LICHI EN LA ETERNIDAD
Por Manuel Pereira
Eliseo Alberto (Lichi) presentando la novela Insolación, de Manuel Pereira, en México, D.F. 23 de marzo de 2006. |
Hoy soy infinitamente más viejo que ayer. La muerte de un buen amigo nos envejece más prestamente. Morir en el exilio es sucumbir dos veces, pues todo desterrado ya está enterrado.
De los diversos obituarios que tengo en remojo, éste era el único que no tenía previsto, el que nunca hubiera querido escribir, el que ahora publico a regañadientes.
Conocí a Lichi hace 38 años en la casona art nouveau de la revista "CUBA internacional," en Reina esquina Lealtad. Yo bajaba corriendo la majestuosa escalera para entregarle un texto urgente al linotipista. En el primer rellano tropecé con dos jóvenes que venían subiendo: Reinaldo Escobar (Macho Rico) y Eliseo Alberto (Lichi). Yo no los conocía, ni siquiera de oídas, pero sabía que ese día dos periodistas recién graduados se incorporarían a la revista.
Intercambiando sonrisas traviesas, Lichi y el Macho me saludaron como si me conocieran de toda la vida. Yo tenía prisa, el linotipista esperaba mi texto en medio de un cierre muy ajetreado. Pero los recién llegados me cerraban el paso dándome palique y enseñándome sus flamantes títulos universitarios.
“¿Tú no estás estudiando en la Universidad?”, me preguntaron casi al unísono. Cuando negué con la cabeza, Macho exclamó: “¡Entonces estás en franca minoría!”. Lichi asentía sonriendo de oreja a oreja.
Yo llevaba cuatro años publicando en aquella revista, ya dominaba los rudimentos del oficio, pero no tenía el dichoso título universitario, lo cual me condenaba a la categoría de redactor “C”, la más inferior y peor pagada: 138 pesos mensuales.
Me despedí como pude de los dos licenciados, terminé de bajar la escalera y entré corriendo en el taller del linotipo con la frase “estás en franca minoría” martillándome la cabeza.
En efecto, yo era el único periodista autodidacta y sin pergamino en aquella publicación. Si seguían llegando graduados universitarios, en cualquier momento me iban a botar. En aquel año 1973 las defenestraciones estaban a la orden del día en los medios de prensa. Tenía que hacer la carrera de Periodismo si quería ascender en el escalafón laboral, no sólo para evitar que me expulsaran, sino también para ganar un poco más. Seis años después yo también recibía mi diploma de Licenciado.
El segundo recuerdo imborrable que guardo de Lichi se remonta a 1974, en la provincia de Camagüey. Yo lo esperaba a unos pasos de la polvorienta cabina telefónica donde él se había encerrado a hablar. Yo sabía que era una conversación sentimental. Lichi colgó y vino hacia mí arrastrando los pies, con el corazón en un puño. En su rostro adiviné una lágrima. Le pasé un brazo por el hombro y empecé a bromear, para calmarlo.
Al poco rato había recobrado su presencia de ánimo y ya estábamos rumbo a alguna fábrica o granja para hacer un reportaje que al final siempre sería más literatura que periodismo, pues sólo así conseguíamos cierto decoro estético en nuestros textos, sorteando de paso la censura y eludiendo la grisura de los temas oficiales que nos asignaban en la revista.
Pasó el tiempo, y pasó un águila por el mar. Los trabajos y los días nos separaron, aunque siempre sabíamos uno del otro. Estábamos lejos pero juntos. Finalmente, llegó para mí la hora del exilio, y para él también.
En 1998, cuando ganó el premio Alfaguara con su novela Caracol Beach, Lichi visitó España y lo primero que hizo fue buscarme bajo las piedras en Barcelona. En el hotel donde se hospedaba me dio la noticia de la muerte en la Isla de mi entrañable amigo el fotógrafo Pirole. Me derrumbé en un sofá. Ahora era él quien me veía triste, tal y como yo lo había visto a él en aquella remota cabina telefónica de Camagüey.
En el año 2001 regresó a Barcelona alojándose en mi buhardilla junto con su hija María José. Fueron días felices: paseos por el Barrio Gótico, cenas en “Los Caracoles”, caminatas por las Ramblas, museos, fantasías de piedra de Gaudí. Yo ya había leído Informe contra mí mismo, el único libro de la diáspora que me ha hecho llorar, no por mor de sensiblería, sino por su lúcido lirismo, por su polifonía coral entreverada con bríos de honestidad intelectual y relámpagos de cubanidad.
Un año después era yo quien volaba a México para refugiarme en su casa de la calle Homero, nombre perfecto para la morada de un poeta. Lichi era el mismo que yo había conocido en la escalera de la revista “Cuba” tantos años atrás. Ningún premio internacional, ni las famas ni las glorias, habían podido mellar su candor esencial. Estaba otra vez enamorado, esta vez por chat, y yo me alegré, porque pensé que por fin se arrancaría del corazón aquella vieja espina de la cabina telefónica camagüeyana.
Mi economía hacía aguas por entonces, y Lichi me presentó al director de una revista mexicana con la que enseguida empecé a colaborar. Me presentó con tal despliegue de alabanzas que un elemental sentido del pudor me impide reproducirlas aquí.
En una época dominada por la envidia, en un mundillo tan espeluznante como el literario —donde pululan los ninguneos, las zancadillas, los chismorreos, las maledicencias, las efímeras famas y el vedetismo— encontrar a alguien ya consagrado que lo recomiende a uno con elogios es un prodigio. Y ese milagro ambulante era Lichi.
Dos años después, harto de Europa, yo me instalaba en México, entre otras razones porque Lichi me alentó hablándome maravillas de este país. “¡Al diablo con España, ven para acá, aquí las mexicanas te van a apapachar!”, me dijo por teléfono.
De pronto enfermó. Durante una visita al hospital lo noté bastante aburrido, sin computadora, ni teléfono, ni Internet. En la siguiente visita le llevé un regalo: un ajedrez electrónico con el que podía jugar solo contra la computadora integrada. Enseguida se sentó en la cama y se puso a mover piezas como un niño en Día de Reyes.
Al despedirnos, me habló de la diálisis: “es un balazo aquí en el pecho”, dijo abriéndose la camisa del pijama para enseñarme un vendaje en cruz.
Nuestra última conversación fue estrictamente literaria. Yo le pregunté si ciertos narradores le aburrían tanto como a mí. Coincidimos al ciento por ciento. Buscamos las causas de ese tedio.
- No hay calidad en el lenguaje —dije yo—, pareciera que escriben de prisa, sin revisar, sin refinar.
- Es que muchos piensan que basta con ponerse a contar historias para hacer una novela —opinó Lichi.
- Yo veo muchas imágenes fallidas, torpeza en los símiles, algo así como una poesía a la cañona, adjetivos mal encajados o sobrantes —añadí yo.
- Eso es porque algunos piensan que escribir es juntar palabras —dijo él—. Hay que saber colocar con precisión las palabras.
- Aparte de eso, yo creo que el problema de fondo es que ciertos autores no tuvieron una esmerada formación poética antes de aventurarse en la prosa. Por eso sus historias pueden incluso estar bien redactadas, pero yo siento que les falta algo, no percibo el soplo, no veo el fulgor.
- Ésa es la clave, la sensibilidad poética. También está el problema de los temas —argumentó Lichi—, muchas veces demasiado cercanos al periodismo o al costumbrismo.
- Esas prosas no cumplen con la frase de Proust: “sólo la metáfora puede darle una suerte de eternidad al estilo”.
- Tú estás claro, Manolo.
El balazo en el pecho que él me enseñó se ha convertido en el hueco que nos ha dejado en el alma. México está ahora más vacío que nunca. Sin embargo, yo sé donde está Lichi. No en ese sarcófago, que no es más que un frío rectángulo de metal. Yo sé donde está cocinando sus chícharos y contando anécdotas de Capablanca. Yo sé que su alma sin mancha, su alma de pan mojado en café con leche, ha trascendido ya las nueve esferas de los nueve arcontes traspasando el Velo de Sofía para instalarse en el Pleroma.
Hijo del gran poeta Eliseo Diego, Lichi quedará en la historia de la literatura como un brillante fabulador, un artesano de las palabras, un orfebre de la prosa. Su escritura resplandece gracias a su poder de concisión: prosa ceñida de impecable factura.
Como todo buen escritor, Lichi fue ante todo un ameno conversador. Podía pasarse horas contando anécdotas, algunas inventadas, otras bellamente exageradas. Ése era su principal recurso para ir bordando su vasta tapicería narrativa.
Con él se ha ido lo mejor del espíritu juvenil y creativo imperante en aquella revista donde nos conocimos y crecimos como narradores, poetas, periodistas y fotógrafos. Cada vez quedamos menos de aquella tribu literaria. Iván Cañas y Antonio Conte viven en Miami, Reinaldo Escobar batallando en La Habana, Agenor Martí quién sabe dónde, Minerva Salado aquí en México, Raúl Rivero en Madrid, Garófalo durmiendo en algún lugar, Luc Chessex envejeciendo en Suiza, Ernesto Fernández oxidándose frente al mar, Félix Contreras y Félix Guerra en la Isla, Froilán Escobar en Costa Rica…
Con Lichi se ha ido lo mejor del espíritu de mi generación. Ahora sí que estoy en franca minoría.
(*) Publicado en Cubaencuentro el 3 de agosto de 2011.
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SOBRE "LICHI EN LA ETERNIDAD"
ResponderEliminarLindo y sentido homenaje de Pereira a Lichi. Gracias......
Mucho mas que un brillante escritor y narrador, fue para nosotros -como el mismo acotara en una entrevista- nuestro "intimo companero de lucha".
Fue y sera para siempre en nuestras memorias, un ser humano excepcional, "hombre a todo" y sobre todo un verdadero amigo.....
Descansa en paz, hermano, alla nos veremos algun dia de nuevo, bajo la mata de mangos compartiendo un Popular y una botella de Coronilla.
Siempre tuyo.....Tu......Ivan Canas
Sobre "LICHI EN LA ETERNIDAD"
ResponderEliminarRecuerdo un día que llegué a casa de Manuel, y Lichi se encontraba ahí. Estaban conversando de frente y me invitaron a sentarme. Eran dos grandes de la literatura latinoamericana hablando sobre novelas, escritores, e historias antiguas. Yo –de 19 años– desconocía la mayoría de cosas de las que hablaban pero seguía escuchando atentamente. Lichi contaba, implacablemente, una historia tras otra, sobre una reina de belleza venezolana plantada en el altar, sobre "Yesterday" de los Beatles, sobre espectaculares jugadas de campeones de ajedrez, etc... De pronto Manuel se dió cuenta que yo no hablaba, que tenía los ojos bien abiertos tratando de seguir la conversación que iba de los melancólicos "recuerdas aquella vez", "ese libro lo leí cuando", "es una maravilla tal autor" a los temas actuales en los que se encaraba la vida. Así que me regaló una anécdota grandiosa. Me contó que en sus años de juventud siempre jugaban ajedrez uno contra el otro. Solamente que Lichi jugaba de espaldas al tablero, y aún así, le ganaba a Manuel. Después de algunos años de derrotas ajedrecistas, Manuel seguía queriendo jugar (lo imagino con esa simpática impaciencia de niño). Solamente que Lichi contestaba: "¿Para qué?". Y los dos se reían amistosamente.
Puede que mi anécdota sea simple pero es una muestra más de la relación entre dos escritores que sufrieron (cada uno por su parte) exilios, separaciones, despedidas, teléfonos olvidados, rostros borrosos, y aún así, continuaron la amistad que comenzaron hace 38 años.
SOBRE "LICHI EN LA ETERNIDAD"
ResponderEliminarBello homenaje que rescata a toda una generación de escritores y artistas que han navegado por las aguas del exilio. Uno más que se va pero que queda en la eternidad.
SOBRE "LICHI EN LA ETERNIDAD"
ResponderEliminarDespués de conocer su gran aprecio y admiracion por Lichi, ha despertado el interés en mi por leer a Lichi. Victoria Bucio.
SOBRE "LICHI EN LA ETERNIDAD"
ResponderEliminarExcelente Manolo, un abrazo, Peyi.
SOBRE "LICHI EN LA ETERNIDAD"
ResponderEliminarMuy muy bello. No conoc'i a Lichi pero conozco a Manuel y le mando un fuerte abrazo.
SOBRE "LICHI EN LA ETERNIDAD"
ResponderEliminarBRAVO MANOLO....GENIAL!!..LAS FÁBULAS DE LICHI NOS DEVOLVÍAN A CASA CON OTRA IDEA DE LA VIDA...SE PUEDE SER INTELIGENTE,SÍ...PERO IMAGINATIVO,SUENA MEJOR.
SOBRE "LICHI EN LA ETERNIDAD"
ResponderEliminarTuve la oportunidad de conocer a Lichi en una conferencia en el Instituto Cervantes en Berlin,acompanado por Fernando Perez Director de clandestino y por el actual Presidente de la UNEAC del cual no recuerdo su nombre y prefiero no recordarlo,me acompanaba una amiga italiana muy progrecista ella y al final me comento los dos de la derecha se referia a LIchi y Fernando son personas de una gran sensibilidad y muy sinceros pero el otro ese es una persona despreciable.
SOBRE "LICHI EN LA ETERNIDAD"
ResponderEliminarMuchas gracias, querido Manolo, por este recuerdo de nuestro amigo que siempre fue tan ingenioso, buena persona y humilde. Alberto Lauro.
"SOBRE LICHI EN LA ETERNIDAD"
ResponderEliminarMe agrada esta despedida para un amigo que se ha ido. Yo no tengo el gusto de conocerlo como escritor, pero conozco novelas y ensayos de Manuel Pereyra y por él he leído esta nota de sincera amistad y despedida.
SOBRE "LICHI EN LA ETERNIDAD"
ResponderEliminarAgenor Martí falleció en Ecuador.
SOBRE "LICHI EN LA ETERNIDAD"
ResponderEliminarGracias Manuel por tus luminosos recuerdos en esta oscura hora.
SOBRE "LICHI EN LA ETERNIDAD"
ResponderEliminarRecuerdo esa conversación, yo estaba con ustedes, fue una conversación
interesantísima, una clase sobre el idioma y la literatura. Gracias
por recordarlo así, sé que ese tiempo en que coincidieron todos
ustedes en la revista Cuba lo acompañó siempre.
Cubanos célebres.
ResponderEliminar“ Con éste son ya tres los comentarios que no han sido publicados en el blog del célebre trovador cubano Silvio Rodríguez “Segunda Cita” en los que, educadamente, he tratado de manifestar mi queja por un mensaje publicado el pasado día 5 de agosto de 2011 a las 10:05 horas, de una seguidora nicaragüense “Arlen”, acusando (en mayúsculas) de FASCISTA al Estado español.
No encuentro motivos por los que no acepte conceder un turno de réplica ante tan grosera descalificación, más inexplicable todavía cuando es el propio Silvio Rodríguez quien modera y escoge personamente los comentarios que son publicados en su blog, dejando de publicar aquellos que resulten claramente ofensivos.
Se dirá que los míos han sido anónimos, pero otros comentarios anónimos sí salen publicados.
Hasta ahí la exposición de los hechos.
Mis dudas son otras: su indiferencia ante las reiteradas reclamaciones se podría malinterpretar. Sería muy fácil concluir: ¿no pensará él lo mismo, que el español es un Estado fascista?. ¿No le incomoda que se pueda deducir algo así ?.
¿Lo hubiese aceptado si hubiese sido dirigido contra su país o lo repudiaría como lo que es: una verdadera afrenta ?. De haberlo publicado ¿tendría él turno de réplica?.
Ojalá su aprecio por España y por los muchos amigos españoles que tiene por estas tierras, le ayude a reflexionar sobre la injusticia de dejar suelto un episodio así.
No tengo interés alguno en que resuelva mis dudas si no lo desea. Desde luego a mí no me debe ninguna explicación. Está en su derecho: en su casa y su conciencia manda él, cómo no.”