GRITOS, GESTOS Y EMBLEMAS
Por Manuel Pereira
Chaplin en "El gran dictador", 1940. |
La historia política de América Latina parece ajena al silencio. Basta repasar algunas fechas patrióticas. En Cuba tenemos el Grito de Yara y el de Baire, en Uruguay, el Grito de Asencio; en México, el Grito de Dolores; en Puerto Rico, el Grito de Lares; en Brasil, el Grito de Ipiranga… Con semejante tradición de alaridos no es extraño que Munch se haya inspirado en una momia peruana para concebir al personaje andrógino de su cuadro El Grito.
El nacionalismo es gritón por naturaleza. Nace en la trompa de Falopio para morir en la trompa de Eustaquio. La independencia y la soberanía son aquí conceptos mensurables en decibelios estresantes. En el siglo XIX era comprensible tanta vocinglería, lo malo es que esos atavismos se han prolongado hasta nuestros días, sobre todo entre políticos demagogos y populistas que mitificaron aquellos gritos históricos reiterándolos en ociosas liturgias. Casi todos aúllan tanto en sus discursos que ignoran la frase de Leonardo da Vinci: “donde se grita no hay verdadera ciencia”.
Pasamos así del pandemónium al diálogo de sordos, entre otras razones, porque en América Latina gusta mucho la peor oratoria, esa labia pegajosa que fluye como la resaca de un bolero trasnochado. Algunos hasta suspiran y entornan los ojos oyendo a tantos gritones.
Kant desenmascaró a la oratoria acusándola de “coartar el libre ejercicio del entendimiento”, pues en su afán de persuasión recurre al chantaje emocional. Sócrates también arremetió en Gorgias contra la retórica, rebajándola de su supuesta condición de arte a la de actividad culinaria, agradable pero sin profundidad. Platón despotricó contra los discursos grandilocuentes de los sofistas porque, en vez de buscar la verdad, sólo aspiran a inculcar ideas en un auditorio pasivo.
Mientras más inculto es un pueblo, mayores éxitos cosechan los sofistas. Ramón Grau San Martín decía: “el pueblo de Cuba sigue al que más grita”. Lamentablemente sigue teniendo razón.
Muchas veces me he preguntado por qué Fidel Castro gritaba tanto en sus discursos si tenía hasta cinco micrófonos en la tribuna.
Que Demóstenes corriera gritando por las playas para ejercitar sus pulmones a fin de poder pronunciar discursos al aire libre, se entiende, porque en su época no había megafonía. Que se llenara la boca con piedras y se pusiera un cuchillo afilado entre los dientes, se entiende también, porque era tartamudo.
Pero Fidel nunca tuvo ninguno de esos problemas. Entonces, ¿por qué se ha pasado cinco décadas bramando filípicas? En cada uno de sus kilométricos discursos vociferaba hasta quedarse ronco, o incluso mudo, como en agosto de 1962.
Más allá de ciertas técnicas retóricas —estilo elevado y declamación—, aprendidas por él en la Escuela de Derecho, su gritería tenía mucho que ver con la voz de mando arengando a la tropa. Nunca fue un gobernante ante sus ciudadanos, sino un jefe ante batallones de subordinados. Así, el grito deviene una forma de coacción que busca fanatizar a la masa aniquilando al individuo. Ese terrorismo acústico fue muy usado por Hitler y por Mussolini.
En la película de Chaplin, El gran dictador, el Führer profiere una soflama contra los judíos y grita tanto que uno de los micrófonos, aterrado, empieza a doblarse hacia atrás.
“¡Bochinche, bochinche. Esta gente no saber hacer sino bochinche!”, exclamó Miranda cuando fue arrestado por sus propios compatriotas, entre los cuales estaba Bolívar.
Chávez también ha gritado a los cuatro vientos confirmando el proverbio: “de aquellos polvos vienen estos lodos”. No sólo se desgañita, sino que de vez en cuando alza el puño. Como marionetas de guiñol, lo imitan Correa, Morales, Ortega, Lula… el gesto se repite en el zimbabuense Robert Mugabe, en el iraní Mahmoud Ahmadinejad, en el libio Gadafi. Líderes sindicales, jefes de partidos separatistas europeos y miembros de organizaciones terroristas también adoptan ese mimetismo gesticular.
Menos grave es cuando quienes alzan el puño son cantantes y deportistas que se dejan contagiar, ya sea por frivolidad o por desinformación. Incluso Lennon y Yoko Ono levantaron sus puños durante una protesta antibelicista.
En fotos de juventud vemos a Felipe González y a Alfonso Guerra con el puño en alto. Últimamente Zapatero ha reincidido en ese ademán. Salta a la vista que ese puñetazo al cielo pasó del comunismo a la socialdemocracia, haciendo las veces de cordón umbilical.
Para suavizar esas afinidades, los socialistas europeos añadieron una rosa a la mano cerrada de su logotipo. La rosa es delicada, pero el puño la oprime. Más que una rosa, semeja un coágulo de sangre. El mensaje del símbolo está claro: “o aceptas la flor que te ofrezco o te doy un puñetazo”.
Según las malas lenguas, esa rosa socialdemócrata procede de los rosacruces, aunque algunos piensan que es un homenaje a Rosa Luxemburgo. Por mi parte, recuerdo aquella rosa del afiche de la canción protesta que diseñó el cubano Alfredo Rostgaard en 1967. La flor cianótica mostraba una espina con una gota de sangre. Siempre veremos sangre en la semiótica de izquierda.
Hace poco, Fidel y Raúl alzaban los puños al concluir el sexto congreso del partido. Parecían un réferi levantando el brazo del boxeador vencedor. Es difícil saber qué victoria celebraban después de haber admitido públicamente que el país está al borde del abismo, que la revolución se hunde y que se les cae la cara de vergüenza.
Por lo visto, no importa el cúmulo de fracasos, pues ellos seguirán estirando los brazos con sus reflejos condicionados cada vez que oyen aplausos. Cargados de “electricidad animal”, son como esas ranas galvanizadas que aun después de muertas insisten en sacudir las patas.
Cuando alzó el puño, Raúl lanzó alguna estentórea consigna y, en la foto, su boca abierta remite otra vez a la momia de Munch. Ese mismo grito y ese mismo puño ilustran cada día la cabecera de la primera plana del periódico Granma con la foto recortada de los guerrilleros en el Pico Turquino.
A mediados de los sesenta, durante la revolución cultural china, los guardias rojos también padecieron estos espasmos musculares. Aquejados de los calambres ideológicos de los batracios, alzaban sus puños airados mientras escupían, pelaban, golpeaban o increpaban a los pobres defenestrados con capirotes de cartón. Actos de repudio asiáticos que los camaradas cubanos no tardarían en copiar.
Los medios condenan sin cesar la violencia doméstica o el bullying escolar —lo cual está muy bien—, pero no leo ni una palabra, ni veo una sola imagen, reprobando ese puño en alto que entraña tanta violencia y odio, tanto chantaje y coacción, y que es impunemente practicado por gobernantes reconocidos por las Naciones Unidas.
En el poster de El origen del Planeta de los Simios, un chimpancé con cara de pocos amigos levanta el puño izquierdo. Al fondo vemos el puente de San Francisco humeando y la ciudad en llamas. Como reza el jocoso subtítulo darwinista de la película, parece que vamos “de la evolución a la revolución”.
Se pudiera objetar que es tan sólo un gesto simbólico, una candorosa seña de identidad ideológica. Pero sucede que en política se pasa rápidamente de la potencia al acto. Se empieza por lo simbólico para enseguida organizar turbas que golpean, insultan o vapulean a los opositores pacíficos en la calle, incluyendo mujeres arrastradas o alzadas en volandas. Internet rebosa de fotos y videos donde vemos esos “actos de repudio” que avergüenzan y repugnan por su zafiedad a cualquier cubano de bien.
Una variante criolla de esas gesticulaciones fue la inventada por aquel efímero canciller que gritaba en cualquier acto masivo: “¡el que no salte es yanqui!”, y todos empezaban a brincar, como cuáqueros temblorosos en una carrera de sacos. Esa psicosis colectiva señala la decadencia de cualquier proceso, es la historia como histeria o —para citar a Marx— la historia que se repite “primero como tragedia y después como comedia”.
Todos esos aspavientos simiescos y vocinglerías de primates segregan selvática agresividad. El puño en alto amaga con golpear a quien piense distinto, es represión en estado latente, y sólo debería estar permitido al final de las peleas de boxeo o en las coreografías de las cheerleaders. En países como Alemania e Italia el saludo nazi está prohibido acarreando multas y arrestos. ¿Por qué no se persigue con la misma tenacidad el violento puño izquierdista? ¿Acaso porque Churchill y Roosevelt posaron sonrientes junto a Stalin en Teherán y en Yalta?
De entonces a esta parte han pasado 66 años y, mientras tanto, ese puño crispado ha costado millones de vidas, cientos de miles de personas enviadas a campos de concentración, colectivizaciones forzadas, culto a la personalidad, torturas, hambrunas, éxodos, familias separadas por muros y mares, invasiones… para no hablar de innumerables catástrofes económicas.
¿Hasta cuándo se va a respetar aquella alianza que fue meramente estratégica y coyuntural? ¿Hasta cuándo va a durar ese pacto contra natura entre sociedades democráticas y regímenes totalitarios? Ciertamente, la Unión Soviética prestó un gran servicio en la guerra contra Hitler. Pero los favores tienen fecha de caducidad. La Segunda Guerra Mundial se cerró en falso. Se destruyó a un totalitarismo, pero se dejó al otro intacto, ampliado y robustecido.
El puño en alto es, como mínimo, despótico. Equivale —a escala política y gubernamental— al hombre que amenaza con golpear a una mujer, o al guapetón de esquina que se rasca los testículos ostentosamente para dar a entender quién manda en el barrio. Tal es el impúdico mensaje que algunos gobernantes y políticos envían a sus pueblos.
Juramento de los Horacios, de Jacques Louis David |
En cuanto al saludo nazi, es más arcaico que el puño proletario, pues procede del saludo romano, como se ve en tantas películas de Hollywood. En el cuadro de David titulado Juramento de los Horacios aparece el brazo extendido con la palma hacia abajo. Desde mucho antes, ese ademán militar ya se dejaba ver en la Columna de Trajano. Diversos relieves y estatuas de la antigua Roma reproducen esa gestualidad marcial. En su afán por resucitar el Imperio Romano, Mussolini rescató ese saludo. Hitler se lo copió al Duce y el contagio gesticular llegó hasta la España de Franco.
Ahora bien, ¿dónde se originó la manía de levantar bravuconamente el puño? El primer fósil del puño marxista figura en el emblema del Rotfrontkämpferbund (o Rot Front), organización paramilitar del Partido Comunista Alemán creada en 1924. Durante la República de Weimar, en aquel clima de violenta confrontación entre las SA (“camisas pardas”) y la Liga de los combatientes del Frente Rojo, surgió el puño en alto como respuesta al saludo hitleriano.
De los gestos pasamos ineludiblemente a los emblemas. Los nazis tenían su cruz gamada, que no es un diseño de Hitler como algunos piensan, sino herencia iconográfica de las tribus indoeuropeas. Cuando yo vi en la India tantas esvásticas me quedé perplejo. Luego la descubrí en cerámicas griegas, en el museo romano-germánico de Colonia, en mandalas tibetanos y hasta en el pecho de Buda. La historia de ese símbolo se pierde en la noche de los tiempos. Más tarde, Hitler haría la asociación con los arios en su entelequia de la “pureza racial”.
La insignia correspondiente al otro totalitarismo del siglo XX es la hoz y el martillo. Procede de la cruz cristiana, que es el potro de tortura donde los romanos clavaban y dejaban morir a sus prisioneros. Los comunistas tomaron la idea de los dos maderos cruzados, sustituyéndolos por la hoz y el martillo en alusión a la alianza obrero-campesina.
El emblema proliferó en los países comunistas durante la Guerra Fría con la excepción de la RDA (República Democrática Alemana), donde reemplazaron la hoz por un compás. El compás tiene una escala semicircular entre los dos brazos cuya curva sugiere o recuerda la silueta de la hoz. Aunque también hace pensar en la masonería, este instrumento de precisión representaba a la intelectualidad. Tal vez los alemanes orientales lo incluyeron entre sus blasones porque sin duda eran los más desarrollados del antiguo campo socialista. Quizá estaban sugiriendo que eran más inteligentes que sus “hermanos” rusos, búlgaros, checos, rumanos, polacos, húngaros…
El compás devino así un avatar del instrumento para segar. Pese a sus pretensiones intelectuales, no deja de ser un utensilio punzante, o sea, capaz de herir, igual que una hoz o un martillo. Y lo que es peor, no se trata de un inofensivo compás escolar, sino de un compás geométrico militar.
Cruz Ortodoxa. |
Dicen que Lenin diseñó la alegoría de la hoz y el martillo. Otros —más fantasiosos— afirman que el martillo es un préstamo del dios Thor y que la hoz pertenece a Saturno. Por mi parte, tengo casi la certeza de que las dos herramientas superpuestas se inspiraron en la cruz ortodoxa de ocho brazos. Si nos fijamos en el travesaño inferior de esa cruz tan peculiar, veremos que está inclinado, rompiendo la simetría. Ese elemento atravesado equivale al martillo en la “cruz” atea de los comunistas.
El travesaño inferior de esta cruz tan presente en Rusia sirve para clavar los pies separados de Jesús a diferencia de la cruz latina donde ambos pies están sujetos por un solo clavo. Además, ese madero está sesgado porque también representa la balanza del Juicio Final. Por esa razón uno de sus extremos apunta hacia arriba (el Paraíso) mientras que el otro se dirige hacia abajo (el Infierno).
Pero hay más. En una visita al Kremlin me llamaron la atención las cúpulas doradas de algunos templos ortodoxos coronadas por cruces que tienen medialunas en la parte inferior. ¿Qué hacía al pie del símbolo cristiano algo tan propio de la fe musulmana? Esa medialuna era un símbolo cristiano de Bizancio pues simbolizaba un ancla siguiendo un símil de San Pablo para expresar la firmeza de la fe cristiana, ya que toda iglesia es una nave: el Arca de Noé. La cruz ancorada tiene otro origen en las catacumbas romanas, por ser también símbolo de San Clemente, quien fue atado a un ancla y arrojado al mar por orden del emperador Trajano.
En cualquier caso, el ancla se fue estilizando y tras la toma de Constantinopla por los turcos se fusionó con la medialuna otomana. Otra versión, acaso más verosímil, sostiene que en el siglo XVII, cuando Rusia le ganó la guerra a Turquía, apareció una medialuna a los pies de la cruz como el signo de la victoria sobre los musulmanes.
Cruz en Templo Ortodoxo. |
Sea como sea, estas hibridaciones icónicas del cristianismo orientalizado sirvieron de inspiración para el emblema de los comunistas. ¿Habrá en el cielo algo más parecido a una hoz afilada que una Luna en cuarto creciente?
Esta transición que va de los símbolos cristianos a los atributos ateos subraya el triunfo de la nueva fe —el marxismo leninismo— sobre los escombros de la religión.
Queda por examinar otro elemento de la heráldica comunista: la estrella roja que suele acompañar a la hoz y el martillo. Es otra colaboración involuntaria del “opio de los pueblos”. Los bolcheviques también se la robaron al cielo. Se trata de la estrella de Belén que irradia en tantas cruces ortodoxas y que tachona las cúpulas azules en forma de cebollas. Es una estrella de Belén ensangrentada.
Esa estrella sanguínea cayó en Cuba hacia 1962 coagulándose en el logotipo de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Nuestra isla no podía dejar de hacer alguna que otra contribución a la panoplia bolchevique. Una de las puntas de la estrella de la UJC se alargó aguzándose hasta evocar la pata puntiaguda del compás de Alemania oriental. Además, la parte inferior del distintivo (donde están las siglas) recuerda una regla curva, lo cual nos remite una vez más al compás para, de paso, sugerir el contorno encorvado de la hoz.
Otro aporte tropical a este repertorio de imágenes es el emblema de los CDR (Comités de Defensa de la Revolución) donde un muñeco diabólico, con sombrero y machete en alto, nos recuerda que la misión primordial de esta organización es la vigilancia permanente, o sea, el espionaje entre vecinos.
En Cuba la hoz se trocó en machete: herramienta fundamental en el cañaveral, pero también arma favorita de los mambises para degollar españoles en la guerra de independencia. Siniestra y ubicua, la alegoría del CDR surge en cada cuadra, ora en forma de cartel, ora como grafiti, ora como banderola, también prolifera en caricaturas, en historietas y hasta en sellos postales. Es como el ojo de un dios vengativo que todo lo ve y todo lo sabe, que no pierde pie ni pisada a los supuestos enemigos de clase.
¿Cuál es el denominador común de este inventario de gritos, gestos y emblemas? La amenaza. El puño anuncia puñetazos, la hoz amenaza con decapitarnos, el martillo amaga con machacarnos, la estrella ensangrentada espanta, los gritos coaccionan y el machete tuvo hace poco un funesto protagonismo en el genocidio de Ruanda.
Ahora bien, la hoz es la hermana menor de la guadaña, ese instrumento letal que empuña el clásico esqueleto de la Muerte que, ataviado con su capucha negra, va segando almas. De manera que estos símbolos no son casuales, ni ingenuos. El martillo, obviamente, sirve para forjar a martillazos al “Hombre Nuevo”, pero también puede pulverizar a quienes se resistan a entrar en tan incómodo molde. De hecho, en el lenguaje oficial los tildan de “escoria”.
Por doquier vemos amenaza, represión, coacción. Y todo esto ha estado gravitando, consciente o inconscientemente, durante más de cinco décadas, sobre la psiquis de tres generaciones de cubanos, desde que nacen hasta que mueren. ¿Cómo extrañarse entonces de que la gente en la Isla tenga miedo?
Pero también los gobernantes tienen miedo. En el logotipo del único partido que existe en Cuba aparecen más machetes y fusiles. ¿Cuánto miedo e inseguridad han de sentir los comunistas en el poder que sólo son capaces de conservarlo infundiendo desde la infancia un minucioso terror psicológico en sus súbditos mediante estos y otros símbolos?
Como decía hace más de veinte siglos el cáustico escritor romano Decimus Laberius: “Necesse est multos timeat quem multi timent”, o sea, “aquél al que muchos temen, debe tener miedo”.
(*) Publicado en Cubaencuentro, el 20 de Julio del 2011.
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RETRATO DE CARONE
Por Manuel Pereira
Detrás de Chibás, un joven Fidel Castro, de cuello y corbata, aprendiendo de su maestro. Al fondo, a la derecha, el Dr. Francisco Carone Dede. |
Cuando toqué la aldaba de aquella casa de El Vedado yo no sabía que estaba llamando a la puerta de un testigo de excepción del “último aldabonazo”. Corría el año 1972 y en la revista “CUBA internacional” me habían encargado una investigación sobre el “Canal Vía Cuba”, para lo cual debía entrevistar a un tal Francisco Carone Dede, de quien nunca había oído hablar. Tampoco sabía nada sobre el Canal Vía Cuba, algo que, en un primer momento, me sonó a emisora de televisión.
Carone Dede vivía frente al hospital “González Coro” (antiguo “Sagrado Corazón”). Me abrió la puerta una señora bajita, muy amable, fumando con una elegante boquilla. Aunque ya empezaba a peinar canas, y a pesar de su aparente fragilidad, se movía ágilmente. Era la Dra. Vicentina Antuña, a quien yo conocía de oídas gracias a un chiste que circulaba en los ambientes literarios. Cuando alguien se enfrentaba a un debate demasiado enrevesado, proclamaba: “¡esta es una discusión bizantina antuña!”.
Bromas aparte, yo sabía que era una destacada latinista y renombrada profesora universitaria. Hasta hacía poco había sido directora de la Escuela de Letras. Acababan de tronarla. No obstante, seguía militando en el partido y le habían dejado una clase semanal. Tenía un envidiable sentido del humor. En un edificio de la Universidad que sólo tenía tres pisos, ella pidió al ascensorista que la llevara hasta el cuarto. “Doctora, como usted sabe, sólo llegamos al tercer piso”. “No importa, hijo, ¿no ve que me han ascendido?”.
Vicentina me introdujo en el despacho de su esposo, el doctor Francisco Carone Dede, quien se puso de lo más contento. “¡Al fin un periodista decente que viene a entrevistarme!”. Era muy alto, casi me sacaba una cabeza. ¡Qué pareja más dispareja!, pensé comparándolo con su diminuta esposa.
Vicentina se despidió y entró en su estudio, que quedaba enfrente, al otro lado del largo pasillo que atravesaba la casa. Allí leía abultados libros, fumando y tomando notas. Desde el escritorio nos miraba de vez en cuando a través de sus anticuados espejuelos estilo secretaria.
Carone estaba ninguneado, proscrito en su propio hogar, en esa situación política que el humor cubano ha bautizado como “plan pijama”. Había llegado a ser Decano de la Facultad de Derecho, pero discrepó en público con su antiguo alumno, Fidel Castro, razón por la cual lo habían “jubilado” apresuradamente y a la cañona. Estaba fuera de la Universidad, acaso porque sabía demasiado, quizá porque su locuacidad resultaba peligrosa en aquellas aulas donde ya las autoridades académicas forjaban al “Hombre Nuevo” del Che Guevara.
Visité su casa varias veces, pues mi pesquisa periodística requería consultar muchos documentos y recortes de prensa de veinte años atrás. Ya en la segunda visita, sintiéndose en confianza conmigo, Carone empezó a contarme anécdotas estudiantiles de Fidel Castro, una etapa de su vida que las hagiografías oficiales siempre sortean, ocultan o edulcoran. Fidel vestido de traje, dejando ver la pistola Colt. 45 en su cinto, Fidel alborotando sin cesar en la Universidad o entrando desafiante en las aulas. Esa fue la imagen que Carone me transmitió.
“¿Quieren un poquito de café?”, preguntó Vicentina asomándose a la puerta del bufete de Carone.
Carone y Vicentina en San Antonio de los Baños, 1938. |
Noté que cuando ella regresaba con las tacitas humeantes, él callaba abruptamente o cambiaba de tema. En mi tercera visita, Carone dijo: “vamos a hablar en el comedor” y me llevó al fondo de la casa, lejos del despacho de Vicentina. “Ella es comunista, ¿sabes?”, me susurró alzando los ojos al cielo.
¡Qué pareja más dispareja!, seguía pensando yo.
En la mesa del comedor, ya con mayor familiaridad, Carone seguía contándome anécdotas, cada vez más incendiarias, sobre Antonio Guiteras y Eduardo Chibás, de quienes fue amigo y estrecho colaborador. Carone era muy campechano. Aparte de ser cubanísimo, descendía de italianos, y esa mezcla tan explosiva la desplegaba haciendo chistes verdes y contándome anécdotas picantes de personajes históricos demasiado canonizados por la propaganda gubernamental. Pertenecía a la estirpe de Orestes Ferrara, aquel napolitano tan ingenioso, culto y audaz que llegó a ser coronel del ejército mambí.
Carone no tenía con quien hablar y se despachaba conmigo. Era muy bromista y gesticulaba un poco a la manera de Raúl Roa: todo un estilo de ser cubano que mucho me temo ha desaparecido o está en vías de extinción. Yo me reía mucho con sus historias. Sin embargo, a pesar de nuestras carcajadas homéricas, yo percibía la tristeza de aquella pareja en cierta forma dividida por motivos ideológicos.
En la cuarta o quinta visita ya no hablábamos del “Canal Vía Cuba”, que fue un plan impulsado por Batista en 1954. El dictador quería partir la isla en dos con un canal para el tráfico marítimo que atravesaría el país de norte a sur, desde la Bahía de Cárdenas hasta la Bahía de Cochinos. La idea era conectar el Canal de Panamá con el sur de Florida.
El argumento principal afirmaba que esa vía acortaría las rutas de navegación, ahorrando así muchas millas náuticas a las embarcaciones. Sin embargo, enseguida afloró el sentimiento nacionalista aunado a la sospecha de que el proyecto ocultaba fines estratégicos norteamericanos de índole militar. Las protestas fueron tan generalizadas e intensas que la obra nunca llegó a ejecutarse.
Uno de los más enérgicos detractores de aquel plan constructivo fue Carone Dede, quien presentó varios recursos ante el Tribunal de Garantías Constitucionales denunciando quince violaciones de la Carta Magna.
A pesar de llevar trabajando tres años en la prensa, yo no sabía nada de aquel episodio histórico, ni de sus principales protagonistas. En Cuba ya existía un control tan férreo de la información que los jóvenes de mi generación ni siquiera nos enteramos del Festival de Woodstock, ni de la llegada del hombre a la Luna. Como decía Baltasar Gracián: “Hombre sin noticias, mundo a oscuras”.
Ese “mundo a oscuras” que era yo, escuchaba boquiabierto a Carone, a sabiendas de que mucho de lo escuchado nunca me lo publicarían en ningún medio de la isla. A veces salía de aquella casa asediado por las dudas. ¿No estaría exagerando el viejo cuando despotricaba de Fidel? Todo aquello que me relataba, ¿no serían desahogos de resentimiento tras haber sido separado de la Universidad? Por si acaso, nunca le conté nada a nadie, en parte para no perjudicarlo más de lo que ya estaba, en parte para proteger a su mujer.
Más tarde, ya en el exilio y gracias al dios de Internet, pude confirmar en otras fuentes todo lo que él me contó. Carone empezó a abrirme ligeramente los ojos revelándome algunas de las claves del sistema en el que yo había crecido sin la opción de conocer otro modelo de sociedad.
Batista tildó de “comunistas” a todos los que se opusieron a su proyecto constructivo, pero puedo asegurar que Carone Dede, de comunista, no tenía ni un pelo. Un hombre que fue tan famoso en la década del cincuenta, ahora estaba totalmente relegado, en una especie de ostracismo interior. Por lo menos Vicentina seguía dando clases y publicando, aparecía en actos públicos, de vez en cuando la entrevistaban, razón por la cual era más conocida que él. Carone, en cambio, era un muerto en vida. Incluso hoy, en el ciberespacio, resulta difícil encontrar algún rastro suyo.
Carone era un archivo ambulante y yo me pasaba horas nutriéndome de sus relatos, rellenando muchas lagunas sobre la historia oculta de mi país. Para que se sintiera más seguro, yo no tomaba notas, tampoco llevaba grabadora. Desgraciadamente, con los años, algunas anécdotas que me contó se me han olvidado y otras no consigo evocarlas con la precisión indispensable para reproducirlas aquí.
Recuerdo que hablamos sobre la dictadura de Batista. Carone seguía siendo un antibatistiano radical, pero me decía que, al menos, en el régimen anterior existía el hábeas corpus y había un Tribunal de garantías constitucionales: conceptos y estructuras jurídicas que yo desconocía, pero que con su ayuda empecé a descifrar. La prueba de que en la anterior dictadura se respetaba hasta cierto punto el estado de derecho es que tanto la enérgica acción de Carone como las protestas de la prensa escrita, la radio y la televisión, los universitarios, la iglesia y los sindicatos obligaron a Batista a cancelar un proyecto que era la niña de sus ojos. Y toda esa protesta tuvo lugar pacífica y civilizadamente, sin vocinglerías ni violencia. Además, me explicaba aquel maestro defenestrado, nunca hubo represalias contra los opositores, ni fueron a la cárcel, ni los silenciaron, ni los obligaron a exiliarse.
La conclusión a la que yo he llegado años más tarde, y atando cabos, es que Batista fue un dictador con ínfulas de demócrata, un golpista al que le gustaba -al menos en ciertos momentos- darse aires de liberal. Pero ese detalle, aun tratándose de una fachada, convertía su dictadura en dicta-blanda comparada con cualquiera de las “dictaduras del proletariado” que han existido hasta hoy en el mundo.
¿Qué clase de universidad era aquella?, me preguntaba yo cuando Carone se refería al gansterismo estudiantil que en la isla llamaban “bonchismo”: un cubanismo derivado del inglés bunch. Para mí todo aquello era incomprensible, entre otras razones, porque en mi primera juventud la palabra “bonche” significaba algo completamente opuesto. En la secundaria llamábamos “bonche” a la broma, a la burla jovial entre amigos.
¿Cómo fue que aquella palabra cambió tan drásticamente su significado, pasando de la violencia extrema al relajo y la jarana?
La palabra bunch -o sea, “grupo”- conecta con gang o pandilla, pero a su vez puede designar a un grupo de amigos que se divierte metiéndose unos con otros, lo que en Cuba también llamamos “jodedera”.
He aquí un misterio de nuestra idiosincrasia. Cuando el 26 de julio Fidel Castro atacó el cuartel Moncada, se pasó súbitamente del carnaval a la masacre. Sin embargo, desde hace años esa efeméride tan luctuosa es día feriado. En lugar de ser día de luto nacional -pues murieron muchos cubanos de ambos bandos-, resulta que es fiesta nacional, incluyendo la celebración de carnavales, ya no sólo en Santiago, sino también en La Habana. Así las cosas, hemos realizado el camino de regreso, yendo esta vez de la matanza a la comparsa.
Hacia 1935 un acto terrorista se convertía en guaracha cuando el trío Matamoros cantó: “¿quién tiró la bomba?” incluyendo explosiones de fondo. En Cuba conviven -o se mezclan con asombrosa fluidez- la violencia y la alegría, como supo captar magistralmente Tomás Gutiérrez Alea en la secuencia inicial de Memorias del Subdesarrollo. Una frase antológica cubana afirma: “acabó como la fiesta del Guatao” y no olvidemos los carnavales del 70 con los navajazos y “El perico está llorando”.
Fidel no era el único estudiante que subía armado a la colina universitaria. Todos aquellos muchachos “del gatillo alegre” encarnaban algo que se cultiva entre nosotros desde la infancia, desde la primaria: la guapería como mérito primordial. En Cuba la fajazón es una orgía al revés donde se disfruta con el placer de propinar golpes o de recibirlos. ¡Qué despilfarro de energía!
Carone me contó que le pidió a Chibás que Fidel Castro entrara en la sección juvenil del Partido Ortodoxo. Chibás le respondió: “yo no quiero gánsteres en mi partido”. Sólo entonces empecé a entender por qué en Cuba no le rinden homenajes a Chibás, a pesar de haber sido éste el ídolo de Fidel en su juventud, su principal fuente de inspiración.
Chibás fue el maestro de Fidel en muchas cosas: en la capacidad para convertir la política en espectáculo, en la idea mesiánica de sí mismo, en la gesticulación (el admonitorio índice levantado), en la violencia retórica, en la oratoria gritona (incluyendo gallos escapados y ronqueras).
¿Por qué entonces un gobierno que ha durado más de medio siglo no ha erigido una estatua a Chibás, ni siquiera un busto? ¿Por qué lo ha ninguneado tanto? Tal vez porque Fidel nunca le perdonó aquel comentario de rechazo, quizá porque Chibás fue un anticomunista visceral.
El gobierno cubano ha dedicado sellos de correos y hasta una estatua a una vaca mientras que a Chibás no le ha obsequiado ni el nombre de una calle importante. Queda en Prado 109 una tarja donde estaba la oficina del Partido Ortodoxo y que hoy es un edificio olvidado y ruinoso. Salvador Allende tiene su avenida en La Habana, Lenin tiene un inmenso parque, la princesa Diana tiene un jardín, pero ninguna gloria urbanística para Chibás. Hasta John Lennon ostenta una estatua en un parque de El Vedado, aunque los fetichistas le hayan robado las gafas, pero a Chibás ni siquiera sus espejuelos de miope le pueden robar.
Llama la atención que un personaje tan importante que ocupó las principales portadas de las revistas cubanas haya sido silenciado durante tanto tiempo. ¿Cómo es posible que no recibiera mayores alabanzas alguien cuya imagen estampada en abanicos de cartón yo veía de niño en las manos de todas mis vecinas? ¿Qué pasó con aquel líder tan popular que su voz se multiplicaba en las cuarterías de mi barrio cada vez que hablaba por radio? ¿Cómo pasó al olvido el hombre cuyo entierro fue el más multitudinario que recuerde La Habana?
Yo creo que Chibás no ha sido exaltado oficialmente, entre otras razones, porque fue un suicida. Como en toda sociedad de corte feudal, en Cuba impera una iglesia atea llamada Partido Comunista. Para la iglesia católica todo suicida es un pecador, ya que quitarse la vida equivale a despreciar el don que Dios nos hace. Según la versión marxista-leninista-fidelista de ese dogma, la vida hay que consagrarla en cuerpo y alma a la revolución, por tanto, suicidarse es una afrenta a la revolución. Esto explica por qué tampoco se ensalzan figuras como Paul Lafargue o Haydée Santamaría.
Carone fue más lejos en sus revelaciones cuando me contó que Chibás no quería matarse. En realidad, no acertó con el disparo, pues su plan era darse un tiro a sedal en la ingle, quizá como parte de uno de sus acostumbrados shows. El líder ortodoxo era bastante excéntrico, lo mismo iniciaba una bronca a trompadas en medio de la calle que se batía en un duelo a espada. Después del pistoletazo (agosto de 1951) que ha pasado a llamarse “mi último aldabonazo”, Chibás agonizó once días en un hospital. Estando a solas con Carone, el moribundo le hizo esa confesión.
De pronto Carone me dijo:
-¿Nunca te has preguntado por qué él dijo que era su último aldabonazo? Fíjate que dijo “último”.
No supe qué contestar.
-Si aquel fue su último albadonazo, ¿no te parece que entonces hubo antes otro disparo?
ormal" styleg="EN-US" style="font-family: TimesNewRomanPSMT;">Sonriendo ante mi ingenuidad, me contó que ya Chibás había hecho algo parecido. En 1939 resultó herido de bala en circunstancias nunca aclaradas. Fue un disparo a sedal que, según algunos historiadores, se descerrajó para ganar popularidad en vísperas de unas elecciones, según otros, por una perreta al ver que no formaba parte de la Asamblea Constituyente.
Como quiera que sea, para mí el legado de Chibás no es su suicidio -real o simulado, único o reiterado- sino sus denuncias, su infinito afán de criticar cualquier abuso o corrupción ejercidos desde el poder. Lo demás fue más bien la política como una sucursal de la farándula: Batista con su bala en el directo, Fidel robándose la Campana de La Demajagua, el maletín vacío de Chibás y su disparo ante los micrófonos, los Diez Millones van, los cubanos muertos en Granada “abrazados a la bandera”... patéticas exageraciones saturadas de teatralidad.
A Cuba le ha hecho mucho daño la maldita idea de que somos un país de guerreros. A los niños en primaria deberían enseñarles no tanto ejemplos de valentía, o heroísmo, como dechados de sabiduría. En los libros de texto de la isla abundan las páginas destinadas a los Maceo, los Máximo Gómez, los Agramonte, los Mella, los Che Guevara... Sin embargo, ¿cuántas páginas, fotos e ilustraciones dedican esos mismos libros a Capablanca, a Finlay, a Felipe Poey, a Tranquilino Sandalio de Noda, a Brindis de Salas? La palma sin duda se la llevan los guerreros. Mientras no se dediquen más páginas a las celebridades civiles que a las militares, Cuba seguirá hundida en la superstición de la violencia como único recurso para construir el futuro.
Oímos muchas trovas sobre mambises y combatientes, pero ¿cuántas están dedicadas a los genios cubanos de la ciencia y del arte? Mientras que en Cuba no le quiten el énfasis a la violencia como virtud y le otorguen el lugar que merece a la profundidad de pensamiento, al conocimiento, a la capacidad de dialogar con el que opina diferente, estaremos perpetuamente perdidos como nación. Habrá mucho “cañón de futuro”, pero ningún futuro.
El conflicto entre el poder civil y el militar se remonta a la malhadada reunión en La Mejorana y a las páginas arrancadas del Diario de José Martí. Algún día habrá que suprimir el elemento militar de la cúpula gobernante cubana si se quiere tener una nación civilizada, incluso el ejército debería desaparecer y con ese presupuesto colosal fundar más escuelas, pues el único recurso que permite construir el futuro de cualquier nación es el fomento de la inteligencia desde la infancia.
Ese culto oficial a la violencia -que viene del “bonchismo” universitario- es lo que hoy permite que se reprima a los disidentes pacíficos. Todo ese aguaje y gritería, todos esos “actos de repudio”, no son más que chusmería política. La violencia ideologizada, todo ese catecismo de la coacción, se ha ejercido de muchas maneras, sobre todo en el siniestro colofón de todas las arengas, ese “Patria o muerte” que algún día tendrá que transformarse en otra consigna que diga simplemente “Patria y vida”.
Después de aquellos encuentros, la vida y el trabajo me llevaron por otros rumbos. Nunca más volví a ver al magnífico Carone.
Si murió, que Dios lo tenga en su gloria, junto a su Vicentina.
(*) Publicado en Cubaencuentro, el 6 de Julio del 2011.
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MUERTE Y SURREALISMO EN MÉXICO
Por Manuel Pereira
El hombre de la guadaña, de Remedios Varo. |
Hace seis años, cuando llegué a México, comprendí que un extranjero percibe las peculiaridades de un país mucho mejor que los nacidos allí. Yo venía de una larga temporada en una Europa supuestamente racionalista y cartesiana. Así que el primer impacto que recibí aquí fueron los ruidos callejeros. París, Madrid, Barcelona, Bruselas o Berlín son vastos silencios sepulcrales comparados con el universo acústico mexicano.
Lo primero que me impresionó fue esa voz ubicua que anuncia “lleve sus ricos tamalitos oaxaqueños”. Me fascinó el silbato del carrito del camotero, me dejé hechizar por los organilleros en los parques, experimenté una alegría casi infantil al oír al afilador de tijeras llenando el aire con los arabescos de su flauta o al panadero que llega en bicicleta hasta la puerta de tu casa tocando un fotuto.
Estas y otras experiencias alucinantes me hicieron comprender que una ciudad sin pregones ya no vibra, es como un cadáver insepulto, un territorio sin pneuma. De pronto yo estaba viviendo en México aquello que en 1949 Alejo Carpentier definió como “lo Real Maravilloso” en su prólogo a El reino de este mundo.
Lo Real Maravilloso no es más que una variante caribeña del Surrealismo. Esa manera de ver y de narrar el Caribe luego se extendió —con ligeras variaciones y adoptando diversas denominaciones— a varios escritores en distintas zonas geográficas latinoamericanas: Guimarães Rosa en Brasil, Juan Rulfo en México, García Márquez en Colombia…
Esto se me hizo patente cuando reparé en otro rasgo muy mexicano: la fascinación por la muerte. Esa pasión escatológica era ya precortesiana, hunde sus raíces en la imaginación colectiva de este país mucho antes de que los europeos desembarcaran aquí. Los mayas ya tenían su dios de la muerte, llamado Kimi, representado por un esqueleto. El dios de la muerte de los aztecas era el Señor de Mictlán: otra osamenta.
El culto a la muerte está presente en culturas muy antiguas. Bastaría mencionar a Egipto y al Tíbet con El Libro de los Muertos y el Bardo Thödol, respectivamente. En la Europa de los siglos XIV y XV los pintores, escultores y grabadores pusieron de moda las “danzas macabras”. El memento mori fue un género que hizo fortuna en las artes plásticas del Renacimiento. La muerte reaparece en las mascaradas de Ensor, en los fantasmas de Munch y hasta en el cine de Bergman con El séptimo sello.
Luego entonces, ¿qué es lo original en México? El sentido del humor. En toda la historia de la humanidad sólo ha habido otro pueblo que enfrentaba la muerte con una sonrisa de oreja a oreja. Me refiero a los etruscos, cuyas tumbas decoradas con escenas alegres y saturadas de colorido, así como los sarcófagos esculpidos con risueños difuntos, nos dicen que en Etruria, al igual que en México, se reían hasta de la muerte. No es casual que D. H. Lawrence escribiera Etruscan places poco después de La serpiente emplumada.
La gran contribución de este país, lo típicamente mexicano, consiste en desmitificar a la muerte a través del espontáneo sentido del humor de la cultura popular.
La muerte es una constante en México y eso se deja ver en las esqueletadas y las Catrinas del grabador Guadalupe Posada. Lo vemos en películas como El esqueleto de la señora Morales (1959) con Arturo de Córdova y guión de Luis Alcoriza, y también en filmes más recientes, como Los tres entierros de Melquíades Estrada, con guión de Guillermo Arriaga.
En la poesía mexicana abunda el tema escatológico. Recordemos dos títulos imprescindibles: Muerte sin fin, de José Gorostiza, y Nostalgia de la muerte, de Xavier Villaurrutia.
Carlos Pellicer escribió: “el pueblo mexicano tiene dos obsesiones: el gusto por la muerte y el amor a las flores”. Sin duda el poeta pensaba en las “guerras floridas” y en los sacrificios humanos que tenían lugar después de aquellos combates cuyo objetivo era justamente obtener prisioneros de guerra para arrancarles los corazones. Esos corazones sangrantes eran las flores palpitantes que los aztecas ofrendaban a sus dioses. De ahí la denominación de “guerra florida”, pues la sangre humana era el líquido, precioso para la deidad solar, que los colibríes divinizados bajaban a libar.
Hoy las flores son cempasúchiles y su intenso olor, así como su colorido, sirve para guiar las almas de los difuntos desde el cementerio a los altares sin que pierdan el rumbo. Las víctimas sacrificiales de antaño se han transformado en panes de muerto y en calaveritas de azúcar. Los mexicanos se comen simbólicamente a la muerte en una nueva forma de teofagia, en la cual ya no es el Dios quien se los come a ellos, sino ellos al Dios, dando lugar así a una curiosa variante de la Eucaristía.
Los mejores prosistas mexicanos también se inspiran en la muerte. Bastaría citar ese pueblo fantasmagórico que es la Comala de Rulfo en Pedro Páramo. En La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, retorna el tema de las postrimerías. En su relato Aura no sabemos si esa enigmática mujer está viva o muerta, o si la vieja viuda y su joven sobrina son espectros en plena metempsicosis. El paradójico título de Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, alude a la muerte, pues si el futuro puede generar recuerdos, significa que ya pasó, ya está muerto. En la novela Las muertas, de Jorge Ibargüengoitia, reaparece lo macabro hilarante.
La profusión de cadáveres que desfila por las páginas de Cartucho, de Nellie Campobello, constituye otro homenaje a la muerte, esta vez en el contexto de la Revolución Mexicana y con la gracia añadida de que todo está narrado desde el punto de vista de una niña. Dice la escritora en su prólogo: “Mis fusilados… mis hombres muertos. Mis juguetes de la infancia”.
Este argumento fascina incluso a extranjeros, como el escritor inglés Malcolm Lowry, autor de Bajo el volcán, cuya acción transcurre en Cuernavaca durante el Día de Muertos.
En este país no existe el luto total, como demuestra el alegre colorido de los altares del Día de Muertos que se ven en casas y espacios públicos. Esos estallidos cromáticos revelan una relación desenfadada, nada solemne, con la muerte, al igual que la música bailable en algunos entierros y los dolientes comiendo en los panteones junto a sus muertos.
Por otra parte, el culto a la muerte es tan inherente al Surrealismo que ya sus antecesores, los dadaístas, cuando quisieron bautizar un nuevo subgénero poético, lo llamaron “cadáver exquisito”.
Dalí se robó de un tanatorio la mano de un cadáver para darle mayor verosimilitud a una secuencia de El perro andaluz. El genial Raymond Roussel viajó por Europa en lo que fue la primera caravana acompañado de su madre, quien llevaba en el tráiler un lujoso sarcófago por si la muerte la sorprendía en uno de los periplos de su extravagante hijo.
Volvamos a México, donde en los años sesenta del siglo XX, se llegó a fundar la Congregación o Iglesia de la Santa Muerte. Lo cual no tiene nada de extraño en un país donde la diosa madre de los aztecA black; line-height: 150%; text-align: justify;.nte cortadas, como hizo Dalí) y una calavera. Ella también porta un collar de corazones arrancados a las víctimas de los sacrificios. En el Templo Mayor de México-Tenochtitlan se alza un tzompantli —o altar de cráneos de piedra— sobre el que se colocaban estacas con las calaveras de los inmolados.
Quiso el azar que los aztecas tuvieran su “Festival de muertos” y los españoles también su “Día de los Fieles Difuntos”. Eso propició un mestizaje mitológico que desembocó en el imaginario colectivo del México actual donde, además, se fusiona con el Halloween de origen celta.
A finales del siglo XX surgió un movimiento de artistas plásticos mexicanos agrupados en el “Grupo Semefo”,[1] quienes en sus instalaciones y performances usaban imágenes de cadáveres en la morgue, trabajaban con grasa humana o con fetos de animales. Todo un arte tanatológico largamente arraigado en el humus de la mexicanidad.
México es el único país del mundo donde se trata a los difuntos con inusitado cariño. Les llaman “muertitos”, diminutivo entrañable digno del famoso apapacho mexicano. Aquí es tan intensa la promiscuidad con la muerte que un día sonó el teléfono de mi casa. Para mi sorpresa, era el empleado de una funeraria ofreciéndome un ataúd a plazos. Le dije que todavía no tenía pensado morirme. El tipo insistió: “hay que pensar en todo”. Tras mi negativa, se puso didáctico: “¿Sabía usted que el cadáver empieza a supurar líquidos veinticuatro horas después de la muerte?”. Le respondí que no me interesaban esos detalles tan repugnantes. “En México la ley obliga a comprarse un féretro”… argumentó el empleado de pompas fúnebres quizá con la esperanza de amilanarme.
Fue la conversación más surrealista que he sostenido en mi vida. No creo que exista otro país en el mundo donde te vendan por teléfono un sarcófago a plazos cuando todavía estás vivo.
André Breton —el Padre del Surrealismo— vino a México en 1938 para impartir unas conferencias sobre ese movimiento artístico y literario, pero pronto comprendió que no tenía nada que enseñar sobre esa materia en el país más surrealista del mundo. Entre otras cosas, aquí se fascinó con las pirámides y con la mitología azteca, pero sobre todo alucinó con los frijolitos saltarines y con un carpintero al que le encargó una mesa no sin antes hacerle un croquis del mueble en un papel. El dibujo representaba el mueble en perspectiva. El carpintero mexicano le preguntó si quería así la mesa, a lo cual Breton respondió afirmativamente. El carpintero hizo una copia tan estrictamente fiel del boceto que, al final, las dos patas de delante eran más largas que las de atrás, de resultas de lo cual la mesa cojeaba, el tablero inclinado hacía que todo rodara hasta caer al suelo y las gavetas salían por arriba en vez de por los lados. Breton quedó tan deslumbrado que consideró el mueble como un trofeo dadaísta, un fetiche surrealista.
Eso explica que muchos artistas surrealistas hayan visitado el país y algunos se quedaran a vivir aquí. Antonin Artaud, por ejemplo, se fascinó con la cosmovisión indígena y con el peyote. Tampoco es casualidad que Remedios Varo, Leonora Carrington y Edward James recalaran en este país. Luis Buñuel vivió, filmó y murió aquí. México actúa como un gigantesco imán atrayendo irresistiblemente a todas estas personalidades de naturaleza surrealista.
Mis aventuras surrealistas en México no tienen para cuando acabar. Si subo a un autobús, lo primero con lo que golpea mi cabeza es con un par de zapaticos de niño colgando del tubo donde se agarran los pasajeros. En casi todas las guaguas cuelgan esos zapaticos, que supongo pertenecieron al hijo del chofer. Lo de los zapatos ahorcados se repite en gran parte del tendido eléctrico de la ciudad de México. No existe otro país donde ese hábito esté tan difundido.
¿La costumbre de lanza En ningún país del mundo hay tanta audacia a la hora de elegir colores para pintar las viviendas e incluso los templos. De hecho, aquí han inventado un color llamado “rosa mexicano” capaz de desafiar la Teoría de lo>Cartucho. México es el país de los zapaticos colgantes, o de los tenis ahorcados.
Dentro del autobús, todo es surrealismo. El chofer maneja con su mujer al lado, y ella con el bebé en brazos, los tres apretujados en la cabina, donde además hay una percha con la ropa del conductor. Es como si la cabina del vehículo fuera la prolongación de su hogar, eso sin contar la música a todo volumen que lo convierte en una discoteca rodante.
Las decoraciones de las cabinas incluyen vírgenes, cristos proyectados como supermanes, con flores, atributos de colores negros, o bien calcomanías de mujeres despampanantes y semidesnudas, o en tangas, acompañadas de letreros que dicen: “¡te amo por perra!”. O bien este otro: “Murmuren víboras”, rotulado en la parte trasera del vehículo.
Entro en una farmacia para comprar un medicamento. Mientras espero, paseo la mirada por los estantes y cuál no será mi sorpresa al descubrir en los anaqueles más altos hileras de latas de frijoles, sopas en conserva y otros comestibles. ¿Dónde estoy? ¿En una farmacia o en una tienda de víveres?
Ese caos me parece genial, esa desorganización no deja de tener cierta gracia. Tras mi larga experiencia en el mundo europeo, pretendidamente metódico y lógico, todo ese desorden, esa improvisación, me contagia una especie de alegría primordial...
Otro rasgo típico del surrealismo mexicano es la obsesión con el color verde: chorizos verdes, lomas verdes, indios verdes, tortillas verdes, tamales verdes, salsas verdes, taxis y autobuses verdes, los uniformes de los escolares también son verdes, un tercio de la bandera es verde, incluso los mexicanos han inventado un color denominado “verde bandera”. ¿De dónde vendrá esta pasión por el verde? ¿Será verdad que tiene su origen en las máscaras de jade teotihuacanas?
Sea lo que sea, lo cierto es que semejante delirio cromático se extiende hasta salpicar las casas, unas pintadas de azul añil, otras de rojo mamey, de anaranjado, o de almagre. En ningún país del mundo hay tanta audacia a la hora de elegir colores para pintar las viviendas e incluso los templos. De hecho, aquí han inventado un color llamado “rosa mexicano” capaz de desafiar la Teoría de los Colores de Newton y de Goethe.
Muchas veces he pensado que esos estallidos de colores son una reacción contra la grisura europea, una rebelión contra la adusta cantería eclesiástica impuesta por España. No sólo hay chorizos verdes, también tortillas azules, iglesias que combinan el añil en las cúpulas con el mamey en las arquerías.
Posiblemente esas euforias cromáticas tengan que ver con el mito maya que describe la siembra del primer grano de maíz. El grano lo siembran cuatro dioses de la lluvia rompiendo con hachas una montaña que es una gigantesca tortuga. Cada dios tiene un color: rojo, azul, blanco, amarillo... de donde saldrán el maíz azul, el rojo, el blanco, el amarillo... más tarde ese colorido tan diverso estalló salpicando edificios, vestidos tradicionales, artesanías, manjares...
Sabemos que los surrealistas extraen del mundo de los sueños sus principales materiales poéticos. ¿Qué es exactamente la dimensión onírica? ¿Y qué tienen que ver los sueños con la muerte?
La experiencia más cercana a la muerte que tenemos en vida es el acto de soñar. Dormir es una forma de morir. Soñar es un pregusto de la muerte, un anticipo de la muerte. Dormir a lo largo de nuestra vida, cada noche, es una lenta educación para la muerte. Durmiendo aprendemos a morir cada día. Dormir, soñar, morir... parecen formar una sólida secuencia.
Los gnósticos creemos que cuando el cuerpo se queda dormido, se relajan los músculos, se aflojan los estados de alerta mentales, y en consecuencia, se abren los candados de esa cárcel de carne y hueso donde el alma está apresada. Entonces la prisionera escapa, vuela, asciende en línea recta y a velocidades inimaginables hasta encontrarse con las luces y las sombras que están más allá, o un poco más acá, del Velo de Pistis Sophía.
Cuando el cuerpo despierta, nada más abrir los ojos, el alma regresa automáticamente al cuerpo del durmiente, y es por eso que -tras el viaje del alma por espacios que no podemos ni imaginar- recordamos vagamente aventuras horribles o maravillosas, según los derroteros que nuestro espíritu enloquecido, ebrio de libertad, haya recorrido.
Cuando soñamos, en cierta forma ya estamos muertos, no sólo por la posición de reposo de nuestro cuerpo, sino porque nuestra conciencia, o alma, vaga por territorios desconocidos.
Literalmente el término “surréalisme” significa “por encima del realismo”, o incluso, si se prefiere, “por encima de la realidad”, lo cual coincide con el hecho de que los sueños gravitan más allá de la vigilia, flotan por encima de nuestra conciencia despierta, revolotean en lo más alto, mucho más allá de las nubes. Shakespeare decía en La tempestad: “Estamos hechos de la misma materia que los sueños”.
Cuando soñamos estamos en otra vida, deambulamos por otros mundos, todo lo que luego recordamos son los últimos minutos de sueño, por tanto, hay unas ocho horas de viaje, cada día, de las que no recordamos nada, o casi nada...
Todo ese cumulo de experiencias en otro plano es un súbito viaje de ida y vuelta, una breve escapada al universo de los sueños. Soñar es viajar al país de los muertos. Allí podemos encontrarnos con los seres más queridos, o con los más aborrecidos, tanto si están muertos como si están vivos. Sueños y pesadillas parecen prefigurar premios y castigos de ultratumba.
El surrealismo se aferra al mundo de los sueños como lo que es, su mina de oro, su principal fuente de inspiración, porque su esencia es la espontaneidad y la libertad. México tiene todo eso a manos llenas.
Una muchacha en una gasolinera me extiende una factura a nombre de Fernando de Magallanes. Le advierto que ese es el nombre de la calle donde vivo, no mi nombre. Pero ella insiste en afirmar que soy Magallanes. “Ya me hubiera gustado ser ese audaz navegante portugués”, le digo sonriendo y acepto su factura.
Veo, por aquí y por allá, un cartel que se multiplica en las esquinas. Está ilustrado con la imagen de la Guadalupe. El texto dice: “La virgen es limpia y pura, aprendamos de ella...” El letrero es un llamado a respetar la limpieza de las calles, para que la gente no amontone bolsas de basura en las esquinas.
El surrealismo está a la orden del día en este país. Lo vemos en los luchadores enmascarados que te puedes encontrar en medio de la calle o en un supermercado, en la quema de los Judas y en ese onírico bestiario del arte popular que son los alebrijes de la familia Linares... ¿Qué es, a fin de cuentas, Quetzalcoatl sino un alebrije que anida en la más remota imaginería mexicana? Esa serpiente emplumada, ese animal tan fantástico, esa amalgama biológica que ni Darwin hubiera podido imaginar, ¿no es acaso surrealista?
Cuando los españoles llegaron a la costa atlántica ya los mayas tenían una cruz. Una cruz parlante, además. Los devotos la visten con un huipil, los eruditos dicen que está inspirada en la planta del maíz y también en la ceiba, que es el árbol eje del mundo. Surrealismo vegetal a lo divino.
Veo letreros surrealistas en Yucatán que anuncian: “se vende hielo frío”. Otros escritos a mano proclaman: “se pintan casas a domicilio”. En los tianguis hay tentadores maniquíes femeninos que no tienen nada que envidiar a los muñecos de sastrería de Giorgio de Chirico. No hace mucho, en Insurgentes Sur y Tlalpan, apareció un poste de la luz en medio de una calle. Resultó que hicieron la calle sin quitar ese poste que no deja pasar los vehículos.
Puede que estos hechos irriten a algunos, tampoco faltan los indignados que abominan de ellos como manifestaciones de fealdad o chocantes muestras de incultura. Hasta cierto punto tienen razón, pero también es verdad que esa ingenuidad conecta espléndidamente con el automatismo psíquico, con la imaginación desbordada y con la irracionalidad propias del Surrealismo.
No hay que olvidar que la esencia del Surrealismo implica altas dosis de candor, el deseo de retornar a la infancia, un afán infinito de jugar, la capacidad de asombro de los niños, algún que otro descuido organizativo, algo de caos. ¡Ojalá que México nunca pierda esas virtudes que lo convierten en un país único, con personalidad!
Frida Kahlo pintó la muerte en su cuadro Las dos Fridas donde hay una tijera goteando sangre sobre el vestido de encaje blanco. Esa tijera quirúrgica es la Parca Atropos, la que corta el hilo de la vida. Una vena conecta dos corazones lacerantes y sangrantes, quizá aludiendo a su separación de Diego Rivera, tal vez evocando las muchas cirugías, accidentes y lesiones que la pintora sufrió. El cielo del fondo es tormentoso, lleno de nubarrones tenebrosos. Esa atmósfera inquietante esconde una muerte latente o profetizada.
La hispanomexicana Remedios Varo pintó en 1947 El hombre de la guadaña, o muerte en el mercado. La escena transcurre en un tianguis por donde se pasea un esqueleto con antifaz empuñando una guadaña. Leonora Carrington es dueña de un mundo poblado de inquietantes criaturas que aluden constantemente a la muerte. Ambas “extranjeras” siempre están pintando fantasmas, seres perturbadores, a veces etéreos o que levitan... Son pintoras metafísicas.
Hasta en el Muralismo Mexicano -pese a ser tan didácticamente social-, vemos ingredientes surrealistas. En el fresco de Diego Rivera Sueño de un tarde dominical por la alameda central aparece José Martí saludando con su bombín, y en el centro, dominándolo todo, una Catrina elegantemente ataviada, con pamela y boa de plumas. Surrealismo y muerte se unen de nuevo en esta imagen trascendental del arte mexicano.
Estos universos plásticos salen de la obra de El Bosco, quien se anticipó cuatro siglos al Surrealismo. En El Jardín de las delicias anida el sentimiento de la muerte. En la tabla derecha del tríptico (El infierno musical) un diablo abraza a una muchacha muerta cuyo rostro se refleja en el trasero espejeante de un monstruo. En su ensayo Filosofía de la composición, Edgar Allan Poe dice que: “La muerte de una joven hermosa es, sin duda, el tema más poético del mundo”.
Lienzo novohispano de Sor Juana Inés. |
Jamás, en ninguna de mis muchas presentaciones en tantos lugares, me había ocurrido que me pusieran a hablar delante del cadáver de una hermosa mujer. Eso sólo podía sucederme en México.
Mientras yo hablaba sobre mi novela, recordaba un lienzo novohispano donde resplandece una Sor Juana quinceañera, libro en mano, antes de tomar el hábito. Yo no podía apartar de mi mente la imagen de esa bella poetisa enterrada a mis pies, rodeada además de elásticos gatos, eléctricos y baudelaireanos, que campan por sus respetos en el antiguo Claustro.
Dos décadas después de la insólita tesis de Poe, el nexo entre amor y muerte experimentó un escorzo estético cuando el Conde de Lautréamont concibió una redefinición de la belleza que es otra vuelta de tuerca a la enunciación de Poe.
Imagen surrealista sobre Los Cantos de Maldoror. |
En la cama de autopsia de ese precursor de los surrealistas ya no hay una mujer muerta, pero sí una máquina de coser, que es un artilugio intrínsecamente femenino. Desde un punto de vista psicoanalítico, a su lado yace un hombre representado por ese objeto fálico que es el paraguas. La mesa de disección deviene el tálamo de una pareja de cadáveres simbólicos. Amor y muerte unidos en un frío y metálico lecho nupcial de ultratumba. La metáfora cristalizó hace poco, cuando una francesa se casó con Lautréamont, a pesar de llevar éste más de doscientos años enterrado. Una antigua ley francesa permite estos matrimonios póstumos.
Llegamos así a la noción de Eros y Tanatos tan rumiada por Georges Bataille. En Francia al orgasmo le llaman “petite morte”. Demócrito comparaba la cópula con una pequeña apoplejía o una epilepsia. Ese éxtasis tabuado nos acerca a la muerte. Su prohibición nos retrotrae al pecado original, que es conocimiento a través del sexo, una sabiduría cuyo precio es la muerte. Si al descubrir la sexualidad dejamos de ser inocentes y perdimos la eternidad del Edén -de donde fuimos expulsados-, entonces ya estamos muertos nada más nacer. Esa mortalidad impregna la noción judeocristiana de la manzana mordida.
Otro percepción que asocia el erotismo con la muerte es que se puede morir por amor. La entrega total a la persona amada equivale a nuestra aniquilación. Dejar de existir, dejar de pertenecerse a uno mismo, conduce a la extinción en el otro. Ejemplos en la literatura: Romeo y Julieta, Tristán e Isolda. Ejemplos en la vida real: Abelardo y Eloísa, La niña de Guatemala, de José Martí.
“Me muero de amor por ti”, “hay amores que matan”, “me rompió el corazón”. ¿Quién no ha oído estas hipérboles? Los adolescentes se deprimen por sus fracasos amorosos y experimentan esa desgana que los arrastra en una huelga de hambre sentimental. Estas emociones capaces de quitarnos el apetito están muy cercanas a la muerte, para no hablar de los crímenes pasionales inducidos por el demonio de los celos.
El famoso proverbio “hasta que la muerte nos separe” encuentra su más rotundo mentís en el mejor soneto de Quevedo: “Serán ceniza, mas tendrá sentido/ Polvo serán, mas polvo enamorado”.
El protagonista de Vértigo está enamorado de una mujer muerta, de donde se deduce que Hitchcock no sólo es deudor de la necrofilia de Poe, sino también de la olvidada novela de Pierre Boileau y Thomas Narcejac titulada D'entre les morts.
José Lezama Lima me hablaba del “azar concurrente” como una de las leyes de su sistema poético. Esas “vivencias oblicuas” siempre me han perseguido. Si la linda Sor Juana asistió desde su tumba a la presentación de mi novela, resulta que esta noche nos acompaña otra bella mujer muerta. Leonora Carrington ha fallecido precisamente hoy [2], añadiéndole a esta conferencia un significado especial. Durante cinco años la perseguí por el DF, yo quería conocerla para entrevistarla. No fue posible. Sin embargo, hoy ella ha acudido a esta capilla gótica. Su espíritu está aquí, entre estas piedras.
¿Y qué son estas piedras que nos acogen sino uno de los espacios más surrealistas de México? Esta Capilla Gótica es un monumento a la muerte, todo un canto de piedra a la belleza de la muerte. ¿Quién sabe cuántos difuntos han sido velados bajo la sombra alargada de estos arcos ojivales?
Estamos rodeados de esa estética escatológica tan abundante en célebres novelas, cuadros, películas. A un par de pasos de aquí, allá afuera, se despliega una arquería románica de columnas dobles donde podemos ver monstruos esculpidos en los capiteles. Ese bestiario de piedra son representaciones infernales típicas del románico español: grifos, arpías, gárgolas, demonios o vampiros, criaturas de la noche, de la pesadilla, de la muerte, que son surrealistas avant la lettre, como surrealista es también la increíble historia de este espacio mágico.
Esta capilla y su galería exterior fueron traídas -piedra por piedra, numeradas y embaladas en cajas- desde Ávila, España, hasta Estados Unidos, por el magnate de la prensa norteamericana William Randolph Hearst. En la película de Orson Welles, el ciudadano Kane acumulaba tesoros, estatuas y muebles traídos de Europa en sus muchos viajes.
A raíz de la muerte de Hearst-Kane estas piedras quedaron en sus cajas, sin abrir, arrumbadas en algún almacén de Nueva York. Por allí pasó un mexicano ilustre, el coleccionista Nicolás González Jáuregui, quien las compró. Trajo las piedras a esta ciudad y aquí las ensambló, para que nos dieran cobijo surrealista esta noche.
¿Puede haber algo más surrealista que este insólito conjunto de piedras, arcos, estatuas y artesonados viajando en barco desde España hasta Norteamérica, y de allí, hasta la Ciudad de México? Unas piedras que han pasado por las manos del Ciudadano Kane ya forman parte de lo mejor de la historia del cine, lo cual les añade otro toque especialmente surrealista. Ningún otro país del mundo podía otorgarles reposo final a estas canterías de los siglos XII y XIV. Sólo México -verdadera patria del Surrealismo- podía ser el destino de esta capilla gótica.
Notas:
Notas:
[1] Semefo: siglas de Servicio Médico Forense.
[2] Este ensayo salió de las notas de la conferencia que impartió Manuel Pereira el 26 de mayo de 2011 en la Capilla Gótica del Instituto Cultural Helénico, Ciudad de México. Posteriormente fue publicado por Cubaencuentro los días 16 y 17 de junio de 2011.
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Por Manuel Pereira
La casa de Birán de la familia Castro. |
En mi columna anterior hablé de las caras de Jano. Veamos ahora el rostro del padre de Jano, el gallego Ángel Castro, progenitor de quien ha regido los destinos de Cuba durante más de medio siglo.
Ángel Castro |
Fuera de la isla circulan muchas historias sobre este personaje, pocas o ninguna corroborada, por eso prefiero limitarme a testimonios tangibles e inobjetables, como su fisonomía y su casa en Birán, en la provincia cubana de Holguín.
Su foto está en Internet. ¡Por Dios! ¡Qué orejas tan grandes! ¿Serán para oírte mejor? Su frente, estrecha y huidiza, los ojos casi inexistentes, la enorme nariz, el rictus de la boca, esos labios apretados, duros y fríos, me recuerdan la mueca expresionista del actor Werner Krauss cuando interpreta al doctor Caligari. Rasgos faciales parecidos muestra el brujo inglés Aleister Crowley, cuyo retrato irrumpe en la esquina superior izquierda de la portada del disco Sargento Pimienta, de los Beatles.
Este semblante se repite en el ocultista de la película de Polanski, El bebé de Rosemary, interpretado por Sidney Blackmer. “Fidel es brujo, brujo, brujo”, dijo el comandante Ramiro Valdés que lo conoce muy bien. Curiosamente, un rostro muy similar aparece cuando desempolvamos el archivo fotográfico de Lombroso.
Este semblante se repite en el ocultista de la película de Polanski, El bebé de Rosemary, interpretado por Sidney Blackmer. “Fidel es brujo, brujo, brujo”, dijo el comandante Ramiro Valdés que lo conoce muy bien. Curiosamente, un rostro muy similar aparece cuando desempolvamos el archivo fotográfico de Lombroso.
Archivo Lombroso |
El mejor truco de Satanás consiste en hacernos creer que no existe. El Padre de la Mentira sabe fingir a las mil maravillas, puede mostrarse obsequioso, amable, carismático y seductor.
He visto a Fidel Castro hablar en voz tan baja que parece un susurro y desplegar gestos de refinada cortesía en presencia de una periodista española que se empinaba descalza para oírlo embobada, pero también lo he visto ponerse farruco, con cara de pocos amigos, desconfiado, con ojos de loco...
Estos cambios de humor, tan repentinos, imprevisibles y peligrosos, esas dos caras de Jano, tienen su origen en el gallego Ángel Castro, ya que de casta le viene al galgo.
Para no caer en desenfrenadas frenologías, examinemos ahora algo mucho más concreto que una serie de rostros. Veamos la casa del gallego Ángel Castro en el poblado de Birán.
La casa es como quien la habita, máxime cuando -como en este caso- ha sido diseñada por su principal morador. La casa donde nacemos es nuestra segunda piel. Por sus paredes y techos, a través de sus puertas y ventanas, transpira todo nuestro ser. Dime dónde naciste y te diré quién eres.
La casa donde vinieron al mundo Fidel y Raúl Castro exhibe en lo alto un par de ojos siniestros que todo lo atisban. “Las ventanas como ojos vacíos”, dice Edgar Allan Poe describiendo la Casa Usher. A lo largo del relato, Poe insiste en comparar ventanas con cuencas vaciadas. Con la Casa Usher se inaugura una larga estirpe de mansiones malditas o embrujadas, sobre todo en el cine de terror norteamericano.
Los ojos son las ventanas por donde se asoma nuestra alma y lo mismo ocurre en una casa. Un par de ventanas deslucidas y taciturnas, sin cortinas, ni flores, ni ropa colgando, ni jaulas con pajaritos, son como retratos del Fayum carentes de pupilas, moáis de ojos arrancados.
Ca' Dario |
Algo escalofriante habita en los dos ventanucos de la atalaya de Birán. En la película La casa encantada (The Haunting), de Robert Wise, sentimos esa presencia inquietante cuando vemos sus altas torres, con ventanas dobles como ojos que nos acechan. La casona de Amityville es aún más perturbadora, pues allí ocurrió realmente un asesinato múltiple. Esa mansión colonial holandesa se hizo famosa con la película Terror en Amityville. La casona tiene un par de ojos oblicuos, como si bizquearan, que nos vigilan todo el tiempo. Eso mismo sentí en Venecia cuando pasé frente al palacio maldito Ca’ Dario. Su fachada repleta de ojos a guisa de rosetones semeja una araña de mármol escudriñándonos. En la Ciudad de México nos aguarda la Casa de las Brujas, donde vivió la chamana “Pachita”. Su techo gótico remeda el puntiagudo sombrero de una bruja, debajo del cual aparecen dos arcos cegados, como ojos tapiados o ciegos. Otros áticos con ventanas abuhardilladas pueden verse en la película Al final de la escalera, (The
Changeling), de Peter Medak.
Casa de las Brujas |
El efecto más asociado a esta familia de ventanas cinematográficas son los chorros de luz que salen por ellas en medio de la noche. En la ventana iluminada de la casa que se alza detrás del motel de Norman Bates aparece la silueta espeluznante de una anciana asesina. Esa mansión de estilo gótico sureño que aparece en Psicosis, de Hitchcock, es ciclópea no sólo por estar en una colina, sino porque tiene una sola claraboya en forma de ojo de buey.
Todas estas casas comparten ese rasgo: macabras ventanas que nos miran en la noche, lanzando chorros de luz, como calaveras iluminadas por dentro con velas, cuyo fulgor brota por las cuencas vacías. En el cartel promocional de El Exorcista vemos la casa de la niña Regan MacNeil derramando a raudales esos efluvios del mal. Esa atmósfera onírica está inspirada en el cuadro de Magritte El imperio de las luces, donde ya no sabemos si es de día o de noche, como en las pesadillas.
¿Qué tendrá que ver el caserón rural de Ángel Castro con este inventario de casas embrujadas? Es verdad que el Trópico con su sol y sus verdores no concuerda con el ambiente propio del terror. En Holguín no hay frías brumas, ni criptas, ni catacumbas, ni oscuras catedrales, ni arcos ojivales: escenarios tan propicios para fantasmas y vampiros. Sin embargo, durante la infancia y juventud de Fidel aquella casona estaba rodeada de haitianos: mano de obra barata importada por el terrateniente Ángel Castro, como zombis cortando caña. El vudú es nuestro gótico caribeño.
El diseño de la Casa de Birán, elevada sobre altos pilotes, con su porche de madera, sus corredores de balaustradas y su tejado a cuatro aguas, imita la arquitectura de los hórreos gallegos.
¿Qué es un hórreo? Un granero típico de Galicia. Pero... ¿de dónde viene esa palabra que cruje como el graznido de un cuervo? Derivada del latín horreum, que significa granero, también conecta con vocablos como “horror”, “horroroso”, “horrible”, “horrendo”, “horripilante”, en alusión a la frialdad y oscuridad propias de esos almacenes gallegos, asturianos y portugueses.
Es lógico, y hasta loable, que Ángel Castro haya elegido ese modelo constructivo haciendo honor a la agricultura de su terruño. Pero lo inexplicable, lo siniestro, sigue siendo ese par de ventanucos que coronan la edificación otorgándole el clásico aspecto de la casa embrujada, la casa con dos ojos vacíos.
¿Por qué el gallego Ángel Castro dispuso esas ventanas como aspilleras en lo alto de su vivienda? ¿Sería para asomarse en esa atalaya que domina el paisaje y controlar qué guajiro estaba durmiendo debajo de la carreta de bueyes en horas de trabajo, qué haitiano andaba borracho por la guardarraya, qué gallego recién llegado de la Madre Patria coqueteaba con la mulata en el río, quién andaba encaramado en las matas robándose las naranjas?
Ubicuo par de ojos que todo lo ven, la casona del único terrateniente de la zona deviene el Big Brother en Birán. En realidad, el caserón es una mezcla de granero con fortín. El pequeño feudo de los Castro fue el embrión de lo que más tarde sería la estructura totalitaria impuesta en el país. La nación como finca particular ampliada.
Allí están las claves para entender más de cincuenta años de ingeniería social en la utopía insular: el pago con vales para que los trabajadores tuvieran que comprar en la tienda del mismo patrón que los empleaba, antecedente de la libreta de racionamiento y la doble moneda; el trabajo voluntario como castigo dominical, la cerril mentalidad de batey barnizada con una oratoria de picapleitos, “el aldeano vanidoso que se cree que el mundo entero es su aldea”; la monotonía pueblerina tan refractaria al cosmopolitismo; el atrincheramiento feudal contra el capitalismo; la madre de Fidel a caballo con su Winchester; la ancestral terquedad gallega traducida en cerrazón, necedad e intransigencia política; los Comités de Defensa de la Revolución, la inquina apenas disimulada contra la grandeza de La Habana, la pasión por Ubre Blanca en un país sin leche y un largo etcétera.
Ángel Castro llegó a Cuba muy joven para combatir contra los mambises. Esa garita elevada rematando su casa es una reminiscencia de la Trocha militar de Júcaro a Morón. La torre con las dos ventanas es un blocao incorporado a la arquitectura rural gallega para enseñorearse del horizonte, demostrando así la naturaleza castrense y castrante de los Castro.
Pareciera que el ex combatiente del ejército español vencido por EEUU se resistiera a admitir la derrota, y siguiera jugando a los soldaditos una vez licenciado y transformado en patriarca o caudillo local.
El viejo Castro instala en su casa esa torre de vigilancia como para decirnos: “sigo siendo un soldado español aunque esté desmovilizado”. De hecho, su hijo será también un soldado, mucho más español que cubano. De ahí su odio irracional contra Norteamérica, el afán de revancha por la derrota del 98, lo cual explica que sea España -desde el franquismo hasta el zapaterismo, desde el turismo sexual hasta los hoteles Sol Meliá- la principal beneficiaria del socialismo cubano.
La casa de Birán que hoy puede visitarse es una réplica. La original fue pasto de las llamas en 1954, según parece debido a un accidente. En 1977 la reconstruyeron casi al detalle y desde hace unos diez años funciona como museo.
La mayoría de las casas malditas acaban incendiadas, tanto en la vida real como en las ficciones cinematográficas y literarias. De niño, Fidel amenazó a su madre con quemar la casa si no lo trasladaba de colegio. Años después, ese pirómano en ciernes llevó al mundo al borde del holocausto nuclear en octubre de 1962. No hace mucho proclamó: “antes de que Cuba sea capitalista preferimos que se hunda la isla en el mar”.
Pero la isla no se hundirá, simple y llanamente porque -como sabe cualquier cubano- es de corcho. Primero se hundirá la Casa Usher. Mientras más demore en derrumbarse, mayor será el estruendo.
Pero la isla no se hundirá, simple y llanamente porque -como sabe cualquier cubano- es de corcho. Primero se hundirá la Casa Usher. Mientras más demore en derrumbarse, mayor será el estruendo.
El imperio de las luces, de Magritte. |
(*) Publicado en Cubaencuentro 2 junio 2011.
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LAS CARAS DE JANO
Por Manuel Pereira
Un dios romano entró en La Habana a principios de enero de 1959. Jano, dios de las puertas, tiene dos caras mirando en direcciones opuestas. Guardián de las entradas, es también el Señor de los Comienzos. De ahí que diera su nombre al primer mes del año: ianuarius en latín, de donde deriva no sólo “enero” en español, sino también january en inglés, januar en alemán, janvier en francés, gennaio en italiano, janeiro en portugués...
A Jano lo representaban con una llave y un gallo, así que fue visto como la prefiguración pagana de San Pedro. El gallo anuncia el nuevo día. Desde la noche de los tiempos ha sido símbolo de vigilancia y de resurrección. “Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces”, le dijo Jesús a Pedro, y Sócrates moribundo pidió que le ofrendaran un gallo a Esculapio.
Pero Jano no entró en La Habana bajo el disfraz del apóstol Pedro, sino camuflado de Elegguá. Ese dios nigeriano también es el dueño de las llaves del destino, vigila las puertas que conducen al mundo espiritual y una de sus ofrendas favoritas son los gallos (negros y rojos). Ozún, otro orisha que siempre lo acompaña, vive en una copa metálica coronada por un gallo. En uno de sus 21 avatares -o “caminos”- Elegguá aparece con dos caras.
Jano fue un préstamo que la cultura del Níger le hizo a Etruria, a menos que ese dios portero sea uno de los arquetipos junguianos que revelan ese inconsciente colectivo, universal y ancestral, tan frecuente en diversas regiones del mundo.
Los rebeldes que entraron en La Habana hace más de medio siglo enarbolaban la bandera del 26 de Julio cuyos colores (rojo y negro) pertenecen al orisha Elegguá. La isla se pobló de aquellas banderas hasta entonces poco o nada conocidas. Flameaban en balcones y azoteas, ondeaban en guaguas y automóviles, se multiplicaban en forma de brazaletes, estolas, calcomanías, distintivos... algunas mujeres pusieron de moda las sayas negras con blusas rojas.
Los babalaos captaron enseguida el mensaje: la bandera del dios yoruba había alcanzado categoría de emblema estatal. Stendhal hubiera estado de plácemes, pues el título de su novela Rojo y Negro alude a los uniformes del ejército y a las sotanas de los clérigos. Obviamente, el rojo equivale a la sangre y el negro simboliza luto. Julien Sorel será las dos cosas: soldado y aprendiz de cura.
Como corresponde a Jano, aquel primero de enero comenzaba en Cuba una era llena de promesas. Sin embargo, debido a la duplicidad de ese dios (tanto si es Jano como Elegguá) lo que realmente se estrenaba en la isla era una atmósfera social impregnada de hipocresía muy similar a la descrita por Stendhal.
En Cuba había comenzado la construcción de una sociedad de soldados y sacerdotes: militarización a marchas forzadas de la población y multiplicación de los ideólogos -o comisarios políticos- impartiendo catequesis y tramando inquisiciones.
Julien Sorel admiraba nostálgicamente a Napoleón, igual que Fidel Castro, quien incluso llegó a creerse su reencarnación tropical. No es casual que el cerdo más despótico en la granja de Orwell se llame Napoleón, y hace poco Raúl Castro -la otra cara lampiña de Jano- donaba al Museo Napoleónico de La Habana un reloj de oro que perteneció al emperador francés.
Las semejanzas entre Julien Sorel y Fidel Castro darían para todo un estudio clínico a la altura del que Gregorio Marañón dedicó a Tiberio, pero dejo esa abrumadora tarea a los expertos en abismos psicológicos.
Tanto Freud como Jung exploraron el tema del doble a través de la sombra. En literatura, quien más se acercó a ese lado sombrío no fue Stendhal, sino Stevenson con El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Rimbaud también nos brindó otro ejemplo de dualidad cuando escribió “yo es otro”, lo cual demostró renunciando a la poesía y desapareciendo de París para dedicarse a traficar con marfil, armas, almizcle y oro en Abisinia.
Estas dualidades nos devuelven a la bandera roja y negra, cuya ascendencia remite al estandarte nazi que también presenta esos colores. No es casual que esa combinación cromática se repita en la bandera de la falange española. Más tarde volveremos a verla -ya por influencia cubana- en las banderas del Ejército de Liberación Nacional de Colombia, en la del Frente Sandinista de Liberación, en la del Movimiento de Izquierda revolucionaria de Chile, en la del Frente Zapatista de Liberación Nacional, en la bandera de Angola...
Pero la euforia bicolor duró poco en nuestra isla. Hacia 1962 ya casi no se veían banderas rojinegras. ¿Qué había pasado? ¿Por qué de pronto aquella bandera del 26 de julio perdía protagonismo quedando poco menos que arrumbada en el baúl de los recuerdos?
Jano había empezado a revelar su segunda cara: la del comunismo más ortodoxo. Hacia 1965 ya se había impuesto la bandera enteramente roja del Partido Comunista, copiada de Moscú.
Mientras el Jano barbudo prometía elecciones libres, exclamaba que no hacían falta más armas y juraba que no era comunista, el Jano lampiño preparaba en secreto (en la famosa casa de Tarará) la sociedad más estalinista que nadie hubiera podido imaginar en América Latina. Mientras uno se proclamaba demócrata y humanista, rodeándose de palomas blancas, el otro preparaba en la sombra la Dictadura del Proletariado más férrea del hemisferio occidental.
Dios gémino, Jano es ambiguo e hipócrita por excelencia, es contradictorio, creador de múltiples espejismos e infinitas confusiones. Los pueblos son como niños: imitan a sus mayores, es decir, a sus gobernantes. De modo que la doble moral que se ha instalado en Cuba durante décadas es la obra maestra de Jano.
Elegguá también comparte esos atributos. Es el niño travieso, burlón, imprevisible y embustero que se mete en todo. En la religión yoruba su fiesta es el 6 de enero, igual que el Santo Niño de Atocha, con quien se sincretiza en la tradición católica. Por tratarse de dos niños, es lógico que sus festividades coincidan con el día de los Reyes Magos. Sin embargo, lo curioso es que siempre se trata de enero, el mes de Jano. Batista se fue de Cuba un primero de enero, que es el día de la Independencia de Haití. Pudiera tratarse de una casualidad, pero resulta que de Haití proviene la bandera rojinegra del 26 de julio, y hacia Haití se despeña el destino económico de Cuba ahora mismo.
Las piezas del rompecabezas empiezan a encajar cuando sabemos que Fidel pasó parte de su niñez -entre los 4 y los 8 años- en casa del cónsul haitiano en Santiago de Cuba. El padre del futuro comandante empleaba braceros haitianos en su finca de Birán, de ahí su amistad con el diplomático del país vecino.
¿Qué no habrá visto aquel niño en aquella casa? Allí tuvo que ver por primera vez esos colores -el rojo y el negro- emblemáticos de aquel dios tan poderoso traído de Nigeria por los esclavos. Allí tuvo que conocer a Papa Legba, que es como llaman a Elegguá en Haití y en Nueva Orleáns.
¿Qué ocurrió en la casa de Hippólite Hibbert y su esposa Emercianne? ¿Lo Real Maravilloso o lo Real Horroroso? Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que las dos personas más cercanas a Fidel -su secretaria Celia Sánchez y su médico de cabecera el Comandante Vallejo- practicaban la santería y el espiritismo.
Evitemos malentendidos. No estoy diciendo que sea reprobable creer en la santería, sino que es siniestro usarla para perpetuarse en el trono, deificarse, imponer dinastías bananeras, abusar del poder y engañar a todo un pueblo, más o menos al estilo de los Duvalier y sus Tonton Macoute o sus Leopardos. Tampoco estoy diciendo que todo lo que ocurre en Haití es intrínsecamente pernicioso. Es innegable la riqueza cultural, literaria, musical y plástica de ese país. Pero lo que Cuba no debe copiar de Haití es su miseria endémica.
Después de su experiencia haitiana, Fidel estudió en colegios católicos, pero eso sirvió de poco, pues ya había heredado en la edad más propicia las ambivalencias del binomio Jano-Elegguá. Ya podía bajar de la Sierra con un rosario al cuello, incluso recibir afectuosamente al Papa... todo lo cual no son más que puestas en escena minuciosamente montadas. Actúa como Elegguá, que es el más veleidoso de los orishas, situándose al mismo tiempo en varios lugares de una encrucijada, cambiando de rostro y temperamento en sus 21 avatares.
Las hemerotecas acumulan todos los zigzagueos, las astucias y bandazos del Comandante. Fidel se duplica con fruición. Incluso en videojuegos como Call of Duty Black Ops aparece un doble suyo que engaña a los jugadores. En la vida real, su clon casi perfecto es Mongo, su hermano mayor. Lo conocí a principios de los setenta mientras hacía un reportaje en el Valle de Picadura: vaquería de lujo o vitrina para deslumbrar a visitantes extranjeros que él dirigía vestido más o menos de miliciano aunque sin ostentar grados militares. Al pasar en jeep por un pueblo cercano, la gente lo saludaba desde las aceras gritando: “¡Fidel, Fidel!”. Sin dejar de manejar, respondía risueño sacando la mano por la ventanilla. Le pregunté si no le molestaba que lo confundieran con su famoso hermano y contestó: “a mí no me molesta, a lo mejor le molesta a él, porque yo soy el mayor, así que es él quien se parece a mí, no yo a él”.
Años después conocí a otro clon de Fidel. Fue en la casa de protocolo donde Wifredo Lam se recuperaba de la enfermedad que finalmente lo mató. Yo estaba sentado frente a la cama del pintor convaleciente. De pronto llegó Alina Fernández, la hija de Fidel. Traía una niña en brazos y la depositó sobre mis piernas. Miré a la cara de la hija de Alina Fernández y cuál no sería mi sorpresa al ver que era el vívido retrato de Fidel con falda.
Jano con sus dos caras ha permitido que Fidel y Raúl desplieguen la dinámica policía bueno/policía malo, intercambiando a veces los papeles. Lo asombroso es que esa estratagema siga dando resultados al cabo de tanto tiempo, pues mucha gente aún piensa que son muy distintos, cuando, en lo esencial, son idénticos. Recientemente en el Congreso se les vio juntos, quizá por última vez. Tan diferentes, y sin embargo, una y la misma cosa. Los que creen que con Raúl va a cambiar algo sustancial, todavía no se han percatado de que es Jano sin barba.
(*) Publicado en Cubaencuentro, 11 mayo 2011.
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A LA SOMBRA DE LOS LAURELES EN FLOR
Por Manuel Pereira
José Lezama Lima. Foto: Iván Cañas |
Hace más de cuarenta años, Iván Cañas lograba sacar de su casa a Lezama para dar un paseo fotográfico por el Prado. Más o menos por aquellos días, yo hacía otro tanto, invitándolo a ver la película brasileña Dios y el diablo en la tierra del sol estrenada en el Cine Fausto.
Hoy me parece una osadía haber llevado a un poeta tan católicamente fáustico a un cine así llamado, además para ver una película de Glauber Rocha donde Dios contiende con el Diablo.
Ya en la sala oscura, Lezama, de tan gordo que era, se trabó en la butaca. Forcejeos con la luneta, espectadores quejándose, luces parpadeando, chiflidos. Lezama quiso salir enseguida entre ahogos claustrofóbicos y jadeos asmáticos.
En esta exposición desfilan sus seres más queridos: la simpática nodriza (Baldomera o Baldovina), la misma que siempre me abría las puertas de aquel templo de columnas salomónicas en Trocadero 162. María Luisa, la esposa que tecleando una Underwood lo acompañó hasta el final. Lezama se asoma con su tabaco en esa ventana por la que escaparon -junto con el humo- nuestros diálogos socráticos. Lezama ríe en su biblioteca donde emerge un frasquito de Old Spice, acaso vacío, pero siempre con su velero viento en popa, sobreviviendo a mil naufragios.
Gracias a estas imágenes, Lezama también sobrevive, vuelve a pasear por el Prado, a la sombra de los laureles en flor, discurriendo entre bancos marmóreos y broncíneos rugidos de leones, rumbo a la eternidad.
(*) Catálogo de la exposición fotográfica de Iván Cañas titulada “Lezama inédito” inaugurada en la Feria del Libro de Miami en octubre de 2010. Texto publicado posteriormente en el periódico digital “Diario de Cuba”, 8 mayo 2011.
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CUBA Y EL MAL
Por Manuel Pereira
"La mar inmóvil y el aire sin sus aves". Lezama Lima |
Nuestra relación con el mar siempre ha sido conflictiva. Decía Martí: “Odio el mar, muerto enorme, triste muerto”. Unos versos después, insistía: “Odio al mar, que sin cólera soporta/ Sobre su lomo complaciente, el buque/ Que entre música y flor trae a un tirano”. Su aversión al océano reaparece en los Versos sencillos: “El arroyo de la sierra/ Me complace más que el mar.”
Lezama Lima parece lamentarse cuando nos regala esta imagen: “La mar violeta añora el nacimiento de los dioses”. ¿Qué se añora? ¿Lo que nunca sucedió, o lo sucedido que ya no volverá a ocurrir? La ambigüedad acelera las paradojas poéticas cuando agrega: “la mar inmóvil y el aire sin sus aves/ dulce horror el nacimiento de la ciudad/ apenas recordada.”
A lo largo de siglos, se ha ido sedimentando una honda frustración en nuestra plataforma insular. La isla es un país fetal flotando mórbidamente en ese líquido amniótico del que no puede escapar. Virgilio Piñera lo vio mejor que nadie: “la maldita circunstancia del agua por todas partes”.
En el Testamento del pez, Gastón Baquero asume la voz de un pez que contempla la ciudad desde la línea del horizonte. El tono casi elegíaco parece prefigurar el exilio del poeta, quien morirá en Madrid, lejos de su amada ciudad. El poema sigue la estela del Himno del desterrado, de José María Heredia, cuando dice: “no en vano entre Cuba y España tiende inmenso sus olas el mar”.
Entusiasmado con las playas y clubes privados abiertos al pueblo, Nicolás Guillén comparó en 1964 nuestro mar con un “gigante azul abierto democrático”. Pero ese tropo enseguida devino obsoleto cuando empezaron a desaparecer del litoral los yates particulares tripulados por cubanos, los veleros y hasta los botes de remos.
Una ley “revolucionaria” impide a los nativos alejarse de la costa para pescar en embarcaciones privadas. Las últimas regatas organizadas en el malecón tuvieron lugar en 1960, acaso por temor a que los deportistas siguieran remando hasta llegar a Miami.
Nuestro mar perdió lo poco que tenía de “democrático” a finales del siglo pasado, cuando se le prohibió al pueblo bañarse en las mejores playas, reservadas por el gobierno para turistas extranjeros.
La Habana colonial creció a la defensiva, entre bastiones, castillos, murallas y cañones, hasta muy entrado el siglo XIX. La ciudad vivía inmersa en la paranoia de los asedios. El miedo a los ataques de piratas y corsarios, a las invasiones inglesas, al comercio con los contrabandistas, el temor a las inundaciones provocadas por los huracanes... eran algunas de las fobias de antaño.
Esos fantasmas resurgieron hace medio siglo y ahora son el imperialismo yanqui y su invasión mil veces anunciada, el cacareado bloqueo yanqui, las nefastas influencias capitalistas que llegan de allende los mares y, ante todo, impedir a toda costa la evasión de los que quieren huir en cualquier cosa capaz de flotar.
Estas viejas pugnas con el océano quizá expliquen la ausencia de playas en la mayor parte de la fachada marítima habanera. Lo que hay son pocetas con mucho diente de perro, una larga orilla torturada de arrecifes, incrustada de escaramujos y erizos, amortajada de espumas.
Para encontrar verdaderas playas hay que recorrer algunos kilómetros hacia el oriente o el occidente. Al este, entre musicales casuarinas, sobreviven las casamatas de la Crisis de Octubre como fósiles de la Guerra Fría mientras que el elegante Miramar carece de paseo marítimo. Diseñado de espaldas al mar: Miramar no mira al mar.
La Quinta Avenida corre paralela al agua, pero a varias cuadras de distancia de la orilla. Sus principales emblemas son ajenos al mar rompiendo así con el entorno: la torre del reloj que reproduce las campanadas del Big Ben de Londres, una iglesia apócrifa de estilo románico-bizantino y la horripilante embajada de la antigua Unión Soviética que parece salida de una película de vampiros.
La Habana -y por extensión la isla- está aquejada de mentalidad de plaza sitiada.
Malecón Habanero |
Esa psicosis de guerra ha sido minuciosamente fomentada y agudizada por las autoridades comunistas desde que se inventaron -o exageraron- el poderoso enemigo exterior. Al igual que en tiempos de España, ese adversario externo siempre ha sido el espíritu anglosajón, la cultura protestante.
Algunos grabados de los siglos XVI y XVII muestran la bocana del puerto habanero cerrada con una gigantesca cadena. La corona española tenía pánico a todo lo que viniera del peligroso mar. Obviamente la cadena ya no existe, pero no significa que haya perdido vigencia, al contrario, ahora ciñe invisible el contorno de la isla. Sus eslabones se oxidan en lo profundo del inconsciente colectivo de la nación, traumatizándolo.
Por si fuera poco, nuestros muros de agua están vigilados, ola tras ola, no sólo por los guardacostas cubanos, sino también -para colmo- por las patrulleras de la U.S Coast Guard, que interceptan o deportan a cualquiera que quiera escaparse de la isla dependiendo de si tiene los pies secos o mojados.
Nuestro muro acuático iguala -y en algunos casos supera- a la Muralla China, al Muro de Adriano, al Muro de Berlín, a los Muros de Constantinopla, a las murallas de Dubrovnik y al muro de Belfast.
El asunto del mar es tan fastidioso que en todo el siglo XX hubo un solo pintor consagrado a las marinas. Luis Martínez Pedro se mantuvo fiel a ese tema desde 1959 hasta 1973. Habría que preguntarse por qué no tuvimos a un Sorolla. Nuestros pintores académicos preferían los paisajes rurales, prolongando así las preferencias bucólicas de Martí: “El arroyo de la sierra/ Me complace más que el mar.”
Los plásticos vanguardistas siempre fueron más dados a pintar interiores, persianerías francesas, templos barrocos, vitrales como abanicos de colores, estallidos frutales, floras, mulatas y gitanas tropicales, episodios mitológicos afrocubanos.
En prosa de ficción, Cuba ha producido dos magníficas narraciones con tema marino. Tenía que ser un extranjero quien escribiera El viejo y el mar, donde lo que se cuenta es la historia de una tenaz frustración. La novela Pedro blanco, el negrero tampoco fue escrita precisamente por un cubano, sino por un gallego aplatanado. Lino Novás Calvo describe el mar como elemento funesto: puente de sal para la trata de esclavos.
En Cuba el pescado lleva años racionado. Pero incluso antes de la libreta de abastecimientos -cuando la langosta y el camarón aún no estaban prohibidos-, el cubano no sentía mucha predilección por los productos del mar. A Martí tampoco le gustaban. En su opinión, el mar estaba habitado por “torpes y glotonas criaturas/ Odiosas...”
Así las cosas, no es raro que los cubanos se destaquen en todos los deportes... menos en natación. Tampoco es extraño que en nuestro lenguaje popular aflore el conflicto con el mar. Frases como “estoy más salado que un bacalao” o “tengo tremenda salación encima”, expresan mala suerte, desgracia, calamidad.
Hasta en la música salen a relucir las desavenencias con el mar. En el cancionero cubano este tema casi brilla por su ausencia, sobre todo considerando que se trata de una isla que es, además, una potencia musical. Aparte de la clásica Perla marina, de Sindo Garay, sólo otras dos canciones pasarán a la historia: En el mar, la vida es más sabrosa, cuya antítesis es la guaracha: No te bañes en el malecón/ porque en el agua hay un tiburón.
Más curioso aun es que un fenómeno musical como “las habaneras” siga vivo, al compás de las olas, en las costas de Cataluña, Valencia, Murcia, Cádiz, Canarias, pero no en La Habana, de donde se supone que son oriundas estas canciones marineras.
Barcelona -ciudad portuaria igual que La Habana- alberga mucha más imaginería náutica que la capital de Cuba. Colón tiene su estatua en la Ciudad Condal al final de las Ramblas, desde donde domina el puerto. En cambio, ¿dónde está nuestra estatua de Colón? Medio escondida a la sombra de un jardín en el patio del Palacio de los Capitanes Generales.
En La Habana escasea la iconografía naval, y cuando la hay, enseguida se revela una especie de resistencia a exhibirla. Una fuente de Neptuno con su tridente estuvo dando tumbos por toda la ciudad durante el siglo XIX y gran parte del XX sin encontrar su lugar definitivo. Tras permanecer muchos años almacenada en algún oscuro depósito municipal, recientemente fue instalada frente al mar. Menos mal.
Barcelona está repleta de fachadas con hipocampos, anclas, caracolas, delfines y sirenas, que se multiplican en altares, capiteles, columnas rostradas, balaustradas y hasta en el embaldosado del Paseo de Gracia decorado con pulpos. Viví doce años en esa ciudad y, durante todo ese tiempo, no dejaba de preguntarme por qué La Habana no es tan orgullosamente marítima como la capital de Cataluña.
Un día paseaba yo por la playa de la Barceloneta cuando de pronto oí unas estridencias en el aire que me remontaron a mi niñez maleconera. Acababa de redescubrir el chillido de las gaviotas, pues desde hacía mucho tiempo esas palmípedas habían desaparecido de la bahía habanera. ¿Emigraron también esos pájaros para Miami, o se los comieron convertidos en fritas allá por los años sesenta? ¿Confirmarán esas gaviotas ausentes la visión profética del arúspice Lezama: “la mar inmóvil y el aire sin sus aves”?
Ese mar tan quieto, esas aves extinguidas, nos remiten a El cementerio marino, de Paul Valéry. ¿Qué otra cosa sino una necrópolis sumergida es lo que se extiende al otro lado del malecón? Sólo Dios sabe cuántos cubanos han naufragado tratando de llegar a la orilla de enfrente. Algún día habrá que erigir sobre esos sepulcros abisales un deslumbrante monumento fúnebre que brote del mar, en medio del Estrecho de La Florida.
El malecón es también nuestro Muro de las Lamentaciones, pues los cubanos somos los judíos errantes de los siglos XX y XXI. “¿Qué es un malecón?” -se pregunta Stephen Dedalus en la novela de Joyce y responde-: “un puente frustrado”.
¿Dónde quedaron aquellos espectáculos nocturnos frente al malecón cuando cientos de botes salían durante la corrida del pargo sanjuanero? Todas aquellas candelitas flotando en el horizonte semejaban estrellas bajadas del cielo para beberse el agua del mar. En la capital cerraron, o confiscaron, las tiendas donde vendían avíos de pesca y equipos para la caza submarina. Durante décadas no se ha visto ni un anzuelo en ningún comercio cubano, mucho menos un snorkel o un par de patas de rana. Conseguir una vara y un carrete es casi un milagro. En ocasiones, tener una brújula implicaba un delito, porque despertaba sospechas en la policía política.
Nuestra Avenida del Puerto alcanzó su máximo protagonismo el 5 de agosto de 1994 cuando una parte de la población se lanzó a la calle gritando “¡libertad!”. El “Maleconazo”, el secuestro de la lanchita de Regla, el hundimiento del Remolcador “13 de marzo” a siete millas de las costas cubanas y miles de personas bajando por las calles, llevando balsas en andas, como en un cortejo fúnebre, hacen que el mar adquiera entre nosotros tintes luctuosos. La tradición de arrojar al mar una flor para Camilo cada 28 de octubre parece confirmar esa funesta sensación.
Cada quince años el mar se torna tragedia: éxodo por el puerto pesquero de Camarioca en 1965; fuga masiva por Mariel en 1980; Maleconazo y Crisis de los Balseros en 1994.
Aquel año reapareció el mar en la plástica cubana gracias a Kcho con su instalación La Regata. Ese desfile de frágiles y efímeras embarcaciones constituye un homenaje a los balseros, aunque en sus declaraciones públicas el escultor diluya ese mensaje tratando de universalizarlo. Sea lo que sea, sus ensamblajes revelan el eterno conflicto de Cuba con el mar.
Un conflicto que se manifiesta incluso en la dimensión espiritual. La patrona de Cuba es una virgen marinera. En el siglo XVII Cachita se les aparece -flotando sobre una tabla, cual balsera- a tres pescadores durante una tempestad en la bahía de Nipe. Sin embargo, tras una serie de misteriosas desapariciones, su santuario quedó definitivamente instalado mucho más al sur, en Santiago de Cuba.
¿Por qué una virgen tan navegante fue a parar tan lejos de su bahía original? ¿Por qué su iglesia está tan apartada del mar, en una antigua mina de cobre, entre montañas? Pareciera que a ella también, como a Martí, “el arroyo de la sierra” le “complace más que el mar”.
La imagen de los tres Juanes remando y rezando en un mar encrespado, bajo rayos y truenos, vaticinaba ya, en nuestra iconografía mitológica, el turbulento futuro que el mar nos tenía reservado. En rigor, la Virgen de la Caridad es la patrona de los balseros.
La Habana siempre ha estado robándole terreno al mar, y a veces pienso que éste, en venganza, se desquita con los habaneros, ora cuando sopla un ciclón y sus aguas penetran en la ciudad, ora con el vía crucis de los balseros.
Por el mar nos han llegado cosas buenas y cosas malas, pero siempre más de éstas que de aquéllas. Por el mar llegaron el Maine, la Coubre, la invasión de Playa Girón, y aquel "buque" profetizado por José Martí, "que entre música y flor trae a un tirano", y que tanto nos recuerda al yate Granma.
Siempre he pensado que en todo este asunto subyace una especie de maldición indescifrable: el mar como imagen del mal.
(*) Publicación digital en Cubaencuentro, 28 abril 2011.
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PEDOFILIA POLÍTICA
Por Manuel Pereira
Días atrás Yoani Sánchez recordaba que siendo pionera se vio obligada a gritar consignas contra el entonces presidente norteamericano Jimmy Carter. Enseguida evoqué a mis sobrinitas exclamando en algún desfile colegial: “¡Pioneros por el comunismo: seremos como el Che!”. Todavía las veo, con los ojos del recuerdo, regresando de la “Escuela al Campo”: explotación laboral infantil disfrazada de “trabajo voluntario”. Llegaban a casa enflaquecidas, con el pelo quemado por el sol y las uñas rotas, llenas de fango.
Hace poco el vicepresidente del Consejo de Ministros arengaba a trescientos pobres pioneros exhortándolos a “defender el legado de la revolución”. ¿Hasta cuándo van a manosear ideológicamente a la infancia? ¿Hasta cuándo esa pedofilia política que se reproduce -con ligeras variaciones- en otros países del Tercer Mundo?
Entre 1966 y 1976 proliferaron fotos y carteles chinos donde vemos a miles de menores alzando jubilosos el libro rojo de Mao. El Gran Timonel utilizó incluso a niños de doce años como “guardias rojos” durante la funesta Revolución Cultural. Esos rostros airados -que deberían sonreír-, esos puños crispados -que deberían escribir, dibujar, hacer manualidades o tocar guitarra- recuerdan los Dos Minutos de Odio orwellianos.
En los regímenes totalitarios -al estilo cubano y norcoreano- se presiona a los estudiantes de secundaria para que asistan a desfiles oficiales o participen en mítines de repudio contra opositores pacíficos. Directa o veladamente, los amenazan, pues si no asisten a esas actividades, sus expedientes académicos se verán negativamente afectados, no obtendrán becas, ni podrán matricular más tarde en ciertas carreras universitarias.
Estos chantajes para acarrear a los jóvenes formando así falsas mayorías progubernamentales, no son más que pura pornografía política, pues con esas coacciones se prostituye psicológicamente a los menores. El asco que suscitan estas coerciones debería bastar para que ningún país decente mantuviera relaciones -ni diplomáticas, ni comerciales, ni culturales- con los sistemas que incurren en estas prácticas. Lamentablemente, algunos gobiernos democráticos miran para otra parte, despliegan la estrategia del avestruz para no enfrentarse a ciertas realidades que claman al cielo.
Otra imagen incesante es la del niño palestino tirándole piedras a un tanque durante alguna intifada. Esos menores también son manipulados por adultos, aunque generan buenas fotos y permiten ganar jugosos honorarios a los reporteros occidentales, quienes participan del show, bien porque son ingenuos que a su vez se dejan manipular, bien porque son lo bastante cínicos para prestarse a ese juego propagandístico.
Altos funcionarios de la Autoridad Palestina han admitido que a los niños se les paga aproximadamente un dólar por cada bomba casera que arrojan. Hacia el año 2002, cerca de cuarenta menores habían perdido un brazo al arrojar estas bombas.
Cada día se ven más fotos de niños enarbolando armas de madera, no porque espontáneamente estén jugando en el parque a policías y ladrones, sino porque son utilizados por líderes políticos como propaganda de guerra.
La manipulación emocional de los niños por parte de mandatarios o dirigentes es tan abominable -o quizá más- que la pederastia, entre otras razones porque esas tretas políticas se perpetran a plena luz y en público. Para colmo de males, además de afectar a millones de menores, estas maquinaciones tienen una dimensión social. Se presentan como parte de un programa de educación nacional, razón por la cual no provocan tanto rechazo, ni tan enérgico, como en el caso del abuso sexual infantil.
Pareciera que a nadie le importa demasiado perseguir estas psicopatías cuyo máximo esplendor se verificó en los dos principales totalitarismos del siglo XX: el comunismo y el fascismo. No se condenan suficientemente estas sociopatías que ignoran y desprecian los derechos individuales, sobre todo los de niños y jóvenes.
Por si fuera poco, también están las fotos de niños soldados empuñando armas de verdad. Organizaciones políticas, partidos, gobernantes, jefes tribales, se sirven de la infancia sin el menor rubor en estas prácticas de adoctrinamiento. Los preparan como futuros soldados o mártires. Circula en Internet un escalofriante video donde unos niños afganos juegan a ser talibanes suicidas. En los archivos de propaganda nazi abundan las fotos de niños “jugando” a dirigir campos de concentración.
Todas estas pesadillas empiezan cuando un político -casi siempre carismático- reparte banderitas entre los menores para que las agiten en algún acto público, o le entrega a un colegial un discurso escrito para que lo lea frente a la muchedumbre. No hay nada más falso que un menor recitando, o repitiendo de carrerilla, algo previamente escrito por un adulto, es decir, por un pedófilo político.
El tema tiene hondas raíces y merece un tratado de historia que podría remontarse a la Cruzada de los Niños que tuvo lugar en el año 1212. Más allá del grado de ficción o de realidad que entraña aquel acontecimiento, lo cierto es que fue ampliamente utilizado por la propaganda eclesiástica medieval para inculcar la fe en los menores.
Todo sistema rígido e intolerante -ya sea religioso o político- cae más temprano que tarde en la pedofilia ideológica. La politización de la infancia es un crimen de lesa humanidad. Es pornografía de estado, fomentada y consentida por el estado en su propio beneficio.
Todo esto debería condenarse con embargos, bloqueos, congelaciones de cuentas bancarias e intensas campañas publicitarias a escala mundial para desprestigiar ante los ojos del mundo a los gobiernos que fomenten esas prácticas. Como mínimo, habría que intentar avergonzar a los mandatarios y líderes que ejercen la pedofilia política, si es que alguna vergüenza les queda.
¿Por qué la ONU no prohíbe terminantemente la pedofilia política, por qué no la denuncia, por qué algunos gobiernos dizque democráticos mantienen excelentes relaciones con dictaduras que profesan descaradamente la pedofilia política? Algo huele a podrido, y no sólo en Dinamarca.
Todo sistema fanatizado que cultiva la intransigencia, desemboca ineluctablemente en la pedofilia política. La idea que subyace tras estas maniobras es que los niños, en vez de pertenecer a sus padres, son propiedad del estado, forman parte del inventario de bienes semovientes del gobierno.
Sin embargo, si existe algo sagrado en este mundo, algo que no se puede mancillar ni con el pétalo de una rosa, es la niñez. Por doquier se alzan voces contra el trabajo o la explotación infantil, pero contra el lavado de cerebro en las etapas de la infancia y la juventud, yo no oigo ni un solo grito de condena a nivel institucional, en ninguna democracia. ¿A qué se deberá tanta indolencia?
Lo que sí condenan la UNICEF y Human Rights Watch son los niños soldados implicados en conflictos bélicos, de los cuales se calcula que hay en el mundo unos 250 mil, la mayoría en África.
Sin embargo, en esos organismos internacionales no parecen advertir que el primer paso para reclutar a los niños es lavarles el cerebro. La fase previa para la militarización de la infancia son las técnicas de vaciado cerebral perpetradas por algunos gobiernos y jerarcas tribales. Resulta curioso que se condene con tanto ardor la consecuencia y no la causa.
Se empieza adoctrinándolos en la primaria y se acaba lanzándolos a la guerra si fuera necesario, como hizo Hitler condecorando a sus niños soldados en los jardines del búnker, poco antes de suicidarse. El Führer usó niños como escudos humanos para protegerlo. Empleó a aquellos menores enfervorizados como carne de cañón para que dispararan bazucas antitanques en la Batalla de Berlín.
En estos días vemos fotos de niños libios empuñando ametralladoras de juguete y gritando enfurecidos durante manifestaciones a favor de Gaddafi en Trípoli. Ni corto ni perezoso, ya también Hugo Chávez tiene sus niños soldados en todas las primarias.
Juventudes Hitlerianas en Alemania, Komsomoles en la antigua Unión Soviética, Frente de Juventudes en la España franquista, los “Balilla” de Mussolini, la Unión de Pioneros en Cuba... ¿cuál es la diferencia?
Durante la Guerra del Pacífico, en las escuelas japonesas se distribuyeron cuentos para niños con pilotos suicidas como tema central. No pocos de aquellos aviadores casi niños salían reclutados de las aulas de secundaria. La figura del kamikaze fue promovida como algo digno de imitación.
Stalin no se quedaba atrás, y pedía a los niños que delataran a sus padres si estos hacían comentarios contrarrevolucionarios o actuaban contra el poder soviético. Lo confirma la historia del niño Pável Morozov, que delató a su papá, y luego fue asesinado por el resto de sus familiares. Sea o no verídica esta anécdota, lo cierto es que el poder soviético la usó profusamente para animar a los niños rusos a denunciar a sus mayores. El tema del niño Morozov dio lugar a una ópera, innumerables canciones, seis biografías, obras de teatro, estatuas del niño-mártir, lecturas obligatorias en primaria y hasta una película de Eisenstein sin estrenar.
El “morozovismo” es la pornografía infantil elevada a rango de política de estado, pone a los niños en el disparadero de escoger entre el gobierno y sus progenitores, como en el caso del balserito cubano Elián González, quien -supongo- no sabrá qué hacer con el recuerdo de su mamá ahogada en aguas del Estrecho de Florida.
La pedofilia política es una agresión mental a la infancia. Los niños no saben que son violados ideológicamente. Les han secuestrado la inocencia, les han pervertido el candor. Los padres callan o miran para otro lado, acoquinados.
¡Dejen a los niños ser niños, carajo!
(*) Publicación digital en Cubaencuentro, 13 abril 2011.
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APAJA LA LUZ
Por Manuel Pereira
Pereira y su abuela gallega. La Habana Vieja, 1974. |
Las primeras palabras que oí, incluso antes de nacer, vibrantes en el vientre de mi madre, sonaban así:
Na calle real da Coruña,
¡pois he!
Roubaron un cobertor
¡pois si que he!
Llos ladros hiban dicindo
¡pois he!
Lastima non fora millor
¡Pois si que he!
Vamos, María, vamos,
Vámonos a dormir
Tú levarás a manta
Eu levarei o candil…
Con esos canturreos gallegos me arrullaban. Mi abuela también dialogaba en esa lengua con el fuego de sus calderos. Mis tíos maternos conversaban con sus paisanos en esa variante del galaicoportugués, excepto cuando había cubanos presentes, en cuyo caso cambiaban de idioma.
Cada noche, antes de dormirnos, mi madre y yo rezábamos el Padrenuestro en castellano. Luego ella me pedía en gallego: “apaja la luz”, y yo apretaba la perilla eléctrica que colgaba al lado de la cama. Mamá me arrebujaba en su manta y yo apagaba el candil. “Tú levarás a manta / Eu levarei o candil…”
Mi abuela, mi madre y sus dos hermanos menores emigraron desde Ribadavia, Orense, hacia La Habana en 1926. Llegaron a la capital en medio del peor ciclón que ha sufrido la Isla y, por si fuera poco, ese mismo año nacía en Cuba otro huracán de carne y hueso llamado Fidel Castro, cuyo apellido revela no sólo su origen celta, sino también su idiosincrasia militar y el afán paranoico de fortificarlo todo a su alrededor.
Fidel Castro dirigió el asalto al cuartel Moncada un 26 de julio. Más tarde, su movimiento se llamó “el 26” y una de las consignas favoritas de su Gobierno ha sido “siempre es 26”. Fue como si aquel famoso ciclón del 26 hubiera dejado una semilla de turbulencias a su paso por la Isla.
Dejo en manos de cabalistas y pitagóricos el significado oculto de la persistencia de ese número en nuestro imaginario colectivo. Sea como sea, lo cierto es que hace más de cincuenta años esa prolongación del Ciclón del 26 está soplando sobre Cuba. Al principio, sus vientos fueron benévolos, y hasta musicales, incluso esperanzadores, pero poco a poco su capacidad de destrucción se volvió cada vez más furiosa. Extraña meteorología de la historia que todo cronista del siglo XX debería escrutar a fondo.
La estrategia desplegada por aquel pichón de gallego contra Batista entre 1957 y 1958 fue celtíbera. Acaso obedeciendo a un mandato genético, se atrincheró en las cumbres de la Sierra Maestra convirtiendo esa cordillera en un castro de romántica exuberancia vegetal. Pintoresco Robin Hood céltico-tropical.
Como es sabido, los celtas eran guerreros muy feroces y el padre de Fidel combatió como soldado español contra los mambises entre 1895 y 1898. La secuencia etimológica castro, castrum, castrensis, castrense… es tan obvia que casi da sonrojo subrayarla.
Cuando Fidel bajó de las montañas donde estaba parapetado, lo primero que hizo fue extender su castro a todo el país, blindándolo de una punta a la otra, según parece para defenderse de la invasión mil veces anunciada y nunca verificada de las legiones del Imperio Romano (o Norteamericano).
Así, Cuba se transformó en campamento a partir de 1961. Abroquelado en su Isla, Fidel la cerró herméticamente al exterior, enclaustrando de paso a toda la población. El castro devino claustro, y esa claustrofobia no tardó en volverse castrofobia. No es extraño que tantos cubanos huyan de ese acuartelamiento insular.
Volviendo a mi abuela gallega, ella vivía en un solar al final de La Loma del Ángel, allá en La Habana Vieja que, a pesar de ser ya muy antigua, no estaba por entonces tan destruida como ahora. La casa de mi abuela, donde me crié, se desplomó hace unos años como si del cielo le hubiera caído un misil de crucero Tomahawk.
Frente a lo que ya no son más que ruinas, vivía yo con mis padres en otra cuartería de la calle Cuarteles. Mi abuela, Hortensia Alonso, fue feliz allí, comiendo filloas hechas de sangre de cerdo flameadas con Anís del Diablo mientras murmuraba conjuros a la lumbre de sus fogones. Cuando su pobreza se lo permitía, ponía una botella de vino del Ribeiro en la mesa, como si fuera un trofeo.
La “Moreniña” —como la llamaban en su aldea natal—, no sólo hablaba con la candela de sus hornillas, sino que también bebía fuego. Mientras preparaba sus queimadas, me hablaba con nostalgia de una “ría” muy lejana donde crecían los viñedos del Ribeiro. Era la ría “Avia”, donde ella había nacido. Para Doña Hortensia todo era femenino: la ría, la mar, la calor, la radio, la sartén…
Así empecé a enamorarme del enigma de las palabras, quedando atrapado en un laberinto de sonidos, imágenes, sabores, olores y extrañas geografías. Mi mamá, Esther Quinteiro, trabajaba como modista en un taller de alta costura, así que yo pasaba mucho tiempo con mi abuela.
Esther llegó a La Habana con quince años y su mamá, Hortensia, con treinta y dos. Mi abuela se ganaba la vida cocinando para la calle en su humilde vivienda de dos piezas convertida en lo que hoy llamaríamos un “paladar”. Entre los ocho y los nueve años, yo la ayudaba subiendo y bajando la Loma del Ángel, cargando y repartiendo cantinas calientes a domicilio. En la dictadura anterior, mi abuela no pagaba impuestos, ni estaba obligada a pedir licencia, para realizar esa actividad. Tampoco recibía la incómoda visita de voraces inspectores gubernamentales. Evidentemente, eran otros tiempos…
Cuando Doña Hortensia llegó a la Isla en aquel aciago año 26 tuvo que trabajar en lo primero que encontró, que fue trapear suelos en la misma cuartería donde llegó a ser encargada. Mi abuelo la había abandonado antes de que yo viniera al mundo. Hortensia —tan adicta al fuego— quemó todas sus fotos.
Con el tiempo, y atando cabos, supe que mi abuelo —Antonino Quinteiro— fue un imaginero que huyó de España cruzando los Pirineos para que no lo reclutaran en las Guerras de Marruecos. Hoy diríamos que fue un exiliado político o un “objetor de conciencia”.
Aquel gallego fugitivo —como el ladrón del cobertor de la canción de marras— viajó por Brasil, Argentina, Venezuela y Cuba pintando querubines en techos de iglesias y restaurando tallas de madera. Mi abuela lo persiguió tenazmente a lo largo de esas geografías, según ella por amor, hasta que en La Habana, y tras un breve encuentro, tuvo lugar la separación definitiva. Antonino regresó a España con sus pinceles y mi abuela se quedó en la Isla con sus calderos mágicos.
Mi madre practicaba una magia opuesta a las llamaradas de mi abuela, pues usaba agua. De niña, allá en su aldea, echaba un huevo en un vaso con agua en vísperas de San Juan. Al día siguiente corría a ver la forma que la clara había adoptado dentro del vaso durante esa noche mágica salpicada de hogueras. Si veía un velero, significaba presagio de viaje o un naufragio, algo muy frecuente en la Costa de la Muerte; si aparecía un vestido de novia, simbolizaba vaticinio de boda; podían verse también iglesias, pájaros, telarañas…
Jugando con ella aprendí a nutrirme de esos presagios poéticos que emanan de remotos atavismos. Mi niñez transcurrió entre los monólogos ígneos de mi abuela y las blandas visiones albuminosas de mi madre.
Por si fuera poco, otra magia me circundaba: la afrocubana, contra la cual mi abuela me protegía con amuletos y despojándome con albahaca. Hortensia tenía fama de “meiga” y quería resguardarme del “meighallo” de las negras de aquellos solares, que en realidad me adoraban. Me invitaban a entrar en sus cuartos, para comer plátanos chatinos con congrí, lo cual ponía muy celosa a mi abuela, quien a veces me daba unas “hostias” que me mandaban a pasear por los infiernos.
Yo crecí hechizado entre dos culturas culinarias, a caballo entre dos lenguas, en medio de dos brujerías, oscilando entre los tamboreos de la gente de mi barrio y las canciones gallegas de mi abuela, disfrutando por igual de las empanadas con chorizo de Doña Hortensia y del inefable fufú de plátano que me ofrecían las mulatas del vecindario.
Mi abuela me contaba que de joven había visitado Santiago de Compostela donde es costumbre darle tres cabezazos al santo dos croques que está a la entrada de la catedral. Igual que mi abuelo y mis tíos, yo pintaba desde niño. Así que —según ella— si yo quería llegar a ser un gran artista, tenía que consumar aquel ritual. Muchos años después, ya en el exilio, yo también peregriné por ese “campo de estrellas” que da nombre a esa ciudad española. Siguiendo los pasos de mi abuela, transité bajo la estela de la Vía Láctea y choqué tres veces mi cabeza contra la del Maestro Mateo. Cumpliendo sus instrucciones druídicas, hundí los dedos en el frío mármol del parteluz del Pórtico de la Gloria.
En los años cincuenta, allá en La Habana Vieja, los gallegos de mi barrio desfilaban con sus boinas negras por la casa de mi abuela convertida en “paladar” avant la lettre. Allí bailaban sus danzas, rememoraban anécdotas de sus aldeas, siempre suspirando por la “miña terra” y sin renunciar jamás a sus costumbres gastronómicas.
Doña Hortensia era pantagruélica, su mundo era la cocina, y por suerte me alimentó con aquellos potajes humeantes que tanto me hacían sudar en los mediodías habaneros con más de 30 grados a la sombra.
Mi mamá siempre hablaba emocionada de Rosalía de Castro y afirmaba, sin mucha convicción, que los gallegos habían inventado la rueda y el submarino. Me mostraba orgullosa el Centro Gallego con sus marmóreos grupos escultóricos, símbolo de la pujanza económica y cultural de los hijos de Galicia en la Isla. “Tu abuelo pintó los techos”, me informaba fascinando al pequeño pintor que habitaba en mí.
Me enseñaba los ángeles coronando las cúpulas del imponente edificio. “¡Mira qué belleza!”, exclamaba, y acto seguido señalaba al Centro Asturiano, justo enfrente: “¡Mira qué fealdad, parece una mesa patas arriba!”.
Menos mi padre —mucho más criollo que pichón de gallego—, toda mi familia asistía puntualmente a las romerías en los jardines donde estaban los merenderos de la cervecería “La Tropical”.
De aquellos banquetes —donde lo mismo se bailaba una jota, un paso doble y una muiñeira que un danzón o un chachachá— recuerdo el brazo gitano a la hora de los postres y al gaitero que yo seguía de aquí para allá. Criado entre tambores, rumbas y maracas, yo iba tras aquel insólito instrumento, deslumbrado por sus aires, como si siguiera al flautista de Hamelín. Mi abuela era analfabeta, llegó a Cuba con pañuelo a la cabeza y en alpargatas. Sin embargo, era la mejor narradora que he conocido en mi vida. Me contaba escalofriantes historias de hombres lobo, a quienes ella llamaba “lobishomes”. Me hablaba de las nueve olas de la playa de A Lanzada y del muérdago de la fecundidad, me describía el río donde ella lavaba de niña entre hadas sentadas en las rocas alisándose el pelo con peines musicales. Me asustaba narrándome la procesión de fantasmas que discurría entre la niebla y que ella llamaba “Santa Compaña”. Me contaba que en las ruinas del castillo de Ribadavia —allí donde termina el arcoíris—, había tesoros escondidos por los moros. Evocaba la espectacular Noche de San Juan, cuando ella saltaba por encima de las hogueras. Siempre me repetía: “tres cosas tiene Ourense que no las hay en toda España: las burgas, la puente y el Cristo echando barbas”. El pretendiente de mi abuela era un paisano suyo llamado Máximo, dueño de la carnicería de la esquina. Lo recuerdo siempre malhumorado, con las uñas impregnadas de sangre. Mi “abuelastro” se fue de Cuba a principios de los sesenta, cuando el gobierno revolucionario instauró la libreta de racionamiento y confiscó los negocios privados: primero los más grandes, después, los más pequeños. Entonces empezó la estampida de españoles expropiados escapando de la Isla de sus sueños.
Anteriormente, durante los cincuenta, había tantos gallegos en La Habana que a todos los españoles les llamaban “gallegos” por antonomasia, sin importar que fueran catalanes, vascos, asturianos, cántabros, andaluces o canarios…
En la década del sesenta, cuando el castrismo empezó a castrar toda forma de propiedad privada, cerraron panaderías, bodegas, ferreterías, herrerías, hojalaterías, sastrerías… El vástago de aquel huracán del 26 arrasó con todo: la economía, la familia, la religión, las frutas, las viandas, los edificios… Su fuerza centrífuga ha expulsado, hasta ahora, a más de dos millones de exiliados.
De buenas a primeras, se acabaron las verbenas gallegas, desaparecieron los chorizos enlatados “El Miño” y nunca más se oyeron los dulces vientos de una gaita. No más empanadas de bacalao, ni pulpos en platos de madera. Las boinas negras se trocaron en boinas verdes-olivo… todo fue devastado por aquel otro ciclón nacido en el año 26. Como decía mi mamá en voz baja: “¡acabó con la quinta y con los mangos!”.
Mi abuela se había aplatanado bastante y se pasaba la vida cantando. “¡Quien canta, sus penas espanta!”, exclamaba. Sin embargo, a pesar de esa alegría, de vez en cuando entonaba estas endechas: “ai, miña nai, miña naiciña, como a miña nai ningunha”.
En aquel éxodo de españoles también partió uno de mis tíos, y entonces sí que vi llorar de verdad a mi abuela. Su hijo favorito era escultor y había llegado a tener una casa de antigüedades que él prefirió cerrar antes de que el Gobierno se la arrebatara.
A partir de entonces, cada vez que Hortensia oía la sirena de un barco saliendo por la bahía habanera, corría a asomarse al balcón hoy sepultado entre ruinas, y desde allí lo veía zarpar sacando un pañuelito del corpiño, no para agitarlo en el aire, sino para enjugarse una lágrima.
La morriña hizo presa de “la Moreniña”. Sus lágrimas prefiguraban mi destino. Yo intuía que tarde o temprano me vería obligado a realizar la travesía de mis ancestros, pero a la inversa. En vez de “hacer las Américas”, yo estaba predestinado a hacer las Europas: Alemania, Francia, Italia, España…
Así pude visitar aquella Galicia de la que tanto había oído hablar. Pude reconstruir el mapa de las reminiscencias de mi abuela y nuestro árbol genealógico. Deambulé por las callejuelas donde jugaron mis mayores. Conversé con la sombra de mis tatarabuelos en la plaza de la Magdalena, en la antigua Judería, donde tenía su dulcería mi bisabuela Palmira, la repostera más célebre de Ribadavia, porque sólo ella sabía hacer “los melindres del silencio”, cuya receta secreta se llevó a la tumba. Exploré el castillo en ruinas, donde encontré el tesoro de los moros del que me hablaba Doña Hortensia, y que no es otro que el tesoro de la imaginación.
En mis diversos destierros me he desplazado como una vieira por aguas profundas, errando por Pontevedra, Vilanova de Arousa, Cambados, Santiago, Orense, Vigo… lugares donde descubrí —atónito— a primos y tíos que apenas sabían de mi existencia. Más que como a un hijo pródigo, me miraban como a un náufrago errabundo.
En cierta forma, mi exilio remedaba aquella canción de cuna con la que me adormecían. Casi como un ladrón en medio de la noche, me lié la manta a la cabeza y salí con mi candil al exilio. “Tú levarás a manta / Eu levarei o candil…”
“Apaja y vámonos”, me dije emprendiendo ese largo camino sembrado de maletas, esmaltado de musgo, adentrándome en un dédalo de desconciertos y sinsabores que nunca podrá comprender quien no lo haya vivido. Los desterrados somos una estantigua. Como almas en pena, lloramos nuestro orvallo allí donde nadie nos ve.
(*) Publicado en Cubaencuentro, 23 marzo 2011.
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GOLIAT CONTRA GOLIAT
(*) Revista mexicana Día Siete, suplemento de El Universal, 16 enero 2011.
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Por Manuel Pereira
Click en las imágenes para leer texto
(*) Revista mexicana Día Siete, suplemento de El Universal, 26 diciembre 2010.
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CON JULIO EN MONTPARNASSE
Por Manuel Pereira
Desde la puerta entreabierta te vi dormir. Todo empenumbrado. Hundido en la almohada. Eras más barba que cara, durmiendo cuan largo eras. Entonces recordé lo que en una ocasión me dijo Lezama: "Julio padece una envidiable enfermedad llamada “efebicia” que lo mantiene joven al precio de que sus huesos crecen desmesuradamente."
Cuando te lo conté, sonreíste con esos dientes separados que te daban un aire de niño malévolo. "Ése es otro de los mitos del gordo cósmico", dijiste, ya no recuerdo si en la Bodeguita del Medio o viajando al centro de la tierra en las minas de oro de Siuna, o en algún café del Quartier Latin.
Pensando en la anorexia de Gide- me habían dicho que no tenías apetito, que no querías probar nada que tuviera sabores- salí del hospital de Saint-Lazare. Descendí por el faubourg hasta llegar a un arco y desembocar en una calle estrecha como una cuchillada. Calle de carteristas y alunados, en cuyas esquinas hay mujeres con cadenitas en los tobillos enseñando los muslos con ligas rojas o negras, que son los colores de moda para este invierno. Tristes cariátides en venta, en ese París que tu Rayuela me enseñó a adivinar. La bofetada de la pianista. Las escaleras que huelen a cebolla. Los paraguas negros. Los puentes sobre el Sena. El humo azul de los Gauloises.
Pensando en la anorexia de Gide- me habían dicho que no tenías apetito, que no querías probar nada que tuviera sabores- salí del hospital de Saint-Lazare. Descendí por el faubourg hasta llegar a un arco y desembocar en una calle estrecha como una cuchillada. Calle de carteristas y alunados, en cuyas esquinas hay mujeres con cadenitas en los tobillos enseñando los muslos con ligas rojas o negras, que son los colores de moda para este invierno. Tristes cariátides en venta, en ese París que tu Rayuela me enseñó a adivinar. La bofetada de la pianista. Las escaleras que huelen a cebolla. Los paraguas negros. Los puentes sobre el Sena. El humo azul de los Gauloises.
Paris estaba ahí, vibrando, aunque tú durmieras en el hospital, o más bien por eso mismo, pues ya para siempre esa ciudad será la más acabada escenografía de tu mejor sueño. Queso gruyère, hay un Paris subterráneo, el que más tú amabas. Delirante dédalo de los metros, vertiginosa rayuela. Se mete uno por un agujero y sale por otro. Así me perdí la tarde en que supe la noticia de tu muerte, y me encaminé a tu apartamento de la rue Martel donde estabas tendido. Un ataúd en medio de tu alcoba. Muchos amigos sentados en la sala. No sabía yo que en París velaban a los difuntos en sus casas.
Entrando, a derecha y a izquierda, tus libreros trepando por las paredes. El I 'Ching y algunos libros sobre boxeo. Y un anaquel dedicado a Cuba donde conviven, entre otros, Paradiso de Lezama Lima, Calibán de Retamar, Las mil vidas del caminante, de Luis Rogelio Nogueras, De peña pobre, de Cintio Vitier... En la sala está la discoteca (hay en tu casa más discos que libros) y al lado de tu sillón de cuero, un ejemplar sin abrir de la última edición de Marelle.
Tus últimos momentos parecían sacados de uno de esos cuentos tuyos en los que siempre reconociste la huella necrofílica de Poe. Entonces la ciudad soñada por ti empezó a fluir hacia el cementerio de Montparnasse en lo que fue la mañana más fría de esta temporada. El primero en aparecer fue Oliveira, seguido de Charlie Parker, que llega arrastrando un saxo. El Señor de los Anillos salió de debajo de un sauce llorón. Sheridán Le Fanú aterrizó en su dragón volador. Melmoth, el Errabundo, se desenroscó de la flecha de la Sainte-Chapelle trayendo en hombros al bebé Rocamadour.
Mientras tanto, a orillas del Quai des Grands Augustins, casi debajo del Puente Nuevo (aunque es el más viejo) emergió el Nautilus chorreando agua, y el capitán Nemo saltó a tierra para acudir a tu entierro. Del submarino salieron también Arthur Gordon Pym y Robison Crusoe con su Viernes, su papagayo y su arcabuz. Corrieron, buscando el sur, por tus calles favoritas (la rue de l'Hirondelle y Git-le-coeur) sin oír las versiones disparatadas de los "bouquinistes" que -de tanto libro viejo que leen- creyeron que la Ile de la Cité se había transformado en el Barco Ebrio, siendo así que el Square du Vert-Galant semejaba una proa cubierta de algas y Notre-Dame, una popa cuyos arbotantes eran remos fenicios.
Algo más emerge del Sena para asombro de turistas: es Alejandro Dumas escribiendo en una bañera alrededor de la cual los tres mosqueteros cruzan sus aceros con Nemo, Pym, Crusoe y Viernes, porque quieren llegar antes a la cita contigo. Detrás viene una mujer despacio, una mujer que no proyecta sombra, y se llama Nadja.
Todos van hacia Montparnasse. Y ese “todos” son tantos que se embotella el tráfico y la ciudad deviene un estruendo de bocinazos y silbatos. Dos automóviles chocan, de uno se apea Monzón y del otro, Boutier -ambos en pantalones cortos y con guantes- intercambiando trompadas. Un locutor de radio se queja de que el mestizo estropee la cara tan bella del francés. Todos los teléfonos empiezan a sonar. Los perros a ladrar. Los gatos a maullar. Las palomas a zurear. Las gaviotas a chillar.
Los cronopios siempre duermen la mañana, pegados a las sábanas. Es por eso que sólo con semejante escándalo han comenzado a desperezarse, asomándose a las claraboyas, trepándose en los techos abovedados, contemplando el fascinante espectáculo de diez mil automóviles inmovilizados, y es tanta la gente que desesperada se mete en el metro que también estos acaban por atascarse y todo París se paraliza. Hasta el humo de las chimeneas se cristaliza en el aire; los cronopios más listos -entre los que están los clochards- se han percatado enseguida de que algo ocurre en el sur, hacia Montparnasse. Tus dos boxeadores predilectos han dejado de pelear y ahora corren hacia donde tú estás.
Todo fluye hacia ti, la ciudad entera ha invertido su diseño radiado y ahora todas las rues conducen a Montparnasse. Hasta las ráfagas de viento van en ese rumbo, arrastrando consigo a las gaviotas del Sena, y a las palomas de la Place de la Concorde. Algunos cronopios, perezosos o ingeniosos -que es casi lo mismo- en vez de bajarse de los tejados prefieren tender tablones de ventana a ventana, y así van pasando de un edificio a otro, hasta llegar a Montparnasse.
Todavía hay un metro que funciona: la línea 6, dirección Nation. Funciona porque pasa por Montparnasse Bienvenue. En la estación de Trocadero entran Cemí, Foción y Fronesis -cual de los tres más gordos-; pero están tan trocados -en Blanco y Trocadero- que en vez de ir directo hacen correspondencia en La Motte-Picquet, yendo a parar a Odeon, en la línea 10 dirección Gare D’Orléans-Austerlitz. El más sabio de los tres, que es José Cemí, decide tomar la línea 4, dirección Porte D’Orléans General-Leclerc (“¡otra vez Orléans!”, protestan Foción y Fronesis. “No es lo mismo Porte que Gare”, aclara erudito Cemí). Así lo hacen y salen a la superficie por la boca de metro de Raspail. Los tres resollando llegan al mismo tiempo que Dumas en su bañera pensativa, los dos boxeadores, los tres mosqueteros y los náufragos del Nautilus.
Manuel Pereira y Julio Cortázar. La Habana, 1980 |
En ese momento ocurre lo inesperado. Llegan les siete locos disputándose navaja en mano un juguete rabioso. Hay un hombre mirándolos, desde una esquina rosada, su mejilla decorada por una cicatriz rencorosa. El juguete rabioso tiene vida, y salta entre los contendientes, escapándoseles entre las piernas, toda vez que los siete locos miran boquiabiertos al cielo de donde desciende un globo que se posa crujiendo y desinflándose sobre unos plátanos deshojados. De la barquilla se descuelga Phileas Fogg cargando dos gatos, uno que habla alemán y se llama Teodoro W. Adorno; y otro que habla griego y se llama Demóstenes. El juguete rabioso -que carece de contornos precisos- se dilata hasta transfigurarse en un gordo coronado. Todos lo miran perplejos y exclaman algo así como “Hubo un rey” o “Ubu Rey”.
Otra mujer, “sola solita”, deambula por el Boulevard Saint Germain. Se le cae el bolso, se le cae la piel del zorro que cazó su abuelo en Lituania en el siglo XIX, se le cae la fosforera, todo se le cae; es un milagro ambulante. Se sienta a libar un whisky en el Deux-Magots. Es tan maga la Maga que nadie se explica todavía cómo estando tomándose un whisky en el Deux-Magots puede estar al mismo tiempo en Montparnasse, dando paseos ensimismados entre las tumbas.
Hay otra mujer apartada, que se apoya en un ángel de mármol con ganas de sollozar, ¿será Glenda, a quien tanto queremos?
Siguen llegando las criaturas de tu sueño interminable, tus más íntimos amigos, entre los que se mezclan autores y personajes en esta especie de huelga contra la muerte. Alguien (o alguienes) que anda(n) por ahí, son Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Llega en la máquina del tiempo Wells con una flor en la mano. Llega, en una máquina negra -que parece un murciélago-, Fantomás. Llega en otra maquinaria aún más inverosímil -porque es sutilmente inútil- Raymond Roussell con el afán de contarte sus impresiones de África.
Otros no tuvieron que venir de tan lejos, porque ya estaban allí esperándote desde años atrás: Maupassant -que no era santo de tu devoción- se aleja con su Bola de Sebo y un corito de famas. Huysmans se para de cabeza, es decir, al revés. Pero, sobre todo, están allí Tzara con su cara de hombre aproximativo y Baudelaire con su albatros.
Al lado de este último -competencia de raras avis- está Poe con su cuervo, haciendo muecas de epiléptico. De pronto aparece César Vallejo, cuya lápida reza: “Nací un día que Dios estuvo enfermo”. Un tal Lucas se desliza al fondo de este grupo. Cocteau llega tarde, envuelto en una nube de humo indescifrable, el gabán desflecado. Desde Nicaragua llega Rubén Darío vestido de mariscal.
Entre los que no han tenido que venir a verte -porque ya estaban allí- aparece la frágil silueta de Carol Dunlop -cámara en mano-, compañera de tu última aventura en la cosmopista que conduce a Marsella, que conduce a la vida, donde ahora estás, Julio, con todos tus invitados, en la gran fiesta de la imaginación. Otros irán llegando…
(*) Escrito en París, después del entierro de Julio Cortázar, el 29 de febrero de 1984.
Publicado en la Revista mexicana Día Siete (número 456), suplemento de
El Universal, 17 mayo 2009.
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Encuentro casual, no casual
(Breve historia de una fotografía encontrada en Rayuela)
Por Gabriel Mtz
(Breve historia de una fotografía encontrada en Rayuela)
Por Gabriel Mtz
Manuel Pereira en el entierro de su amigo Julio Cortázar.
"El azar concurrente": fotografía encontrada en la edición de Cátedra
de Rayuela.
"El azar concurrente": fotografía encontrada en la edición de Cátedra
de Rayuela.
Comenzaba el sexto capítulo de Rayuela cuando me abordó una extraña curiosidad. Un rumor en mi mente trataba de encontrar a alguien conocido dentro de la historia. Un destello, un reflejo, una sombra. Tuve la sensación de estar sumergido en esas calles parisinas tan escrupulosamente descritas y trazadas. Decidí seguir leyendo en el orden del segundo libro. De pronto, mi compañero de viaje me preguntó si quería salir aquella noche a algún bar de la ciudad. Tuve que suspender la lectura y distraído, cometí la indiscreción de meter un dedo en la página equivocada. Cuando quedó resuelto que saldríamos en media hora a caminar por el centro en busca de cualquier lugar abierto en miércoles, volví al libro. Lo abrí sin sospechar de mi extravío, y fue ese error el que me permitió ver la fotografía del entierro de Julio Cortázar. Se cavaba la tumba en medio de la solemnidad del cementerio de Montparnasse, y al fondo, los finos árboles retorciéndose igual que delgadas manos de ancianas, anunciaban el atroz invierno parisino. Mis ojos regresaron al primer plano de la imagen. A la derecha, la presencia de un hombre alto, parado de perfil, que llevaba las manos en los bolsillos de un viejo gabán, hizo que me interesara en los detalles de su vestimenta. Más espectro que humano, llevaba el cuello levantado a lo James Dean, y el cabello largo ochentero. Era Manuel Pereira, mi maestro, en una foto de hace 26 años. Más tiempo del que yo tengo de vida, y sin embargo, comprendí que era otro juego de Julio Cortázar, era otro brazo que extendía Rayuela sobre la realidad del siglo XXI, otro brinco sobre una pierna en un azaroso 3 ó 5, un improvisado trompetazo de Coleman Hawkins; y me convencí de que este "encuentro casual era lo menos casual [...] y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico". [1] Era el eco de la amistad que no se desvanecía a pesar de la distancia en espiral entre la vida y la muerte, era un guiño –sin papel rayado– entre Julio y Manuel.
[1] Julio Cortázar. Rayuela. Cátedra: Madrid, 2007, p. 120.
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FRANCIS BACON
EL RASTRO DEL CARACOL
Por Manuel Pereira
Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión, Francis Bacon. |
Hace cien años nació Francis Bacon, uno de los artistas más inquietantes del siglo XX. Nació en Dublín, como tantos otros genios: Jonathan Swift, W.B.Yeats, James Joyce, Samuel Beckett, Bernard Shaw, Oscar Wilde... Su padre afirmaba que era descendiente del otro Francis Bacon, el barón de Verulam, filósofo y estadista inglés (1561-1626).
Entre 1927 y 1928 el joven Bacon pasó algún tiempo en París y Berlín, donde se dedicó a la decoración y al diseño de muebles. Después de ver una exposición de Picasso, quedó tan impactado que comenzó a realizar dibujos y acuarelas. En 1944 -ante el escaso éxito de sus obras, y porque era muy exigente consigo mismo- destruyó casi todas sus pinturas.
Pero ese mismo año su estrella empezó a refulgir con el tríptico Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión. En esa época, desde su estudio, Bacon oía caer las bombas volantes alemanas sobre Londres. Esa obra representa todo aquel horror, es una especie de Guernica británico. Como se recordará, ese cuadro de Picasso está inspirado en el bombardeo alemán del pueblo vasco de Guernica (1937).
Ambas obras son relatos horizontales, apaisados, aunque la del español no es un tríptico.
A pesar del título de Bacon, no vemos ninguna cruz, como no sea -forzando la imaginación- ese híbrido de trípode fotográfico con sextante en el panel central. Las tres figuras, como malignos animales humanoides, recuerdan las criaturas picassianas de Guernica. La de la derecha pudiera ser una reminiscencia del toro. Alarga el cuello, como hacen las cuatro mujeres de Picasso. Ese animal enfurecido abre la boca y enseña los dientes, imitando al caballo que también estira el cuello en el cuadro del malagueño. Le falta una pata, seguramente perdida en el bombardeo. La figura central de Bacon -una especie de pajarraco con los ojos vendados- pudiera aludir a la paloma de Picasso que estalla en pleno vuelo debajo del ojo con bombilla. El personaje de la izquierda es el más enigmático, pareciera una mujer acongojada, lúgubre, o un ave de rapiña agazapada, esperando para lanzarse sobre la carroña que las bombas van dejando a su paso.
Bacon no copia a Picasso, lo recrea magistralmente. No hay aquí cubismo, ni geometrías, pero sí la distorsión de las formas humanas. Ya a partir de este tríptico, el tema favorito de Bacon será la violencia y la carne desgarrada, pues ¿qué otra cosa sino es una crucifixión? Londres crucificado, Guernica crucificada, ciudades crucificadas bajo los bombardeos. Parece ser que Bacon quiso concentrar en su producción pictórica todo el dolor de la humanidad.
La carne rota, la carne desfigurada, la carne destrozada y sangrante está en el fondo y en la superficie de su estética. Toda su pintura huele a matadero, como si saliera de una de las carnicerías de aquel otro expresionista que fue Chaïm Soutine. El mismo Bacon lo dijo: “Por supuesto que somos carne, que somos carcasas en potencia. Cuando entro en una carnicería siempre me sorprende no encontrarme ahí en lugar del animal”.
En su lienzo Cabeza rodeada de carne de vaca (1954), cuelgan unos costillares de res que aluden directamente a El buey abierto en canal, de Rembrandt, que está en el Louvre. La res del holandés cuelga en la penumbra de una carnicería, es un memento mori, o sea, un recordatorio de la muerte. No otra cosa hará Bacon cuando rodea de carne masacrada la cabeza del Papa Inocencio X. Las dos ijadas del animal sacrificado, vistas a cierta distancia, parecen un par de alas ensangrentadas que le han salido al Santo Padre.
Ese pontífice, originalmente pintado por Velázquez, obsesionó al artista irlandés. La mezcla de Rembrandt con Velázquez hace que dos barrocos den lugar a un expresionismo británico en pleno siglo XX.
La pintura de Bacon no es “bonita”, ni pretende serlo. Por el contrario, es cruel, amarga, violenta hasta provocar rechazo en algunos. Esto se ve claramente en la versión que ejecutó del retrato de Inocencio X pintado por Velázquez. Llegó a producir hasta 44 versiones de esa imagen, si bien la más conocida es de 1949.
Si observamos el retrato original de Velázquez vemos que aquel papa del siglo XVII no tiene cara de inocente, pese a su nombre. Más bien tiene cara de pocos amigos, incluso le dirige al pintor sevillano una mirada desconfiada, casi frunciendo el ceño. Sentado en un sillón dorado, como un dios todopoderoso, su mano derecha está crispada, casi una garra. Aquel papa fue duro, por ejemplo en su ataque a los jansenistas, pero también fue mecenas de grandes artistas barrocos. Todo en él transpira espíritu de Contrarreforma.
Lo que hace Bacon es explorar la profundidad del personaje y ponerla al descubierto. De pronto, el pontífice se aferra al mueble y chilla, como si su sillón papal se hubiera convertido en una silla eléctrica. El bonete y la muceta del pontífice han pasado del púrpura a un violento violáceo. Sólo el alba conserva su blancura. La carta de petición que Velázquez le había dirigido a su Santidad ha desaparecido de su mano izquierda. El grito del papa de Bacon es deudor de aquel otro grito que oímos con los ojos en el célebre cuadro de Edvard Munch.
Bacon se confesaba ateo, y quizá veía en Inocencio X una figura de autoridad, un Pantocrátor tiránico. Aparte de eso, tal vez percibía en este papa un trasunto de su papá, un ex militar con quien el pintor siempre tuvo problemas debido a su homosexualidad.
Bacon reinterpreta y a la vez deforma, distorsionándolo todo ferozmente. Esa violencia tan suya y de nuestra época, se prolongó en su serie “perros que gruñen” (Dogs) de 1952. Uno de esos perros se excita contemplando otro costillar de res ensangrentado, reiterado homenaje al buey de Rembrandt.
No nos queda muy claro si Bacon condena la violencia o si busca en ella cierto tipo de belleza. Pudiera tratarse de ambas cosas, ya que fue un artista que siempre se movió en el colmo de las paradojas y de la ambigüedad.
Sus acumulaciones de carnes amorfas, sus autorretratos, los retratos de sus amistades, todos tienen algo así como una morfología de la desintegración, como si las formas estuvieran derritiéndose resbalosamente, como si fueran moluscos.
En efecto, Bacon decía: “Me gustaría que mis cuadros se vieran como si un ser humano hubiese pasado por ellos como un caracol, dejando un rastro de la presencia humana y de la memoria del pasado, igual que el caracol va dejando su baba”.
(*) Revista mexicana Día Siete (número 440), suplemento de El Universal, 25 enero 2009.
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FAUSTO Y MEFISTÓFELES
Por Manuel Pereira
Fausto y Mefistófeles, de Falero (1851 - 1891) |
El vínculo entre política y literatura es muy antiguo y se manifiesta de múltiples maneras. Platón escribió el libro más politizado de la historia: La República. Aristóteles fue el maestro de Alejandro Magno. Séneca fue tutor de Nerón. Petronio también formó parte de la corte neroniana. Tanto el filósofo estoico como el primer novelista terminaron mal: suicidándose.
Goethe admiraba tanto a Napoleón que se convirtió en su candoroso propagandista. En este sentido, fue el primer “tonto útil” de la historia. “Tontos útiles” llamaba Lenin a los intelectuales simpatizantes de los bolcheviques que no eran comunistas, pero que apoyaban su causa en un derroche de credulidad. Chateaubriand odiaba a Napoleón, pero al mismo tiempo lo admiraba y le dedicó un libro entero.
Durante la Edad Media la iglesia ejercía el mecenazgo, al igual que en el Renacimiento lo fomentaron familias como los Medici. En busca de patrocinio, o agradeciéndolo, abundan las dedicatorias halagadoras. Por ejemplo, la de Cervantes en El Quijote al Duque de Béjar, a quien también Góngora dedicó sus Soledades.
Hasta cierto punto todo esto es normal. Los escritores y los artistas (también los científicos) necesitan apoyos para realizar sus sueños, sobre todo si carecen de recursos.
En 1920 H. G. Wells se entrevistó con Lenin en Moscú. Ambos sufrieron un amor a primera vista. Wells fue otro “tonto útil”, sonreiría Lenin para sus adentros.
Quien no hizo el papel de “tonto útil” fue André Gide. Invitado a la Unión Soviética por Stalin en 1936, cuando volvió a París publicó un libro muy crítico con la dictadura del proletariado titulado Regreso de la URSS.
En 1932 el gran poeta Ezra Pound se acercó a Mussolini, hizo programas radiofónicos a favor del fascismo, contra Norteamérica, y terminó enjaulado -como una fiera salvaje-, acusado de loco y de traidor por sus compatriotas.
Otro gigante, César Vallejo, puso su pluma al servicio de la España Republicana.
Casi todos los escritores evolucionan en sus relaciones con la política. Unos se desplazan de la izquierda a la derecha, otros van en dirección contraria, otros zigzaguean. Jorge Luis Borges publicó en 1920 un par de poemas a favor de los bolcheviques. Luego se volvió conservador hasta el final de su vida.
Pablo Neruda -conocido por sus ditirambos a Stalin y a Lenin- publicaba el 27 de noviembre de 1944, en el periódico El Siglo, un texto titulado “Saludo a Batista” en el que lo cubría de elogios. Más tarde encumbraría a Fidel Castro en su Canción de gesta (1960).
La diferencia entre el chileno y el argentino es que cuando Borges escribió sus versos utopistas tenía 21 años mientras que Neruda compuso su alabanza a Batista a los 40 años y su Canción de gesta a los 56.
Una máxima muy conocida afirma que “quien no es revolucionario a los veinte años no tiene corazón y quien lo sigue siendo a los cuarenta, no tiene cabeza”.
En ocasiones, estas alianzas con la política -o pactos diabólicos- pueden llegar a costar la vida. Los poetas rusos Maiakovsky y Esenin, después de estar comprometidos con el ideal comunista, entraron en contradicción con sus “camaradas” y fue tanta la hostilidad y la decepción que sufrieron que terminaron suicidándose. En 1941 la poetisa rusa Marina Tsvetaeva se ahorcó después de que su hermana fuera enviada a un campo de trabajos forzados, su esposo fusilado y el hijo arrestado. Osip Mandelstan terminó sus días camino de un campo de concentración en Siberia por escribir un poema contra Stalin, y al narrador Isaac Bábel -injustamente acusado de espía- lo fusilaron en 1940 tras un juicio que duró veinte minutos.
Todas estas muertes fueron políticas, pero casi nadie las conoce. ¿Por qué? Porque fueron víctimas de una dictadura de izquierdas, y en tal caso se suele echar un tupido velo sobre el tema. Por ejemplo, todo el mundo sabe que los franquistas fusilaron a Federico García Lorca durante la Guerra Civil Española, pero casi nadie sabe que también el bando republicano fusiló al ensayista Ramiro de Maeztu y al dramaturgo Pedro Muñoz Seca en aquel fatídico año de 1936.
Unamuno apoyó al principio la sublevación de Franco, pero no tardó en desengañarse al ver tanto horror. Tras enfrentarse valientemente al general Millán Astray, perdió su cargo de rector de la Universidad de Salamanca y murió a los pocos meses en arresto domiciliario.
En Japón, Yukio Mishima adoptó posturas nacionalistas a favor del resurgimiento del Imperio Japonés. En 1970 intentó dar un golpe de estado que fracasó. Mishima se suicidó mediante el ritual del seppuku.
Jean Paul Sartre, a pesar de su inteligencia, fue otro “tonto útil”, fascinado con Fidel y con el Che. Hemingway cayó en la misma trampa carismática. Thomas Mann -mucho más lúcido- emitió un montón de charlas radiofónicas contra Hitler invitado por la BBC londinense.
El polémico vínculo de los escritores y artistas con los políticos a veces se debe a la ingenuidad de los primeros, ya sea por convicción o por conversión. En ocasiones, no es más que un pecado de juventud, bien sea por idealismo, por romanticismo ideológico, o por despiste político. En unos casos esa relación es fruto de la coacción, en otros pareciera obnubilación ante el poder; o una mezcla inextricable de todas estas circunstancias...
Hitler -él mismo pintor fracasado- no careció de “tontos útiles”. Tuvo a su lado al arquitecto Albert Speer, quien escribió: “Como Fausto, habría vendido mi alma por hacer un edificio. Ahora había encontrado a mi Mefistófeles”. El dictador alemán también contó con la colaboración de la excelente cineasta Leni Riefenstahl y con la guía intelectual del periodista Dietrich Eckhart. La poetisa norteamericana Gertrude Stein -que era judía- llegó a proponer por escrito a Hitler para el Premio Nobel de la Paz. No faltaron en las letras francesas los colaboracionistas: Céline, La Rochelle, Brasillach, éste último condenado a muerte por orden directa de De Gaulle.
Muchos escritores han sido diplomáticos: Rubén Darío, José Martí, Alfonso Reyes, Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Paul Claudel... André Malraux llegó a ser ministro de Cultura. Sarmiento en Argentina y Rómulo Gallegos en Venezuela fueron presidentes en sus respectivos países. Nada de esto es malo, ni censurable, en sí mismo... siempre y cuando uno sea capaz de renunciar cuando el asco resulta insoportable, como hizo Octavio Paz en 1968.
Frente a Satanás –que adopta los más disímiles disfraces para tentar y seducir- se pueden hacer dos cosas: venderle el alma para siempre, o engañarlo con sus mismas artes durante un tiempo hasta que uno pueda escaparse de la Isla del Diablo.
(*) Revista mexicana Día Siete, suplemento de El Universal, 16 agosto 2008.
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CUBA: MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES
Por Manuel Pereira
El grito, de Edvard Munch (1893) |
¿Se van a producir cambios en Cuba con el recién estrenado gobierno de Raúl Castro?
Sí, pero serán mínimos y sumamente lentos. El mismo Raúl ya se encargó de dejar bien claro que los temas más importantes serán consultados con Fidel. Ese anuncio es el jarro de agua fría que cayó sobre las esperanzas de la población isleña de mejorar su nivel de vida material.
Sabido es que el Hermano Mayor siempre se ha opuesto -y seguirá haciéndolo- a cualquier libertad económica capaz de aliviar las penurias del ciudadano de a pie.
La pregunta de los sesenta y cuatro mil es si Fidel Castro va a permitir que su hermano menor haga las reformas sin interferir ni ponerle zancadillas. Desde la cama de su hospital secreto, Fidel Castro podrá torpedear cualquier transformación que emprenda Raúl y que al Big Brother se le antoje ideológicamente sospechosa. Para ello le bastará con hacer una llamada telefónica o escribir uno de sus artículos llamados “reflexiones”.
¿Será Fidel Castro a partir de ahora “cuidadoso” –como prometió en su carta de despedida- o se comportará como el perro del hortelano, que no come ni deja comer?
En cualquier caso, lo que el equipo de Raúl pretende establecer en la isla es una especie de modelo chino en su variante tropical. Será un capitalismo de estado controlado por la élite militar.
A Raúl Castro le gustaría introducir ciertas mejoras en la vida cotidiana de los cubanos. Por ejemplo, abrir mercados libres agropecuarios y autorizar pequeños negocios por cuenta propia (zapateros remendones, plomeros, artesanos, comidas corridas...) aunque aún está por ver cuán onerosos serán los impuestos que les obligaría a pagar. Raúl también está decidido a reducir el aparato burocrático, aunque esto ya se ha hecho antes sin grandes resultados. Probablemente Raúl aumente los salarios de los campesinos que trabajan para el estado, que son casi todos. También ha dicho el nuevo mandatario que está examinando ``la progresiva, gradual y prudente revaluación del peso cubano''.
Esto es lo más que se puede esperar en el corto plazo (un par de años).
Ahora bien, desde el punto de vista del pueblo cubano -tras décadas soportando una escasez crónica de bienes de consumo básicos- esas pequeñas aperturas, por mínimas que sean, serán recibidas como maná caído del cielo.
Pero desde un punto de vista internacional, más acorde con la vida normal de países latinoamericanos como México o Argentina, lo que Raúl se propone será -como dice el protagonista de El Gatopardo-: “cambiar un poco las cosas para que todo siga como antes”.
Muchas personas ignoran que en la isla están tajantemente prohibidos los puestos de fruta, changarros, tianguis, abarrotes o mercados sobre ruedas... En Cuba, si uno sale a la calle a vender mangos, o si un campesino mata una vaca para luego vender la carne, como mínimo lo multan y, en el peor de los casos, lo meten preso.
En esas circunstancias, estando prohibida hasta la más insignificante iniciativa privada, cualquier desbloqueo que implemente Raúl parecerá una aurora de libertad, por lo menos al principio. Porque luego todo se complicará, ya que el ser humano, por naturaleza, mientras más tiene, más quiere. Es una ley biológica (o sicológica) contra la cual nadie puede hacer nada como no sea reprimir y reprimir y reprimir...
¿Por qué el sistema socialista -o comunista- le teme tanto a la libertad económica de sus ciudadanos? Porque sabe que si los cubanos tuvieran la barriga llena podrían pensar mejor, no tendrían que gastar tantas horas y energías haciendo colas –o haciendo otras triquiñuelas, incluso robar- para poder adquirir cualquier artículo o bien básico. Y conste que no estoy hablando de comprar un carro, un traje, un televisor, una casa o un perfume... estoy hablando de comprar un pan, arroz, frijoles, carne, aceite, plátanos, camotes, mameyes... un simple vaso de leche.
Desde el punto de vista gubernamental, el riesgo consiste en que una vez que la gente tuviera asegurado el sustento, empezarían a pedir más. Pedirían, por ejemplo, derechos humanos individuales, libertad de prensa, acceso a internet y a la compra de celulares. Pedirían que los dejen entrar en los hoteles y en las playas, en las tiendas y en los restaurantes reservados para turistas. Exigirían dejar de ser ciudadanos de segunda sometidos al apartheid en su propio país. Pedirían amnistía sin deportación para los presos de conciencia, que son más de 250 y ninguno ha puesto una bomba, ni asaltado ningún cuartel. Pedirían elecciones pluripartidistas, que todo nativo pueda entrar y salir libremente de la isla, sin tener que pedir permiso al gobierno, y esto incluye el retorno de los exiliados (casi dos millones), no de visita, sino para quedarse en Cuba si quisieran, para que así la gran familia cubana vuelva a estar unida tras casi medio siglo de separación impuesta por un sistema político intolerante y excluyente...
Esos sí que serían cambios significativos, realmente trascendentales. Pero nada de esto ocurrirá en el corto plazo. La libertad económica que Raúl va a implementar no pasará del nivel de pequeño negocio bien controlado.
Por otra parte, la edad promedio de los nuevos gobernantes es de 70 años. Es una gerontocracia vitalicia. El país está dirigido por un asilo de ancianos. Raúl Castro se afianza con la Vieja Guardia, la mayoría son militares, figuras de la generación histórica, antiguos guerrilleros de la Sierra Maestra (1957-58).
Por tanto, nada del relevo generacional prometido por Fidel Castro hace poco, cuando escribió que no pretendía aferrarse al poder ni "obstruir el paso a personas más jóvenes”.
¿Acaso se referiría a su hermano de 77 años cuando hablaba de “personas más jóvenes”?
Así las cosas, pronto veremos en Cuba lo mismo que ocurrió en la Unión Soviética antes del ascenso de Gorbachov: primero se murió Brezhnev, dos años después enterraron a Andrópov, un año después falleció Chernenko. Todo un desfile de momias pasando súbitamente del Kremlin al cementerio, uno tras otro, en un efecto dominó.
(*) Revista mexicana Día Siete, suplemento de El Universal, 23 marzo 2008,
bajo el título de Nomenklatura de la tercera edad.
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FIDEL CASTRO: 80 AÑOS DE CICLÓN
Por Manuel Pereira
En 1926 pasó por Cuba el ciclón más devastador en los anales meteorológicos del Caribe. El 13 de agosto de ese mismo año nacía en la isla otro ciclón no menos desolador: Fidel Castro Ruz. Una tempestad que ahora cumple ochenta años.
Hijo de Ángel Castro, un español devenido terrateniente al finalizar la Guerra de Independencia, y de Lina Ruz, una de sus criadas, Fidel era fruto de la bigamia, así que su infancia debió de ser poco risueña. Parece que dedicó todas sus fuerzas a autoafirmarse para borrar esa bastardía.
El primer testimonio documental que tenemos de su turbulenta existencia es una carta autógrafa destinada nada menos que al Presidente de los Estados Unidos de América: Franklin Delano Roosevelt. Apareció recientemente en los archivos de los EEUU. Escrita en un inglés muy elemental, la carta empieza así: “Mi buen amigo Roosevelt”. La misiva está fechada en 1940, de modo que Fidel no tenía 12 años, como afirma en su epístola, sino catorce. Ya empezaba a mentir, lo cual sería -hasta el día de hoy- una constante en su vida.
¿Y por qué engañaba al presidente norteamericano? Probablemente para ablandarlo, porque a continuación venía el sablazo: “Si le parece bien, envíeme un billete verde estadounidense de US $ 10 en la carta, porque nunca vi un billete verde estadounidense de 10 dólares y me gustaría tener uno”.
En esa mensaje ya Fidel Castro se comportaba como nuestro “Jinetero Fundacional”, pidiendo dólares a un extranjero, una actividad que años después él perseguiría obstinadamente entre sus compatriotas castigándolos con años de prisión.
Fidel nunca ha permitido que nadie le haga la competencia, en ningún terreno, ni siquiera en los deportes, mucho menos en la política, ni tampoco sacándole dinero a cuanto extranjero se le ponga por delante, o bien gravando con impuestos abusivos las remesas en divisas de los familiares que residen en el exilio. Tampoco tolera competencia alguna de las fuerzas de la naturaleza, porque él es el primer ciclón de la nación, y cuando hay tempestades en la isla, las persigue en yipi conjurándolas, imprecándolas con consignas revolucionarias, como una especie de chamán ciclonero
Pero la carta del “niño” Fidel contiene otro rasgo revelador: “Si usted quiere hacer barcos, yo puedo mostrarle la mayor mina de hierro en el país. Está en Mayarí, Oriente, Cuba”, le dice a Roosevelt.
De manera que ya a los 14 años se está comportando como si la isla fuera su finca privada, actúa como un precoz jefe de estado, capaz de negociar de tú a tú con el inquilino de la Casa Blanca. Dieciocho años después, dirigiría la isla como una prolongación multiplicada del latifundio donde nació, incluyendo el destino de sus habitantes como bienes semovientes.
La carta incluye otro atributo característico del futuro dictador: su poder de seducción, o su astucia diplomática, cuando dice: “No sé mucho inglés. Pero sé lo suficiente como para escribirle. Me gusta escuchar la radio y estoy muy contento porque escuché que usted será presidente otra vez”.
Roosevelt jamás le envió los diez dólares, ni mucho menos se interesó por la mina de hierro de Mayarí. Eso debió de decepcionar profundamente a un muchacho tan soberbio. Quizá, al menos en parte, de ahí provenga el visceral antimperialismo de Fidel Castro.
El niño también era violento. Su padre había sido soldado al servicio de la Corona Española y su madre llamaba a comer a sus hijos disparando al aire un winchester. La violencia se respiraba por doquier en el hogar ubicado en una finca del municipio de Mayarí, en la provincia de Oriente.
Sus biógrafos relatan que durante una disputa doméstica con su madre, el niño la amenazó con quemar la casa donde nació, que era de madera. No llegó a hacerlo, pero nadie dudaba de que era muy capaz de hacerlo.
Muy pronto ese torbellino llamado Fidel Castro pasó a estudiar la preparatoria en la Habana, en el Colegio de Belén, regido por jesuítas españoles, quienes le transmitieron el sentido militar de la disciplina así como el odio a los norteamericanos por la derrota que estos le habían infligido a España en 1898.
Ya para entonces le apodaban “el Loco”, entre otras razones, porque desafiaba a sus condiscípulos a lanzarse en bicicleta contra una pared, cosa que nadie hacía salvo él. Destacaba en los deportes y le gustaba mucho leer. Cuando se preparaba para los exámenes, arrancaba del libro cada página que leía, la arrugaba y la tiraba al cesto de los papeles, para no caer en la tentación de releerla y así obligarse a ejercitar la memoria.
En la Universidad de la Habana de los años cuarenta predominaba el fenómeno llamado “bonche”, “bonchismo”, o los jóvenes del “Gatillo Alegre”. Allí había casi tantas pistolas como libros, los pandilleros universitarios se mataban entre ellos, las organizaciones estudiantiles se mezclaban o confundían con bandas gangsteriles. Ese es el ambiente que encuentra Fidel Castro en la alta casa de estudios.
Alfredo Guevara (nada que ver con el Ché) era el dirigente de la Federación Estudiantil en esa época y ha declarado que cuando vio llegar a Fidel a la universidad sintió que allí había entrado “un ciclón”. El doctor Carone Dede (profesor de derecho romano de Fidel) me contó que éste llegaba al aula, ponía la pistola encima de su mesa, y le preguntaba: “¿Qué nota saqué en el examen, profesor?”
Ahí lo tenemos, a los 19 años, agitando a todos en la universidad. Fidel no paraba de participar en movimientos callejeros, manifestaciones, quema de autobuses, secuestros de símbolos patrios –como la campana del ingenio La Demajagua que trasladó desde Manzanillo hasta la Habana en tren-, era un alborotador incansable. Y a pesar de que sus rivales le ponían nombretes como “El Guajiro” o “Bola de Churre”, iba imponiéndose poco a poco a los demás.
Pero la ambición de protagonismo de Fidel no cabía en el recinto universitario, así que también por aquellos años juveniles emprendió aventuras en otros países, como la frustrada expedición de Cayo Confite (1947)- un plan de invasión a la República Dominicana para derrocar al dictador Trujillo- o su participación en el Bogotazo, (1948), cuando recorrió las calles de una Bogotá incendiada enarbolando un sable y arengando a las turbas para que tomaran el poder.
Al mismo tiempo Fidel participaba en el juego político democrático, como candidato al congreso en las elecciones del 52 por el Partido Ortodoxo (de Eduardo Chibás). Pero en marzo de ese año Batista dio un golpe de estado incruento, sirviéndole en bandeja de plata el pretexto a Fidel para recurrir a la violencia, que era su fuerte. Si las vías democráticas ya no existían, si la Constitución había sido violada, entonces no quedaba otro camino que la insurrección armada.
Así concibió Fidel su proyecto más audaz: atacar, junto a un grupo de jóvenes, el Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953. Otra vez la cifra nefasta: el 26... ¿Se acuerdan del ciclón del 26? Los signos empezaban a fusionarse en la oscura entraña de la nación.
Desde el punto de vista militar, el ataque al cuartel fue un fracaso, pero para Fidel fue un triunfo, porque lo convirtió en un símbolo. Su movimiento necesitaba cimentarse con sangre de mártires, y por fin lo había conseguido. Fidel ya era abogado, así que, tras ser capturado, asumió su propia defensa durante el juicio por el asalto al cuartel. Cuando le preguntaron quién había sido el autor intelectual de aquella acción, dijo que había sido José Martí.
Fidel apelaba a los fantasmas del panteón patriótico del siglo XIX para fundamentar sus locuras en público, pero secretamente leía a Maquiavelo, a Marx y a Lenin, y admiraba a los fascistas, pues al finalizar su discurso de autodefensa en el juicio pronunció estas palabras: "Condenadme, no importa. La Historia me absolverá", una frase que no era más que una copia casi textual de un discurso similar de Adolfo Hitler.
Condenado a quince años de prisión, salió en libertad 22 meses después gracias a una amnistía promulgada por el dictador Fulgencio Batista. Se exilió en México, donde conoció al argentino Ernesto Che Guevara. El 2 de diciembre de 1956 regresó a Cuba al mando de 81 expedicionarios en el yate Granma que zarpó de Tuxpan (Veracruz). Diez días después, el desembarco fue un fracaso, casi un naufragio. Sólo sobrevivieron 12 hombres (otro símbolo que él fomentará después: los doce apóstoles de Cristo) y subieron a la Sierra Maestra para comenzar la guerra contra Batista. Apenas dos años después Fidel entraba triunfante en La Habana el 8 de enero de 1959, dueño ya de otro símbolo: la barba.
Acababa de entrar un ciclón en la capital de la isla, pero casi nadie se dio cuenta a tiempo. La sociedad cubana no sabía lo que se le venía encima. Todo eran buenos augurios, reivindicaciones populares, promesas populistas, la gran oportunidad para los pobres, todo era utopía en estado puro, esperanza y júbilo.
Los símbolos habían cristalizado. En el imaginario colectivo, las barbas conectaban a Fidel y a su tropa con los patriarcas bíblicos, con los profetas, con los mesías, con los redentores. Fidel llegaba victorioso a la Habana a los 33 años, la misma edad que tenía Cristo cuando lo clavaron en un madero.
Toda la mística, todo el romanticismo de la revolución –que en su primera etapa se proclamó reformista, democrática y popular- se adueñó del país en un abrir y cerrar de ojos. Todas las clases sociales (la alta, la media, las más humildes, profesionales, intelectuales, estudiantes, obreros, campesinos...) quedaron cautivadas y los primeros discursos de Fidel Castro -dueño de una oratoria llena de lugares comunes pero no por ello menos impactante- hipnotizaban a las masas congregadas en lugares públicos, primero voluntariamente, y más tarde acarreadas.
Al mismo tiempo se fusilaba sin parar en la fortaleza de La Cabaña, tanto a miembros destacados del régimen derrocado como a inocentes. Las medidas iniciales de su gobierno fueron populares: campaña de alfabetización, Primera reforma agraria (en la Segunda les quitó a los campesinos todo lo que les dio en la primera), rebaja de alquileres, dignificación de las prostitutas, abolición de la delincuencia callejera, vacunaciones masivas antipolio... pero a partir de 1961, cuando Fidel Castro se quitó la máscara y proclamó públicamente que la revolución era comunista, empezaron las medidas cada vez menos populares: destierros masivos, confiscaciones de la propiedad privada, tanto extranjeras como nacionales, desde fábricas hasta changarros o abarrotes, prisión para los disidentes, creación del espionaje colectivo entre vecinos en cada manzana, escasez crónica de comida, libreta de racionamiento...
Fidel Castro había conseguido su primer objetivo: adueñarse de la isla. Pero ahí no terminaba su ambición. Muy pronto empezaron los conflictos con Estados Unidos: nacionalización de empresas norteamericanas, ruptura de relaciones, acercamiento al bloque soviético en el contexto de la Guerra Fría, Invasión de Bahía de Cochinos (o Playa Girón), Crisis de los Cohetes en octubre de 1962, aventuras guerrilleras en América Latina, que culminarían con la muerte del Che en Bolivia en 1967, participación de tropas regulares cubanas en la Guerra de Angola, (1975- 1988), apoyo militar a movimientos guerrilleros y gobiernos de izquierda en numerosos países africanos como Argelia, Mozambique, Etiopía, Guinea-Bissau, el Congo y también en Nicaragua... Fidel Castro se comportaba como un Napoleón tropical.
Y mientras tanto, el pueblo cubano, aterrorizado por el aparato represivo y propagandístico mejor engrasado del hemisferio occidental, sobrevivía sufriendo necesidades interminables: colas para comprar cualquier mercancía, todos los víveres racionados durante más de cuatro décadas, un solo partido en el poder, férrea censura en los medios de comunicación, libertad de expresión prohibida, los derechos humanos individuales conculcados, la militarización total de la sociedad, ateísmo obligatorio, anulación de la libertad de reunión y de movimientos.
A los cubanos que discrepaban del sistema sólo les quedaban (y les quedan) tres opciones: el cementerio por la vía del paredón de fusilamiento, la cárcel con largas condenas tras un simulacro de juicio y el infinito exilio ora a través de éxodos masivos, ora con un incesante goteo de balseros, muchos de los cuales mueren en el intento de cruzar el Estrecho de la Florida.
Cuba ha conseguido un precario sistema educacional y de salud –conquista social que cualquier país democrático tiene sin necesidad de tantos sacrificios- pero el precio que ha pagado la isla son más de dos millones de desterrados políticos (una quinta parte de la población insular), miles de muertos (fusilados, en combates o perdidos en el mar), el estancamiento de la economía, el derrumbe de la Habana Vieja, la separación de las familias cubanas, el odio entre nacionales, la desdicha doméstica, la falta de ilusión, y un largo etcétera.
Cuba se unió a la Unión Soviética la cual suministró generosos subsidios al experimento utopista insular. Pero en cuanto se cayó el Muro de Berlín se comprobó que todo aquello era una ficción financiada por una potencia extranjera. Fidel Castro se negó a emprender reformas cuando Gorbachov visitó la isla. No le convenía iniciar la perestroika y la glasnot porque equivalía a ceder poder, y a eso no estaba dispuesto. Se atrincheró en su terquedad gallega disfrazada de pureza ideológica, y recurrió al turismo de procedencia capitalista como balón de oxígeno económico. Con el turismo surgieron inmediatamente la prostitución, la delincuencia, las drogas... todas las lacras que la revolución dijo haber desterrado.
Cuba había dejado de ser el “prostíbulo de los norteamericanos”, para convertirse, al cabo de tres décadas, en el burdel de canadienses, mexicanos, españoles, franceses, italianos, alemanes, etc...
¿De qué habían servido treinta años de sacrificios, de supuesto heroísmo, de escasez crónica de alimentos y de privación de casi todo? ¿Para qué tanto esfuerzo? ¿Para llegar a una situación de corrupción y deterioro ético aún peor que la existente en la Cuba de Batista del año 1958?
A sus ochenta años le han salido discípulos en América Latina: clones mediocres. Y ha tenido la suerte de encontrar quien le financie su rancho flotante: Chávez con el petróleo venezolano.
Puede que algunos vean en la biografía de Fidel Castro la hagiografía de un héroe. Pero, como decía Bertolt Brecht: “Pobre del país que necesita héroes”.
(*) Revista mexicana Día Siete, suplemento de El Universal. 6 agosto 2006.
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Cada vez que la gente habla de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos de Norteamérica todo deviene discusión bizantina a causa de dos vocablos: “bloqueo” y “embargo”. Todos terminan preguntándose -como en la escolástica medieval- ¿cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler? Después de tanta dilucidación semántica, algunos acaban matizando para redefinir el supuesto “bloqueo” impuesto por Estados Unidos a Cuba. Llegan incluso a decir que ese bloqueo es “económico, comercial y financiero”. Lo cual es un oxímoron digno de figurar en una antología.
La palabra bloqueo es de índole militar. Según el Diccionario Oxford significa: “surrounding or blocking of a place by an enemy to prevent entry and exit”. Definición que coincide con la del Diccionario de la Real Academia Española: “Realizar una operación militar o naval consistente en cortar las comunicaciones de una plaza, de un puerto, de un territorio o de un ejército”.
Sobre la palabra “embargo”, el Oxford nos dice: “order forbidding foreign ships to enter, or any ships to leave, a country's ports”. O sea, prohibir la entrada y salida de barcos extranjeros de los puertos de un país.
A primera vista, “bloqueo” y “embargo” parecen sinónimos. Pero la primera voz tiene una denotación mucho más militar que la segunda. Embargo suena más bien comercial. No obstante, en cualquiera de los dos casos, en rigor Cuba no padece ni un bloqueo ni un embargo. Todavía no se ha leído en ningún periódico que un barco panameño, soviético, chino o español haya sido hundido por algún destroyer americano frente a las costas de las isla.
Lo que EEUU decretó fue un embargo comercial unilateral. Una medida lógica tomando en cuenta que en 1960 el gobierno cubano confiscó todas las propiedades norteamericanas en la isla. Washington contestó con el embargo. O sea, que EEUU dejó de comerciar con la isla. En enero de 1961 ambos países rompieron sus relaciones diplomáticas. En octubre de 1962, durante la Crisis de Octubre (o “de los Misiles”), Kennedy anunció una cuarentena naval para impedir que llegaran a la isla más barcos soviéticos transportando armas nucleares.
Y a partir de entonces la palabra “bloqueo” hizo fortuna en boca de todos. A los trece años la oí por primera vez en Cuba. Luego estaba hasta en la sopa: en las tribunas, en los periódicos, en la radio, en la televisión, en los carteles, en los noticieros cinematográficos, en las concentraciones populares, en las aulas, en las fábricas…a todas horas, se oía cacarear la palabra “bloqueo” sin que uno supiera a ciencia cierta de dónde había salido ese término ni qué significaba a derechas, porque –al menos yo- no veía ningún barco de guerra americano en el horizonte, y eso que nací y crecí frente al malecón habanero.
Durante un breve espacio de tiempo, siempre en el año 62, se oyó hablar de “boicot”. Incluso Raúl Roa, Ministro cubano de Exteriores, usó esa palabra en la ONU. Pero muy pronto fue sustituida en el discurso oficial de la isla por el vocablo “bloqueo”.
El objetivo de todo boicoteo es presionar para lograr un cambio de actitud por parte del boicoteado. En los conflictos laborales al boicot se le llama huelga. El término surgió a finales del siglo XIX, cuando los arrendatarios irlandeses se negaron a pagar los impuestos abusivos que pretendía cobrar su terrateniente, el inglés Charles Boycott. Hay loables antecedentes, como cuando grupos democráticos de diversos países se negaron a comprar bienes producidos por la Alemania nazi. Otro boicoteo famoso fue el que se llevó a cabo a finales de la década de 1980 como presión para que Suráfrica suprimiera el sistema del apartheid.
Para definir lo que ocurre entre EEUU y Cuba la palabra “boicot” siempre me ha parecido más exacta que bloqueo. Es más precisa incluso que embargo.
¿Por qué el gobierno cubano rápidamente dejó de hablar de “boicot” sustituyendo esa noción por la de “bloqueo”? Esa elección semántica no fue producto del azar. Se debió a que “boicot” suena mucho más blando que “bloqueo” y el gobierno de la isla necesitaba (y sigue necesitando más de cuarenta años después) la palabra “bloqueo” para conferirle a su relación con Norteamérica una temperatura más beligerante.
“Bloqueo” es una voz arqueológica. Pertenece al lenguaje de la Guerra Fría y proviene concretamente de la Crisis de los Cohetes. El 22 de octubre de 1962 Kennedy denunció en un discurso televisado la existencia en Cuba de armas atómicas soviéticas capaces de golpear en Washington, en Ciudad de México, en Panamá… Entre las medidas que anunció, la primera sería: “To halt this offensive buildup, a strict quarantine on all offensive military equipment under shipment to Cuba is being initiated. All ships of any kind bound for Cuba from whatever nation or port will, if found to contain cargoes of offensive weapons, be turned back. This quarantine will be extended, if needed, to other types of cargo and carriers. We are not at this time, however, denying the necessities of life as the Soviets attempted to do in their Berlin blockade of 1948.”
Por supuesto, este discurso nunca fue retransmitido en la televisión cubana, ni reproducido en la prensa de la isla, cuyo pueblo jamás se enteró de estas palabras, y creo que sigue sin enterarse…
Sin embargo, ahí apareció por primera vez en nuestra historia la famosa palabra “bloqueo” (blockade). En una maniobra muy suya, Fidel Castro tomó la palabra del discurso de Kennedy y se la devolvió a modo de bumerán. Sin saberlo, el presidente estadounidense le había puesto en bandeja ese subterfugio al referirse al bloqueo soviético a Berlín, que sí fue un bloqueo de verdad.
En todo el discurso esa palabra (blockade) aparece una sola vez y Kennedy la usó precisamente para poner un ejemplo de lo que no había que hacer con Cuba. En 1948 la URSS bloqueó la ciudad Berlín Occidental para que no pudiera sobrevivir mucho tiempo sin comestibles, carbón y otros bienes de importación. Todo ello con la esperanza de obligarla a rendirse para que pasara a formar parte de la zona comunista de Alemania.
En respuesta, Estados Unidos y los Aliados establecieron el llamado Luftbrücke (puente aéreo) y al cabo de unos meses Berlín estaba recibiendo unos novecientos vuelos diarios cargados de bienes de consumo. Pronto los líderes soviéticos comprendieron que el bloqueo no surtía efecto, y lo levantaron.
Basta ese ejemplo histórico para evidenciar que Cuba nunca ha estado sometida a ningún bloqueo. En cuanto a la “cuarentena” (quarantine) mencionada por Kennedy concluyó en cuanto el último misil soviético salió de Cuba. No llegó a durar ni siquiera cuarenta días. A lo sumo, unos trece días.
Y no obstante, así principió entre los cubanos ese largo vicio consistente en vaciar las palabras de su significado real, tergiversándolas, corrompiéndolas y pervirtiéndolas. Empezó a usarse la palabra bloqueo gratuita y exageradamente, con énfasis victimista. Y el vocablo -pese a su flagrante inexactitud- saltó a la esfera internacional donde aún sigue instalado, como un cáncer.
De todas los términos empleados en el conflicto de octubre del 62 (cuarentena naval, boicot, embargo, bloqueo), el gobierno de la Habana escogió astutamente la voz “bloqueo” para convertirla en la herramienta más eficaz de su retórica política. La resonancia militar y guerrerista de la palabra “bloqueo” le viene al gobierno insular como anillo al dedo para justificar la permanencia de una estructura totalitaria, ese poderío absoluto sobre los cubanos que se traduce en movilizaciones militares casi constantes de la población civil convertida en reserva militar: reclutamiento masivo de jóvenes cada año en los llamados al Servicio Militar Obligatorio, guardias de milicia, entrenamientos de las Milicias de Tropas Territoriales, guardias nocturnas de CDR en cada manzana, simulacros, maniobras militares, excavación de trincheras y perforación de refugios antiaéreos, etc… Todo ese clima de guerra imaginaria conviene para mantener entretenida a la población, para azuzarla con el espantapájaros del enemigo imperialista, para galvanizarla alrededor de un sentimiento patriótico exacerbado, para conservar la vigencia del discurso beligerante sin darle tiempo a nadie a pensar en nada… y así ha sido durante más de cuatro décadas.
La militarización sistemática de la sociedad cubana –so pretexto de la Espada de Damocles del “bloqueo”- permite además el control total de la economía, la eternización de la libreta de racionamiento con su secuela de desdicha doméstica, la censura en los medios de comunicación -todos de propiedad estatal-, así como la vigilancia policial más minuciosa y, por ende, la paranoia, impidiendo por supuesto el pluripartidismo, la propiedad privada (incluso a niveles irrisorios), el libre flujo de ideas, la libertad de reunión e incluso -en ocasiones- la libertad de movimiento dentro de la nación, amén de que –en nombre de esa guerra imaginaria siempre anunciada- también se prohibe a los cubanos practicar el turismo internacional a título personal.
Pero aún tiene otra ventaja para el gobierno cubano la palabra “bloqueo” y es que consigue inspirar más lástima que los vocablos “embargo” o “boicot”. El régimen, que tanto se llena la boca para hablar de “dignidad” y “coraje”, debería ser más decoroso y no quejarse tanto del supuesto bloqueo impuesto por su enemigo ancestral.
No se entiende que si yo detesto a Juan, el abarrotero de la esquina, -y si éste, en justa reciprocidad, también me aborrece- luego yo ande por ahí quejándome de que Juan no me vende ni una lata de frijoles en su establecimiento. Semejante conducta, lejos de ser digna, más bien resulta patética y deplorable.
El afán de infundir compasión en otras naciones del mundo es a todas luces una indignidad, por no decir una inmoralidad. Con la excusa del bloqueo, el gobierno cubano disimula todos los fracasos de su economía planificada echándole la culpa a los norteamericanos y, de paso, consigue excitar la solidaridad de otros gobiernos o grupos extranjeros. Con esos cantos de plañideras, siempre recibe ayudas, ya sean simbólicas o materiales, lo mismo directas que indirectas, que a la corta y a la larga le permiten mantenerse a flote.
No faltan gobiernos que adoptan la palabra “bloqueo” en contra del sentido común y de la realidad histórica. Al hacerlo, le facilitan al gobierno cubano su viejo vicio del victimismo y sus jeremíadas ante el mundo. En la práctica de esa mendaz mendicidad, lloriqueando ante el universo entero, el gobierno cubano no tiene que ocuparse de levantar su economía porque espera recibir ayudas externas y seguir viviendo del cuento.
Tal es el objetivo del uso y abuso de la palabra “bloqueo” hacia el exterior, mientras que hacia el interior, el término se ha perpetuado en el discurso oficial para confundir a los cubanos, haciéndoles creer -o al menos intentándolo- que el origen de todas sus calamidades está en el vecino del norte, contra quien –ya de paso- se fomenta el odio gracias a la fábula del asedio. El mito de ese cerco que no existe garantiza un estado de excepción permanente, el enrarecimiento de la atmósfera nacional sin derechos humanos, ni garantías individuales.
No hace mucho el gobierno español optó por calificar al bloqueo de “económico, comercial y financiero”, lo cual equivale a decir que una víbora es inofensiva, apacible y mansa. O sea, un oxímoron estrepitoso.
La falta de precisión en el lenguaje de un poeta, o en el habla cotidiana de la gente de a pie, no trae consecuencias graves. Incluso puede resultar divertida y hasta creativa -como en el caso de Cantinflas-; pero cuando esa carencia de rigor expresivo la padecen quienes dirigen los destinos de millones de personas en el planeta, se trata de algo realmente alarmante.
A veces pienso que algunos gobernantes deberían aprender de nuevo la lengua de Cervantes. La palabra oxímoron proviene del griego y es, en sí misma, un oxímoron, ya que deriva del griego oxys, que significa “agudo”, y de moron, que significa “romo”. Romo= obtuso= torpe. Un oxímoron es, pues, una combinación de dos palabras de significados opuestos, por lo que resulta aguda y estúpida a la vez.
Por ahí se habla, cada vez con más frecuencia, de “operaciones militares de paz”. Los raelianos afirman que han fundado una “religión atea”… Sin embargo, hay bellos ejemplos de contrasentidos, como la “música callada” de San Juan de la Cruz. Borges nos dice en El aleph: “Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar (si el oximoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis”.
¿Será tolerable el oxímoron de que el bloqueo americano es “económico, comercial y financiero”? Esos adjetivos suenan aún más falsos cuando se sabe que no hace mucho más de 280 compañías norteamericanas participaron en una Feria de Alimentos y Productos Agrícolas en La Habana. Y si el gobierno de EEUU ejerce coerción sobre otros gobiernos para que no mantengan relaciones comerciales con la isla, debe de ser una compulsión bastante débil, pues a la vista está que todo el que quiere negocia con la Habana.
Aparte de que riza el rizo, el oxímoron de marras incluye tantas matizaciones que desemboca en un contrasentido total. Hablando en romance, un bloqueo es militar o no es. De ahí la profunda contradicción en los términos, un escollo que no sortea ninguna acumulación adjetival por muy edulcorante o eufemística que sea.
Desde el punto de vista ético, ese oxímoron implica un cinismo rayano en la injuria. Es un insulto para el pueblo cubano que sufre y padece mil calamidades cotidianas desde hace más de cuarenta años, no por culpa del bloqueo como se pretende hacer creer, sino a causa del autobloqueo decretado por el mismo gobierno de la isla.
Cualquier turista sabe que en Cuba hay tiendas bien abastecidas donde sólo pagando con dólares se puede comprar. Son establecimientos repletos de artículos de consumo importados de países capitalistas, incluido Estados Unidos. Después de eso, hablar de bloqueo a secas, -o incluso de “bloqueo comercial, financiero y económico”- es ofender la inteligencia del pueblo cubano.
El verdadero bloqueo es la reglamentación gubernamental mediante la cual sólo los cubanos que tienen dólares pueden acceder a esas tiendas. El único bloqueo existente en la isla es la regulación impuesta por el gobierno a los nacionales, según la cual los que no hacen negocios con los turistas, los que no roban o trafican, los que no jinetean, los que no tienen la suerte de trabajar en el sector turístico, los que no tienen familiares en el extranjero, no pueden entrar en esas tiendas, ni en los hoteles, ni en las playas, ni en los restaurantes, ni en los cabarets… Ése es el auténtico bloqueo que sufre el pueblo cubano, y todo lo demás es una patraña deleznable.
¿Qué es entonces lo que pasa entre EEUU y Cuba? Simplemente que Washington se niega a comerciar con la Habana. Y eso es un derecho inalienable de esa nación y de cualquier otra. Obligar a EEUU a comerciar con Cuba sería como si la policía me obligara a comprar en el Palacio de Hierro bajo amenaza de multa o de vilipendiarme públicamente porque me niego a ser cliente de un establecimiento dado. Yo con mi dinero hago lo que me da la gana, compro donde quiero. Y el mismo derecho asiste a las naciones.
Pareciera que algunos pretenden imponerle a EEUU la obligación sentimental de comerciar con un gobierno que ha expresado una y mil veces su hostilidad hacia ese país. Eso ya no sería ni siquiera un oxímoron, sino una mentecatez de marca mayor. ¿Qué se intenta? ¿Que después de tantos años de rivalidad, EEUU pase página, que olvide todo lo pasado, que haga borrón y cuenta nueva sin pedir nada a cambio? Hay que estar loco de remate para esperar de EEUU semejante insensatez.
Personalmente estoy contra el bloqueo (o embargo, o cómo se llame), pero no por indulgencia hacia el gobierno cubano, sino porque hasta ahora ese “bloqueo” se ha revelado ineficaz y porque para lo único que ha servido es para mortificar y deprimir de mil formas indirectas al pueblo cubano.
Si el bloqueo hubiera sido eficaz (y para serlo, hubiera tenido que ser universal) habría dado sus frutos ya a mediados de la década del sesenta. Pero primero la URSS con su sostenido y monumental apoyo, luego Europa Occidental, Canadá y otros países (con sus turistas y sus empresarios sin escrúpulos) y últimamente Venezuela con su petróleo regalado, lo cierto es que entre todos han contribuido a que el gobierno cubano se burle siempre del bloqueo o embargo.
Un bloqueo de verdad, un embargo con todas las de la ley, según las definiciones antes enumeradas, no habría permitido entrar en la isla ni una gota de combustible soviético, ni una sola ametralladora china o checoslovaca, ni un solo turista, ni un solo empresario europeo, ni tampoco una gota del petróleo del lago de Maracaibo.
(*) Revista mexicana Replicante, número 7, mayo 2006.
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Hola. Me llamo Diana y conocí a Manuel Pereira en La Habana. Estoy buscando su libro "La quinta nave" y no aparece en toda la ciudad. ¿Alguien sabe cómo puedo hacerme de él, aunque sea una versión digital? Mi correo es: dianarosa31@gmail.com
ResponderEliminarÓtimooo seu blog ! Sou do Brasil ! Parabéns ! Abraço !!!!
ResponderEliminarInsolación
ResponderEliminarManuel Pereira
Reseña por Marigel Orozco, marzo 2009
¿Por qué habría rechazado la oferta del caudillo? ¿Por qué le habría dicho que no al héroe libertador de los cubanos, cuando cualquier otro camarada habría dado su vida ya no por la oportunidad que le ofrecía, sino porque tan sólo le dirigiera la mirada?
Es en la búsqueda de una respuesta lógica y comprensible a esta pregunta que Manuel Pereira describe con gran detalle, encanto, sentido del humor y destreza, los primeros años de la Cuba revolucionaria desde el punto de vista de un niño cuya adolescencia nace con la entrada de los Reyes Magos a la Habana: la euforia de la gente ante la promesa del cambio social; las peripecias cotidianas para hacerse de comida y luego intercambiarla por otros bienes ahora escasos; el hambre; el adoctrinamiento de los rebeldes por los servidores vigilantes del régimen; las campañas de alfabetización en los remotos rincones de la Sierra Maestra; el triste e inevitable deterioro de famosas y populares cafeterías, neverías, restaurantes; la huída en desbandada de los que podían hacerlo; la supresión del cine comercial americano y su reemplazo por las producciones aburridas y sin chiste de los países comunistas; las correrías y travesuras de sus entrañables amigos, los mataperros; las sesiones de buceo e insolación en el malecón de la Habana; el amor de una madre con educación y gustos de dama aristocrática que le inculcó el amor por la literatura, y las enseñanzas radicales de un padre orgulloso y defensor del triunfo revolucionario.
Finalmente, Manuel Pereira nos regala con momentos deliciosos de esperanza y desilusión, transportándonos con discreción y recurrencia de un presente melancólico a un pasado de cambios e inestabilidades, desengaños y decepciones, encuentros y pérdidas, abusos y experiencias que en algunos casos sobrepasan la capacidad de la imaginación. Si el lector desea conocer la cotidianidad cubana en los primeros años de la revolución, no debe dejar de insolarse con esta novela histórica escrita con la pasión y el amor de un cubano que la vivió en carne propia.
Estimado Manuel:
ResponderEliminarMientras más me voy interiorizando en tu obra, más significado le doy a la palabra y al honor de conocerte.
Te dejo un abrazo inmenso en este delicioso foro.
Javier
saludos. maravilloso esfuerzo sobre un escritor vital.
ResponderEliminardesde venezuela aprovecho para hacerte llegar mi abrazo de lector de tu blog y para ver cuán viable resultaría contar con tu asesoría o ayuda en relación a la búsqueda que hago desde hace años ya del ensayo magistral de manuel pereira llamado: "la espiral inquieta".
se que lo publicó la revista interciencia (en venezuela al menos) pero perdí el rastro y en la red se debe estar suscrito a un portal bibliográfico para entrar al universo híbrido de las artes y las ciencias que logra divinamente el escritor pereira.
mi email es ncifuentesg@gmail.com
en la actualidad soy poeta y biólogo y me deseppeño como docente de la unidad curricular arte y ecología del programa de formación de grado gestión ambiental de la universidad bolivariana de venezuela.
es vital, insisto reencontrame con este ensayo. mientras degusto lo documentado de tus blog sobre este buscado y esquivo (al menos en lo personal) autor.
abrazos y gracias de antemano.
estaré expectante.
http://cafefuerte.com/2010/08/20/lezama-inedito-en-miami/
ResponderEliminarCon un abrazo especial para ti amigo, sabes que seras parte de esta expo que no es solo de Ivan, sino tuya tambien, te esperamos siempre.
Esto fue muy interesante. Me encantó la lectura
ResponderEliminarExcelente texto, contundente y con ejemplos más que sobrados para demostrar fehacientemente la tesis que maneja: La pedofilia política, y la violación ideológica, de la niñez bajo las dictaduras totalitarias, sean estas unipersonales o "colegiadas"... Y los que crecimos en la Cuba de los cuentos de "Las granadas de An" (creo que era así el nombre), las flores a Camilo, las consignas que menciona el autor y la presencia de un adulto siempre listo para "asesorarnos" en cualquier actividad propias de la niñez, por sólo poner algunos ejemplos, sabemos hasta qué punto este crimen (que debía ser considerado de lesa humanidad) se comete en nuestros países bajo dictaduras, principalmente las ideológicas, léase castristas, chavistas, en fascistocomunistas.
ResponderEliminarMuy buen articulo de Manuel Pereira, como siempre.... Verguenza universal para esos desgobiernos y sociedades qyue manipulan a la supuestamente sagrada infancia y peor aun la complacencia de esos padres que permiten el uso de sus hijos como carnadas politicas........Ivan
ResponderEliminarAL FIN ALGUIEN SE DIO CUENTA DE LO Q ESTA ENVENENANDO LA ESPECIE HUMANA.LOS GOBIERNOS Q UTILIZAN ESTOS MEDIOS DEBIAN SER JUZGADOS EN EL TRIBUNAL INTERNACIONAL, POR CRIMENES CONTRA LA JUVENTUD Y NORMAL DESARROLLO DE LA INFANCIA
ResponderEliminarManuel, lo que escribes no deja de admirar, por lo que cuentas, por como lo cuentas. Gracias por este regalo.
ResponderEliminarAPAJA LA LUZ
ResponderEliminarMuy bonito la verdad--Gracias-----
APAJA LA LUZ
ResponderEliminarManuel, cada una de tus palabras -cuidadosamente escogida- es perfecta. Como siempre que te leo, me quedo con ganas de más.
APAJA LA LUZ
ResponderEliminarPara Lucia Aranguen por que buscas ofender a Manuel Pereira con tu comentario: Por momentos este articulo me hizo evocar lo mejor de Isabel Allende? No lo entiendo, de verdad.
APAJA LA LUZ
ResponderEliminarEso es lo que llama escribir bien. Me parecia estaba mirando una pelicula, o hasta la realidad. Que pincel evocativo. Felicidades!
Manuel, gran relato que desborda melancolía. Ya no recordaba la divertida persecución de tu abuelo por tu abuela. Un abrazo.
ResponderEliminarAPAJA LA LUZ
ResponderEliminarMaestro, acabo de leer su artículo, estoy totalmente emocionada, tengo el pecho lleno de moriña como su abuela, yo tambien pienso y canto, miña nai, miña naiciña, como miña nai ningunha..., siento como si me hubieran arrebatado del lugar al que pertenezco, aunque los gallegos estamos más que acostumbrados a caminar errantes por el mundo, Adios rios, adios fontes, adios regatos pequenos, adios vista dos meus ollos, non sei cando nos veremos... Estoy maravillada de lo bien que sabe transmitir sus recuerdos y emociones, sin duda es un don. Estoy agradecida a la vida de haberme encontrado con usted en el camino.
Bello relato con una magnifica narracion.
ResponderEliminarAPAJA LA LUZ
ResponderEliminarTu artículo, Manuel, me enseño una vez más que no sólo el “enigma de las palabras” seduce sino también su magia. La nostalgia que evocas, a través de ellas, toca las fibras más sensibles no sólo de los cubanos en exilio sino también de quienes vivimos sus penas desde lejos. Aprendí más de ti a través de los recuerdos que plasmas en tu artículo pues son nítidos y emotivos.
Por momentos este articulo me hizo evocar lo mejor de Isabel Allende. Manuel, esto es material de una novela, la Novela que llevamos mas de un siglo esperando, nuestra Cien Años de Dictaduras, por que no la escribes?
ResponderEliminarVívido relato cargado de lirismo y melancolía. Mis felicitaciones a su autor.
ResponderEliminarLa luz aun no se ha prendido. Esperemos que la revuelta acabe con la desgobierno y la desmadre que existe en la Cuba. Muy interesante este articulo, de primera.
ResponderEliminarAPAJA LA LUZ
ResponderEliminarBravo, profesor, qué nostalgia y belleza impregnan sus palabras, es admirable su capacidad para transmitir sensaciones y emociones, y lograr que el lector sea su acompañante en ellas.
APAJA LA LUZ
ResponderEliminarEs siempre dramático y a la vez reconfortante leer lo que escribe Pereira, los que tenemos también ese origen común de tierras españolas, con abuelos, padres, tíos, primos, que en algún caso emigraron en fecha temprana a la isla de los sueños de triunfo, aunque nunca llegaran a alcanzarlo, o de aquellos otros que quedaron en la tierruña para poner por medio un océano de tiempos y olvidos, sabemos desde lo más profundo de nuestras conciencias el valor de estas crónicas que nos cuenta Manuel Pereira. Una vez más amigo en hora buena y se vale seguir escribiendo estos pedazos de nuestras propias vidas que vemos con emoción y orgullo, reflejados en estas crónicas. Feliz artículo
APAJA LA LUZ
ResponderEliminarLinda y florida infancia la del pichon de gallegos....... El recuerdo es mucho mas hermoso que la realidad actual, nuestra triste cotideanidad....impuesta por el innombrable......, Ivan
APAJA LA LUZ
ResponderEliminarDerrocha belleza y tristeza este articulo. Gracias
APAJA LA LUZ
ResponderEliminarjajajajaj ggrcaias muy buen articulo, me has recordado a mi abuela Fifa, en este caso mallorquina, pero que tambien era todo femenino para ella, era siempre la calor, la ria, jajajajajaj superb!!
APAJA LA LUZ
ResponderEliminarCuantos recuerdos de mi abuela, también gallega y cocinera quien borró de recuerdos y apellidos a mi abuelo gallego por demás, me trajo este escrito. la única diferencia es que ella se aplatanó tanto que asumió la religión yoruba y se hizo santera y alguna vez la vi combinando la lengua africana con su lengua natal incluido el castellano cuando le "bajaba un muerto", que suponíamos debía ser " trilingue". Gracias Manuel y mi bueno tu articulo en su totalidad.
APAJA LA LUZ
ResponderEliminarMuy bueno tu articulo Manuel, lo disfrute muchisimo; Tiene esa carga de melancolia y nostalgia por lo pasado que uno disfruta como si fuese su propio pasado. Muy triste ese "ciclon" que destrozo Cuba y que la sigue destrozando pero tu lo has narrado de un modo que invita a re-leerlo. Tengo un hijo de 25 años que no conoce las frutas cubanas, marañon, canistel, mamey santo domingo, caimito, caimitillo, guanabana, chirimoya, caña cristalina, poma rosa, ciruelas............interminable la lista que desbarato el ciclon y habian casas que tenian un cartelito por fuera que decia: "Esta es tu casa Fidel". Patente y corso para que el ciclon acabara!!
APAJA LA LUZ
ResponderEliminarCono Manolo: me obligaste a una lagriima, cabron!
APAJA LA LUZ
ResponderEliminarHermoso....., me encantò =)
APAJA LA LUZ
ResponderEliminar¡Precioso relato! Cuántas lágrimas no habrá hecho brotar de ojos de hijos de aquellos emigrantes galegos o astures, isleños, catalanes... que dejaron su sudor y sus vidas en la Cuba que fue. Gracias, señor Pereira Quinteiro, por revivirme recuerdos que atesoro de mis padres. Él duerme su sueño eterno en la tierra que quiso como propia, ella pudo volver al viejo cementerio de su aldea.
APAJA LA LUZ
ResponderEliminarSiendo yo derscendiente de gallegos por la parte de mi madre, este artículo además del nudo en la garganta que mantuve durante toda la lectura, me remontó a la niñez cuando visitaba mis abuelos y rememoré los olores de los cocidos, los potages con acelgas, chorizo y morcillas de la cocina de mi abuela Ramona hija de mi lindo bisabuelito gallego gordo Ramón, muy blanco con esos ojos azules de dulzura y empecinamienmto gallego, sentadito en su silla de ruedas y con muchos años a cuesta, de inmediato envié el artículo a mi familia y lo reembié al portal CUBA ESPAñOLA para que publicaran el enlace y como dijo una lectora, lo imprimí y lo guardé, para releerlo de nuevo en el futuro.
APAJA LA LUZ
ResponderEliminarExcelente articulo, como todo lo de Manuel Pereira....... Canon
SOBRE "LOS OJOS DE LA CASA"
ResponderEliminarMuy buen artículo de Manuel. De una casa a todo un país. ¡No cabe duda que de tal palo tal astilla! Brujos, magos, trucos. La cara molesta de Ángel Castro, dolida con expresión dura como roca, con los labios apretados, sellados, para no dar explicación y los ojos entreabiertos o mejor dicho, semicerrados, para alcanzar a ver más lejos, para observar con mayor detenimiento desde lo alto de su casa en Birán.
Después, los guajiros van a la ciudad... y qué pasa? Bueno, hoy es 2011 y siguen en la ciudad.
SOBRE "LOS OJOS DE LA CASA"
ResponderEliminarMuy interesante artículo. La relación entre las casas malditas o embrujadas con la casa de los Castro en Birán, se ve justificada a la mitad del texto: "El pequeño feudo de los Castro fue el embrión de lo que más tarde sería la estructura totalitaria impuesta en el país. La nación como finca particular ampliada".
Las ventanas como ojos que todo lo ven, metáfora de lo que hace el gobierno cubano. Espiar desde lo alto para que ningún trabajador-zombie se atreva a robar o huir.
MUERTE Y SURREALISMO EN MÉXICO
ResponderEliminargracias por este artículo. Lo disfruté mucho
MUERTE Y SURREALISMO EN MÉXICO
ResponderEliminarNo cabe duda de que Manuel Pereira ha captado y, por consecuencia,descrito claramente "lo real maravilloso" que caracteríza al mexicano, especialmente con respecto a la muerte. Como él mismo infiere: "Quizá muchos mexicanos no se den cuenta de cuán inefables son estos y otros detalles", en referencia al episodio de Bretón con el carpintero, el efecto, los mismos mexicanos pasamos por alto las peculiaridades intrínsecas de nuestra cultura que nos hacen lo que somos: mexicanos.
MUERTE Y SURREALISMO EN MEXICO
ResponderEliminarMuy interesante el articulo de Pereira.
Trata con respeto la alucinante relación con la muerte que observan
los Mexicanos.
Tuve la suerte o el privilegio de recorrer con mi camara decenas de
pueblitos alrededor del DF el Dia de Muertos en el ya lejano 1987.
Inolvidable recorrido.
Gracias Manolo y sigue Pa-Lante......
MUERTE Y SURREALISMO EN MEXICO
ResponderEliminarQue buenos recuerdos me trajo este texto, felicidades al escritor por
lo gráfico que escribe... por cierto que me reí mucho con el ataud a
plazos !!!!!!
SURREALISMO Y MUERTE EN MEXICO
ResponderEliminarMaravilloso! Lamentablemente creo que ùltimamente los mexicanos nos
quejamos mucho y disfrutamos poco. Ya no vemos las maravillas que
ofrece este hermosìsimo y ciertamente surrealista paìs, andamos distraìdos con repugnantes personajes de la polìtica. ¡Quièn quiere hablar de polìtica cuando se puede leer a Poe o a Quevedo! Muchas
gracias Manuel por tu artìculo que devela lo increìble de este paìs.
SURREALISMO Y MUERTE EN MÉXICO
ResponderEliminarMaestro: gracias por ponerme ante los ojos la conferencia que por motivos de salud no pude escuchar de viva voz.
SURREALISMO Y MUERTE EN MÉXICO
ResponderEliminarComo siempre, es un placer leerte. Sólo alguien de tu sensibilidad pudo captar, de manera tan lúcida, la idiosincrasia
del mexicano.
¿Has percibido el singular sentido del humor que tenemos? Para muestra un botón; en días pasados había una manta en el periférico que decía:
"No al uso de cemento hidráulico, defendamos
nuestros baches" Hasta yo, que salía del hospital y venía muy adolorida con
tanto bache y tope, me reí.
Me perdí tu conferencia sobre la muerte. Me resarcí con
tu artículo. Mil gracias Un abrazo afectuoso. Margarita
"SURREALISMO Y MUERTE EN MÉXICO"
ResponderEliminarManolo querido:
Te cogí en el II de una serie que a saber cuándo acabes. Pero como siempre amigo ¡QUÉ DELICIA PASAR POR TUS LÍNEAS! Volver a estar frente al torbellino de vida poética que le arranca la realidad al verso, a tu propio verso. Huracán de elocuencia, mago de la metáfora, de la hipérbole, de la metonimia, de la analogía y todas las figuras literarias y retóricas que se ocurran. Nadie como tú para la ekphrasis, envidia de analistas plásticos, entre los que me cuento, pero GENEROSO como pocos cuando se busca el auxilio de la lengua para expresar que se está vivo...Palabra fácil y aguda, entretenida y precisa pero sobre todo certera y sensible. Afortunado Pereira por quien atraviesan los arcanos intérpretes desde antiguo y afortunados quienes te leemos porque nos acercas a ellos con tus descripciones...Volver a leerte es buscar lo que se sabe que va a gustar porque aclara, tranquiliza...Allí está la facilidad para burlarse con elegancia aristocrática de la "grisura europea" que me recuerda al "estilo remordimiento" de Gironella, a los que México respondió exacerbando su explosión colorística donde destacan, como apuntas, los verdes en toda su gama y los rosados, como si los colores tuvieran nacionalidad ¿no? De nuevo Pereira...¡QUÉ DELICIA PASAR POR TUS LÍNEAS! Gracias,
María del Carmen Alberú Gómez. Texas, Primavera MMXI
SURREALISMO Y MUERTE EN MÉXICO
ResponderEliminar¿Surrealismo? Sin dudas lo creo que encaja dentro de la definición del término, pero leyendo el trabajo del profesor Pereira a partir de mi experiencia de siete años vividos en esta misma ciudad, no puedo resistirme a pensar en el aspecto relativista que ofrece el tema objeto de su ensayo. Porque quizá para nosotros califiquen ciertamente de surrealistas muchas de esas manifestaciones, vistas desde nuestra perspectiva de extranjeros y miradas con ojos muy folklóricos y necesariamente complacientes en algunos casos, mas no me parece que lo sea para el propio México que las genera: ¡para México eso es realismo puro y en estado crudo, tal cual es! Y siendo así, siento que el tema se muestra con otros rostros no necesariamente tan elogiosos.
Que en serio –y no duden quienes no vivan en México que lo que dice el autor es realísimo y perfectamente creíble- le quieran a uno endilgar en una factura el nombre de la calle en que vive o hasta el del propio presidente de la república –potenciales homonimias al margen-, quizá pase como un elemento folklórico y de colorido cultural un día, en un momento de buen humor, pero cuando eso mismos elementos que la adjetivación generosa del profesor califica de surrealistas y eleva a una condición de encomio se empiezan a revelar constantes y reiterados en sus mil maneras como ingrediente de la interacción social diaria, ¡válgame Dios señores! Créaseme: llegan a ser a veces hasta irritantes y hacen pensar muy en serio no en elementos de surrealismo, sino más bien en una especie de Sub-realismo o infra-realismo en el que habita y del que no logra desprenderse la mente colectiva popular.
Nicasio.
RETRATO DE CARONE
ResponderEliminarGracias por este agudo artículo! DA pena que en Cuba el castrismo
decida a quién hay que rendir homenaje, pero eso se explica porque
somos un pueblo esclavo y violento, impregnados por un salvajismo cuya
mejor expresión es el dictador que nos ha pisoteado por 50 años.
RETRATO DE CARONE
ResponderEliminarCarone era un tipo realmente encantador, expansivo, había sido muy
apuesto de joven, proveniente de una familia de buena posición. Había
sido un gran mujeriego, y le había pegado los cuernos a Vicentina por
todos lados, pues aquel matrimonio no funcionó nunca. Es difícil
imaginarse a Vicentina en la cama, ni de joven. Muchos creen que ella
en realidad era una lesbiana no en ejercicio, como su hermana María
Luisa Antuña, aunque esta sí ejercía. Una vez que dijeron que en
realidad, desde casi el principio del matrimonio, aquello había sido
lo que los franceses llaman un blanc marriage, sin sexo. Siempre me he
imaginado una relación como la de los dos viejos panicos de Piñera,
pero más mesurada. Vicentina era más marxista que Clara Zetkin, y
además una gran admiradora de Fidel, aunque a él le debiera sus varios
defenestramientos. EXCELENTE artículo.
RETRATO DE CARONE
ResponderEliminarayer salio un articulo en el nuevo herald q hablaba de la guaperia
cubana pero d una forma muy burda q nos tildaba a los cubanos d guapos
d cafetin,no lo volvi a ver parece q lo quitaron pq estba infame,creo
q la guaperia nos viene pq fuimos los ultimos en participar d una
guerra y nos quedo aquello d el q da primero da dos veces y q somos
mas timabalus q los demas,fidel exalto esto ain mas pero no quiere
decir q no seamos capaces pq un sinnumero d destacados en varias
esferas lo comprueban
RETRATO DE CARONE
ResponderEliminarUna vez más Pereira nos ilustra con sabiduría sobre oscuros pasajes de
la historia cubana, así como de las bases que sustentan ciertos tonos
deformados de nuestra identidad nacional, construida a veces sobre
posturas extremas, como las que describe el artículo, para desgracia
del pasado y el presente de la nación-Ojala que las generaciones
futuras sepan beber en estas fuentes- como esta a la que ahora
contribuye a plasmar Pereira en su nuevo crónica; será sin duda más
productivo para el futuro de Cuba, borrar esa vieja práctica de
vendernos siempre el concepto Patria y Patriotismo, en una especie de
ajiaco ideológico, donde nacionalismo, antiimperialismo, cubanía,
izquierdismo se mezclan con el sentimiento patriótico que es
sencillamente una virtud que se debiera cultivar sin signos
ideológicos, como erróneamente se ha venido produciendo en toda la
historia patria, llevado al paroxismo de la saturación en los últimos
cincuenta años. Que bueno que existan mentes cubanas iluminadas a
pesar de la debacle que ha constituido la desintegración de la
sociedad cubana con el exilio, la migración y el ostracismo en que
viven cientos de miles en la Cuba actual, que dediquen su esfuerzo e
intelecto en sacar a luz pública referencias como estas, que sirven a
la causa de reconstruir algún día...
RETRATO DE CARONE
ResponderEliminarManuel, tú te has referido una etapa de la violencia
en Cuba, pero la historia de Cuba es la historia de la violencia, que
se inicio en
la quema vivo del cacique Hatuey em la conquista de Cuba, varios siglo de
violencia contra la población esclava negra, el fusilamiento de los estudiantes
de medicina, la muerta a garrote de los conspiradores de la escalera, nuestras
guerras de independencia fueron violentísimas por ambos partes, el genocidio de
la concentración de Weyler, las quemas de las haciendas por los mambises, las
matanzas de los negros al inicio de la república, el machadato y el arrastre
vivo hasta la muerte de los esbirros de machado, todo lo que tú has relatado y
lo que te faltó posteriormente en la etapa de la guerra contra Batista por
ambos bandos, los fusilamientos en el paredón, las lucha de los alzados en el
Escambray, el ahorcamiento de Conrado Benítez
y el asesinato de Manuel Ascunce por una parte y el genocidio de los
pueblos cautivos por la otra. Por todo eso si ciertamente queremos
constituirnos como
nación debemos de erradicar ese culto a la violencia y al martirologio, que tu
bien descrito en tu artículo
RETRATO DE CARONE
ResponderEliminarManuel Pereira una vez mas se perfila como uno de nuestros mas
excelentes periodistas.
RETRATO DE CARONE
ResponderEliminarUn excelente comentario escrito con muchisima elocuencia;Lo he
disfrutado muchisimo y te invito a escribir sobre el Canal Via Cuba en
otra oportunidad; Seria bueno tambien un dia escribir sobre las
razones que llevaron a Batista a dar el Golpe de Estado el 10 de
Marzo; Con mas de medio siglo de censura en nuestra Patria seria bueno
desenpolvar pasajes importantes de la historia cubana para que no se
pierdan en el "mundo a oscuras".
RETRATO DE CARONE
ResponderEliminarSe agradece el artículo aunque el uso del nombre del doctor Carone,
ese hombre culto y olvidado, es una exageración del titular, pues no
se habla de su vida, de sus logros, de sus experiencias, sino que se
le usa como excusa para reclamar viñetas de otra época, y hacer una
crítica justa de lo que el presente régimen nos ha traido y dejará
como legado.
RETRATO DE CARONE
ResponderEliminarExcelente
artículo! Enhorabuena a su autor Manuel Pareira. Sólo que se olvidó entre los
suicidios más relevantes, nombrar el de Osvaldo
Dorticós Torrado, Presidente de Cuba (17 de julio de 1959 – 2 de diciembre de 1976).
RETRATO DE CARONE
ResponderEliminarEXCELENTE ARTÍCULO!!!
lOS CUBANOS QUE VIVIMOS EN ESCANDINAVIATE SALUDAMOS!!!
RETRATO DE CARONE
ResponderEliminarContar lo que no puede ser calculado numéricamente, no es solo dificil
sino tambiém imposible en casi todos los casos. Quizá por ello parece
desafío a esa regla lo que, con el pretexto de Carone, cuentas y
describes con elocuencia amena, sencilla y comprensible sobre la
ideosincracia del cubano. Y son elegantes y pertinentes los
desplazamientos que sugieres -mientras parece que solo desempolvas
recuerdos-, de pares antagónicos que van de lo particular a lo general
("desde lo sensorial a lo estadístico", como me gusta decirlo a mí),
cuando te asombras de "la insólita dialéctica" entre Ella y Ël
-comunista una, "otra cosa" el otro-, y los extremos del
comportamiento violento y, simultaneamente carnavalezco de algunos
"personajes y sucesos históricos" de La Isla. Quizá, el núcleo
esencial de lo que llaman "cultura cubana" está compuesto de esos dos
concepto/sustancias básicas de "la tabla de los elementos atómicos de
la Sociedad" denominados "civil" y "militar", presentes en todas las
patrias, naciones, o países de los que tengo noticias, aunque en
proporciones y con consecuencias diferentes. Y visto así lo que
deduces al referirte a "la aleación de que está hecha aquella Isla",
que imanta el interés de quienes la observan y/o intentan entender de
qué mineral está hecha su cultura, resulta obvio que la desproporción
de reconocimientos que allí ocurre entre "celebridades civiles... (y)
militares" -a favor de las segundas-, es síntoma que no solo estimula
a "lo guerrero" sino también al disparate económico/político que
alimenta la homofobía. Lamentablemente, nuestra especie a funcionado
así durante miles y miles de años, pero Cuba no se enteró que "la
correlación de fuerzas" entre Él y Ella comenzó a cambiar desde hace
más de un siglo. Y ese es el problema principal del cubano y la
cubana. Me parece. El tiempo dirá "la última palabra", que es el lugar
donde comienza, no la "Palabra Nueva" sino "lo que vendrá y aún
ignoramos cómo se puede contar.
RETRATO DE CARONE
ResponderEliminarRespusta Mario Faz a Lázaro Buría
??????????????????????????????????Menos retorica y mas sustancia. La
sopa de hueso sin sal no es sopa. Caldo insipido tu comentario.
RETRATO DE CARONE
ResponderEliminarRespuesta de Mario Faz a Lázro Buría
Aparte de los leguleyismos constitucionales que se interpusieron
contra el famoso Canal Via Cuba existia y existe aun hoy una realidad
natural: la localizacion del canal era a traves de la provincia de
Matanzas, si mal no recuerdo desde Bahia de Cochinos al sur hasta la
Bahia de Cardenas al norte, la distancia es aproximadamente de 150 Km.
El problema estriba en que todo esa area esta compuesta por rocas
calcareas muy carsificadas cubiertas de suelos arcillosos de color
rojo lateriticos. La topografia es muy llana o sea no habria necesidad
de esclusas pues no hay diferencias de nivel entre una y otra costa ni
en el terreno. El regimen de lluvias es normal, poco o escaso, nunca
abundante como en la costa nordeste de Oriente. El paso de buques en
una direcion o la contraria produciria una penetracion de las aguas
salinas del mar y estas se infiltrarian horizontal y verticalmente
(por capilaridad) a los suelos arcillosos rojos que, como todos
sabemos son muy fertiles. Este resultado provocaria una
catastrofeprovocada en una amplia zona. Por factores naturales esta
penetracion de aguas salobres se ha producido en el valle del Cauto y
por sobre explotacion del acuifero en la Cuenca sur en provincia
Habana.
Por demas hablando de Chibas y de los "bonches de la UH mi opinion es
que el primero fue un burgues populista y demagogo. Los bonches eran de hijitos de papa, que aspiraban a la politica. FC es el resultado de la simbiosis demagogica del Partido ortodoxo y el mesianismo y del gusto por el martirologio y el culto a los cadaveres nacionales, desde
Hatuey hasta Frank Pais y el Che Guevara.
Hola! Manuel,
ResponderEliminarMuy buen articulo! Es un gran placer leerte y, aprender, como escolares nuevamente, la verdadera historia de nuestra patria que se han robado algunos tantos de infames...
Muchas gracias,
Alex
RETRATO DE CARONE
ResponderEliminarMuy buena esta serie de Pereira sobre hechos y personajes que ilustran
la fascinante historia de Cuba. Nada similar se publica en la isla.
Ningun personaje- a no ser que fuera de ideas cercanas al comunismo-
ocupa lugares en los medios de la isla, ni tan siquiera son
mencionados.
Continua Manolo, aqui te esperamos
SOBRE 'GRITOS,GESTOS Y EMBLEMAS'
ResponderEliminarMuy bueno. Realmente un artículo serio, con exactas pinceladas de humor... Lo del Muñeco Diabólico realmente me hizo reir a carcajadas. Felicitaciones al autor.
SOBRE 'GRITOS,GESTOS Y EMBLEMAS'
ResponderEliminarQué buen uso hace Manuel Pereira de sus conocimientos tanto artísticos como literarios y cinematográficos. Es muy acertado nombrar la película de "El gran dictador" de Chaplin, en la que hay una gran escena del discurso de Hynkel. Me hizo recordar la frase de Octavio Paz que dice:
"Toda dictadura, sea de un hombre o de un partido, desemboca en las
dos formas predilectas de la esquizofrenia: el monólogo y el mausoleo".
GRITOS, GESTOS Y EMBLEMAS
ResponderEliminarMuy buen artículo. Lamentablemente, durante las dictaduras, los terribles gritos se parecen a los de la pintura de Munch. Sin embargo, afortunadamente, conforme pasa el tiempo, toda dictadura tiende a desaparecer, y los dictadores mueren con un grito más parecido al de Wilhelm.
¡Saludos!
GRITOS, GESTOS Y EMBLEMAS
ResponderEliminarExcelente ensayo los países que vivimos en un seudo gobierno del bien para todos,solo caemos en la demagogia miserables de un gobernante ruin, que por sus pensamientos retrógrados no es capaz de tener la hidalguía de decir vamos a realizar un cambio...Dios nos bendiga y acompañe en estos gritos que no son más que simples sonidos de ignorancia!
GRITOS, GESTOS Y EMBLEMAS
ResponderEliminarLeer a Manuel Pereira es una suerte de aventura. Tránsita uno por el tiempo, se conocen eventos insospechados y multifacetas de personajes de la historia, incluso despierta pasiones. Felicidades maestro
GRITOS, GESTOS Y EMBLEMAS
ResponderEliminarMuy bien, como siempre, Manolo......
Este articulo explica y alerta acerca de los origenes y la cultura de la demagogia y la manipulacion masiva, algo que si alguien conoce no ya bien, sino requetebien,
es Fidel Castro. Sus dotes de profesor de la mentira pueden comprobarse en sus aventajados alumnos, a saber, Chavez, Evo, Correa y Ortega.
Canon
GRITOS, GESTOS Y EMBLEMAS
ResponderEliminar"un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción" Simón Bolívar
GRITOS, GESTOS Y EMBLEMAS
ResponderEliminarSin duda una descripción genial de los símbolos de la represión, y sus orígenes, en nuestra historia moderna.
Este artículo debería aparecer en todos los diarios de América Latína, para que entendamos mejor el sufrimiento de países hermanos que hoy, en pleno Siglo XXI, viven bajo el yugo del autoritarismo. Y para los que no lo sufrimos, entender qué tan cerca estamos de caer, dando alas a "líderes", cuyas estrategias no son más que refritos de fórmulas pasadas, que se tornan exitosos ante una población ignorante.
GRITOS, GESTOS Y EMBLEMAS
ResponderEliminarBuen articulo, abarcador y explicativo pero esperaba al final una conclusion mas castellana que poner de cuna un latinazgo en vez de apostillar que esos gritos, gestos y emblemas son las excusas para que en nombre de la sociedad, el grupo, el partido o el gobierno; el ciudadano, la persona, el militante o el gobernado vea sus derechos limitados o suprimidos por el bien comun. No es asi? Y no me refiero a un anarquismo social disociador sea instaurado sino un consenso abarcador entre el individuo y la sociedad. Pluraridad sin gritos, sin gestos y sin banderas politicas y/o religiosas.
GRITOS, GESTOS Y EMBLEMAS
ResponderEliminarExcelente, de verdad muy completo y sumamente interesante como todos sus artículos. Gracias
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