LA TRAVESÍA DEL DESIERTO
Desde la segunda mitad del siglo XX los cubanos somos los judíos del Caribe y el malecón es nuestro Muro de las Lamentaciones. Entre otros temas, el asunto migratorio figura en el encuentro entre Raúl Castro y Peña Nieto en Mérida, Yucatán. Dos países unidos por lazos históricos: aquí vivió y murió el poeta José María Heredia, aquí se casó José Martí, por aquí pasaron los políticos Mella, Fidel Castro, Che Guevara. En 1951 Pérez Prado lanzó aquí el “Ruidoso Rico Mambo”, luego vinieron Benny Moré, Celia Cruz, “La Sonora Matancera”, las “Mulatas de Fuego” y, en los años sesenta, triunfó en radio y televisión “La Tremenda Corte” con Trespatines, Nanina y el gallego Rudesindo.
Todos estos ciclones jocosos, musicales y voluptuosos ligaron para siempre a México con Cuba.
Pero el éxodo cubano es una tragedia de dimensiones bíblicas. Si la travesía del desierto de los israelitas se prolongó durante 40 años, la del pueblo cubano dura ya medio siglo, contando desde la primera salida masiva por el puerto de Camarioca (1965), seguida por la estampida del puerto de Mariel (1980) que se reiteró durante la “Crisis de los balseros” (1994).
En 1995 cuando los guardacostas norteamericanos empezaron a devolver a los balseros cubanos interceptados en el Estrecho de Florida, los cimarrones insulares buscaron otras rutas hacia el sur. Empezaron a salir desde Camagüey, por Santa Cruz del Sur, rumbo a las Islas Caimán y Honduras. Incluso entre 2002 y 2004 muchos cubanos viajaron como turistas a Rusia, algunos pedían asilo político en la escala de Barajas y los que llegaban a Moscú la pasaban peor. Unos conseguían documentos para viajar a México a precios astronómicos, otros fueron a parar tan lejos que salieron con libre visado hacia Sao Tomé y Príncipe, en África Occidental.
México como puente hacia Estados Unidos se convirtió en la meta más codiciada. El rastro de “sangre, sudor y lágrimas” más persistente discurre hasta Guatemala dibujando una geografía del dolor que es la prueba palmaria del fracaso de la utopía cubana, pues, como decía Voltaire: “Se ha pretendido en varios países que no le estaba permitido a un ciudadano salir de la nación en que el azar le había hecho nacer; visiblemente el sentido de esa ley es: este país es tan malo y está tan mal gobernado que prohibimos a cada individuo que salga, por miedo a que se vayan todos”.
Esos fugitivos huyendo de la escasez crónica, de la represión, de la falta de derechos humanos individuales y de un futuro desolador, pronto se aglomeraron en Ecuador gracias a las estrechas relaciones ideológicas entre ese país y la isla. El gobierno cubano, como en otras ocasiones, necesitaba una espita para liberar vapor de la caldera y, también, una futura fuente de ingresos en dólares vía remesas familiares. Quito devino el lugar ideal para llegar a México en la larga peregrinación cubana. De allí salen en grupos hacia Colombia, luego Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México. El flujo de cubanos que llegan desde Ecuador a Tapachula, estación migratoria en Chiapas, oscila entre 40 y 50 por día. Buscan un salvoconducto para atravesar México como puente hacia la Tierra Prometida.
La diáspora cubana es la más vasta de la historia universal después de la judía en tiempos del cautiverio en Babilonia. Esta dispersión de cubanos errantes ha aumentado y se ha acelerado después del “deshielo” entre Cuba y EEUU incrementándose más aun con el rumor de la inminente derogación de la Ley de Ajuste Cubano. De más está decir que estos peregrinos tropicales se enfrentan a huracanes, tiburones, insolación, naufragios, selvas inextricables, ríos tumultuosos, tráfico de personas, policías y guerrilleros extorsionistas o ladrones…
Este éxodo cubano evoca las más arriesgadas ficciones viajeras: La Odisea, de Homero, el mito de Jasón y los argonautas, La Eneida, de Virgilio; Jonás y la Ballena, Los Lusiadas, de Camôes, Simbad el Marino; Robinson Crusoe, de Defoe, Los Viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, Las aventuras de Arthur Gordon Pym, de Poe;Moby- Dick, de Melville, La esfinge de los hielos, de Julio Verne, la Isla del Tesoro, de Stevenson, El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad y otras obras que no caben aquí.
La realidad cubana supera cualquiera de estas narraciones por muy fantasiosos y exagerados que hayan sido sus autores. En la película Memorias del Subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, el protagonista parafrasea al Che Guevara cuando dice: “Esta gran humanidad ha dicho basta y ha echado a andar… y no se detendrá hasta llegar a Miami”.
(*) Publicado en 14 y medio, el 8 noviembre 2015.
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