enero 18, 2016

La Guerra de las Niñas

LA GUERRA DE LAS NIÑAS
Por Manuel Pereira

La escritora canario-cubana Nivaria Tejera falleció en París el pasado 6 de enero.

Allá por el siglo VII (a.C.) una niña griega de 6 años llamada Safo perdió a su padre en la guerra entre Lesbos y Atenas. Entonces le dijo a su madre Kleis: “puesto que papá murió, desde ahora seré tu esposo y el padre de mis hermanos”.
Así nació una brillante tradición literaria que gira en torno a la guerra, incluyendo la muerte o ausencia del progenitor, todo ello visto a través del prisma de niñas a quienes algún acontecimiento bélico convirtió en mujeres antes de tiempo.
Ese linaje se prolonga en El Diario de Ana Frank escrito por una niña judía alemana entre 1942 y 1944 en su escondite de Ámsterdam donde, por un tiempo, eludió la persecución nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
De esa joven escritora clandestina la herencia pasa a la extraordinaria mexicana Nellie Campobello con Cartucho (1931): una colección de relatos sobre la lucha en el Norte durante la revolución mexicana, narrados en primera persona por una niña con una prosa depurada y espléndida.
A esa genealogía -que ya deviene constelación- se suma Primera memoria, la estupenda novela  de Ana María Matute, publicada en 1959, y ambientada en la Guerra Civil Española: la visión de una niña llena de rabia alejada de su padre por los azares de la contienda.
Ese mismo año tan crucial -y para nuestro orgullo- ingresa en esa pléyade otra estrella rutilante: una escritora cienfueguera, la cubana-canaria Nivaria Tejera, recientemente fallecida en París.
En su vasta producción literaria, el libro que más publicaciones y traducciones ha conocido es la novela El Barranco, primera edición cubana en 1959, gracias al magnífico Samuel Feijóo. De nuevo, el telón de fondo es la Guerra Civil Española durante la cual el padre de Nivaria fue hecho prisionero y más tarde desterrado cuando ella tenía 7 años, un caso muy parecido al de Safo con su papá Skamandar.
Estas obras que voy engarzando como perlas son auténticos bildungsromans dentro de una línea que me atrevo a bautizar “la guerra con ojos de niña”. El personaje infantil femenino siempre experimenta un abrupto proceso de crecimiento, un camino de formación interior que lo hace madurar apresuradamente.
La literatura deviene así un exorcismo de los horrores de la guerra y, al mismo tiempo, una desgarradora forma de aprendizaje. Doble crueldad: una niña pierde al padre y, además, no puede vivir su niñez plenamente. Infancias truncadas. Se trata de todo un género con sus rasgos y contenidos bien definidos.
Siempre son niñas las que relatan, acaso con la excepción que confirma la regla del Oscar Matzerath de El Tambor de Hojalata, de Günter Grass, también publicada en 1959, que parece haber sido el año más propicio para esta narrativa concebida desde el punto de vista infantil.
El denominador común de esas joyas es que un padre desaparece o muere en el transcurso de una guerra, lo cual impacta a la huérfana, quien decide relatar su historia. No siempre son testimonios directos, a veces se trata de autobiografía novelada o ficcional, y todas son creaciones que alcanzan una elevada textura poética, emocional, ética y estética.
Otras sorprendentes afinidades: Safo se enfrentó a dos tiranos, igual que Tejera desafió a Fulgencio Batista y a Fidel Castro. La griega sufrió destierro por sus ideales políticos, igual que Nivaria, que ha sido la eterna exiliada. Primero regresa a su isla natal huyendo de la represión de Franco, luego se traslada a París durante la dictadura de Batista; en 1959, ilusionada con la revolución, regresa a La Habana. La nombran agregada cultural en Roma, pero en 1965 renuncia a su cargo y rompe con el gobierno verde olivo. De nuevo viaja a París, donde se estableció definitivamente. Esos peregrinajes recuerdan los sucesivos exilios de otra grande ligada a Cuba: María Zambrano. Son mujeres que han pagado muy caro el precio de la libertad, que es un lujo del espíritu. Un lujo que no sólo han defendido para ellas, sino también para nosotros, con más coraje que muchos hombres. Mi conclusión al final de esta sucinta taxonomía literaria es que la guerra se ve mejor a través de las lágrimas de una niña.


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