julio 22, 2016

Un cubano en México (entrevista)

UN CUBANO EN MÉXICO
Entrevista a Manuel Pereira
Por Jorge Plata

La obra de Pereira es rica en ambiente y narrativa. Cada uno de sus personajes es situado en una posición de cambio inminente, en donde todo su alrededor parece saber algo que él desconoce. Su trabajo empezó en Cuba, su país natal, pero en 1991 tomó las maletas para no regresar nunca más. Desde entonces ha vivido en varios lugares, pero ahora es en México donde radica desde hace ya varios años. En Textofilia han estado publicando su obra de narrativa y ensayo, pero es sobre sus novelas (Mataperros, Un viejo viaje, El beso esquimal) la entrevista que me atreví a hacerle a este importante escritor.

JP: Naciste en Cuba, ¿pero sigues siendo cubano?

MP: Claro, aunque he vivido experiencias en otros países que me han enriquecido, uno nunca deja de ser de donde nació. Ese cordón umbilical se alarga elásticamente a lo largo y ancho del mundo, haciéndose cada vez más delgado, hasta casi desaparecer, pero en rigor nunca se extingue del todo.

JP: ¿Por qué escribes?

MP: Mi padre era grafómano, escribía en todas partes: paredes, papelitos, en las portadas y las tripas de los libros que leía, etc… Tal vez por ahí me llegó algo genético o más bien mimético. No lo sé. En realidad escribo para entender el misterio de la vida. La literatura, para mí, es una forma de conocimiento, no sólo entretenimiento. Ya sé que eso no es muy comercial, pero mi mayor ambición no es volverme millonario, ni acumular montones de premios, todo lo cual es una vulgaridad.

JP: ¿Quiénes son tus influencias a la hora de escribir?

MP: Ya estoy muy lejos de las influencias del primerizo. Cuando empecé a escribir narrativa, allá por 1972, tenía influencias de García Márquez y de Alejo Carpentier… Que luego fueron mezclándose con los estilos de otros autores europeos muy poderosos hasta desvanecerse todo, como en un remolino borroso de donde surgió finalmente mi voz. Fue un proceso lento y largo, que incluyó barbechos o zonas de silencio. También influyen en mí la buena música, la mejor pintura, el gran cine, los museos, un gato estirándose, la siniestra sombra de un campanario, el silencio de la noche, el vuelo de una lechuza, la brisa del mar que nos cuenta la historia universal…


JP: El nombre de Manuel Pereira es en sí un misterio en tus novelas. En Un Viejo Viaje es el novelista que lee tu personaje de pintor para distraerse de sus ideas de persecución a través de su último viaje, y en El Beso Esquimal es un escultor portugués, ¿por qué este afán de crear dualidad entre tu nombre de escritor y la vida del personaje que retratas en cada novela?

MP: Es un recurso literario llamado “mise en abyme”, o “puesta en abismo”, donde multiplico el álter ego del personaje protagónico, o sus dobles, o sus heterónimos. Siempre me han gustado esos juegos de espejo donde aparece un sosías. Finalmente, como dijo Rimbaud: “yo es otro”. No es nada nuevo, sólo que yo trato de hacerlo desde un ángulo un poco diferente. Por cierto, el escultor portugués existió realmente, y me gusta pensar que fue algún ancestro mío, aunque no he podido comprobarlo. Pío Baroja decía: «todo lo que no es autobiografía, es plagio».

JP: Con qué protagonista de estas novelas editadas por Textofilia te identificas más ahora: ¿El inocente que está tratando de comprender la vida a su alrededor, el temeroso pero radical que siente que le deben una vida mejor, o aquel que anhela que las cosas hubieran sido diferentes para su familia sin poder hacer mucho al respecto?

MP: Me identifico a medias con mis personajes que, en realidad, si se examina el conjunto de mi obra, son tres. Esos tres han ido creciendo a lo largo de diversas novelas. No tengo preferencias por ninguno en particular. Parafraseando a Rimbaud me gusta afirmar que: yo soy otros. Lo que al principio iba a ser una trilogía se convirtió en tetralogía y, luego, en pentalogía. Aunque cada una de mis novelas puede leerse por separado, mi plan es que algún día configuren una continuidad, formando una suerte de retablo historiado, o un gran fresco mural de mi país y de la época que a mi generación le ha tocado vivir.

JP: ¿Por qué decidiste vivir en México tras tu exilio?

MP: Mi exilio empezó en Alemania, luego siguió en Francia, más tarde en España y finalmente aterricé en México donde amigos cubanos y familiares insistieron en invitarme. Necesitaba estar más cerca de la isla natal, más cerca de mis fantasmas; también quería cambiar de aires. Europa ya me tenía harto, ya había aprendido todo lo que había que aprender allá. Por otra parte, buenos amigos mexicanos me  ofrecieron dar clases en la Iberoamericana y en el Instituto Cultural Helénico. Así que volví a hacer maletas y emprendí mi segundo destierro. Exilio dentro de otros exilios, como las matriuskas rusas. Cuando uno ya está muerto, se puede volver a morir varias veces sin mayores problemas.

JP: ¿Podemos esperar en el futuro una novela tuya que esté situada en México?

MP: Es muy probable, pero de momento estoy enfrascado en otra novela con escenario cubano. Tal vez después de esa venga México, al que he dedicado ensayos que me gustan mucho.

Tampoco te pierdas Mataperros, otro de sus libros editado por Textofilia.



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