noviembre 01, 2013

Escaleras, Escaletas y Esqueletos

ESCALERAS, ESCALETAS Y ESQUELETOS
Por Manuel Pereira
Nostalgia, de Tarkovsky.

Por la Escalera de Jacob (Génesis, 28, 12) suben y bajan los ángeles que el patriarca vio durante un sueño. El cine satanizó ese puente entre la tierra y el cielo dando lugar a una genealogía de los peldaños que ya forma parte de la mitología del celuloide.

En El gabinete del doctor Caligari (1920) se insinúan algunas escaleras distorsionadas, pero todavía sin gran protagonismo. Dos años después Murnau nos muestra en Nosferatu la primera escalera realmente escalofriante. El vampiro sube hacia la alcoba de su víctima mientras su silueta de alargadas garras se solidariza con la sombra expresionista de la balaustrada.

En 1925 Eisenstein inventa el montaje de atracciones en la famosa “escalinata
de Odesa” donde las fuerzas del Mal descienden peldaño tras peldaño masacrando a la multitud mientras el cochecito con el bebé cae por los escalones. Ese cochecito se transformará más tarde en un elemento asociado a estas escaleras tenebrosas: la silla de ruedas.

En 1931 Tod Browning estrena Drácula, donde Béla Lugosi baja una majestuosa escalera en ruinas, rodeado de telarañas y aullidos de lobos. Descontando Los 39 escalones -sólo un Macguffin-, la obsesión de Hitchcock con las escaleras viene desde Rebeca, Sospecha y La sombra de una duda para cristalizar en la escalera del campanario de Vértigo (1958) y en las tres de Psicosis (1960). Aparte de la tortuosa escalera que sube desde el motel hasta la casa de Norman Bates, tenemos la principal de madera, donde el hotelero cambia de personalidad, y también la que baja al sótano. Sería imposible entender las múltiples identidades de Norman sin estas escaleras que articulan sus trastornos.

La escalera es a la casa lo que el esqueleto a la anatomía y la escaleta al cine: la columna vertebral que sostiene y organiza secuencialmente una estructura, donde cada peldaño equivale a una vértebra. La palabra “escaleta” -al igual que escalera- proviene del latín scala, y de ahí al esqueleto no hay más que un paso. En The Skeleton Key (“La llave del Mal” o “La llave Maestra”) la escalera conduce a la buhardilla donde se guardan los esqueletos. La llave es muy antigua y su forma recuerda un esqueleto estilizado. Por otra parte, un escalofrío es un frío que escala por nuestro espinazo hasta ponernos los pelos de punta.

En ¿Qué pasó con Baby Jane? (1962) Joan Crowford abandona su silla de ruedas y baja la escalera arrastrándose para llegar al teléfono. La alegoría del personaje escapando, reptando o cayendo de su silla de ruedas, ya la habíamos visto en el enyesado James Stewart de La ventana indiscreta (1954), y se multiplicará en el James Caan de Misery (1990) y en el John Hurt de La Llave Maestra (2005). Heredera del cochecito de Eisenstein, la silla de ruedas representa un infierno particular del que hay que escapar. Si el mueble rodante reduce a la impotencia, los peldaños devienen intransitables.

Todo esto se anunciaba en 1945 en El ladrón de cadáveres, cuya trama se despliega alrededor de una niña en silla de ruedas. Hitchcock quiso romper ese maleficio en su cameo más jocoso (Topaz, 1969) cuando aparece en una silla de ruedas empujada por una enfermera para de pronto levantarse, saludar a alguien y seguir caminando sin necesidad de la silla, ni de la enfermera. La malvada silla convertida en gag.

La escena más recordada de Al final de la escalera (The Changeling, 1980) es la pelota que cae rebotando hasta la planta baja, pero no menos impresionante es la silla de ruedas infantil que cobra vida persiguiendo a la protagonista hasta rodar escaleras abajo.


En 1982, hacia la mitad de Poltergeist, desfilan por la escalera de la casa embrujada unos fantasmas luminosos que se desenroscan suavemente en el aire. En The Haunting (1963) Robert Wise nos enfrenta a una siniestra escalera de caracol donde se ahorca una criada. En El resplandor (1980) la aterrorizada Wendy sube retrocediendo la escalera del hotel mientras rechaza con un bate al marido poseso que la persigue. En el reestreno de El exorcista (2000) Regan baja por la escalera boca arriba como una araña, de hecho, es la Aracne concebida por Gustavo Doré para ilustrar La Divina Comedia, de Dante. La casa de Regan tiene otras escaleras: la plegable que accede al desván donde supuestamente se oyen ruidos de ratas, y la exterior, debajo de la ventana de la niña, donde hallarán la muerte dos defenestrados. El mecanismo de estas tres escaleras es similar a las tres que vimos en Psicosis

La escalera original -la bíblica- parecía haber caído en el olvido hasta que en 1990 Adrian Lyne estrenó La escalera de Jacob. Al final, el hijo del protagonista aparece sentado al pie de una escalera. Es Gabe, diminutivo del arcángel Gabriel. Con su cara seráfica, Macaulay Culkin lleva de la mano a su padre (Tim Robbins) por la escalera hacia la luz. Hacía falta algo así para resarcirnos de tanta maldad acumulada en este inventario de escaleras escatológicas.


(*) Publicado en Letras Libres, número de septiembre 2013, página 88. 

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