Entrevista a Manuel Pereira:
SER CULTOS PARA SER LIBRES
SER CULTOS PARA SER LIBRES
Por Gabriel Martínez Bucio
En el 2004, el escritor cubano Manuel Pereira llegaba a México
tras trece años de peregrinar por Europa y el norte de África. Cargaba únicamente
dos maletas. En una llevaba su ropa, y en la otra, sus pertenencias más
preciadas: el manuscrito de su novela Insolación,
y algunas joyas de la literatura universal: Paradiso, Rayuela, Cien Años de Soledad, y El Reino de este mundo, entre otras,
todas dedicadas por sus respectivos autores. Fueron las únicas obras que pudo
traer consigo desde España. Había perdido una biblioteca de tres mil volúmenes:
“Ya no quiero acumular más bibliotecas. Ya he perdido dos, que es como perder a
dos hijos entrañables. No quiero sufrir más a causa de los libros que uno tiene
que dejar atrás por las turbulencias de la vida”, sentencia Pereira mientras se
le asoma una reminiscencia de rumba en sus dedos que dibujan historias en el
aire.
Nueve años después –como una variación de Monsieur Teste–,
el escritor solamente atesora algunas obras en su estudio. Destacan los libros
que ha escrito en México: Insolación (Diana,
2006), Biografía de un desayuno (Miguel
Ángel Porrúa, 2008), Un Viejo Viaje (Textofilia,
2010), Mataperros (Textofilia,
2011) y el más reciente: El
Ornitorrinco y otros ensayos (Textofilia, 2013). “En México encontré la
alegría de vivir y las ganas de escribir”, dice Manuel mientras, emocionado,
abre su nuevo libro y lo huele como si aspirara el alma de su propia creación.
1) ¿Por qué elegir al ornitorrinco (ese animal tan
extraño) para el título de tu libro? En el París
de agosto de 1986, mientras escribía mi ensayo “La verdad sospechosa”[1], me
asaltó por primera vez la imagen literaria y plástica del ornitorrinco. Ese
animal representa una misteriosa unidad cósmica: cosas distintas que de pronto
se conectan formando una sola cosa. Esa heterogeneidad que se unifica es casi
un método poético y mi estilo literario, por esa época, ya se orientaba en ese
rumbo estético.
En el ensayo mencionado
está ya mi obsesión con ese animal tan extraordinario, al que, por cierto,
nunca he visto en persona. El primer relámpago me vino de Einstein, pues en
alguna página suya él compara el espacio-tiempo con un molusco. De la idea del
molusco matemático, salté a la del ornitorrinco, animal que por aquel entonces
creí descubrir en una curiosa imagen de El Bosco y también en una ilustración
de Jean Colombe.
Este animal hubiera
podido ser la mascota de Poe y de Baudelaire. Es la excepción de la excepción
que Alfred Jarry anteponía a las aburridas reglas del positivismo y del
cientificismo.
A partir de entonces he
estado viendo o intuyendo ornitorrincos por doquier y a todas horas. Muchos años
más tarde, retomé la idea del ornitorrinco combinándola con lo onírico, por
asociación fonética y conceptual. Y de ahí surgió este libro de ensayos.
2) ¿Qué temas tocas en El Ornitorrinco y otros ensayos (Textofilia, 2013)?
Los temas que abordo son
aparentemente muy diversos, pero en el fondo, si te fijas, siempre estoy
hablando de palimpsestos. Un Ornitorrinco es un palimpsesto biológico y, a
partir de ahí, en todos mis ensayos, asoma esa noción. Aparte de eso, este libro
tiene otra unidad temática, que soy yo. Como decía Montaigne: "yo soy la
materia de mi libro".
3) Si tú mismo eres el eje donde giran estos ensayos ¿podrías
contarnos cómo te iniciaste en el mundo de las letras?
Me inicié en la literatura de la manera más extraña: con un
robo frustrado. Cuando tenía ocho años andaba merodeando por una librería de mi
barrio junto con un amigo mataperros. De pronto, vi un libro de Julio Verne: Aventuras de un niño irlandés. Me fascinó
la portada. Me lo eché dentro de la camisa y salí corriendo. Me persiguieron
por la calle Obispo. Me agarraron y me llevaron al cuartel de la policía. Allí
apareció mi padre y soltó ante los uniformados un conmovedor discurso que incluía
dos citas de Martí. Una rezaba: “robar un libro no es robar”, cita apócrifa; y “hay
que ser cultos para ser libres”, esta vez auténtica. Esas dos frases –mezcla de
verdad con mentira– se me quedaron grabadas y desencadenaron toda mi
experiencia literaria posterior. Ahí empezó mi ya larga aventura intelectual y
espiritual.
4) ¿Cómo reaccionó
tu madre ante el suceso?
Mi madre, abochornada porque había intentado robarme un
libro en la librería más elegante de la ciudad, decidió poner fin a esas
travesuras. Me compró, poco a poco, todos los libros de Verne. Así empecé mi
primera biblioteca integrada únicamente por obras de ese autor que me encandiló
y que sigo releyendo todavía a mis años. Aquella biblioteca infantil creció con
los años hasta alcanzar cuatro mil volúmenes. La perdí cuando me fui de Cuba
para siempre. Luego otra biblioteca creció a mi lado allá en Barcelona: tres
mil ejemplares. También la perdí cuando me fui de España y vine a México.
5) ¿Cómo se ve
reflejada esa infancia en tus cuentos?
Los mataperros. Pereira al centro. |
A través de las correrías y peripecias de una pandilla de
niños pobres en el barrio de La Loma del Ángel, en La Habana Vieja, donde nací
y crecí. Por ejemplo, en mi libro Mataperros (Textofilia,
2012) se describe un mundo que, a ratos, se parece a Los Olvidados, de Buñuel. La forma de hablar de los personajes es
la germanía de la Habana Vieja de aquel tiempo; este libro aspira a resumir el
espíritu de aquella época...
|
6) ¿Qué olores
evoca La Habana de tu infancia?
Hay dos etapas: antes de 1959, para mí todo olía a fufú de
plátano, pero a partir de enero del 59, cuando entran los barbudos en la
ciudad, todo olía a pólvora quemada. El océano no olía, probablemente porque
naciendo a cien metros del mar, ya uno nace con esos efluvios en los pulmones y
en el alma.
7) ¿Cuándo
supiste que querías ser escritor?
Estando en el ejército, hacia 1966-67, con 18 años de edad,
empecé a escribir cartas para los reclutas de mi campamento. Eran cartas para
sus novias, que ellos me pagaban con cigarros. Todos me decían que yo escribía
tan bien que las muchachas se enamoraban enseguida. Y por supuesto, tuve que
escribir muchas más para aquellas novias que no eran mías, pero en cierta forma
sí lo eran. Así fui descubriendo que tenía algún don para la escritura… Empecé
a escribir poemas y cuentos. Fueron los primeros géneros que cultivé. Más
tarde, ya desmovilizado, ejercí el periodismo mientras estudiaba artes plásticas.
Después dejé de pintar, también dejé de escribir poesía, y me dediqué a la
novela y al cuento. Posteriormente me inicié en el ensayo.
8) ¿Cómo fue que
te hiciste discípulo de Lezama Lima?
Una remota tarde de 1969 me presenté en su casa, que, mira
qué casualidad, quedaba muy cerca del apartamento de mi mamá. Yo había
intentado leer su novela Paradiso,
sin entender casi nada. Yo tenía 20 años y era demasiado inculto todavía para
captar sus esencias. Pero eso, lejos de amilanarme, me impulsó a conocer al
autor de aquel enigma. Toqué a su puerta. Salió su criada y me dijo que el gran
escritor estaba durmiendo la siesta. “¿Es de la parte de quién?”, me preguntó. “Dígale
que vino a verlo un joven poeta”. Ya yo me iba y ella estaba cerrando la
puerta, cuando se oyó una voz baritonal desde el fondo de la casa que decía: “si
es un joven poeta, déjelo pasar”. La criada me cedió el paso haciéndome casi
una reverencia. Así empezó mi amistad y mi aprendizaje literario con aquel gran
maestro. En mi ensayo “El curso délfico”[2] cuento todo
esto y mucho más con lujo de detalles.
9) En enero de 1991 saliste definitivamente de la isla y
unos años más tarde impartiste clases de literatura en una cárcel española ¿Cómo
fue esa experiencia? Sucedió durante mi exilio en Barcelona,
en 1996. Yo había impartido ya varios cursos de creación literaria en la
capital de Cataluña y también en la mítica playa de Cadaqués. Una de mis
alumnas era hermana del director de la cárcel de la isla de Mallorca y le habló
para que yo impartiera mi taller literario allí a un grupo de reos
seleccionados a partir de su interés en la literatura. El director aceptó mi
plan, que fue considerado por la prensa española como “un proyecto pionero para
la reeducación de presos”. El primer día, mientras yo me acercaba a pie a la cárcel
y veía las manos saliendo por las ventanas enrejadas, gente gritando desde
abajo, sentí que me iba a meter de cabeza en el infierno. “¿Qué rayos hago aquí?”,
me pregunté, pero ya era demasiado tarde, ya estaba en la puerta presentando
mis credenciales. Abrieron todas las rejas, pasé a entrevistarme con el
director, y luego entré en un calabozo enorme, lleno de presos sentados en sus
pupitres. Me miraban curiosos, algunos hacían muecas de desprecio o se reían
burlones. Yo podía sentir que algunos me rechazaban, porque me vinculaban a la
dirección del Penal: me veían como el enemigo. El director de la cárcel dejó
dentro de la celda-aula a un guardia con arma larga parado al fondo. Eran unos
treinta presos en total. Más hombres que mujeres. Había traficantes, ladrones,
asesinos y hasta corruptores de menores. Yo había leído todos los expedientes
En Ciudad Rodrigo, España, 1991. |
delictivos de mis futuros alumnos un par de horas antes de entrar a la jaula
para impartir mi primera clase. Empecé a hablar del poema “El Cuervo”, de Poe.
En la mínima biblioteca de la penitenciaría había un solo ejemplar de Poe. Mandé
a hacer fotocopias del poema. El guardia armado abría y cerraba el candado de
la puerta de barrotes del calabozo-aula. Un reo me gritó desde el fondo: “¡Joder,
este tío armado nos pone nerviosos, y así
no se puede estudiar!”. Risotadas. Patadas. Puñetazos en los pupitres. Libretas
lanzadas de una fila a la otra. Empujones entre ellos, palabrotas, ojos
furiosos, amenazas. Yo sonreí. Le pedí al gendarme que saliera. Se negó. Mandé
llamar al director, quien me susurró que el guardia era para mi seguridad. Le
dije que no iba a pasar nada, aunque por dentro me daba cuenta del peligro a
que me exponía. En mi infancia con los mataperros yo había aprendido algo
esencial: se puede sentir miedo, pero jamás hay que demostrarlo. El guardia
finalmente salió y cerró la puerta tras de sí. Me quedé solo en aquella jaula
con aquellos treinta desconocidos. Seguí hablando de Poe como si nada. Cuando
renuncié al custodio armado, me gané la confianza, y hasta el cariño, de aquel
alumnado tan especial. Pasaron muchas cosas increíbles durante seis meses. Un
preso, asesino confeso, tenía una novia, y ella se sentaba junto con él durante
mis clases. Era bonita dentro de esa fauna tan vulgar que habita las cárceles.
Les dieron un permiso a los dos. Y él la mató a ella durante el permiso. Lo
sentí muchísimo, pues ambos me caían muy bien. Es curioso que habiendo empezado
yo en la literatura delinquiendo terminara dándoles clases de literatura a
delincuentes profesionales. Muchos escribieron cuentos que todavía conservo.
Algunos no los firmaban, ponían seudónimos, y dejaban en mi mesa los textos
antes de que yo entrara en el aula… en esos cuentos o poemas contaban sus
peores fechorías. Yo sabía quiénes eran los autores, pero no lo daba a
entender. Nunca le preguntes a un prisionero por qué está preso, mejor espera a
que él te lo diga. El último día me hicieron una fiesta, con un cake y
refrescos, dentro del calabozo académico. Fue uno de los momentos más
emocionantes en mi ya larga experiencia magisterial. El elogio más bello que
recibí de ellos fue el siguiente: “las horas que pasamos con usted, sentimos
que no estamos presos, sentimos que esas rejas desaparecen y que somos libres”.
Ahí comprendí, mejor que nunca, el valor de la cultura, y la importancia de
aquella frase de Martí: “ser culto para ser libre”. Siempre los recordaré a
todos, uno por uno, sus rostros, sus apodos, sus jergas hampescas, su armamento
confeccionado con bolígrafos y cucharas, sus gestos violentos. Ahora que lo
pienso: en cierta forma, fueron mis segundos Mataperros, o la reaparición de
mis Mataperros en otro tiempo y en otra isla tan lejana de mi isla natal…
10) ¿Me podrías contar cuando Cortázar te llevó con las
prostitutas en París?
Ja ja ja…
Eso fue en la rue Saint-Denis. Me enseñó toda la calle, sus recovecos, sus sórdidos
y tentadores callejones, algunos bares, los peep-shows, los trileros con sus
mesitas casi en medio de la calle… aunque debo decir que mi otro Virgilio en
esas andanzas infernales fue el pintor cubano Wifredo Lam, quien me descubrió
el barrio de Pigalle, el Moulin Rouge, las prostitutas enfundadas en cuero
restallando sus látigos en las esquinas… También tuve una Virgilia de lujo: Ugné
Karvelis, la compañera sentimental de Cortázar, mujer cultísima que se parecía
mucho a la Maga de Rayuela y
que disfrutaba haciendo creer que lo era. Fue ella quien me enseñó a callejear
por otros barrios más bien intelectuales: el Barrio Latino, la Sorbona, el mítico
Café “Les Deux Magots” y el no menos legendario “Café de Flore”, los bouquinistes con sus cofres verdes
a orillas del Sena, la librería esencial “Shakespeare and Company”, y la
misteriosa calle “Git-le-Coeur”, donde yace su corazón.
11) ¿Tienes alguna anécdota sobre tu obsesión de buscar
lugares sagrados de la literatura mundial en tus viajes? Buscando la casa de Proust en París descubrí que era un
banco y no había ni una sola placa conmemorativa. ¡Qué horror! Y eso que estaba
nada más y nada menos que en París.
En la
playa de Lido andaba yo tras los pasos de Thomas Mann. Fui al Gran Hotel des
Bains, donde él se alojó y concibió Muerte
en Venecia. Pasé por la terraza, no vi ninguna placa ni nada que aludiera a
él. Fui a ver al recepcionista, le pregunté si había alguna habitación dedicada
al escritor alemán, pues suponía que debía haber una habitación que lo
recordara (como sí ocurre con el hotel donde murió Oscar Wilde en la calle de Beaux Arts, en París); entonces el
recepcionista muy elegante de guantes blancos, botones dorados, etc., cogió un
gran libro, checó una larga lista de nombres y me dijo: “lo siento mucho, el señor
Thomas Mann no está alojado aquí”. ¡Increíble! Salí de allí perplejo y me senté
en la arena a contemplar el mar.
12) ¿Cómo fue tu relación con García Márquez?
A pesar de
sus inclinaciones políticas, que respeto pero no comparto, el Gabo fue un
maestro para mí, alguien que además me ayudó a difundir mi primera novela (El Comandante Veneno) en Italia, y
siempre le estaré agradecido por eso. Hace poco lo encontré en su cumpleaños.
Después de muchos años sin vernos fue un encuentro muy afectuoso. Nos pasamos
parte de la velada juntos comiendo un cake de chocolate. Él me robaba pedazos,
como un niño travieso. En un momento dado, le recordé que él me había
recomendado un libro que me impactó mucho. “¿Qué libro?”, me preguntó. “El primer viaje en torno al globo, de
Pigafetta”, le contesté. “¿Pigafetta? No lo recuerdo. ¿De qué trata ese libro? ¿Me
lo puedes prestar?”. En ese instante comprendí que el tiempo había
experimentado un brusco giro poniéndome a mí en la situación de revelarle a él
algo que él me había enseñado treinta años atrás. ¡Alucinante!
En París, escenario de su novela Toilette. |
13) Antes de sufrir el exilio definitivo, trabajaste como
agregado cultural de Cuba ante la UNESCO. Pero ¿por qué renunciaste a tu cargo
en 1988?
La
perestroika y la glasnost fueron dos procesos que me ilusionaron mucho, a
diferencia de la posición oficial cubana, opuesta a introducir la más mínima
reforma en la isla. Estas fueron las principales discrepancias ideológicas con
mis superiores por las que renuncié.
14) ¿Qué repercusiones tuvo esa renuncia en tu vida?
En vez de
quedarme en París, volví a Cuba. Casi todos me dijeron que estaba loco. Mi
padre estaba muy enfermo y yo quería estar cerca de él en sus últimos días y
asistir a su entierro. Esta fue la razón emocional más poderosa de mi “locura”.
Pero también
regresé a la isla pensando, ingenuamente, que el gobierno cubano, pese a sus
alergias a las reformas, acabaría adoptando alguna variante tropical de la
perestroika y de la glásnost. Sin embargo, descubrí con una mezcla de dolor y
estupor que el estalinismo no era algo que le hubieran impuesto a Fidel Castro
en una de las encrucijadas de la Guerra Fría, sino una forma de gobierno que le
venía como anillo al dedo para satisfacer su infinita sed de poder total. Pasé
dos años en el ostracismo interior, ninguneado, sin empleo, al final incluso
amenazado. Tras la muerte de mi padre y en cuanto se presentó la ocasión, hice
las maletas y me fui a Alemania con el firme propósito de no regresar nunca más.
15) ¿Cómo ha afectado la censura en Cuba a tu obra?
Hace más
de veinticinco años que en la isla no se publica ni un solo renglón de mi autoría.
Estoy en la famosa lista negra, soy un fantasma en mi país natal. Pero con ese
ninguneo tan prolongado, me han convertido en una leyenda. La censura suele ser
la mejor forma de publicidad para un escritor, y además es gratuita. Hace poco
supe que mis libros se fotocopiaban en la isla, pasando clandestinamente de
mano en mano. Ahora, con las nuevas tecnologías, muchas más personas me leen, o
saben que existo, ya sea por internet, por facebook, por twiter, etc.
16) Si pudieras definir brevemente a Fidel Castro, ¿qué dirías?
Fue un
hombre al que yo admiré mucho en mi niñez. Fue mi héroe, y el de millones de
cubanos. Alguien que finalmente prefirió ser temido a ser amado. Y por eso nos
ha defraudado a tantos. Casi todo lo que hizo bien al principio con su cabeza y
con su corazón, lo destrozó después con sus botas. A veces siento lástima por él,
por la manera en que estropeó sus mejores posibilidades dando al traste, de
paso, con las del país. Lo más patético es que ha vivido lo suficiente para ver
cómo otros desmantelan el tinglado que él armó.
17) ¿Y al Che, cómo lo definirías?
El Che es
la honestidad en el error. Él creyó en su error, que fue múltiple: ideológico,
económico, geopolítico, estratégico… pero por lo menos fue consecuente con sus
convicciones y murió por ellas, lo cual no quiere decir que sea un ejemplo a
imitar. Porque alguien que está dispuesto a matar por sus ideales, puede también
matarnos si descubre que no pensamos exactamente como él. Y eso es un crimen
político. Por otra parte, es una ironía de la historia que siendo él tan
anticapitalista haya terminado decorando camisetas o playeras, tazas, mecheros,
pantalones vaqueros, o sea, convertido en un ícono más del consumismo. Del
comunismo al consumismo, no hay más que un paso.
18) ¿Para ti qué es el exilio?
El exilio
es la muerte, pero también puede ser la resurrección. El mío comenzó en 1991 y
ha sido un duro renacer. Mueres y renaces, en una dolorosa palingenesia.
19) ¿Piensas volver algún día a Cuba?
Cuando
aquello cambie real y profundamente, tal vez entonces volveré.
20) ¿Qué sería lo primero que harías al regresar?
Presentación El Ornitorrinco y otros ensayos. |
Ante todo,
visitar las tumbas de mis seres queridos. Después, si me alcanzan las fuerzas,
volver a subir la montaña de El Veneno, en la Sierra Maestra, donde alfabeticé
a cinco campesinos a los 12 años de edad.
21) ¿Qué encontraste en México?
|
Aquí
recuperé las ganas de escribir. Descubrí la alegría de vivir, un pueblo muy
noble, donde hasta los más humildes son muy educados, en el sentido de
urbanidad; encontré una verdadera economía de mercado libre en los tianguis que
descienden de aquel mercado de Tenochtitlán que tanto fascinó a Hernán Cortés y
a Bernal Díaz del Castillo. Aquí encontré la picaresca, un sentido del humor
muy próximo al cubano, los albures, la simpática costumbre de ponerle apodos
geniales a todo el mundo, los manjares más fascinantes, los desayunos más
pantagruélicos, el surrealismo a cada paso, las mujeres más bonitas, risueñas y
apapachadoras del mundo.
22) ¿Qué década de tu vida recuerdas con más cariño?
Mi época
favorita es cuando yo tenía 21 años. Mis padres estaban vivos. Yo comía con mi
abuela todos los días. Era periodista en una revista de mucho prestigio dentro
de la grisura oficial predominante en la prensa cubana. Tenía novias muy
bonitas. Tenía al mejor maestro de literatura del mundo: José Lezama Lima.
Viajaba mucho por las provincias descubriendo centímetro a centímetro mi país.
Tenía excelentes amigos en la revista donde trabajaba, todos poetas, músicos y
locos, todos brillantes. ¿Qué más podía pedir?
23) ¿Cómo es tu proceso de creación?
Trabajo
mucho con la intuición, casi en estado de trance, pero también programo más o
menos toda la estructura de la novela, capítulo tras capítulo. Algunas
situaciones cambian mucho entre lo planeado y lo finalmente publicado. Lo más
importante es tener bien claro, desde el primer momento, cuál será el final. Lo
demás es refinar el lenguaje, dotarlo de calidad poética, para que la novela no
sea tan solo un simple pasatiempo para leer en el tren o en el avión, sino
también una forma del conocimiento, un destello en la oscuridad, capaz de
enriquecer espiritual e intelectualmente a los lectores.
24) ¿Qué ha cambiado en Manuel Pereira a lo largo de los años?
Me he
quedado calvo, las nieves del exilio me han tumbado la techumbre. Lo que no he
perdido es la capacidad de reírme de todo, incluso de mí mismo.
25) ¿Qué tiene de especial tu vida en estos momentos?
Soy un
volcán en erupción, escribo sin cesar. Soy un géiser de creatividad. Estoy
lleno de proyectos: literarios, académicos, culturales. ¡Ojalá Dios me dé
tiempo para cumplir con todo eso!
26) ¿Qué es lo que más extrañas de Cuba?
Después de
tantos años de desarraigo, ya casi no extraño nada. Yo perdí a Cuba, pero gané
al mundo. Vivo según la sentencia de José Martí: “sin patria, pero sin amo”.
27) ¿La vida como escritor?
Una
maldición divina, un castigo de los dioses.
Literatura: un
espejo astillado que reinventa la realidad.
Felicidad: ¿qué
es eso?
Lezama Lima: el
Buda de la calle Trocadero 162 que me enseñó a ver lo invisible iniciándome en
las lecturas profundas.
Borges: el otro
Buda latinoamericano, esta vez en el Cono Sur, y al que lamentablemente no pude
conocer.
Louis Ferdinand Céline: escritor
siempre muy controvertido, literariamente es sin duda tan grande como Marcel
Proust. Para mí Viaje al fin de la
noche fue una lectura fundamental.
Franz Kafka: el
genio de las atmósferas, un escritor expresionista que siempre logra
envolvernos sin que sepamos cómo ni cuándo. Junto con Joyce y con Proust, es
uno de los tres pináculos literarios del siglo XX.
Fernando Pessoa: el
poeta que se multiplicó a través de sus heterónimos enriqueciéndonos a todos.
Jorge Cuesta: alquimista
genial injustamente olvidado. Deberían poner su estatua en el Paseo de la
Reforma.
Alfonso Reyes: Es
Sócrates extraviado en un tianguis, o Platón ante la Visión de Anáhuac. Es el embajador del Helenismo en México.
Harold Bloom: El
mejor crítico y teórico literario norteamericano vivo, sin pelos en la lengua,
políticamente incorrecto.
Lautréamont: uno
de mis demonios más recurrentes, que me persigue desde hace 43 años.
Platón: Siempre
hay que releerlo. Fue uno de los heterónimos de Sócrates.
El amor: ¿a cuál
de las tres o cuatro formas de amor te refieres?
La muerte: es vía,
no término.
Los padres: lo más
sagrado.
París: la ciudad
donde aprendí a pensar.
Ciudad de México: Patria
del Surrealismo y el lugar donde probablemente me toque morir.
[2] Este ensayo forma parte del libro Biografía de un desayuno, Editorial Miguel Ángel Porrúa, México.
Qué interesante entrevista! Sobre todo cuando dio clases en la cárcel!
ResponderEliminar"La vida como escritor es una maldición divina, un castigo de los dioses". Increíble respuesta. ¡Saludos!
ResponderEliminarno se me habia ocurrido la relación con Monsieur Teste de Valery, creo que encaja perfectamente para pintar el retrato del escritor cubano.
ResponderEliminarPreciso el título; buen blog y buena entrevista. Una pregunta, ¿en qué librerías puedo conseguir el libro?
ResponderEliminarSiempre algo nuevo que aprender acerca de ti y acerca de la literatura cuando te leo, Manuel. Felicidades y gracias.
ResponderEliminarLei, como siempre, con gran interés todo lo relacionado con tu azarosa vida, en cada entrevista surgen nuevas anécdotas. El relato de tu experiencia en la cárcel de Mallorca es de película.
ResponderEliminarMe pregunto ¿como es que acabaste en México? Yo sé que como México no hay dos, pero tú no lo sabías.
Me intriga tu fijación con el ornitorrinco. ¿ Es un pajarraco? Como siempre que te leo acabo buscando el significado de una que otra palabreja dominguera. Entre otras cosas, por eso me gusta leerte. Pronto me las apañaré para leer tus ensayos.
Maestro, nunca deja de sorprenderme. Muy buena entrevista
ResponderEliminarMe pareció sumamente interesante la entrevista, las preguntas del periodista Gabriel Martinez Bucio, muy acertadas, ya que en cierta forma nos permite abrir un poco la puerta dentro del universo literario en el que usted vive.
ResponderEliminarAcabo de leer la entrevista!!!! Me fascinó! Eres toda una inspiración para la cultura y la literatura!
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