MATAPERROS
UN LIBRO ESCRITO DESDE LA MEMORIA
EL UNIVERSALAlida Piñon
Ciudad de México / 27 Junio 2012
Un día de 1957,
el padre de Manuel Pereira tomó una foto de la “pandilla” de su hijo, unos
chicos a los que se les conocía como “mataperros”, por su bajo nivel económico,
eran los pobres de La Habana. Manuel Pereira describe en este libro la infancia que vio nacer la revolución.
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Manuel Pereira con el libro Mataperros (Textofilia, 2012). |
En la punta del
malecón habanero, frente al Castillo del Morro, hay una zona en la que se podía
cruzar al otro lado y jugar entre las rocas. El lugar era hostil, las piedras
afiladas eran conocidas como “dientes de perros” porque cortaban como navajas.
Ahí era el centro de reunión de muchos niños y jóvenes, quienes se escapaban de
la escuela para poder ir a divertirse y a desafiar a la agresiva dentadura.
Un día de 1957,
el padre de Manuel Pereira tomó una foto de la “pandilla” de su hijo, unos
chicos a los que se les conocía como “mataperros”, por su bajo nivel económico,
eran los pobres de La Habana.
Han pasado más
de 50 años de aquellos días y Manuel sólo recuerda a algunos de ellos e ignora
qué fue de aquellos “mataperros” que estaban por vivir el triunfo de la
Revolución Cubana, “el huracán que dispersó a mucha gente, mandándolos desde
Miami al fin del mundo”.
Pereira,
novelista y ensayista, discípulo de José Lezama Lima y Alejo Carpentier,
después de publicar Un viejo viaje, en el que narra la vida de un joven que
logra salir de Cuba representando a su país y choca con las realidades que
están fuera de la isla, ahora entrega Mataperros (Textofilia, 2012), una novela
escrita desde la memoria que da cuenta de cómo se difuminó una de las muchas
bandas de “niños callejeros” de la capital isleña.
La memoria como fuente
La memoria, dice
Pereira, es la fuente principal de su materia prima literataria.
“En Mataperros
están los que pasábamos hambre a finales de los años 50 y principios de los 60.
Fue doloroso escribir sobre esos recuerdos, porque es como trabajar con
fósiles, todo está muerto, y, en ese sentido, también soy un novelista
arqueológico, un rastreador de viejos cadáveres. Mis libros son de la memoria
fosilizada, un libro como éste se escribe con el corazón herido”, dice.
Pereira explica
que en su niñez se usaban expresiones como “mataperros”, “bitongos” (los niños
de una clase más favorecida) y “góticos” (los ricos del barrio), que definían a
las clases sociales que existían en una misma calle, hoy ignora si se siguen
usando, pero al rescatarlas, la novela se vuelve una bisagra entre el pasado y
el presente.
“En mi novela
están los últimos años de Batista y los primeros de Fidel Castro, la bisagra de
la historia de Cuba, un momento muy importante para entender todas las cosas
que vinieron después”.
Actualmente,
añade, podría haber hasta cuatro clases sociales. “De alguna manera volvieron
los mecanismos capitalistas que fueron abolidos en 1961, de formas muy tímidas,
pero si hay gente que ya tiene su pequeño paladar (fonda), pues podemos pensar
que ellos viven mejor que el albañi, es inevitable, es una ley física”.
Pereira, quien
radica en México desde 2004 y es catedrático de la Universidad Iberoamericana,
se distanció de Cuba cuando el gobierno de Fidel Castro mandó fusilar a cuatro
militares, uno de ellos héroe de la República: Arnaldo Ochoa; cuenta también
que en el libro hay un drama familiar, la historia de sus padres.
“En el 59 todos
amaban a Fidel, menos Batista, pero en el 61 mi mamá empezó a rechazar a Fidel
porque su hermano más querido se fue de Cuba. Ahí empezaron los líos, porque mi
papá sí lo seguía; yo crecí en medio de esa batalla campal que me ayudó a mi
formación intelectual posterior”.
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LO QUE SE ROBARON
LOS REYES MAGOS
ANIMAL POLITICO
Moisés Castillo
Ciudad de México / 9 Junio 2012
El pequeño Manuel Pereira se
encontraba inexplicablemente en la librería “La Moderna Poesía”, la más
importante de La Habana y donde solía verse a Ernest Hemingway en un bar
cercano “El Floridita”. Era raro porque visitaba con sus amigos, los “mataperros”,
lugares donde había comida, juguetes o lápices “Mirado”. Poco a poco se fue
adentrando a un laberinto de libros y se sintió solo. Nunca había percibido
tanto silencio en su corta vida. De repente, sus ojos casi negros miraron un
libro muy bonito de pasta verde. En la portada se asomaba un niño saltando de
un edificio en llamas y leyó: “Aventuras de un niño irlandés”, de Julio Verne.
Le llamó tanto la
atención que, sin pensarlo demasiado, cogió el libro y rápidamente lo guardó
debajo de su camisa de colegial. Salió como si nada del lugar. Su compañerito
estaba en la tienda de enfrente, “La Rusquella”, intentando robarse un par de
zapatos cafés. De la nada se escucharon unos gritos ensordecedores: “¡Atájalo,
atájalo!”.
El librero había visto
a Manolito cómo se metía ese ejemplar a la altura del estómago. Al oír ese
vozarrón, el mozalbete de 10 años corrió con todas sus fuerzas sobre la calle
Obispo, esquivó y saltó como loco varios autos. Su corazón casi explota por el
gran esfuerzo de sus piernas flacas. Un tipo se le atravesó por el camino y
mordió el suelo. Lo atraparon. Fue llevado a empujones a la estación de la
policía. La gente indignada miraba a ese mocoso y movía la cabeza en señal de
desaprobación.
Al ingresar al centro policíaco,
un uniformado reconoció al pequeño y sabía que su padre trabajaba como mesero
en el bar “Palacio”. Fue de inmediato a buscar a don Coliseo. Mientras tanto,
el dueño de la librería miraba con tanto odio al menor de edad que se le
enrojeció el rostro. Por fin llegó don Coliseo con su clásico delantal. “¡Ay,
Dios!”, dijo en silencio Manolito rodeado de varios policías imponentes y con
fama de dar golpizas, matar y torturar. Era la policía del dictador Fulgencio
Batista. Nada más, nada menos.
El mesero de lentes de
pasta tomó una silla y se subió. Como era sindicalista y le gustaba dar
discursos aprovechó el momento: “Como dijo José Martí, robar un libro no es
robar, porque hay que ser culto para ser libres”. Y todos los agentes
aplaudieron con entusiasmo ante el desconcierto del librero. Al final soltaron
al chico “mataperro” y don Coliseo pagó el libro del tal Julio Verne. Así
comenzó la pasión por la literatura del escritor cubano Manuel Pereira.
Ese tipo de historias divertidas
y sorprendentes se pueden leer en su libro reeditado de cuentos Mataperros (Textofilia
2012), que fue galardonado en 2006 con el Premio Iberoamericano de relatos
Cortes de Cádiz, España.
Los 27 cuentos “autobiográficos”
de la infancia de Manuel en la Habana Vieja son una especie de “memoria
ficcionada”, recuerdos de los últimos años del régimen de Batista y los tres
primeros años del triunfo de la Revolución Cubana que encabezó Fidel Castro, el
“Che” Guevara y Camilo Cienfuegos.
Las aventuras de Joaquín
Iznaga y su pandilla juvenil “Mataperros” demuestran que la realidad de la
ficción suele ser más perdurable: agua vuelve el espejo. La pluma precisa del experimentado
escritor rejuvenece y nos traslada a la Loma del Ángel, el barrio que se alza
frente a la bahía, donde el hampa y la prostitución florecieron.
El vecindario se dividía
en tres clases sociales: en la cuadra de abajo vivían los
“mataperros” hacinados
en cuartuchos. En la del medio se encontraban los “bitongos”, mientras que en
la parte superior de la loma habitaban los niños ricos: los “góticos”. La Loma
del Ángel era una pequeña muestra del tejido social de Cuba hasta que llegaron
los “Barbudos” o los “Reyes Magos” en enero de 1959. Todo cambió: Melchor,
Gaspar y Baltazar se robaron la diversión. Desapareció toda la alegría de los
niños, la infancia se militarizó. En ese ambiente violento creció Manuel
Pereira.
En el cuento “Una bronca por un
peso” –quizás el más divertido- don Coliseo busca por todos lo medios que su
hijo no se convierta en un “niño gótico” y trata de alejarlo de las influencias
de su esposa gallega Numancia, que era “gótica” por naturaleza.
Don Coliseo sabía que
la única forma de que Joaquín sobreviviera a las bandas peligrosas que
controlaban las calles era enseñarlo a pelear. Así que un día cualquiera le
propuso: “¿Ves a aquel negrito que está parado en la esquina? Te doy un peso si
te fajas con él”. ¡Su padre nunca le había dado un peso! Un peso equivalía a
veinte Coca-Colas… Como no aceptó, don Coliseo se acercó con el negrito “El
Churri” y le hizo la misma oferta. Sin pensarlo, agarró la moneda y se lanzó
contra Joaquín, que irremediablemente tuvo que contestar a los “trompones”.
“Mi papá lo hizo
porque quería que aprendiera a pelear. Sabía que en ese barrio había que tener
capacidad de defensa. Era un barrio portuario que implicaba marinería,
prostitución, bares y delincuencia. Esa es la condición de los puertos y genera
una atmósfera de violencia que impregna a la juventud. La estás respirando
desde que naces”.
-El escritor
Guillermo Espinosa Estrada dice que idealizamos nuestra infancia para
sobrellevar el presente infernal, ¿cómo fue el proceso de escribir estos “cuentos
autobiográficos”?
Es un libro de cuentos
sobre una pandilla de muchachos. Todos queríamos ser boxeadores, Tarzán,
Superman, estábamos locos y vivíamos un ambiente de violencia tremenda:
cadenas, palos con clavos, armamento medieval, púas, nos tirábamos piedras,
rompíamos vidrios, robábamos todo lo que podíamos como chocolates, lápices y
sacapuntas. Eso éramos, niños traviesos y alegres y muy locos. Siempre estábamos
en el Malecón nadando. El Malecón es una zona rocosa, y nadábamos en unas
pocetas. Era un lugar fabuloso para pasar el día. Casi no íbamos al colegio,
nos fugábamos. Era más atractivo estar ahí o ir al barrio de las prostitutas,
no podíamos hacer nada porque éramos niños, pero por lo menos las veíamos. Esa
era la infancia y todo eso desaparece cuando triunfa la revolución en 1959.
Llegan los “Barbudos” o los “Reyes magos”. Todo cambia en ese momento para bien
y para mal. En el libro tenía un interés de destacar eso, de matizar. Todo lo
que hizo la revolución no está mal, hay cosas que están bien.
-Sin embargo, el
sabor que queda al terminar “Mataperros” es que la Revolución Cubana se
robó la diversión…
Hay una especie de
frustración, pero por otro lado desaparecen las bandas rivales, porque había
pandillas muy peligrosas en los barrios. Había calles que no podía cruzar
porque me lanzarían unas bofetadas y me iban a dejar muy mal parado, eso
desapareció. Son las cosas buenas. Pero se esfuma toda la alegría de la
infancia. Lo que hace la revolución es militarizar a los jóvenes y a los niños.
¿Cómo? A través de programas sociales y campañas de justicia social como las
alfabetizaciones. También hay que cosechar el café y la caña de azúcar. Los
americanos nos quieren invadir, pues cursos de artillería. Todo eso produce una
atmósfera de militarización y esos jóvenes desaparecen, yo también. Esas fotos
se desintegran. Es un momento de la vida congelado en el tiempo. Yo quiero que
sea un libro bisagra entre los últimos años de Batista y los primeros de
Castro.
-¿Cómo fue la
desaparición abrupta de clases? Porque ya no hay “góticos”, “bitongos” o “mataperros”…
Todo se uniformiza a
la baja. Casi todos somos “mataperros”, todos somos pobres. Ese es el problema
del igualitarismo comunista, nunca te aclara que tipo de igualdad va
establecer. Por eso hay que ser muy exigentes con los políticos cuando empiezan
a hacer sus promesas. Si la igualdad va a ser la pobreza, no me interesa. Es un
mal negocio. Es cambiar “la vaca por la chiva” como decimos en Cuba. En el
capitalismo, por lo menos los pobres, tienen la posibilidad o ilusión de tener
un ascenso social, ya sea a través de la lotería o robando, tienen una ilusión.
Pero en el comunismo planificado esa ilusión desaparece y sabes que vas a ser
eternamente pobre, eso es horrible. Quitarle al ser humano la ilusión, el capricho.
En Cuba no hay hambre, en Cuba lo que no hay son caprichos. La crisis es de
caprichos. Todo mundo come una cantidad de proteínas al día que permite que esté
viva, no hay cadáveres en las calles como en Nueva Delhi. Hay una crisis de
caprichos: si tú quieres comer un filete de cerdo en lunes, pues no puede ser
porque resulta que el racionamiento que te toca es un huevo. Tú no tienes
derecho de ejercer el capricho. Eso lo puede hacer un pobre aquí en México. Eso
desaparece en el comunismo y es gravísimo. Porque al desaparecer el derecho al
capricho está desapareciendo la diversidad y eso tiene un reflejo en otros
aspectos políticos, culturales, intelectuales. Es espantoso.
-¿Su infancia fue
feliz o infeliz?
Es muy difícil
saberlo. Es difícil tener una opinión total hacia una dirección: feliz o
infeliz. No sé, tuve días infelices y otros felices. Fue una infancia dichosa
porque tenía el amor de mis padres. Eso me hacía distinto de esos muchachos
porque ellos no sabían ni siquiera quiénes eran sus padres. Eso es terrible, no
saber quién es tu papá y tu mamá. Eso es espantoso mi amigo, el punto de vista
síquico es tremendo. Yo sí sabía quiénes eran. La fotografía de la portada del
libro la tomó mi papá, por ejemplo. Estaba con los “Mataperros”, pero siempre
sentía la presencia de tres adultos que eran mi papá, mi mamá y mi abuela. Y
eso me daba fortaleza.
-El cuento “Macao”
es una grata sorpresa: pasó de ser jefe de la pandilla del Barrio de Colón a
estudiante de pintura en la Academia de Bellas Artes…
Eso fue bueno. Trato
de ser justo porque hay muchos cubanos llenos de dolor y amargura. Yo los
entiendo, sobre todo los que están en Miami que son viejos como yo. Porque les
fusilaron a algún familiar, estuvo preso el hijo por 20 años, les quitaron un
negocio. A mí no me quitaron nada y por eso no tengo esa amargura, pero
entiendo que otros la tengan. Por eso soy capaz de darme cuenta de que pasaron
cosas buenas también. Hubo cosas positivas: un negrito delincuente quiere ser
de pronto artista y tiene acceso a una escuela de arte, esa es una bondad de la
revolución. Trato de ser equilibrado. Yo soy un exiliado, estoy en contra de
Fidel Castro, que quede claro, pero dentro de eso hay que reconocer algunas
verdades históricas. Porque si no volvemos a caer a la eterna trampa: negar la
historia y entonces siempre estamos comprometiendo el futuro. Creo que eso es
el papel del escritor, no sólo es un señor que escribe historias divertidas
para leer en el tren o en el avión, también es un señor que tiene que tener una
conciencia social y conciencia histórica. Yo creo en eso.
-¿Qué le pasará a
Cuba cuando muera Fidel Castro?
No soy adivino, pero
supongo que Cuba volverá a ser lo que nunca debió dejar de ser: un pequeño país
tropical lleno de música, color y carcajadas, exportador de azúcar, café,
tabaco, flores y frutas, con entradas masivas de turistas -sobre todo
procedentes de EUA-, con una economía de servicios y sin desmesuradas
ambiciones napoleónicas que sólo traen distribución igualitaria de la miseria y
mucho dolor. Cuba será entonces como cualquier otra isla caribeña, como Puerto
Rico, Guadalupe, Trinidad y Tobago, Martinica… Un pueblo unido, sin un
desgarrador exilio de casi dos millones de personas, sin divisiones clasistas,
ni odios, sin pena de muerte y sin ese anti-imperialismo tan falso como
exagerado que no es más que envidia. Lo que le hace falta a Cuba es una cura de
humildad, que se le bajen los humos, que deje de sentirse el ombligo del
universo, que ocupe de una vez su verdadero lugar en el concierto de las
naciones. Volverán la economía de mercado y la libre empresa, con sus ventajas
y sus desventajas. Por sus dimensiones y posición geográfica, Cuba podrá
permitirse un gobierno lo más pequeño y barato posible, no necesitará fuerzas
armadas, ni tampoco un aparato de seguridad del Estado, que son tan costosos,
ni tantos ministerios, ni un cuerpo diplomático tan numeroso. Con todo ese
dinero que se ahorrará, la isla podrá conservar, e incluso mejorar, algunas
conquistas de justicia social para los más desfavorecidos: sanidad y educación
gratuitas, por ejemplo. Eso bastará para garantizar la paz social.
José Martí y México
Manuel Pereira no deja
de contar historias, está ocupado escribiendo alguna reseña literaria o crítica
de cine. Actualmente es Director de Difusión Cultural del Instituto Cultural
Helénico y siempre está preparando alguna clase literaria o diseñando futuros
programas para cursos universitarios. Sus vacaciones son para escribir, no hay
descanso ni siquiera sábados y domingos. No ve televisión y no le interesan los
deportes.
Al encender otro
cigarrillo, recuerda que cuando era niño leía cómics como “El pájaro loco” o “Dick
Tracy”, pero su madre leía la Biblia y cosas de Benito Pérez Galdós. Su padre,
en cambio, sindicalista y un poco comunista tenía libros de Lenin. Cuando su
mamá se enteró de que había robado el libro “Aventuras de un niño irlandés”,
avergonzada, hizo ahorros inimaginables y le compró toda la colección de Verne.
El pequeño enloqueció tanto que se hacía pasar por el escritor francés y se
autografiaba sus libros: “Para Manolín Pereira, de su amigo por siempre Jules
Verne”.
A sus 63 años, el discípulo
del escritor José Lezama Lima dice que aún se carcajea por aquella frase de José
Martí que su padre usó para sacarlo de la estación policíaca.
“Unos diez años después
del incidente por el libro de Verne, ya me había leído las obras completas de
José Martí, que son unos 20 tomos. Estaba buscando la cita y no la encontré.
Hablé con especialistas de la obra de Martí y no sabían nada. Le dije a mi
padre donde había sacado esa cita: ‘me la inventé chico, me la inventé’,
jejeje. Es bellísimo porque pudo haberlo dicho Martí. Mi padre dio un chispazo
de ignorancia. Era un hombre con una formación tan precaria que no había hecho
el sexto grado. La otra parte sí es real: ser culto para ser libre. Empalmó una
cita real con una apócrifa. Lo cual le da más valor a la apócrifa”.
-¿Cuál fue la
motivación real de su exilio y por qué escoger a México para vivir?
Cuando empezó la
Perestroika y la Glasnost en la Unión Soviética me entusiasmé mucho, pensando,
ingenuamente, que el gobierno cubano haría algo parecido, o sea, que llevaría a
cabo profundas reformas económicas y brindaría mayor transparencia informativa
(o lo que es igual, que habría menos censura en los medios). Pero no fue así,
sino todo lo contrario. En 1988 renuncié a mi cargo de agregado cultural en la
UNESCO y regresé a Cuba porque mi padre estaba ya muy enfermo y yo quería
asistir a sus últimos días. Mientras tanto, Fidel Castro se atrincheró en una
especie de pureza ideológica, quiso ser más papista que el Papa, o sea, más
comunista que la mismísima madre Rusia. Por si fuera poco, en julio de 1989
fusilaron al general Ochoa y a otros tres militares de alta jerarquía. Viendo
tan lúgubre el panorama, decidí hacer las maletas e irme para siempre. Mi
primer destino fue Alemania (recién derrumbado el Muro de Berlín), luego fui a
Francia, después me instalé largamente en España y hace siete años llegué a México.
¿Por qué México? Me cansé de Europa y de la falta de trabajo en España, me cansé
de la soledad y la frialdad europeas, por eso vine a México, buscando una
cercanía geográfica y emocional con Cuba, buscando una idiosincrasia más
parecida a la cubana, además, aquí tenía amigos y una sobrina. Ya Europa no tenía
nada que enseñarme.
En “Mataperros” Manuel
Pereira tuvo que recurrir a su memoria y pareciera que ésta no lo traicionó,
pues sus cuentos están llenos de vida y de buena nostalgia. Describe
detalladamente los barrios y las tiendas; recuerda rostros y diálogos con sus
amigos que pensó se habían quedado en el malecón, pero que reviven gracias a su
memoria fotográfica. Sin embargo, dicen que el recuerdo de las cosas pasadas no
es necesariamente el recuerdo de las cosas tal y como sucedieron.
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LLEVA
MANUEL PEREIRA AL LECTOR A LOS AÑOS
DE
SU INFANCIA EN LA HABANA
EL
INFORMADOR
Ciudad
de México / 25 Mayo 2012
El novelista, periodista
y ensayista cubano Manuel Pereira, discípulo de Lezama Lima, escribió un libro
sobre una banda de niños pobres, él entre ellos. El escenario, una comunidad
portuaria de La Habana Vieja de 1957 a 1961, donde eran los
"Mataperros".
"Yo era muy mal estudiante y tenía muchos
problemas en la escuela. Me escapaba y me iba al malecón a nadar y al parque a
tirar piedras, jugar béisbol y a subirme a los árboles. De niño yo no tenía ni
la menor idea de que con el tiempo me convertiría en un escritor, en un
intelectual", mencionó sonriente.
Luego se dijo feliz "por la
realización artística a través de este libro, que me costó mucho trabajo y
tiempo. No son cuentos escritos en días o semanas, los he trabajado durante
seis años. Hay un trabajo artesanal, casi de orfebre", dijo el escritor
nacido en La Habana Vieja, en 1948, donde pasó años radiantes.
El mote con el
que se conoció al grupo de infantes es el que da nombre a la publicación, y con
ese motivo el autor dijo que "hacíamos travesuras, rompíamos vidrios, y a
veces robábamos", y comentó que escribió "con la memoria",
porque él estuvo ahí. "Es como una nostalgia, pues la memoria es la
arqueología de todos nosotros".
Mencionó que se trata de una serie de
textos cortos, todos confeccionados de una manera entrañable, los cuales han
sido escritos desde el alma y la memoria, por eso, advirtió, "el lector
ideal es quien tiene una mediana cultura general. Mi público es el joven de
preparatoria y todos los universitarios".
El libro es memoria y al mismo
tiempo ficción. "Como las películas que se anuncian basadas en hechos
reales, hay una reelaboración de la memoria, no es la memoria pura, porque
entonces sería un libro de memorias o una autobiografía o un libro de
testimonios; son relatos y cuentos con ficción", dijo.
Explicó que en el
texto no sólo hay historias de él, también las hay de amigos, que él no
presenció pero de las que oyó hablar y que, por su valor histórico y su perfil
de semblanza de personajes entrañables de esos años previos a la Revolución
Cubana y los primeros tras su triunfo, los ha metido en este libro.
Ganador
del Premio Iberoamericano de Relatos Cortes de Cádiz, España, Mataperros es un libro muy intelectual, no comercial ni en la línea
editorial de las sagas que han llegado de algunas naciones europeas o de
Estados Unidos, advirtió el entrevistado.
"Es otro tipo de literatura,
porque yo no me muevo en la literatura del best seller, más bien estoy en la línea
del” long seller", aclaró Pereira.
Detalló que "el best seller es el
libro que se vende muy bien durante cinco años y luego se olvida, el “long
seller” es el libro que se lee durante 100 ó mil años pero se vende muy mal
cuando hace su aparición. Es decir, el “long seller” tiene más tiempo de
vigencia; así, yo trabajo convencido para el “long seller".
De buen
talante y afable en su hablar, el escritor subrayó que tales son sus
intensiones de escritor, pero "si lo consigo o no, eso ya es otra cosa,
que lo digan los críticos especializados y el tiempo, que es el juez supremo,
pero mi intensión no es hacer best sellers porque no va de acuerdo con mi
formación".
Reconoció que la sociedad actual, en todas las latitudes del
planeta, "está estructurada de tal manera que lo más probable es que el
chofer del taxi, la mesera o el lavador de autos no me lean nunca, ¡Me encantaría!,
pero creo que mis libros están inscritos en una línea editorial que no es muy
comercial".
Pereira, quien en 1991 salió definitivamente de la isla
cubana y se convirtió en un viajero infatigable, ha recorrido grandes ciudades
del mundo como Berlín, París, Madrid, Barcelona, Nápoles, Nueva Delhi, el
Cairo, Túnez, Marruecos y la Ciudad de México, donde ahora se encuentra para
realizar la promoción de su más reciente obra.
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EL ESCRITOR CUBANO MANUEL PEREIRA
PRESENTARÁ EN MÉXICO SU LIBRO
MATAPERROS
El libro de cuentos que en 2006 le
hizo merecedor del Premio Internacional Cortes de Cádiz, aparece ahora
publicado por la editorial mexicana Textofilia
CUBAENCUENTRO
Madrid / 28 Mayo 2012
El novelista, periodista y ensayista cubano Manuel Pereira,
presentará el próximo 1 de junio en México una nueva edición de Mataperros, un
libro sobre una banda de niños pobres cuyo escenario no es otro que una
comunidad portuaria de La Habana Vieja de 1957 a 1961.
El libro de cuentos que en 2006 le hizo
merecedor del Premio Internacional Cortes de Cádiz, aparece ahora publicado por
la editorial mexicana Textofilia.
Sobre Mataperros —una colección de narraciones
en las que Pereira evoca un tiempo desaparecido en el barrio habanero de la
Loma del Ángel— conversó brevemente el escritor cubano con la agencia Notimex.
“No son cuentos escritos en días o semanas, los
he trabajado durante seis años. Hay un trabajo artesanal, casi de orfebre”,
dijo el escritor nacido en La Habana Vieja, en 1948, donde pasó años radiantes.
“Yo era muy mal estudiante y tenía muchos
problemas en la escuela. Me escapaba y me iba al malecón a nadar y al parque a
tirar piedra, jugar béisbol…”, recuerda Pereira.
El mote “mataperros” con el que se conocía al
grupo de niños que lo acompañaban en esas andanzas, es el que da nombre a la
publicación: “hacíamos travesuras, rompíamos vidrios, y a veces robábamos”,
asegura su autor, que añade que escribió los relatos “con la memoria”, porque él
estuvo ahí.
“Es como una nostalgia, pues la memoria es la
arqueología de todos nosotros”.
El escritor señala que se trata de una serie de
textos cortos, todos confeccionados de una manera entrañable y escritos “desde
el alma”.
El libro es memoria y al mismo tiempo ficción. “Como
las películas que se anuncian basadas en hechos reales, hay una reelaboración
de la memoria, no es la memoria pura, porque entonces sería un libro de
memorias o una autobiografía o un libro de testimonios; son relatos y cuentos
con ficción”, dijo.
En la entrevista Pereira explica que en el
texto no solo hay historias de él, también las hay de amigos, algunas que no
presenció pero de las que oyó hablar y que, por su valor histórico y su perfil
de semblanza de personajes entrañables de esos años previos a la Revolución
Cubana y los primeros tras su triunfo, los ha metido en este libro.
Pereira, quien en 1991 salió definitivamente de
la Isla y se convirtió en un viajero infatigable, ha recorrido grandes ciudades
del mundo como Berlín, París, Madrid, Barcelona, Nápoles, Nueva Delhi y la
Ciudad de México, donde ahora se encuentra para realizar la promoción de esta
obra.
Entre sus obras publicadas se encuentran El
Comandante Veneno (La Habana, 1977), El Ruso (Letras Cubanas, La Habana,
1980), Toilette (Anagrama, Barcelona, 1993), Mataperros (Cuentos. Premio
Internacional de relatos Cortes de Cádiz, Algaida, Sevilla, 2006), Insolación (Diana, Ciudad de México, 2006), y Un viejo viaje (Textofilia, Ciudad de México,
2010).
La presentación de esta nueva edición
de Mataperros tendrá lugar el viernes 1 de junio a las 19:00 horas en el Centro
Cultural Bella Época del Fondo de Cultura Económica, en México DF.
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