ALEJO, EL OTRO
Por Manuel Pereira
Ha muerto en
Cuba mi viejo maestro y amigo: Antonio Alejo Alejo. Lo conocí en 1968 cuando
salí del Servicio Militar Obligatorio y matriculé en la Academia de “San
Alejandro”. Nunca olvidaré su primera clase de Historia del Arte: inquieto,
flaco y gesticulante, frente a la pizarra convertida en pantalla, proyectaba imágenes
de unas cuevas argelinas en la región de Tassili N’Ajjer. Ante mis asombrados
ojos desfilaban pinturas rupestres de 15 mil años de antigüedad, pero lo más
espectacular era que aquellas imágenes representaban a unos seres con cascos de
cosmonautas o escafandras de buzos, otros personajes volaban con cuernitos como
antenas en la cabeza… “¡Extraterrestres!”, pensé y enseguida me puse a escribí
mi primer artículo para El Caimán Barbudo (febrero 1969).
Alejo me ayudó
con las ilustraciones prestándome algunas de las diapositivas más sugestivas
para apoyar mi especulación de que aquella zona de Argelia había sido visitada
en tiempos remotos por naves de otros planetas. Para un aprendiz de escritor en
su bautismo de tinta, el artículo tuvo éxito, pues fue públicamente elogiado
nada menos que por el Gran Marciano cubano: Oscar Hurtado, a quien recuerdo
enorme, con grandes orejas, siempre con sus inmensos tenis verdes, jugando
ajedrez en la UNEAC o viajando en la moto de la escritora humorística Évora
Tamayo.
Así entré en el
mundo de la prensa y la literatura, a los 20 años, de la mano de Alejo Alejo.
Con sus clases magistrales, él me mostró los senderos del arte universal. Poco
después yo conocí a Lezama Lima y tuve el gusto de presentarlos. ¡Qué diálogo
tan homérico entre aquellos dos gigantes!
En su juventud
Alejo Alejo conoció a Wifredo Lam, pero luego lo perdió de vista. Por eso,
cuando yo trabé amistad con el mejor pintor cubano, los hice coincidir en una
comida en la Bodeguita del Medio. ¡Otro banquete de genios!
Cuando yo conocí
a Alejo Carpentier, lógicamente, quedé encandilado con nuestro principal
prosista. Por entonces Alejo Alejo empezó a autodenominarse “Alejo el otro”.
Tenía un gran sentido del humor. Más tarde, la vida me llevó por otros
derroteros alejándome de aquel Alejo, a quien siempre recordé con cariño, a
pesar de las lejanías.
Alto, ágil, elástico,
siempre jovial, así era Alejo el otro. Sin embargo, también tenía sus malas pulgas.
En una ocasión me llevó a un concierto en el teatro Amadeo Roldán. Una señora
delante de nosotros no paraba de hablar y Alejo la golpeó varias veces en el
hombro con el programa enrollado exigiéndole silencio para oír la música. Yo no
salía de mi asombro. No sabía que eso se podía hacer: regañar a alguien para
poder oír un concierto. También me llevó al Museo de Bellas Artes, a un
concierto de Bola de Nieve, a quien me presentó al final de la función. Yo
estaba impresionado con ese universo musical que él me descubría.
Alejo Alejo fue
un erudito, un maestro formado antes de la revolución, y me alegra saber que al
final de su vida recibió premios y diplomas más que merecidos, distinciones
oficiales que tendrían que haberle otorgado mucho antes, pero en fin: nunca es
tarde si la dicha es buena.
Los que
aprendimos de su vasta sabiduría fuimos unos privilegiados. Un maestro tan
fuera de serie es dudoso que exista hoy en la isla. El agujero que deja en el
tejido de la pedagogía nacional es más grande que el cráter Tycho y para
rellenarlo tendrá que pasar un cuarto de siglo.
Él poseía la fórmula
secreta de todo buen maestro: capacidad de asombro para transmitir
conocimiento, contagiando con esa fascinación a su alumnado. Eso no se aprende
en ningún instituto pedagógico: es algo que viene en el ADN, y se llama vocación.
Por tanto, Alejo Alejo fue un milagro magisterial.
En un video de
Leonardo de Armas lo veo explicando el románico en la iglesia de San Clemente
de Tahull, allá en las tierras catalanas donde viví trece años. Me llamó la
atención agradablemente que comentara ese estilo no tanto a partir de sus
atributos estéticos sino más bien a través de la fe. Me gustó oírlo hablar con
tanta pasión de la “necesidad de la fe”. Que en paz descanse.
(Publicado el 11
agosto 2014 en diario digital 14 y medio, La Habana)
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