EL REY MONO
Por Manuel Pereira
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Viaje al Oeste. Las Aventuras del Rey Mono. Editorial Siruela, Madrid, 1993. |
José Lezama Lima me prestó esta novela china en
1969 y exigió su devolución en tres días, ya que era el libro de cabecera de
alguien que se autodefinía como “el peregrino inmóvil”, alguien gordo como un
buda, que consultaba los hexagramas del I Ching bajo los
auspicios de una estatuilla de Lao Tsé cabalgando un búfalo de jade.
Recuerdo que su título —Mono, a secas—
sonaba más enigmático que Viaje al Oeste y que era un único
tomo a diferencia de los tres volúmenes ahora publicados por la editorial
Siruela (*). Probablemente se trataba de una versión expurgada y amputada de
alguna editorial argentina, pero he olvidado ese detalle. Tampoco recuerdo que
el ejemplar estuviera confeccionado con papel biblia para reducir cuerpo.
Tras su muerte, la biblioteca de Lezama Lima
corrió una suerte similar a los avatares de los personajes de este relato
chino: fue a parar a un depósito bajo llave en la Biblioteca Nacional.
Considerados por entonces libros peligrosos, debían permanecer a la sombra.
Algo así como el Index Librorum Prohibitorum o los famosos “Archivos
Secretos del Vaticano”.
Allí durmió Mono varios años
hasta que manos anónimas se lo robaron, o lo rescataron, usando unos trucos de
cerrajería similares a las artimañas del protagonista simiesco de la novela. Así,
tras no pocas peripecias, aquel ejemplar de Mono manoseado
por Lezama, reanudó su peregrinación habanera, pasando por las manos de unos
cuantos lectores enterados, hasta llegar por segunda vez a las mías.
Pero Mono también desapareció
de mi casa como por arte de magia, nunca supe quién me lo robó, lo cual, lejos
de irritarme, se me antojó el destino más apropiado para un libro repleto de
desapariciones, metamorfosis y escamoteos de lo invisible.
Años más tarde, peregriné por las mejores librerías
de Francia y de España buscando en vano esta joya de la literatura universal.
Por último, hace poco volví a conseguirla —de manera subrepticia, casi
fraudulentamente— en esta nueva edición castellana. Luego me vi obligado a venderla,
y es curioso que por más librerías de viejo que visité en Barcelona, nadie
quiso comprarla a ningún precio. Sólo entonces comprendí que esta novela no
quería desprenderse de mí, y que la única forma de exorcizar estos fantasmas
chinos, que me persiguen desde la adolescencia, era escribiendo esta reseña.
A primera vista parece un cuento de hadas de
corte medieval, pero esta impresión se desvanece tan pronto nos sumergimos en
sus páginas. Monumento literario que nada tiene que envidiarle a los clásicos
de Occidente, la novela parte de un hecho rigurosamente histórico, pues hubo un
monje nacido en 596 que viajó hasta la India regresando a China con 657 textos
budistas. Durante mil años la hazaña de este monje viajero fecundó la imaginación
popular, pasando de la tradición oral al teatro hasta culminar en esta novela
atribuida a Wu Cheng-En, quien nació en 1500.
Tal vez gracias a ese largo proceso de gestación,
la obra no se limita a consignar el peregrinaje del monje Tripitaka y sus tres
discípulos, sino que es también una crónica de lo maravilloso, un viaje iniciático,
una aventura interior; un recorrido a través del Tao, amenizado con todos los
metabolismos metafóricos del ying y del yang, donde se dan cita la alquimia, el
budismo, el taoísmo, el confucianismo, el yoga, las artes marciales, la
astrología, la metempsicosis, la escatología y la mitología chinas, la
reencarnación y el arte de las diez mil metamorfosis.
En el transcurso de esta misión sagrada que dura
14 años, los cuatro peregrinos pasan por aldeas, palacios, monasterios, ríos,
mares, bosques, cavernas, desfiladeros; siempre envueltos en batallas aéreas,
subterráneas, submarinas y aun cósmicas, luchando contra demonios, cadáveres
vivientes, esqueletadas, dragones, fantasmas, brujas lascivas, doncellas que
son monstruos y todo un bestiario de criaturas sobrenaturales.
A su paso van liberando princesas raptadas,
curan reyes o combaten la sequía propiciando lluvias por encantamiento. Todo lo
cual se debe, no tanto al monje Tripitaka, sino al primero de sus discípulos,
que es el auténtico héroe de esta gesta: el Rey de los Monos sin duda inspirado
en el dios mono Januman venerado por los hindúes. Dotado de extraordinarios
poderes, el Rey Mono no sólo es capaz de volar por las nubes y transfigurarse
en abeja, sino que puede multiplicarse a sí mismo hasta cien veces con sólo
arrancarse un puñado de pelos y luego escupirlos.
Todo en este libro es fantástico, desde la
cosmogonía inicial —una versión china del Génesis— hasta el nacimiento de este
Mono, salido de un huevo de piedra que, a su vez, brotó de una montaña preñada
por la copulación del sol con la luna. Pero este mágico macaco abusa tanto de
sus atributos que será castigado por Buda a pasar quinientos años debajo de una
roca. Lo mismo ocurre con los otros dos discípulos de Tripitaka: seres
inmortales que por diversas causas cayeron en desgracia y ahora convierten en
gloria sus antiguas condenas viajando en busca de las sagradas escrituras búdicas.
Pero si Chu Ba-Chie y el Bonzo Sha fueron
transformados en monstruos, y aún conservan rasgos zoomórficos, el origen del
Rey de los Mono es completamente sobrenatural y, por tanto, carece de vidas
anteriores. Por su carácter travieso, impetuoso, díscolo y burlón, deviene el
protagonista mayor de la historia. Sus constantes batallas celestiales o
terrenales contra dioses, demonios y salteadores de caminos, a menudo recuerdan
las peripecias de Don Quijote con los molinos de viento. Por si fuera poco, los
diálogos de Tripitaka con sus discípulos se parecen también a los del Caballero
de la Triste Figura con Sancho, pues mientras el monje despliega un lenguaje
trascendental, sus adeptos se contentan citando refranes populares. A su vez,
el hambre insaciable de Chu Ba-Chie hace pensar en la gula del escudero de Alonso
Quijano.
Todos los clásicos se dan un aire de familia.
Por eso hay aquí una Bodhisattva —la deliciosa Kwan-Ing— que desciende sin
cesar, prestando auxilio a los cuatro buscadores de escrituras, del mismo modo
que las deidades griegas ayudaban a los contendientes en la Guerra de Troya. Si
el episodio donde una diablesa seduce al monje Tripitaka recuerda en algo a
Circe; y si al final aparece una variante china de la barca de Caronte; en
realidad todo el viaje tiene que ver con Dante, pues los cuatro peregrinos van
desde las regiones inferiores pobladas por monstruos hasta la Montaña del Espíritu,
donde se entrevistan con Buda, lo que equivale a ir del Infierno al Paraíso.
La obra conserva la estructura del relato oral,
donde cada uno de los cien capítulos se engarza, como los abalorios de un
collar, siguiendo un poco el recurso de Scherezade. Quizás la asombrosa
modernidad de esta novela se deba al humor que impregna sus páginas. No sólo
resultan jocosos los personajes zoomórficos que acompañan al monje, sino que
hasta los Budas se burlan y gastan bromas, como entregar rollos de sutras completamente
en blanco.
Este sentido del humor a lo divino, ese
desenfado sabiamente combinado con las enseñanzas más profundas, es lo que
otorga inmortalidad a estas prosas chinas del siglo XVI. Aquí se pasa sin
chirriar de una disquisición taoísta sobre la forma y el vacío a cualquier
jarana, lo que impide el tono admonitorio de la catequesis. De esa densidad
filosófica y de su estilo sostenido nace el aliento poético que distingue a las
obras maestras. Cuando para describir una escena espeluznante se nos dice que “el
cerebro saltó como si fueran diez mil pétalos rojizos de flor de melocotón”,
cuando leemos que “Tripitaka se sentía como un salmón que hubiera escapado del
engañoso fulgor de un anzuelo de oro”; o cuando sabemos que una doncella se
llama “Vergüenza de la Cien Flores”, intuimos que hemos llegado al reino de la
poesía, igual que los cuatro peregrinos, ya para siempre en la patria del
Nirvana, cada uno instalado en su trono de loto.
(*) Publicada en Cubaencuentro el 29 de Enero del
2013. (Esta reseña fue publicada originalmente en BABELIA, No. 99, el 4 de septiembre de 1993, bajo
el título Un
recorrido a través del Tao).
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