enero 30, 2012

DERRUMBES

DERRUMBES
 Por Manuel Pereira
A los tantos edificios que se caen en La Habana, se ha sumado el Cine Campoamor. Un fragmento de la memoria física de mi juventud acaba de extinguirse. He aquí un pasaje del capítulo 28 de mi novela Insolación (Editorial Diana, México, 2006) donde lo evoco.

La Wong y Joaquín iban al cine Campoamor para matearse, enroscaban sus lenguas hasta casi asfixiarse en la última fila de butacas, que era la más oscura. Mientras tanto, en la pantalla, los enemigos del pueblo masacraban a balazos a un bolchevique. Ya le habían metido unos treinta tiros en el cuerpo, pero el tipo seguía caminando hacia sus enemigos de clase, gritándoles consignas edificantes. Era la versión proletaria de Supermán. La película era soviética y se titulaba El Comunista. Hacía como un año que permanecía en cartelera. Joaquín se la sabía de memoria.

Cuando él estudiaba ruso en el Capitolio, iba a verla solamente para recibir un baño lingüístico. Aprendió más ruso con esa película que con Nina Potapova. Pero ahora ya no veía ni oía la película, estaba demasiado entretenido mateándose con la China. Los cines ya no eran ni la sombra de lo que eran tres años atrás. Ya no había vendedores de maní garapiñado, tampoco se podía fumar... ya casi nadie gritaba aquello de “¡Cojoooooo, suelta la botella!” cuando alguna escena se interrumpía bruscamente por culpa del proyeccionista. Joaquín recordaba con nostalgia la atmósfera delirante de los cines antes de la revolución. “¡Vayaaaaa, traigo caramelos, galleticas, peters, bombones, maní garapiñaoooooo... coooooca-cola, cooocaína, mariguanaaaaaaaa!”, exclamaba el vendedor de golosinas del Majestic cuando recorría la platea haciendo bocina con la mano, con una linterna bajo el brazo y un quepis verde de medio lado. La gente estallaba en carcajadas con lo de “mariguanaaaaa”. Ese risoteo se había acabado.

Desde la puerta del cine Campoamor, mientras esperaba a la China, contemplaba los jardines del Capitolio abandonados, enyerbados. En el frontispicio de mármol empezaban a crecer las hierbas y en algunos capiteles dóricos se advertían raíces aéreas. De seguir así, dentro de poco allí estarían pastando las vacas. Los cristales de los altos ventanales estaban polvorientos, o rotos a pedradas. Por dentro, las telarañas tapizaban las banquetas de los hemiciclos. Primero convirtieron el Capitolio en Escuela de Idiomas y, más recientemente, en Academia de Ciencias, a pesar de lo cual, el Capitolio -más grande que el de Washington- estaba cada vez más descuidado. Incluso las placas de oro de su cúpula habían desaparecido misteriosamente. Pareciera como si los guerrilleros -orientales en su mayoría- que habían tomado el poder cinco años atrás estuvieran castigando a la ciudad, humillando sus símbolos, privándola de sus encantos.

Joaquín nunca había dado un beso en la boca, pero entre Salutaris y el Cawy le habían llenado la cabeza de fantasías bucales donde pululaban las lenguas enroscadas como serpientes. Salutaris le había regalado una cajita de chicles “Adams”, producto de sus andanzas con los marineros griegos por los muelles. Antes de hacerle el obsequio, le habló de la técnica del “chicle permutable”.

La “permuta” era la última invención de los Reyes Magos en materia de gestión inmobiliaria. Ya no se alquilaban, ni se vendían, ni se compraban, casas ni apartamentos ni cuartos. Ahora, si alguien quería mudarse, tenía que permutar a través de un organismo estatal. La gente cambiaba un apartamento por dos cuartos, o tres cuartos por un apartamento... las variantes eran infinitas tomando en cuenta ubicación, cantidad de metros habitables, acceso a medios de transporte, condiciones de la vivienda, etcétera.

Así que la técnica del “chicle permutable” también consistía en un intercambio. Había que masticarlo un poco nada más entrar en el cine. Cuando empezara a matearse con la China tenía que meterle por sorpresa el chicle en la boca empujándolo con la lengua. Lo ideal era que luego lo intercambiaran, como en una permuta bucal.

Tener un chicle era por entonces casi como poseer un crédito bancario, porque las pepillas adoraban el aliento perfumado de un beso “Adams”, pero también era un arma de doble filo, porque si la policía te cogía masticándolo podías ir a parar a una granja donde había que trabajar de sol a sol.

Joaquín introdujo el chicle en la boca de la China y ella reaccionó como si conociera esa técnica de toda la vida. A veces ella escondía el chicle y Joaquín tenía que buscarlo con la punta de la lengua entre las muelas y en las encías. Antes él iba a ese cine a practicar idioma con el “Manual de Lengua Rusa” bajo el brazo, ahora iba a ejercitarse en lecciones de lenguas nada muertas.

Mientras al bolchevique seguían metiéndole tiros en la pantalla, el “chewing gum” -como decía Salutaris dándose aires de políglota- iba de una boca a la otra, ya sin sabor, pero creando una extraña sensación de unión entre los dos, como en el ritual de ciertos reyes africanos que suelen demostrarse afecto escupiendo uno dentro de la boca del otro.

Una tarde la China no asistió a la cita. Joaquín se fumó una cajetilla de “Dorados” esperándola en la puerta del Campoamor. Tampoco contestaba al teléfono, o bien salía una prima mentirosa que siempre inventaba alguna excusa: “no está”, “salió a ver a su abuela”...
La China lo había dejado. Tal vez se había buscado otro novio. Joaquín lloró un poco. “No sufras por ninguna mujer, mi almita. No paga la pena”, volvió a decirle Numancia cuando lo vio tristón.

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2 comentarios:

  1. Las letras de Insolación están impregnadas de melancolía. En una especie de saudade, bien que se padece y mal que se disfruta. La desolación se
    mezcla con la nostalgia, es decir, el cine Campoamor envuelve, con toda la escena en pantalla de un matoón bolchevique, la ausencia del vendedor de maní garapiñado, la comparación entre el antes y el después del edificio, a la situación del beso entre Joaquín y la China. Es una metáfora de todo el libro. En otras palabras, la nostalgia por la música, las mujeres adolescentes, las callecitas, el malecón, los bailes está sofocada por la dictadura, la libreta de racionamiento, la permuta, el trabajo
    "voluntario", y la mierda de "compañerismo" y "camaradería".

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  2. Es curioso cómo las personas van dejando parte de ellas regadas en algún banco del parque, en una esquina del barrio aquel, en un beso, en un avión, en el te acuerdas y la tarde aquella, en una canción, en un cine, en el cine Campoamor, en una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada, en un chicle "Adams", en una pastilla de menta, en un libro, en un verso, en el peinado de una mujer y sobre todo en su perfume.

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