internet, para ti es una hazaña cotidiana. Cuéntame cómo haces para conectarte a Internet.


-No tengo Internet en la casa, yo me conecto en los hoteles. Al principio entraba en los hoteles mascullando palabras en inglés o en alemán, haciéndome pasar por extranjera. Después Raúl Castro autorizó que los cubanos entraran y se alojaran en hoteles. Así que aproveché esa nueva circunstancia, y ahora puedo entrar sin tener que fingir que soy turista... Claro, siempre hay operativos de la policía secreta a mi alrededor, informantes que me miran con insistencia o se hacen señales entre ellos. Esos agentes de seguridad no se acercan más a mí por cuestiones de visibilidad, no les conviene provocar un escándalo en medio de tantos huéspedes extranjeros. Por lo demás, yo no tengo nada que ocultar, no tengo armas escondidas en mi casa, ni nada, yo soy transparente, yo entro en los hoteles sin recurrir a camuflajes, yo soy Yoani y escribo un blog... Siempre ejercen cierta presión, pero de ahí no pasan.

- ¿Entras todos los días en Internet?

-¡Ojalá! Toma en cuenta que una hora de conexión a Internet en un hotel, o en un cibercafé, cuesta el tercio del salario normal promedio. Entro una vez a la semana, a veces tardo hasta quince días en conectarme. Yo escribo previamente mis crónicas en casa, y lo llevo todo ya en cuartillas al hotel. Entonces me siento allí frente a la computadora y envío todo eso por correo electrónico. Yo no navego por las páginas. Mando mis textos a comentaristas y traductores de mi blog, y ellos se dedican a publicarlo por mí con una frecuencia y organización que le da vida al blog. Eso pudiera dar la sensación de que yo estoy todos los días en Internet, pero no es así, mis amigos van ordenando el material y van dándole una secuencia. Ahora bien, eso ha cambiado mucho desde agosto del año pasado cuando apareció una milagrosa herramienta llamada twitter y eso me trajo una inmediatez. El twitter es una bendición, ahora emito mensajes inmediatos, no sólo 140 caracteres, sino también imágenes, y... ¡sorpresa desde hace dos semanas!... ahora también puedo emitir audio. Si los cubanos hemos sido capaces de hacer un bistec con cáscara de toronja, si hemos podido inventar la carne sin carne, ¿cómo no vamos a hacer internet sin internet? (risas).


 -He sabido que hace poco matriculaste a tu hijo Teo en  un instituto preuniversitario y allí te encontraste unas normas oficiales escritas por los maestros en el pizarrón: “las hembras no usarán más de un par de aretes (...) Las sayas deberán tener un largo de 4 centímetros por encima de las rótulas de las rodillas. No se permitirán sayas ni pantalones pélvicos (...) Las hembras no usarán maquillaje. No se permiten pulsos, collares, cadenas ni anillos. Los atributos religiosos no podrán estar visibles. No se portarán MP3, MP4, celulares. Los varones no usarán aretes, presillas ni piercing (...) No se permite en los varones: el pelo largo, pintado, pinchos largos, ni figuras en el cabello (...) El cabello de los varones no debe exceder los 4 centímetros”. ¿Qué va a hacer Teo ante esa situación de represión medieval?



- Aunque sólo tiene quince añitos, nuestro hijo es el tipo más libre de la casa. Nunca le decimos lo que tiene que hacer, le dejamos a él la elección de seguir o no las normas de indumentaria y de corte de pelo escritas en la pizarra. Para que tengas una idea de quién es Teo: durante la ola de arrestos conocida como “la Primavera Negra”, tuvimos que contarle que a un amigo nuestro lo habían metido en la cárcel. Eso fue en el 2003, Teo tenía unos ocho años y nos preguntó por qué estaba en prisión nuestro amigo. Le contestamos que porque era un hombre muy valiente, y de pronto nos preguntó: “¿entonces ustedes están libres porque son un poco cobardes?”

-Los vecinos de tu edificio... ¿te apoyan, te evitan, te espían, se solidarizan contigo?

-Hay de todo... En primer lugar, es difícil plantar batalla cuando la persona que repara el ascensor de los 14 pisos es mi esposo. Reinaldo es el mago de este edificio, es el Mecánico del Ascensor. Así que tienen que llevarse mínimamente bien con él. Por otra parte, la gente aquí nos tienen mucha estima, siempre que tocan nuestra puerta para pedir cualquier cosa, nosotros los ayudamos, ellos tienen la experiencia del contacto con nosotros. Las inyecciones de paranoia que les han inoculado han funcionado hasta cierto punto, pero no pueden hacernos un acto de repudio, un mitin donde nos insulten, porque estamos acá arriba, y la concentración de las turbas sería allá abajo, en la calle, y, por tanto, no los oiríamos. Suponiendo que organizaran ese acto de repudio en el pasillo de nuestro piso catorce, tampoco sería efectivo, porque sólo seríamos testigos de esa repulsa nosotros tres, ya que el pasillo es estrecho y no cabe tanta gente. Entonces la parte teatral, la masividad, cuyo objetivo es que la gente en la calle vea y oiga el mitin de repudio, tampoco funcionaría. O sea, la escenografía política callejera, que tanto le interesa al gobierno, no funciona aquí con nosotros.


- En repetidas ocasiones te han invitado a recoger diversos premios internacionales, pero el gobierno no te deja salir de la isla. Hace poco me decías por teléfono: “creo que va a ser más fácil que México venga a mí antes que yo vaya a México”.  ¿Te gustaría venir a México?

-¡Claro! ¡Me encantaría! A México y a Argentina, porque son dos potencias culturales y literarias, a esos dos grandes países tengo que ir, sea como sea...

Así es un día en la vida de Yoani Sánchez.

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febrero 02, 2012

El Llanto del Manatí


EL LLANTO DEL MANATÍ

Por Manuel Pereira

Frente a las costas de La Española, Cristóbal Colón escribió en su Diario de Navegación que “vido tres sirenas (…) pero no eran tan hermosas como las pintan”. Al Almirante le pasó lo mismo que a Marco Polo cuando confundió al rinoceronte de Sumatra con el unicornio.

Las “sirenas” caribeñas de Colón no eran más que manatíes. A partir de esa confusión original, las fabulaciones de los Cronistas de Indias se multiplicaron, creándose incluso la leyenda de un cacique de Santo Domingo que navegaba con diez indios en el lomo de un manatí domesticado. Pedro Mártir de Anglería incrementó estos trasvases mitológicos confundiendo a los manatíes con los tritones y aun con las nereidas.

En su inevitable libro Ocaso de sirenas, José Durand nos cuenta que, ante la magnificencia del manatí, el conquistador Juan de Salinas Loyola, equivocó el nombre y escribió “magnatí”. Las denominaciones insólitas proliferaban a medida que aumentaba el batiburrillo taxonómico.

Al manatí le llamaron “vaca marina”, porque se alimenta de plantas acuáticas y pasta bajo el agua; también lo nombraron “pez-mujer”, porque tiene tetas y amamanta a las crías apretándolas contra el pecho con sus aletas en forma de “manitas”. Los mexicanos del siglo XV lo apodaron “tlacamichin”, es decir, “hombre-pez”, del náhuatl tlacatl (hombre) y michin (pez).

Dócil, pacífico, vegetariano, del rostro del manatí emana cierta nobleza a pesar de su evidente fealdad. Su constitución antropomorfa lo convierte en un enigma biológico, una criatura inclasificable, acaso el animal más desconcertante del planeta junto con el ornitorrinco. Es el único mamífero acuático herbívoro y, según los registros fósiles del Eoceno, está remotamente emparentado con el elefante por los restos de proteínas que conserva, sus características dentarias y las uñas de las “manitas”, que son planas y redondeadas.

Así las cosas, no es de extrañar que marinos y científicos de otros tiempos confundieran a los manatíes no solo con sirenas sino también con delfines, focas, morsas y hasta tiburones. El conde de Buffon los clasificó entre los cuadrúpedos y Alexander von Humboldt —que fue el primero en diseccionarlos en la cuenca del Orinoco— los catalogó entre los cetáceos.

Todos se equivocaban con el manatí, al que también denominaron “lamantino”, “lamentin”, o “lamantin”, del francés “lamenter”. “Lamantín” le llama Buffon. “Lamentino”, dice el jesuita Clavijero. Y todo ello porque parece que llora o gime cuando lo matan. Ciertamente estos animales emiten chillidos o llantos, como afirma el naturalista Herbert Wendt.

Si en la mitología clásica las sirenas cantaban, en nuestra cruda realidad, los manatíes gimen, sobre todo durante las matanzas a que han sido sometidos hasta ser casi borrados de la faz del planeta. Experimentamos una vergüenza cósmica al constatar que el animal más manso del mundo es una especie en peligro de extinción por culpa de su principal depredador, que es el hombre, por encima del tiburón y del cocodrilo. Las sirenas tuvieron mejor suerte al quedar convertidas en arrecifes.

Para colmo de males, el manatí no ha llegado a ser tan famoso como el delfín, porque no es tan “bonito”. Al ser más arcaico y nada post-moderno, es menos hollywoodense, en suma, nada circense. Sin embargo, no hay espectáculo más digno de verse que una manatina abrazando a sus manatos cuando les da el pecho a flor de agua. Todo el instinto maternal del universo se concentra en este animal. También se abrazan entre sí los adultos y juguetean en el fondo de las lagunas, incluso con los humanos, a quienes no guardan rencor por el daño que les infligen. En sus retozos, los manatíes llegan a besuquearse entre ellos.

Sin duda es el animal más tierno de la creación. Tan tierno que hay testimonios según los cuales los indios del Orinoco y de los ríos amazónicos incurrían con las manatinas “en diabólico pecado”. La carne de estos animales siempre ha seducido a los hombres, no solo como sede de concupiscencia, sino también como manjar. Otro cronista de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, nos habla del manatí desde el punto de vista gastronómico. Su carne cruda es como ternera, y cocida, tiene sabor a atún. Para Oviedo su manteca es la mejor para hacer huevos fritos y “muy buena para arder en el candil”. Hasta el mismísimo Fray Bartolomé de las Casas nos informa que la carne del manatí es muchísimo mejor que la ternera, sobre todo si es tierna y se hace en adobo. Fray Toribio Motolinía también lo probó. Los conquistadores comían manatí principalmente en Cuaresma. En días de abstinencia, guisar manatí, en las Antillas y en México, equivalía a saborear ternera que a su vez era pescado. Así burlaban el precepto eclesiástico. Comer manatí en Viernes Santo se convirtió en una tradición del Nuevo Mundo. Humboldt también lo paladeó, para él su carne “se asemeja más al puerco que a la vaca”. Alexander Olivier Exquemelin, el cirujano pirata, llegó más lejos: “he tenido la curiosidad de chupar la leche de algunas de estas hembras que daban de mamar; la he hallado tan buena como la de los animales perfectos por la cópula”.

La carne del manatí se ha aprovechado incluso con fines ceremoniales. Desde tiempos inmemoriales, olmecas y mayas la apreciaban mucho. Ya había terribles matanzas de manatíes en los últimos años del siglo XVIII. Hacia 1768 se extinguió una especie —la “vaca marina de Steller”— debido a la intensa cacería a que fue sometida en el Estrecho de Bering. El dugón —hermano del manatí en aguas del océano Índico y en la costa suroeste del Pacífico— también está en peligro de extinción.

El manatí ha desaparecido de las costas antillanas hasta quedar reducido a topónimos en Puerto Rico y en Martinica. En Cuba —donde tanto escasea la carne de res— no quedan manatíes. En Campeche, hacia 1960, se vendía la carne de manatí a 50 pesos el kilogramo. A partir de 1987 la legislación mexicana estableció una multa de 7 millones de pesos por matar uno de estos animales. En 1992 otra ley subió la multa a 26 millones de pesos. A pesar de lo cual siguen vendiéndose artesanías (aretes, collares…) confeccionados con huesos de manatí.

Antiguamente se usaba su piel en la construcción de canoas. Tradicionalmente las mujeres han usado el polvo de su cráneo y de sus costillas para detener el flujo menstrual. La grasa servía como ungüento. Un enemigo más moderno del manatí es el turismo, sobre todo las lanchas rápidas cuyas hélices los destrozan, porque el manatí nada muy lentamente casi a flor de agua, razón por la cual es fácil de cazar ya que emerge para resollar cada dos o tres minutos. Otra amenaza son las redes de pesca, sin contar diversas actividades industriales que han modificado el hábitat del manatí en costas y ríos de Florida, México, América Central, Colombia, Venezuela y Brasil.

En los años setenta se introdujeron manatíes en Xochimilco con la intención de controlar el lirio acuático en los canales del famoso lago. Pero los animales murieron por neumonía debido a las bajas temperaturas del agua, según la versión oficial. Sin embargo, existe otra versión de los hechos, quizá algo exagerada, la que nos dejó el poeta nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez: “La Venecia mexicana expiraba de constipado; entonces la Secretaría de Pesca, tan sabia y consecuente, inventó traer los últimos manatíes de la Florida para que se comieran a tiempo la fauna verde. Era de verse: una manada de helicópteros transportó en redes de nylon a todos los que pudieron (manatíes, manatizas, con sus bebeses prendidos a sus tetas) por los aires del Golfo hasta el extransparente Valle más alto del mundo y los depositaron en los taponeados canales de Xochimilco. Los indios implumes creyeron que era milagro y los sacrificaron sin piedad. Y, naturalmente, se los almorzaron con placer…”

Sea como sea, lo cierto es que en los últimos diez años del siglo pasado disminuyó la presencia de estos animales en el estado de Quintana Roo. Donde más quedan es en la Bahía de Chetumal y en el río Hondo. No hace mucho se llevó a cabo en esa bahía un censo aéreo desde avioneta y se contaron hasta 49 animales. Otras informaciones hablan de entre 90 a 130 individuos en la Bahía de Chetumal, declarada Santuario del Manatí en 1996. De todas maneras, son cifras aterradoras. Aunque tanto el Colegio de la Frontera Sur como el Instituto de Biología de la UNAM realizan tenaces esfuerzos, la especie ha sido poco estudiada. Por ejemplo, en general se sabe poco sobre su forma de reproducción.

Conmovido por la infinita desgracia del animal más apacible del mundo, hace seis años peregriné hasta Chetumal, en la frontera con Belice, para contemplar de cerca esta curiosidad zoológica de tiempos pre-adánicos y como recién salida del Arca de Noé. Chetumal es el único lugar del planeta donde el manatí tiene el puesto de honor que le corresponde. Se le ve en estatuas públicas, en folletos turísticos, en logotipos. Los niños acarician a los manatíes que de noche se acercan a la orilla del bulevar para comer algas.

Y allí conocí a Daniel, una cría en cautiverio, nadando en una “piscina” improvisada en la Laguna Guerrero. Allí tenía todo lo que necesitaba: mangle en las orillas, pasto acuático, baja profundidad de las aguas cuya temperatura está por encima de los 20 grados centígrados, salinidad variable y fuentes naturales de agua dulce.

Familias enteras acudían a ver a Daniel para rascarle el lomo con un cepillo. Daniel tenía por entonces poco más de veinte meses de edad y ya medía aproximadamente metro y medio. Su cuidador —Eladio Juárez— le daba de comer puñados de algas directamente en la boca. Daniel sacaba la cabeza buscando su condumio y luego giraba lentamente en el agua como queriendo dar saltos de alegría.

Mientras me alejaba de la laguna Guerrero adentrándome en la selva para visitar unas ruinas mayas, escuché algo deslizándose por debajo del canto de los pájaros, algo así como un lamento, una queja apenas perceptible. Era el llanto ancestral del manatí.

(*) Publicado en Cubaencuentro el 2 de Febrero del 2012.
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